DE LA ATLÁNTIDA AL CAMBIO CLIMÁTICO
José Manuel Fernández Outeiral
PRÓLOGO
Siempre tuve curiosidad por los
misterios y leyendas en torno a la Atlántida, así como la posible existencia de
una avanzada civilización antediluviana. En esta entrada utilizo una mezcla de
evidencias históricas, leyendas y mitología para sugerir que la Atlántida
podría haber dejado un legado oculto bajo las arenas y los océanos que aún no
hemos descubierto.
En este texto propongo, con ayuda de
muchos autores, que los mitos antiguos pueden contener un núcleo de verdad que
la ciencia moderna aún no ha podido comprender por completo. Recurren
a diferentes fuentes históricas, relatos mitológicos y descubrimientos
arqueológicos para construir un argumento en favor de la existencia de la
Atlántida y su posible influencia en diversas culturas antiguas, desde Egipto
hasta América Central. Algunos de los autores, para mí, más relevantes con
respecto a este tema son:
Platón (427-347 a.C.): Aunque no busca probar su existencia,
Platón es una fuente principal sobre la Atlántida. En sus diálogos Timeo
y Critias, describe una civilización avanzada que habría existido unos
9.000 años antes de su época. Aunque su relato tiene elementos filosóficos y
alegóricos, sigue siendo la base para casi todas las teorías posteriores.
Ignatius Donnelly (1831-1901): Autor de Atlantis: The
Antediluvian World (1882), es uno de los principales defensores de la
Atlántida como una civilización real. Donnelly recopiló mitos globales,
coincidencias culturales y geológicas, sugiriendo que la Atlántida fue el
origen de todas las civilizaciones antiguas.
Lewis Spence (1874-1955): En obras como The History of
Atlantis (1926), Spence utilizó relatos mitológicos, leyendas y fuentes
históricas para defender la existencia de la Atlántida. Propuso que su
ubicación estaría en el Atlántico y exploró las conexiones culturales entre el
Viejo y el Nuevo Mundo.
Augustus Le Plongeon (1825-1908): Pionero en la arqueología maya,
postuló que los mayas eran descendientes de la Atlántida, basándose en la
lectura de inscripciones mayas (hoy consideradas erróneas). Relacionó la
Atlántida con el continente perdido de Mu.
Helena Petrovna Blavatsky (1831-1891):
En La Doctrina
Secreta, vinculó la Atlántida con una raza ancestral altamente avanzada. Su
enfoque combina espiritualidad y misticismo, conectando las descripciones
platónicas con tradiciones esotéricas.
Edgar Cayce (1877-1945): Conocido como el "Profeta
Durmiente", afirmó en sus lecturas psíquicas que la Atlántida era real,
altamente avanzada y ubicada en el Caribe. Según Cayce, restos de esta
civilización podrían encontrarse cerca de las Bahamas.
Charles Berlitz (1914-2003): Escritor de The Mystery of
Atlantis (1969), Berlitz popularizó la idea de que la Atlántida podría
estar relacionada con la zona del Triángulo de las Bermudas. Usó
descubrimientos arqueológicos y mitos para argumentar su caso.
Zia Abbas: En Atlantis: The Beginning of
Civilisation?, Abbas combinó estudios históricos y arqueológicos con
referencias bíblicas y coránicas para explorar la posibilidad de que la
Atlántida existiera en el Mediterráneo oriental.
Graham Hancock (1950- ): En Fingerprints of the Gods
(1995), aunque no menciona específicamente a la Atlántida, Hancock analiza
catástrofes globales y civilizaciones perdidas, muchas veces vinculadas con el
relato platónico.
Rand y Rose Flem-Ath: Autores de When the Sky Fell: In
Search of Atlantis (1995), proponen que la Atlántida era la Antártida,
basándose en teorías de desplazamiento de la corteza terrestre y pruebas
geológicas.
Jürgen Spanuth (1907-1998): En Atlantis: The Mystery Unraveled
(1953), Spanuth ubicó la Atlántida en el norte de Europa, basándose en textos
antiguos y en evidencias arqueológicas de las culturas del Mar del Norte.
Estos autores han influido en las
múltiples visiones sobre la Atlántida, desde enfoques científicos hasta
interpretaciones esotéricas y mitológicas. Su legado continúa inspirando
investigaciones y debates sobre este fascinante misterio. El relato que más
sintoniza con mi espíritu es el de Helena Petrovna Blavatsky, fundadora de la
Sociedad Teosófica, que abordó el tema de la Atlántida principalmente en su
obra monumental La Doctrina Secreta (1888). Este texto, que combina
misticismo, filosofía y ciencia esotérica, presenta a la Atlántida como un
elemento central en su cosmología espiritual y la evolución de la humanidad.
Según Blavatsky, la historia de la
humanidad está dividida en siete Razas-Raíz, cada una con sus sub-razas.
La Atlántida correspondía a la cuarta Raza-Raíz, conocida como los
"atlantes" y la nuestra es la quinta Raza-Raíz. Pronto os haré
partícipes de un resumen sobre este fascinante tema.
De acuerdo con H.P.B., los atlantes
eran una civilización avanzada que existió mucho antes de las culturas
históricas conocidas, y que alcanzó altos niveles de conocimiento espiritual y
tecnológico. Los atlantes comenzaron como una civilización profundamente
espiritual, pero con el tiempo se desviaron hacia el materialismo y el abuso de
su conocimiento avanzado. Según Blavatsky, esta decadencia moral llevó a la
destrucción de la Atlántida por un cataclismo, reflejado en diversos mitos de
inundaciones alrededor del mundo.
Blavatsky sostenía que los atlantes
influyeron en las civilizaciones posteriores, como los antiguos egipcios, los
mayas y los pueblos de Asia. Algunas de sus enseñanzas espirituales y
tecnológicas habrían sobrevivido a través de estos pueblos. Afirmaba que los
atlantes usaron su conocimiento para crear megalitos y estructuras que aún
desafían la comprensión moderna, como las pirámides. Según ella, partes
de la Atlántida todavía podían encontrarse sumergidas en los océanos Atlántico
y Pacífico. También postuló que otros continentes perdidos, como Lemuria,
existieron simultáneamente con la Atlántida.
En La Doctrina Secreta, describe a los atlantes como poseedores de habilidades
psíquicas avanzadas, incluido el uso del tercer ojo para percibir realidades
espirituales. Atribuyó a los atlantes la creación de tecnologías que
combinaban fuerzas naturales con energías espirituales, pero que fueron mal
utilizadas en la búsqueda de poder.
Aunque Blavatsky menciona a Platón
como una de las fuentes tradicionales de la Atlántida, su enfoque va más allá
de la filosofía griega. Recurre a tradiciones esotéricas, escrituras hindúes y
textos antiguos para construir su narrativa.
En su visión teosófica, Blavatsky
consideraba que los registros akásicos (la memoria del universo) contenían el
conocimiento perdido sobre la Atlántida. Sostiene que los iniciados podían
acceder a estos registros para comprender el verdadero destino de la humanidad.
La obra de Blavatsky, y su visión sobre
la Atlántida, ha tenido un impacto profundo en el pensamiento esotérico y en
movimientos espirituales modernos. Influyó en otros escritores místicos y
ocultistas, como Rudolf Steiner y Edgar Cayce, quienes continuaron explorando
la Atlántida desde una perspectiva espiritual. Su descripción de una
civilización avanzada, pero moralmente decadente, también coincide con
narrativas contemporáneas sobre la caída de culturas antiguas.
En esta entrada sugiero que la
Atlántida no solo fue un continente perdido, sino también un centro de
conocimiento avanzado que podría haber sido responsable de la transmisión de
ciertas tecnologías y conocimientos que hoy consideraríamos anacrónicos para su
tiempo. Además, exploro la idea de que, antes de la gran catástrofe que habría
sumergido la Atlántida, sus habitantes podrían haber escondido sus tesoros y
conocimientos en criptas subterráneas protegidas.
A lo largo del texto, entro en el
análisis de mapas antiguos, como el Mapa de Piri Reis, y menciono la
posibilidad de que la humanidad de esa época poseyera conocimientos geográficos
y científicos mucho más avanzados de lo que se cree. También expongo cómo los
movimientos telúricos y catástrofes naturales han transformado la faz de la
Tierra a lo largo de milenios, y como estos eventos podrían estar relacionados
con la desaparición de la Atlántida y otros continentes. Os invito a considerar
la posibilidad de que mucho de lo que creemos saber sobre nuestro pasado sea
solo la punta del iceberg.
A lo largo de la historia, las
leyendas y mitos han servido como eco de acontecimientos que, por su magnitud y
trascendencia, desafiaron la comprensión de las civilizaciones antiguas. Uno de
los relatos más persistentes y fascinantes es el de la Atlántida, la
isla-continente que, según Platón, fue engullida por las aguas en una sola
noche tras un cataclismo sin precedentes. Esta historia, que muchos han
considerado un mito, podríaamos verla hoy de manera inquietante en un mundo que enfrenta
cambios climáticos y eventos geológicos cada vez más extremos. ¿O no hay tal
cosa? Yo no soy científico y carezco de los datos para poder fijar una
posición. Por eso he preferido echar un vistazo a la historia.
Os invito a un viaje a través del
tiempo, desde las profundidades de la Antigüedad hasta el umbral del siglo XXI,
para explorar cómo las catástrofes naturales del pasado podrían estar
vinculadas a los fenómenos que experimentamos en la actualidad. La desaparición
de la Atlántida, los terremotos que devastaron Pompeya, los tsunamis que
engulleron a Port Royal y las súbitas erupciones volcánicas como la del
Krakatoa, no son meros episodios aislados. Estos eventos forman parte de un
patrón de transformaciones telúricas que, aunque aparentemente distantes,
podrían contener claves cruciales para entender el presente.
Los movimientos de la corteza
terrestre han sido responsables, a lo largo de milenios, de drásticos cambios
en la geografía del planeta, alterando climas, devastando civilizaciones y
cambiando el curso de la historia. Para saber esto no necesitáis leer lo que
sigue, basta con mirar a vuestro alrededor.
Los registros históricos y
científicos nos muestran cómo la Tierra ha experimentado, en épocas recientes y
remotas, cambios abruptos que afectaron tanto la vida humana como los
ecosistemas. Desde el hundimiento de ciudades costeras hasta la aparición de islas
volcánicas en pleno océano, estos eventos han dejado marcas imborrables en la
historia de la humanidad.
A medida que la ciencia avanza en la
comprensión de los ciclos geológicos y climáticos, surgen preguntas
inquietantes: ¿Estamos viviendo un cambio climático natural, como los que
sumergieron la Atlántida y transformaron continentes enteros, o estamos provocando
un desequilibrio sin precedentes? La respuesta podría residir en la capacidad
de la humanidad para aprender de su pasado, ya que las lecciones que dejaron
las civilizaciones antiguas son más relevantes hoy que nunca.
En esta comunicación, se examinan diversos testimonios históricos y descubrimientos arqueológicos que sugieren que los antiguos habitantes de la Atlántida, así como otras civilizaciones prehistóricas, poseían un conocimiento profundo sobre la relación entre el ser humano y su entorno natural. Relatos que aluden a tecnologías avanzadas, el uso de energías que desafiaban el conocimiento de su época, y un respeto reverente hacia la naturaleza. Más allá de interpretaciones o relatos fantásticos, el legado de civilizaciones anteriores a la nuestra, con mayor adelanto tecnológico, es un hecho incontestable. Uno de muchos ejemplos: ubicada en el corazón de la gran pirámide de Keops, se encuentra la mal llamada Cámara del Rey, y en ella descansa un mal llamado sarcófago de granito. Dicho "sarcófago" presenta un agujero de vaciado en el que puede verse con claridad un "paso de broca" imposible, no solo para la época de Keops, sino también para nuestra actual tecnología.
¿El calentamiento global, el
derretimiento de los glaciares, y el aumento de eventos climáticos extremos
pueden indicarnos que estamos al borde de una nueva era de cambios geológicos y
climáticos?
En la historia de nuestro planeta,
los cambios climáticos han sido parte del curso natural de su evolución. Desde
la formación de la Tierra, esta ha sufrido drásticos ciclos de glaciaciones,
erupciones volcánicas masivas, cambios en las corrientes oceánicas, acción de
meteoritos y desplazamientos de las placas tectónicas que han dado forma a los
continentes y han alterado el clima global. Estos eventos han dejado marcas
profundas en la corteza terrestre, legándonos un registro de la historia
climática del planeta. ¿Hoy nos enfrentamos a una nueva encrucijada? ¿Es el
cambio climático que experimentamos actualmente una continuación de esos ciclos
naturales, o es el resultado de la intervención humana? Hay defensores y
detractores de las dos teorías. Incluso muchos no creen que estemos asistiendo
a cambio climático alguno.
La ciencia moderna ha demostrado que
la Tierra es un organismo dinámico y vivo, en constante cambio. En este
contexto, el mito de la Atlántida, con su relato de una sociedad que alcanzó un
alto grado de desarrollo para luego sucumbir a una catástrofe, ¿se presenta
como una advertencia para nuestro tiempo? ¿Fue un cambio en la Naturaleza lo
que provocó el cataclismo o fue un cambio en la naturaleza de aquella raza?
¿La actividad humana, en particular
la quema de combustibles fósiles, la deforestación y la agricultura industrial,
ha tenido un impacto sostenido y significativo en el cambio climático global?
Las principales emisiones humanas incluyen:
Dióxido de carbono (CO₂): Las
actividades humanas emiten más de 35,000 millones de toneladas de CO₂ al año,
lo que representa más del 90% de las emisiones globales de CO₂. Esto es
aproximadamente 100 veces más que las emisiones anuales promedio de todos los
volcanes en la Tierra, que se estiman en 200-300 millones de toneladas.
Metano (CH₄): Liberado por la
ganadería, la agricultura y la extracción de combustibles fósiles. El metano
tiene un efecto invernadero mucho más potente que el CO₂ a corto plazo.
Óxidos de nitrógeno (NOₓ): Proceden
de vehículos, industrias y fertilizantes, contribuye a la formación de ozono
troposférico, que es un contaminante dañino.
Aerosoles industriales: Aunque
también pueden tener un efecto de enfriamiento, su impacto es local y temporal,
en comparación con el aumento constante de gases de efecto invernadero.
Ejemplo notable: Desde la Revolución
Industrial, las concentraciones de CO₂ en la atmósfera han aumentado de 280
partes por millón (ppm) a más de 420 ppm en 2024.
Estas informaciones las he recabado de los
siguientes organismos y científicos:
Panel Intergubernamental sobre el
Cambio Climático (IPCC): IPCC (2021). Sixth Assessment Report.
Intergovernmental Panel on Climate Change. https://www.ipcc.ch
Organización de las Naciones Unidas
para la Alimentación y la Agricultura (FAO): FAO. (2020). Global Forest
Resources Assessment 2020. http://www.fao.org
La National Aeronautics and Space
Administration (NASA): NASA Earth Observatory. (2023). Carbon Cycle and
Climate Change. https://earthobservatory.nasa.gov
Global Carbon Project:
Friedlingstein, P., et al. (2022). Global Carbon Budget 2022. Earth
System Science Data. https://www.globalcarbonproject.org
National Oceanic and Atmospheric
Administration (NOAA): NOAA. (2023). Ocean Carbon Uptake. https://www.noaa.gov
Pan, Y., et al. (2011). A Large
and Persistent Carbon Sink in the World’s Forests. Science, 333(6045),
988-993.
Según estas informaciones, la
humanidad ha alterado el balance natural del carbono en la atmósfera de una
manera sin precedentes en la historia geológica reciente. Si bien los fenómenos
naturales como erupciones volcánicas han modelado el clima de la Tierra durante
millones de años, el cambio climático actual, dicen algunos expertos, pues no
hay unanimidad, es un fenómeno antropogénico, impulsado por nuestras propias
acciones, según estos estudios, a una escala y velocidad que la Tierra no ha
experimentado antes.
¿Qué impacto pueden tener nuestras
acciones sobre el clima global? ¿Acaso pueden superar el mandato de los
guardianes de la humanidad? Esa es, sin duda, una pregunta que va más allá del
ámbito de la ciencia y se adentra en el territorio del mito, la espiritualidad
y la filosofía. Si aceptamos la existencia de guardianes de la humanidad,
seres superiores que velan por nuestro desarrollo a lo largo de eones, la
cuestión de si nuestras acciones pueden o no sobrepasar su mandato adquiere una
dimensión trascendental.
En las antiguas tradiciones, y en esta
comunicación se pone de manifiesto, tanto de Oriente como de Occidente, abundan
relatos sobre guardianes celestiales, semidioses y sabios
inmortales que han guiado a la humanidad en su camino, otorgando sabiduría
en tiempos de necesidad y advirtiendo sobre el peligro de la soberbia. Estos
guardianes, en la forma de Thot en Egipto, Quetzalcóatl en Mesoamérica o los
misteriosos rishis y nagas en la India, han sido considerados
protectores que intervienen en momentos críticos para preservar el equilibrio
del mundo. Según estas tradiciones, hay un mandato superior, un orden
cósmico que rige la evolución de la humanidad y la Tierra misma.
Sin embargo, en nuestra era moderna,
la humanidad parece haber olvidado estas advertencias o simplemente
desconocerlas. En lugar de honrar el equilibrio natural y el legado de aquellos
guardianes, hemos adoptado una postura de dominio sobre la naturaleza,
explotándola sin medida y, posiblemente, desencadenando fuerzas que van más
allá de nuestro control. Si los guardianes velan por nuestro bienestar, ¿qué
ocurre cuando desatendemos sus enseñanzas y actuamos en oposición a los
principios que ellos nos legaron?
Quizás la respuesta radica en la
comprensión de que, aunque los guardianes pueden influir y guiar, no pueden
interferir directamente con nuestro libre albedrío. En las historias de la
Atlántida, se habla de una civilización que se volvió arrogante y desobedeció
las leyes naturales y divinas, lo que llevó a su inevitable caída. Los
guardianes, en ese contexto, no pudieron evitar el colapso, porque la humanidad
había elegido su propio camino hacia la autodestrucción. ¿Tal vez estamos, una
vez más, en un punto similar en nuestra historia?
En muchas tradiciones, se afirma que los guardianes solo intervienen en los momentos más críticos, cuando la humanidad está al borde del abismo. ¿Podría ser que estemos acercándonos a uno de esos momentos? ¿Y, de ser así, encontraremos la sabiduría para corregir nuestro rumbo antes de que sea demasiado tarde? ¿Son los Círculos de las Cosechas (Crop Circles), una de esas intervenciones?
Pronto compartiré con vosotros una comunicación sobre este fascinante tema.
El poder de la humanidad es grande,
para lo bueno y para lo malo, pero no ilimitado. Hemos sido dotados de la
capacidad de crear y destruir, de transformar la faz de la Tierra para bien o
para mal. Sin embargo, en última instancia, hay fuerzas más grandes que
nosotros, fuerzas que nos recuerdan que no somos los dueños absolutos de este
planeta, sino sus custodios temporales. Tengo una total certeza sobre este
punto.
“No comerás el fruto prohibido”,
evocando el relato bíblico en el Jardín del Edén, ¿se puede interpretar como
una advertencia que trasciende el contexto religioso y se adentra en el ámbito
de la responsabilidad ecológica y ética que la humanidad tiene frente al
planeta que le permite ser lo que es? ¿Significa que no podemos usar
conocimientos y tecnología reservados para generaciones futuras, más
evolucionadas y más responsables que la nuestra?
En resumen, nuestras acciones, por
más destructivas que sean, creo que no pueden anular el mandato de
nuestros hermanos mayores ni el orden cósmico que rige el universo. Pero sí
pueden ponernos en una posición en la que, a pesar de su guía y advertencias,
acabemos enfrentando las consecuencias de nuestras propias decisiones.
J. M. Fernández Outeiral
Noviembre de 2024
El 21 de agosto de 2002, en un campo
de maíz en Sparsholt, Hampshire, Inglaterra, apareció un círculo de las
cosechas (agroglifo), que representaba la figura de un humanoide sosteniendo un
disco. La imagen mostraba una cabeza alargada, ojos grandes y ovalados, nariz y
boca pequeñas, características típicas de la representación popular de
extraterrestres. La figura, de aproximadamente 110 metros de largo por 76 metros
de ancho, estaba acompañada por un disco que contenía un mensaje en código
ASCII. Al traducir este código, se obtuvo el siguiente mensaje en inglés:
"Beware the bearers of false gifts and their broken promises. Much pain,
but still time. Believe there is good out there. We oppose deception. Conduit
closing. 0X07"
En español, se traduce como: "Cuidado con los portadores de falsos regalos y sus promesas rotas. Mucho dolor, pero aún hay tiempo. Crean que hay bien ahí fuera. Nos oponemos al engaño. Conducto cerrándose. 0X07".
El Joven Dryas es un período climático abrupto y significativo que ocurrió hacia el final de la última era glacial, aproximadamente entre 12,900 y 11,700 años atrás. Es conocido por un rápido retorno a condiciones glaciares en un momento en que el clima global estaba calentándose de manera generalizada. Este fenómeno se llama así debido a la proliferación de la planta Dryas octopetala, típica de climas fríos, que se encontró en registros fósiles de la época.
Aunque su duración fue de apenas unos 1,200 años, marcó un cambio drástico en el clima global. Ocurrió después del período de calentamiento conocido como el Bölling-Allerød y antes del período cálido del Holoceno. Se experimentó un enfriamiento significativo, especialmente en el hemisferio norte. Las temperaturas en algunas regiones, como Europa, descendieron hasta 15 °C en cuestión de décadas.
La principal hipótesis es que el Joven Dryas fue causado por una interrupción en la circulación termo-halina debido al vertido masivo de agua dulce al Atlántico Norte. Esto pudo haber ocurrido por el colapso de un gran lago glacial en América del Norte (el Lago Agassiz). Otra teoría sugiere que un posible impacto de un cometa o meteorito podría haber desencadenado incendios masivos, alterado la atmósfera y contribuido al enfriamiento.
Hubo cambios drásticos en la flora y
fauna. Extinciones de grandes mamíferos como mamuts, perezosos gigantes y
tigres dientes de sable en América del Norte. Cambios en las migraciones
humanas y adaptación a condiciones más duras, lo que influyó en la transición
hacia sociedades agrícolas en el Holoceno.
Coincide este hecho con el surgimiento de la cultura Natufiense en el Levante, que marcó el inicio de asentamientos humanos más permanentes. Algunos investigadores asocian el evento con los inicios del megalitismo en sitios como Göbekli Tepe en Turquía.
El Joven Dryas es un recordatorio de cómo el clima de la Tierra puede experimentar cambios repentinos y drásticos, con profundos efectos en la vida y en la evolución cultural humana.
“En un instante, el cielo se tornó
completamente negro y, al momento siguiente, lo vi transformado en una inmensa
brasa de fuego. La rapidez con la que la oscuridad se transformó superaba todo
lo imaginable; si insistiera en ello, nadie me creería." Así escribía un
testigo de la erupción del Krakatoa en 1833.
La isla de Krakatoa, ubicada entre
Sumatra y Java, fue literalmente levantada, provocando una fractura en el suelo
submarino. Una ola de más de treinta metros de altura arrojó grandes buques y
pequeñas embarcaciones hacia las costas cercanas. El estruendo de la erupción
se escuchó incluso en Australia, y la atmósfera sufrió alteraciones a lo largo
de todo el planeta. "La caída cegadora de piedras y arena, la intensa
oscuridad interrumpida solo por el incesante destello de los relámpagos, y el
constante y sordo rugido del volcán producían en nosotros una impresión
aterradora", relataba un marino que fue testigo de la catástrofe.
¿Realmente representan los
continentes un hogar permanente para las naciones actuales? ¿Acaso los océanos
no abandonarán nunca sus lechos? A estas preguntas solo se podría responder
negativamente, respaldados por una extensa lista de documentos.
Aunque la Historia, tal y como la
conocemos, sea demasiado breve para considerarse en términos geológicos, nos ha
transmitido, sin embargo, el recuerdo de importantes cambios geográficos que
ocurrieron en el pasado.
La ciudad etrusca de Spina,
mencionada por Plinio el Viejo y por Estrabón como un centro significativo de
comercio y civilización, se encuentra hoy completamente sumergida bajo las
aguas del Adriático. Dioscurias, la ciudad cercana a Sujumi, que fue visitada
por los legendarios argonautas en su travesía por el mar Negro, yace
actualmente bajo las aguas. Fanagorias, un importante puerto helénico del mar
Negro, está sumergido en el golfo de Tamán.
No se trata solo de ciudades, sino
también de vastas extensiones de tierra que continuamente desaparecen en las
profundidades oceánicas, y los movimientos tectónicos siguen ocurriendo en toda
la superficie del planeta. Si consideramos estos hechos, la desaparición de la
Atlántida bajo el mar debería parecernos completamente plausible.
La tierra se hunde en el océano y
emerge de él en un periodo relativamente breve. La mera enumeración de estos
cambios geológicos y geográficos que se han producido en todo el mundo pone de
manifiesto fenómenos sorprendentes. El templo de Júpiter-Serapis, construido en
la bahía de Nápoles en el año 105 a.C., fue sumergiéndose gradualmente en el
Mediterráneo para resurgir en 1742 desde las profundidades del mar. En la
actualidad, está volviendo a hundirse.
La fortaleza de Caravan-Sarai,
construida en 1135 sobre un islote del mar Caspio, fue sumergiéndose lentamente
con el paso de las generaciones. Las menciones a esta fortaleza en antiguas
crónicas fueron, durante mucho tiempo, consideradas como mera fábula. Sin
embargo, en 1723, el islote emergió nuevamente por encima del nivel del mar y
es visible hasta el día de hoy.
En 1692, la ciudad de Port-Royal en
Jamaica, que durante mucho tiempo había servido como refugio para piratas, fue
sacudida por un intenso terremoto, quedando parcialmente sumergida bajo las
aguas. Durante el terremoto de Lisboa en 1755, las olas alcanzaron una altura
de diez metros. La mayor parte de la ciudad fue destruida y perecieron sesenta
mil personas.
La isla de Faucon, también conocida
como Jacques-dans-la-Boîte, fue descubierta en el Pacífico sur por Morell, un
explorador español. En 1892, el gobierno de Tonga plantó dos mil cocoteros en
la isla, pero dos años después, la isla desapareció completamente bajo el
océano. Actualmente, está comenzando a emerger de nuevo.
En 1819, un violento terremoto
sacudió el delta del Indo (Sind), provocando que una vasta extensión de tierra
quedara inundada, dejando únicamente los edificios más altos por encima de las
aguas. Entre 1822 y 1853, tras varios movimientos sísmicos, la costa de Chile
se elevó nueve metros.
En la segunda mitad del siglo XIX, la
isla de Tuanaki, parte del archipiélago de las Cook, se hundió en el océano
Pacífico junto con sus trece mil habitantes. Ese día, varios pescadores habían
zarpado por la mañana en sus embarcaciones; al regresar al atardecer, la isla
ya no existía.
En 1957, surgió una isla humeante
desde las profundidades del Atlántico, cerca de las Azores. En este mismo
archipiélago, siete años más tarde, un terremoto devastó la isla de San Jorge,
obligando a quince mil personas a abandonar sus hogares debido a la magnitud
del desastre.
El volcán de Tristán da Cunha,
considerado extinto, entró en erupción en 1961 en el Atlántico sur, lo que
obligó a evacuar a toda la población hacia Inglaterra.
El aumento del nivel del mar,
impulsado por el cambio climático, amenaza la existencia de varias islas
alrededor del mundo. A continuación, se detallan algunas de las más afectadas:
En la actualidad son varias las zonas
del mundo amenazadas:
El archipiélago de las Maldivas, en
el océano Índico, compuesto por 1.196 islas, es el país más bajo del mundo, con
una elevación media de solo 1,5 metros sobre el nivel del mar. Se estima que,
con un aumento del nivel del mar de 45 centímetros, las Maldivas podrían perder
alrededor del 77% de su superficie para el año 2100.
Situado en el Pacífico Sur, Tuvalu
está formado por nueve atolones e islas de coral. Con una población de
aproximadamente 12.000 habitantes, el país enfrenta una amenaza inminente de
desaparición debido al aumento del nivel del mar, sea este provocado por una
subida del nivel de los océanos o por el hundimiento de la tierra, que es otra
posibilidad.
El conjunto de atolones que componen
las islas Marshall, en el Pacífico Norte, está experimentando un ingreso de
agua salada que contamina fuentes de agua potable y terrenos agrícolas, lo que
hace que el país dependa cada vez más de las importaciones. Además, la erosión
costera y el blanqueamiento de los arrecifes de coral agravan la situación.
Conformado por 33 atolones y una isla
volcánica, Kiribati se enfrenta a la amenaza de desaparecer bajo el océano. El
gobierno ha considerado la posibilidad de reubicar a su población en otros
países como medida preventiva.
El archipiélago de las islas Salomón,
en el Pacífico Sur, ha perdido ya cinco islas debido al aumento del nivel del
mar y la erosión costera. Las comunidades locales se han visto obligadas a
reubicarse en áreas más seguras.
No solo se sumergen o emergen islas y
costas, sino que continentes enteros también experimentan estos movimientos.
Francia, por ejemplo, se hunde a un ritmo de treinta centímetros por siglo,
mientras que la tierra entre el Ganges y el Himalaya se eleva dieciocho
milímetros al año. Se estima que, desde la época de Cristóbal Colón, los Andes
en América del Sur han ascendido alrededor de cien metros. El lecho del océano
Pacífico se eleva hacia la superficie en la región de las islas Aleutianas.
Según el padre Lynch, de la Universidad de Fordham en Nueva York, un nuevo
continente está a punto de emerger en el océano Atlántico. ¿Podría ser esto el
resurgir de la legendaria Atlántida?
La importancia de los cambios
geológicos en las profundidades oceánicas fue demostrada por técnicos de la
Western Telegraph en 1923, durante la búsqueda de un cable en el Atlántico.
Descubrieron que, en solo veinticinco años, el cable había sido desplazado
3,620 metros hacia arriba debido al ascenso del fondo oceánico.
Si el océano Atlántico se secara, se
vería en su lecho una extensa cadena montañosa que se extiende desde Islandia
hasta la Antártida. Al sur de las Azores se encuentra una elevación conocida
como Atlántida, ¿que representa los restos de la mítica Atlántida?
El profesor Ewing, de la Universidad
de Columbia, llevó a cabo en 1949 una exploración de la cordillera que se alza
en medio del Atlántico. A profundidades entre 3,000 y 5,500 metros, descubrió
arena costera prehistórica, un hallazgo desconcertante, ya que la arena,
producto de la erosión, no debería encontrarse en el fondo marino. La única
explicación posible es que el terreno se hundió en el Atlántico, a menos que en
una época pasada las aguas estuvieran a un nivel mucho más bajo. De ser así,
cabría preguntarse qué ocurrió con toda el agua adicional.
Numerosos valles submarinos en el
Atlántico no son más que prolongaciones de ríos actuales, lo que indica que, en
ciertos lugares, el actual lecho marino fue en algún momento tierra firme.
En 1898, un barco cablero francés
tropezó a 3,160 metros de profundidad con un fragmento de lava vítrea, conocida
como taquilita, que solo se forma por encima del nivel del mar. Esto sugiere
que en aquel lugar ocurrió una erupción volcánica en una época en la que, en
lugar de océano, había tierra firme.
Los Andes debieron haberse elevado de
forma repentina en una época relativamente reciente, cuando ya era posible
navegar por los mares; de lo contrario, resulta totalmente inexplicable la
existencia de un puerto marítimo en el lago Titicaca, situado a una altitud de
3,800 metros y a 322 kilómetros de distancia del océano Pacífico. Las enormes
argollas utilizadas para amarrar los cabos de los barcos al muelle habrían sido
necesarias solo para grandes navíos que surcaban los océanos. En este
enigmático puerto de los Andes aún se encuentran restos de conchas y algas
marinas. Se pueden observar numerosas playas elevadas, y las aguas en la parte
sur del lago son, incluso hoy, saladas.
No menos misterioso es el puerto
megalítico de Ponapé, en las islas Carolinas. Nan-Matal es como una auténtica
Venecia que surgió en medio del océano. Los habitantes locales no afirman que
sus ancestros pudieran haber construido ese puerto, pero hablan de los
reyes-soles que gobernaban la isla y enviaban barcos a tierras lejanas. ¿Qué
era realmente Nan-Matal? Quizás una gran isla, gran parte de la cual fue
engullida por las aguas en la misma época en que emergió el puerto del lago
Titicaca.
Los indígenas quechuas aseguran que
los cereales comenzaron a cultivarse en las cercanías del lago Titicaca; sin
embargo, en la actualidad, el maíz ya no puede crecer a esas elevadas
altitudes. Todo esto sugiere que, en tiempos antiguos, la costa occidental de
América del Sur tenía un nivel más alto. Es posible que el hundimiento de la
Atlántida haya provocado la elevación de los Andes.
El explorador mexicano José García
Payón encontró en la cordillera dos cabañas cubiertas por una gruesa capa de
hielo. Restos de conchas marinas indicaban que, en ese lugar, había existido
una playa donde se construyeron dichas viviendas. En la actualidad, estas se
encuentran a 6,300 metros sobre el nivel del mar.
Si nos adentramos en la literatura,
la mitología y la tradición de la Antigüedad, la Atlántida se nos presenta
inmediatamente como una posibilidad histórica. Los diálogos Timeo y Critias
de Platón contienen una crónica sobre la Atlántida. Esta narración se atribuye
a Solón, el legislador de la antigua Grecia, quien viajó a Egipto hacia el 560
a.C.
La asamblea de sacerdotes de la diosa
Neith en Sais, protectora de las ciencias, reveló a Solón que sus registros se
remontaban a miles de años y mencionaban un continente situado más allá de las
Columnas de Hércules, que fue sumergido por las aguas alrededor del año 9,560
a.C.
Platón no comete el error de
confundir la Atlántida con América; afirma claramente que existía otro
continente al oeste de la Atlántida. Describe un océano que se extendía más
allá del estrecho de Gibraltar, refiriéndose al Mediterráneo como "solo un
puerto". En ese océano —el Atlántico—, sitúa una isla-continente más
grande que Libia y Asia Menor juntas.
Cuenta que, en el centro del
Atlántico, existía una fértil llanura protegida de los vientos del norte por
altas montañas. El clima era subtropical, y sus habitantes podían cosechar dos
veces al año. El territorio era rico en minerales, metales y productos
agrícolas.
En la Atlántida florecían la
industria, los oficios y las ciencias. El país se enorgullecía de sus numerosos
puertos, canales y astilleros. Al hablar de sus relaciones comerciales con el
mundo exterior, Platón sugiere el uso de barcos capaces de atravesar el océano.
Los habitantes de la Atlántida
construían sus edificios con piedras rojas, blancas y negras. El templo de
Cleito y Poseidón estaba adornado con decoraciones de oro; sus muros eran de
plata, y lo rodeaba una muralla dorada. Allí, los diez reyes de la Atlántida
celebraban sus reuniones.
Según los datos proporcionados por
Platón, el ejército y la marina contaban con 1,210,000 hombres. Basándonos en
esta cifra, se podría estimar que la población total ascendía a varios
millones. Durante el último período de la historia de la Atlántida mencionado
por Platón, la nación estaba gobernada por los descendientes reales de
Poseidón. Poco antes de su desaparición, el Imperio Atlante se embarcó en una
expansión imperialista, con la intención de extender sus colonias hacia el
Mediterráneo.
Sin embargo, parece que en una época
anterior los atlantes se caracterizaban por su sabiduría y amabilidad. Según
Platón, "despreciaban todo, excepto la virtud". No daban gran valor a
"la posesión del oro y otras riquezas, que consideraban una carga; no se
dejaban seducir por el lujo, y la riqueza no les hacía perder la razón".
Los atlantes priorizaban la camaradería y la amistad sobre los bienes
materiales. Si fuera así, esto explicaría la economía sin dinero del antiguo
Imperio Inca, ya que, según muchos indicios, Perú podría haber sido una parte
del Estado atlante.
Según las Geórgicas de
Virgilio y las Elegías de Tibulo, la tierra era propiedad común en la
antigüedad. El recuerdo de una democracia ancestral en la antigua Grecia y Roma
se perpetuó en las festividades de las Saturnales, durante las cuales amos y
esclavos compartían bebida y danzaban juntos por un día completo. En su Engidu,
de hace cinco mil años, y en el poema de Uttu, los sumerios lamentaban
la desaparición de una estructura social en la que "no existían la
mentira, la enfermedad ni la vejez".
Platón relata la decadencia moral de
los atlantes, que se produjo cuando la avaricia y el egoísmo comenzaron a
prevalecer. Fue entonces cuando Zeus, “al ver que una raza memorable había
caído en un estado lamentable” y que “se alzaba en armas contra toda Europa y
Asia”, decidió imponerles un castigo terrible. Según el filósofo griego, “los
hombres imbuidos de un espíritu guerrero se hundieron en la tierra, y la isla
de la Atlántida desapareció de la misma forma, tragada por las aguas”.
Previendo la actitud escéptica de sus futuros lectores, Platón declara que su
historia, “aunque parezca extraña, es completamente verídica”. Hoy en día, su
relato encuentra un respaldo cada vez mayor en los descubrimientos científicos.
La exploración del lecho del Atlántico ha revelado la existencia de una cordillera que se extiende de norte a sur en medio del océano. Las Azores podrían ser los picos de esas montañas sumergidas que, según el relato de Platón, protegían la llanura central de los vientos fríos del norte. Cuando Critias menciona que las casas atlantes estaban construidas con piedras negras, blancas y rojas, esta afirmación se ve confirmada por el hallazgo de terrenos calcáreos blancos y rocas volcánicas negras y rojas en las Azores, restos que podrían corresponder a la legendaria Atlántida.
Los conocimientos adquiridos por la
ciencia moderna apoyan la posibilidad de que, en el pasado, existiera un centro
de alta civilización en medio del Atlántico. V. A. Obruchev, miembro de la
Academia de Ciencias de la URSS, ha sostenido durante mucho tiempo que la
existencia de la Atlántida “no es ni imposible ni descartable desde el punto de
vista geológico”. Incluso ha llegado a afirmar que los sondeos en la región
septentrional del océano Atlántico “podrían revelar, bajo las aguas, ruinas de
edificios y otros restos de una antigua civilización”.
El profesor N. Lednev, físico y
matemático moscovita, tras veinte años de investigación, concluyó que la
legendaria Atlántida no puede ser considerada un simple mito. Según él,
documentos históricos y monumentos culturales de la antigüedad demuestran que
la Atlántida “era una inmensa isla de cientos de kilómetros de extensión,
situada al oeste de Gibraltar”. Otro científico soviético, Catalina
Hagemeister, escribió en 1955 que, hace diez o doce mil años, cuando las aguas
de la corriente del Gulf Stream (Corriente del Golfo), llegaron al océano
Ártico, la Atlántida habría sido la barrera que desvió esa corriente hacia el
sur. “La Atlántida explica la aparición de la era glacial y también su final”,
afirmaba.
Groenlandia está cubierta por una
capa de hielo de unos 1,600 metros de espesor que nunca se derrite. Sin
embargo, Noruega, que se encuentra en la misma latitud, disfruta en verano de
una vegetación exuberante. El Gulf Stream calienta Escandinavia y el resto de
Europa, y a esta corriente cálida se la denomina acertadamente como la
“calefacción central” de nuestro continente.
Durante una serie de sondeos en el
lecho del Atlántico ecuatorial, el buque sueco Albatross descubrió, a
más de 3,219 metros de profundidad, rastros de plantas de agua dulce. El
profesor Hans Petterson, jefe de la expedición, sugirió que en ese lugar pudo
haberse hundido una isla.
Los foraminíferos son diminutos
organismos marinos con concha. Existen dos tipos principales: Globorotalia
menardii, que tiene una concha que gira en espiral hacia la derecha y
habita en aguas cálidas, y Globorotalia truncatulinoides, cuya concha
también gira a la derecha, pero puede vivir en aguas frías. Estos dos tipos de
foraminíferos sirven como indicadores de climas cálidos o fríos.
El tipo cálido no se encuentra por
encima de una línea que se extiende desde las Azores hasta las Canarias. El
foraminífero de aguas frías se localiza en el cuadrante nororiental del
Atlántico. La zona central del Atlántico, desde la costa occidental de África
hasta América Central, está densamente poblada por el tipo cálido de Globorotalia
menardii, aunque el tipo frío reaparece en el Atlántico ecuatorial. Esto
sugiere que la especie de foraminíferos de aguas templadas penetró hacia el
este a través de una barrera. ¿No podría haber sido la Atlántida esa barrera?
Los estudios realizados por el
Observatorio Geológico Lamont en los Estados Unidos han llevado a un
descubrimiento importante basado en la distribución de foraminíferos: hace
aproximadamente diez mil años, se produjo un súbito calentamiento de las aguas en
la superficie del Atlántico. Más aún, la transformación del tipo de
foraminíferos de "frío" a "cálido" se completó en un
periodo no mayor a cien años. De esto se desprende la conclusión de que, hacia
el año 8,000 A.C., se produjo un cambio climático catastrófico en el Atlántico.
En los análisis realizados, se
descubrió que los foraminíferos de aguas cálidas habían sustituido a los de
aguas frías en un lapso extremadamente corto, lo que indica una alteración
abrupta del clima oceánico. Esto refuerza la idea de que, en tiempos antiguos,
eventos geológicos significativos, como el hundimiento de la Atlántida,
pudieron haber desencadenado estos cambios climáticos.
Durante un sondeo submarino llevado a
cabo en 1949 por la Sociedad Geológica de América, se extrajo del lecho del
Atlántico, al sur de las Azores, una tonelada de discos de piedra caliza. Estos
discos tenían un diámetro medio de 15 centímetros y un grosor de 3,75
centímetros. En su centro presentaban una extraña cavidad; aunque eran
relativamente lisos por fuera, sus cavidades mostraban un aspecto rugoso. Estos
“bizcochos de mar”, difíciles de identificar, no parecían ser de origen
natural. Según el Observatorio Geológico Lamont de la Universidad de Columbia,
“el estado de litificación de la piedra caliza sugiere que pudo haberse
solidificado en condiciones subaéreas en una isla situada en medio del océano
hace unos doce mil años”.
Si se busca establecer la fecha de la
desaparición de la Atlántida, no se puede ignorar que la edad de la garganta
del Niágara, desde la desembocadura del río hasta la cascada actual, se estima
en 12,500 años. También es un hecho conocido que la elevación de la cordillera
alpina, hasta una altitud de 5,700 metros, ocurrió hace aproximadamente diez
mil años.
El uso del carbono radiactivo para
datar distintos materiales ha arrojado resultados muy significativos. En
tiempos antiguos, existió en las Bermudas un extenso bosque de cedros que hoy
en día se encuentra sumergido. Las pruebas realizadas con carbono 14 revelan
que este bosque desapareció hace aproximadamente once mil años. En el lago
Knockacran, en Irlanda, un depósito de barro perteneciente a la última capa
glacial ha sido datado en 11,787 años. Un bosque de abetos cerca de Two Creeks,
en Wisconsin, fue destruido por el avance de los glaciares hace unos once mil
años. También hace unos 10,800 años, bloques de hielo arrancaron abedules en el
norte de Alemania.
La datación mediante carbono
radiactivo de la civilización de Jericó indica una fecha de 6800 A.C. En ese
lugar se han encontrado reproducciones artísticas en yeso de cráneos de
individuos de un tipo egipcio refinado que vivían hace ocho mil años.
A partir de todas estas fechas, se
puede deducir que, hace once o doce mil años, se produjo una retirada de las
capas glaciares. Tras este último avance de los glaciares procedentes del Polo,
el clima se volvió más cálido. Alrededor del año 8000 A.C., en la Era
mesolítica, la capa de hielo comenzó a retroceder, abriendo nuevas tierras para
el ser humano, los animales y las plantas.
En resumen, los climas actuales
comenzaron a definirse entre el 10,000 y el 8,000 A.C. Durante ese período,
Europa y América del Norte experimentaron un clima considerablemente más
templado que en el pasado. La teoría de la Atlántida, que sostiene que este
continente desaparecido bloqueaba el paso del cálido Gulf Stream hacia el
norte, intentaría explicar este cambio climático. Sin embargo, a diferencia de
lo que ocurrió en Europa, vastas extensiones de Asia experimentaron cambios
climáticos en un sentido opuesto.
En 1958, el arqueólogo ruso V. A.
Ranov descubrió en las grutas del Pamir, a una altitud de 4,200 metros, varias
pinturas murales que representan un arte prehistórico en uno de los lugares más
altos del mundo. Estas pinturas, realizadas con un pigmento mineral rojo,
muestran animales como osos, jabalíes y avestruces, especies que actualmente no
podrían sobrevivir en el clima ártico del Pamir.
La clave para determinar la
antigüedad de estas pinturas se encontró en Markansu, donde los antiguos
habitantes dejaron herramientas y cenizas. Estas cenizas provienen de abedules
y cedros que ya no crecen en esa región, y el carbono 14 ha datado estos restos
en 9,500 años. Este rápido enfriamiento en el Pamir podría haberse debido a una
rápida elevación de la corteza terrestre causada por una perturbación
geológica.
Cerca del lago Sevan, en las montañas
de Armenia, se descubrió un cráneo de reno. La presencia de este animal__que
habita en llanuras__en las montañas del Cáucaso, es un enigma absoluto.
¿Ocurrió un cataclismo geológico que transformó una llanura en una región
montañosa? La mayoría de los expertos probablemente se resistirían a aceptar
esta hipótesis, aunque la datación del cráneo indica una antigüedad de doce mil
años, una cifra que coincide con la fecha tradicional de la desaparición de la
Atlántida bajo las aguas.
Al realizar pruebas con carbono 14 en
los restos de un mamut hallado en el norte de Siberia, se determinó que tenía
una antigüedad de doce mil años. Miles de estos animales parecen haber muerto
de forma súbita en esa época, como se evidencia por el hecho de que algunos
fueron encontrados en pie y con hierba aún fresca en la boca y el estómago.
Por otro lado, es importante señalar
que el mamut no era un animal adaptado al clima polar. A excepción de su largo
pelaje, la estructura y el grosor de su piel eran similares a los del elefante
de la India, que habita en regiones tropicales. La piel de estos animales
congelados está llena de corpúsculos de sangre roja, lo que demuestra que
murieron asfixiados, ya sea por el agua o por gases tóxicos.
El marfil extraído de los colmillos
de los mamuts ha sido un valioso objeto de comercio durante siglos. Según
Richard Lydekker, en las últimas décadas del siglo XIX se vendieron cerca de
veinte mil pares de colmillos en perfecto estado, lo que da una idea aproximada
de la gran cantidad de mamuts congelados que se han encontrado. Cabe destacar
que, para tallar el marfil, solo pueden utilizarse los colmillos de animales
que hayan muerto recientemente o que hayan estado congelados, ya que los
colmillos expuestos al aire se resecan y se vuelven inservibles. En las
regiones del norte de América y Asia, se han descubierto decenas de miles de
mamuts. Como solo se comercializaba el marfil de la mejor calidad, es evidente
que todos estos animales murieron de forma repentina.
El profesor Frank C. Hibben estima
que al final de la Era Glacial, unos cuarenta millones de animales perecieron
en América del Norte. "Fue una muerte catastrófica que no perdonó a
nadie", escribe. Las pruebas de datación con carbono 14 sugieren que los
restos humanos desaparecieron repentinamente del continente americano hace unos
10,400 años. ¿Fue el legendario Diluvio lo que borró a los seres humanos de la
superficie de América del Norte?
Si aceptamos esta hipótesis, las cifras de población mundial adquieren un nuevo significado. Hace dos mil años, en las dos Américas solo había alrededor de diez millones de habitantes. En ese mismo periodo, África tenía una población de 26 millones, Europa de 30 millones, y Asia de 133 millones. Estas cifras indican que la cuenca atlántica —incluyendo América, Europa y África— contaba solo con la mitad de la población de Asia. El hecho de que Asia tuviera una población tan elevada en tiempos antiguos podría explicarse por su alejamiento del lugar donde ocurrió un desastre geológico.
Entre los vascos existe una leyenda
que narra un cataclismo en el que libraron combate el agua y el fuego. Los
ancestros de los vascos se refugiaron en cuevas y lograron sobrevivir.
La lengua vasca presenta una afinidad
difícil de explicar con los dialectos de los indígenas de América. Se cuenta
que un misionero vasco pudo predicar en su lengua natal a los indios de Petén,
en Guatemala, quienes le comprendieron perfectamente.
Entre los vascos se conserva la
creencia en una serpiente mítica de siete cabezas, la "Erensugue",
que tiene paralelismos con el culto a la serpiente de los aztecas, al otro lado
del Atlántico. La antigua costumbre vasca de contar por veintenas en lugar de
decenas encuentra su equivalente en América Central, donde se utilizaba un
sistema aritmético similar. Los franceses, a su vez, heredaron de los vascos la
palabra quatrevingts (ochenta).
El juego de pelota vasca jai alai,
que se juega con un guante de mimbre atado a la muñeca (la cesta), recuerda de
inmediato al juego maya pok-a-tok.
Si comparamos a los vascos con otros
pueblos europeos, rápidamente se nota que son únicos en cuanto a la
distribución de grupos sanguíneos. Entre ellos, el grupo "O" es muy
común, mientras que el grupo "A" es relativamente raro y el grupo
"B" tiene la menor frecuencia de toda Europa. En cuanto a los
factores sanguíneos "Rh", los vascos tienen la frecuencia de "Rh
negativo" más alta de todas las poblaciones europeas y, con la posible
excepción de algunas tribus bereberes, la más alta del mundo. Todos estos indicadores
sugieren que los vascos son diferentes tanto de los franceses como de los
españoles.
Se cree que los vascos de los
Pirineos están relacionados con los hombres de Cro-Magnon, quienes ocupaban
áreas de Francia y España al final de la Era Glacial. No se parecían a los
habitantes actuales de esos países y no estaban emparentados con ninguna raza
del este. En su Historia de España, Rafael Altamira llega a la siguiente
conclusión: "Tal vez sean los únicos supervivientes de las tribus
prehistóricas que habitaban en las cuevas de los Pirineos, y que dejaron
numerosas pruebas de su habilidad técnica y su sentido artístico".
Los vascos son los únicos pueblos de
Europa occidental que han conservado la tradición de danzas animales y
totémicas propias de razas primitivas. Compartían con los antiguos egipcios y
los incas la creencia en la inmortalidad de un cuerpo no sepultado. Además, la
costumbre de reducir artificialmente las cabezas también persistió entre los
vascos, al igual que entre los pueblos indígenas de América Central.
Los hombres de Cro-Magnon tenían una
estatura elevada, aproximadamente 1.83 metros, y su caja craneal era más grande
que la de los seres humanos actuales, lo cual no es algo que se esperaría
encontrar en un habitante de las cavernas. Con su frente amplia y lisa y sus
pómulos prominentes, se asemejaban a los guanches de las Islas Canarias,
quienes son considerados como descendientes de los atlantes. Los hombres de
Cro-Magnon demostraron ser artistas talentosos, a pesar de que sus armas y
utensilios estuvieran hechos de piedra. Debido a la falta de materiales
adecuados, a los que estaban acostumbrados en su lugar de origen, estos hombres
usaron la piedra para fabricar objetos siguiendo los modelos de su civilización
ancestral.
Las pinturas rupestres, los dibujos y las esculturas de los Cro-Magnon durante la era magdaleniense, que datan de hace más de 11,000 años, ocupan un lugar destacado en la historia del arte. A menos que su civilización les hubiera sido legada por antepasados, resulta difícil entender cómo estos hombres de las cavernas vascas pudieron mostrar un talento artístico superior en su realismo dinámico y en su representación dramática, comparable al del antiguo Egipto o Sumer.
El poeta romano Ovidio, al describir
el Diluvio, nos proporciona una continuación de la crónica inconclusa de
Platón:
"Había tanta maldad sobre la
Tierra que la Justicia voló al cielo, y el rey de los dioses decidió exterminar
la raza humana... La ira de Júpiter se extendió más allá de su reino celestial.
Neptuno, su hermano de los mares azules, envió las olas en su ayuda. Neptuno
golpeó la tierra con su tridente, y esta tembló y se sacudió... Muy pronto, ya
no se distinguía la tierra del mar. Bajo las aguas, las ninfas Nereidas
observaban, asombradas, los bosques, las casas y las ciudades. Casi todos los
hombres perecieron ahogados, y aquellos que sobrevivieron, murieron de hambre
al carecer de alimentos".
Las leyendas del antiguo Egipto
relatan que el dios de las Aguas, Nu, incitó a su hijo Ra, dios del Sol, a
destruir por completo a la humanidad cuando las naciones se rebelaron contra
los dioses. Esto sugiere que la destrucción fue causada por una inundación
decretada por Nu, señor de los mares.
Un papiro de la XII dinastía, que
tiene más de tres mil años y se conserva en el Ermitage de Leningrado, menciona
la “isla de la Serpiente” y contiene el siguiente pasaje: “Cuando abandonéis
mi isla, no la volveréis a encontrar, pues este lugar desaparecerá bajo las
aguas del mar”.
Este antiguo documento egipcio
describe la caída de un meteoro y la catástrofe que siguió: “Una estrella
cayó del cielo y las llamas lo consumieron todo. Todos perecieron abrasados, y
solo yo logré salvarme. Pero al ver la montaña de cuerpos apilados, casi muero
de pena”.
Es casi imposible tener una idea
clara de los trastornos geológicos que destruyeron la Atlántida. Sin embargo,
la tradición y las escrituras sagradas de numerosas culturas nos proporcionan
un cuadro dramático de la catástrofe.
El épico poema de Gilgamés, que tiene
cuatro mil años de antigüedad, contiene un relato detallado del Diluvio y
lamenta la destrucción de un antiguo pueblo con las palabras: “Hubiera sido
mejor que el hambre devastara el mundo y no el Diluvio”.
La Biblia narra la historia del arca
de Noé que sobrevivió al gran Diluvio. En el Libro de Enoc, el patriarca
que advirtió a Noé del inminente desastre antes de ascender al cielo,
encontramos referencias significativas sobre el “fuego que vendrá del
Occidente” y “las grandes aguas que vendrán desde Occidente”.
Hace tan solo dieciocho siglos,
Luciano escribió una historia fascinante que ilustra cómo la tradición del gran
Diluvio persistió en el mundo antiguo. Los sacerdotes de Baalbek (actual
Líbano) tenían la curiosa costumbre de verter agua de mar, obtenida en el
Mediterráneo, en una grieta cercana al templo para conmemorar la desaparición
del Diluvio por ese sitio y la salvación de Deucalión. Para obtener esta agua,
debían realizar un viaje de cuatro días hasta el Mediterráneo y otros cuatro
días de regreso a Baalbek.
Cabe señalar que esta cavidad se
encuentra en el extremo norte de la gran grieta que se extiende hacia el sur
hasta el río Zambeze. Este rito sagrado podría reflejar la persistencia de un
recuerdo popular de un gran cataclismo.
Una leyenda transmitida entre los
bosquimanos habla de una vasta isla que existía al oeste de África y que fue
sumergida bajo las aguas, siendo una de las muchas leyendas que relatan la
desaparición de la Atlántida.
Al otro lado del Atlántico también se
encuentran extraordinarios testimonios de un cataclismo global. Esto parecería
natural si se acepta que la Atlántida estaba unida por lazos comerciales y
culturales no solo con Europa y África, sino también con las Américas.
Un códice maya afirma que “el cielo
se acercó a la tierra y todo pereció en un día; incluso las montañas
desaparecieron bajo el agua”. El Códice de Dresde describe gráficamente
la destrucción del mundo, mostrando una serpiente en el cielo que derrama
torrentes de agua por su boca. Los signos mayas incluyen eclipses del Sol y la
Luna. La diosa de la Luna, señora de la muerte, aparece en el documento con un
aspecto terrorífico, sosteniendo una copa invertida de la que fluye un torrente
de olas destructoras.
El libro sagrado de los mayas de
Guatemala, el Popol Vuh, da testimonio del carácter devastador del
desastre. Relata que en las alturas celestes se oía el estruendo de las llamas.
La tierra tembló, y los objetos se rebelaron contra el hombre. Una lluvia de
agua y brea descendió sobre la tierra. Los árboles se balanceaban, las casas se
desplomaban, las cavernas se derrumbaban, y el día se transformó en una noche
oscura.
El Chilam Balam del Yucatán
afirma que, en tiempos remotos, la tierra materna de los mayas fue engullida
por el mar, acompañada de violentos terremotos y erupciones volcánicas. En
Venezuela, existió antiguamente una tribu de indígenas blancos llamada parias,
que habitaba un pueblo con el significativo nombre de "Atlán". Esta
tribu mantenía la tradición de un desastre que destruyó su tierra natal, una
vasta isla en medio del océano.
Un estudio de la mitología indígena
americana revela que más de 130 tribus conservan leyendas relacionadas con una
catástrofe mundial. ¿Podemos, en cierta medida, utilizar la mitología y la
tradición para llenar los vacíos de la Historia? El profesor soviético I. A.
Efremov responde afirmativamente: "Los historiadores", insiste,
"deben mostrar más respeto hacia las tradiciones antiguas y el
folklore". Acusa a los académicos occidentales de exhibir un cierto
esnobismo frente a los relatos transmitidos por las personas comunes.
Una leyenda esquimal relata:
"Después vino un gran diluvio. Muchas personas se ahogaron, y su número
disminuyó". Los esquimales, al igual que los chinos, mantienen una curiosa
leyenda que narra cómo la tierra fue violentamente sacudida antes del Diluvio.
Un cambio en el eje terrestre podría
explicar un cataclismo de tal magnitud, pero la ciencia actual no ha
identificado causas que puedan provocar tal sacudida. La colisión con un
meteoro gigantesco podría haber causado la catástrofe atlante, o quizá, como
sugirió Hoerbiger, el impacto de un cuerpo celeste conocido actualmente como
"la luna". Los cráteres en Carolina del Norte y del Sur podrían ser
resultado de caídas de meteoros. Estos cráteres elípticos tienen un diámetro
promedio de 800 metros, con bordes elevados y una profundidad de entre 7,5 y 15
metros. Cabe señalar que en esta región se han encontrado numerosos meteoritos.
La teoría del deslizamiento de la
corteza terrestre, formulada en Estados Unidos por el doctor Charles Hapgood,
también merece atención. Según su hipótesis, la delgada corteza terrestre se
desplazaría hacia adelante y hacia atrás sobre una bola de fuego, siendo el
peso de las capas de hielo en los polos lo que desencadenaría este
deslizamiento. El doctor Hapgood explica así la presencia de corales fósiles en
el Ártico y el movimiento de los glaciares hacia el norte en el Himalaya.
Si la corteza terrestre fuese móvil,
un impacto con un asteroide podría haber provocado un desplazamiento de esta
capa. Esto no es ciencia ficción, sino una posibilidad astronómica; basta
recordar que, en octubre de 1937, nuestro planeta evitó por apenas cinco horas
y media la colisión con un planetoide.
El profesor N. S.
Vetchinkin propone una explicación para el misterio de la Atlántida y el
Diluvio: "La caída de un meteorito gigante fue la causa de la destrucción
de la Atlántida. Las huellas de meteoritos gigantes son claramente visibles en
la superficie de la Luna, donde se observan cráteres de hasta 200 kilómetros de
diámetro, mientras que en la Tierra no superan los tres kilómetros. Al caer en
el mar, estos meteoritos gigantes habrían provocado una marea tan alta que no
solo habría sumergido el mundo vegetal y animal, sino también colinas y
montañas".
El recuerdo del cataclismo atlante
perdura en los mitos de muchos pueblos. Al estudiarlos, se puede deducir que la
magnitud y el impacto de la catástrofe variaron según la ubicación geográfica.
Los quichés de Guatemala relatan una
"lluvia negra" que cayó del cielo justo cuando un terremoto destruía
casas y cuevas. Esto sugiere un violento movimiento tectónico en el Atlántico,
con humo, cenizas y vapor que se elevaron desde las aguas hirvientes hasta la
estratosfera y fueron arrastrados hacia el oeste por la rotación de la Tierra,
provocando la lluvia negra en América Central.
Las leyendas quichés encuentran eco
en las de los indígenas de la Amazonia, que narran cómo, tras una terrible
explosión, el mundo quedó sumido en tinieblas. Los indígenas del Perú añaden
que el agua subió hasta la altura de las montañas.
En la cuenca mediterránea, las
historias sobre el Diluvio son más abundantes que las relativas a fenómenos
volcánicos. La mitología griega habla de mareas cuyas olas subieron hasta las
copas de los árboles, dejando peces atrapados en sus ramas. El Zend-Avesta
afirma que en Persia el Diluvio alcanzó la altura de un hombre.
Más al este, documentos antiguos
chinos relatan cómo el mar retrocedió hacia el sudeste. Esta visión de un
cataclismo global es totalmente plausible. Una marea gigantesca en el Atlántico
debió causar un reflujo en el otro lado del globo, en el océano Pacífico.
En apoyo de esta teoría, existen
numerosos testimonios interesantes. En el antiguo México, se celebraba una
fiesta en conmemoración de un acontecimiento en el que las constelaciones
adquirieron un aspecto diferente. Según los indígenas, los cielos no siempre
habían tenido la misma apariencia que hoy.
Martinus Martini, un misionero
jesuita que trabajó en China en el siglo XVII, relata en su Historia de
China que antiguas crónicas describen un tiempo en el que el cielo comenzó
súbitamente a inclinarse hacia el norte. El Sol, la Luna y los planetas
cambiaron su curso tras una conmoción ocurrida en la Tierra. Esto constituye
una indicación clara de un violento sacudón de la Tierra, siendo esta la única
explicación posible para los fenómenos astronómicos descritos en los documentos
chinos.
En la tumba de Senmut, el arquitecto
de la reina Hatshepsut, se encontraron dos representaciones de la bóveda
celeste pintadas en el techo. En uno de estos mapas, los puntos cardinales
están correctamente orientados, mientras que en el otro están invertidos, como
si la Tierra hubiera sufrido un impacto.
El papiro Harris menciona que la
Tierra se invirtió durante un cataclismo cósmico. De manera similar, los
papiros del Ermitage en Leningrado y el papiro de Ipuwer también hacen
referencia a esta inversión de la Tierra.
Los indígenas que habitan a orillas
del curso inferior del río Mackenzie, en el norte de Canadá, narran que durante
el Diluvio una ola de calor insoportable se abatió sobre su región ártica,
seguida súbitamente de un frío glacial. Un desplazamiento de la atmósfera,
provocado por una sacudida del globo terráqueo, podría explicar estos cambios
bruscos de temperatura que describen los indios del Canadá.
De todos estos testimonios del pasado se deduce que la catástrofe de la Atlántida fue violenta y terrorífica.
Un poderoso imperio situado en medio
del océano Atlántico debió de tener colonias en Europa, África y América.
Existen múltiples datos que respaldan esta suposición.
El antiguo Egipto erigió pirámides de
proporciones colosales. Babilonia construyó zigurats, torres escalonadas que
combinaban estudios astronómicos con el culto religioso. Los antiguos pueblos
de América Central y del Sur también construyeron enormes pirámides que servían
como templos, observatorios y tumbas. Aunque la distancia entre México,
Babilonia y Egipto es considerable, la costumbre de construir pirámides en
ambas orillas del Atlántico podría explicarse si asumimos que su origen fue la
Atlántida, y que esta tradición se extendió posteriormente hacia el Este y el
Oeste.
Según una teoría en boga, las
pirámides serían simplemente la expresión de una necesidad de erigir montañas
artificiales. Esto podría ser válido para las llanuras de Egipto y Mesopotamia,
pero no explica la presencia de pirámides en el terreno montañoso de México y
Perú. Es evidente que deben existir otras razones que llevaron a la
construcción de pirámides similares a ambos lados del Atlántico; una tradición
heredada de la Atlántida podría ser una de esas razones.
Flavio Josefo, historiador judío del
siglo I, señala que Nemrod construyó la torre de Babel para tener un refugio en
caso de que se produjera un segundo Diluvio. El cronista mexicano Ixtlilxóchitl
relata que los toltecas construyeron una "zacuali" (torre) muy alta
con el mismo propósito de refugiarse si el mundo volvía a ser destruido.
Algunos críticos aseguran que las
pirámides en Asia, África y América surgieron de forma independiente, sin un
origen común, como sostienen los atlantólogos. No obstante, es válido
preguntarse cómo podrían tener un propósito idéntico en lugares tan distantes
como Babilonia y México sin un origen común. Tanto Josefo como Ixtlilxóchitl
coinciden en que estas estructuras tenían el fin de servir como refugio en caso
de un nuevo Diluvio.
En América Central, los pueblos han
vivido siempre con la expectativa de un fin del mundo; de ahí surgieron los
sacrificios humanos, que, según los aztecas, apaciguaban a los dioses enojados
para evitar otro desastre.
Los olmecas, predecesores de los
mayas y los aztecas, podrían haber sido súbditos del imperio atlante. Cuando
los arqueólogos no pudieron determinar la edad de la pirámide de Cuicuilco,
cerca de la ciudad de México, recurrieron a los geólogos, ya que la mitad de la
estructura estaba cubierta de lava solidificada. La respuesta fue sorprendente:
"Hace ocho mil años". Si esta conclusión es correcta, demostraría la
existencia de una civilización avanzada en América Central en una época
extremadamente remota.
Cuzco, conocida como la "Ciudad Imperial", fue la capital del Imperio Inca y es actualmente una de las ciudades más emblemáticas de Perú. Ubicada en el sureste del país, a una altitud de aproximadamente 3.400 metros sobre el nivel del mar, Cuzco es un testimonio viviente de una cultura megalítica ancestral.
A solo 2 kilómetros al norte de la ciudad se encuentra Sacsayhuamán, una imponente fortaleza ceremonial. Este complejo arqueológico es uno de los más extraordinarios y misteriosos del mundo. Destaca por sus enormes muros megalíticos, algunos de los cuales alcanzan hasta 5 metros de altura, con algunas piedras que pesan más de 120 toneladas. La precisión con la que estas piedras fueron talladas y encajadas sin el uso de mortero es asombrosa, lo que demuestra no solo un avanzado conocimiento arquitectónico, sino una tecnología o conocimiento para tratar la piedra, totalmente fuera del alcance de nuestra actual tecnología. En esas piedras no hay ni un solo golpe de cincel. Pero más allá de la pregunta de quienes o cuándo, la que surge es, ¿cómo?
¿Qué maravillosa civilización avanzada pudo construir algo así? Los incas no, solo hay que ver sus herramientas y las construcciones superpuestas a las que ya existían. Pasa lo mismo con la Gran Pirámide y las dinastías egipcias, como hemos señalado más arriba; el templo de Baalbeck; los muros de Ahu Vinapu en Rapa Nui, a más de 3,200 quilómetros de Cuzco; Alaca Höyük en Turquía; templo de Khafre en Egipto; la piedra ceremonial de Machu Pichu, etc. Si vemos todos esos bloques tallados de forma poligonal, el encaje perfecto sin necesidad de argamasa, y la necesidad de transportar bloques de tanto peso, enseguida nos damos cuenta de que todos los lugares mencionados compartían una misma cultura y tecnología, solo atribuible, a mi entender, a una civilización mucho más desarrollada de lo que está actualmente la nuestra.
En la ladera de Sacsayhuamán, hay una entrada secreta, casi oculta a la vista, se conoce como el Templo de la Luna. Es un lugar extraño y complicado, con un aire de misterio, como toda la colina. En un estrecho pasadizo, rodeado de silencio, aparece a nuestros ojos una tecnología incomprensible y sin sentido para nuestro actual conocimiento.
A la entrada nos encontramos con una serpiente grabada en la pared, pero en relieve; su cuerpo brillante parece casi vivo al tacto. Al adentrarnos en el túnel aparecen figuras todavía más enigmáticas, todas esculpidas en la pared de piedra. El suelo está perfectamente nivelado y junto con el zócalo de piedra demuestra, claramente, que es una creación humana.
Este zócalo o altar, está perfectamente iluminado, a través de la grieta de entrada, tanto por el sol como por la luna. De ahí su nombre.
En el mismo complejo, en otro lugar conocido como Chicana Chica, que significa "lugar donde uno se pierde", nos encontramos con un túnel donde se puede observar la piedra perfectamente moldeada. Pero, ¿cómo se puede "moldear " la piedra? Aquí la piedra aparece con un brillo metálico y muy suave al tacto, un proceso que se conoce como vitrificación. No sabemos cómo lo hicieron, pero sabemos que lo hicieron. La única explicación que yo le veo, es que esta civilización, fuese la que fuese, tenía un conocimiento y manejo de la materia al que nosotros tal vez llegaremos dentro de miles de años.
Muchos atlantólogos sostienen que el
emblema de la cruz proviene de la Atlántida, ya que fue venerado en todas sus
supuestas colonias. La cruz era un símbolo predominante en la antigua América.
En Egipto, numerosas deidades están representadas con la cruz de tau y la cruz
de Malta. Los monarcas y guerreros de Asiria y Babilonia llevaban cruces como
talismanes sagrados.
El culto al Sol fue transmitido por
la Atlántida a las antiguas civilizaciones. Los atlantólogos citan como ejemplo
la adoración simultánea del Sol en Egipto y Perú, así como las dinastías
solares que reinaron en ambos territorios.
El papiro de Turín menciona a Ra,
dios del Sol, y relata un gran desastre causado por el Diluvio y por incendios.
Algunos investigadores concluyen que el culto al Sol fue traído a Egipto desde
la Atlántida.
Los egipcios creían en un reino de
los muertos situado al oeste, llamado "Amenti". Si este reino
corresponde al continente sumergido de la Atlántida, la legendaria dinastía de
semidioses que reinó en Egipto sería la dinastía de los soberanos atlantes.
Según una antigua tradición, los reyes atlantes se habrían trasladado a Egipto
500 años antes del colapso final, previendo la desaparición de su continente, y
habrían fundado allí la Dinastía de los Muertos.
Los sacerdotes aztecas preservaban el
recuerdo de "Aztlán", una tierra ubicada al este, de donde llegó
Quetzalcóatl, portador de la civilización. Los incas creían en Viracocha, quien
vino desde el este. Los documentos más antiguos de Egipto mencionan a Thot, o
Tehuti, que llegó desde un país occidental para llevar la civilización y la
ciencia al valle del Nilo.
Los antiguos griegos cantaban sobre
los Campos Elíseos, situados al oeste en la isla de los Bienaventurados, y
ubicaban Tartaria, el reino de los muertos, bajo las montañas de una isla en el
océano occidental.
Mientras que los griegos y egipcios
situaban esta isla hacia el oeste, los indígenas de América apuntaban hacia el
este al referirse al país de Quetzalcóatl o Viracocha. Este país, al oeste del
Mediterráneo y al este de las Américas, no era otro que la Atlántida, el
continente que se sumergió bajo el océano Atlántico.
Aunque muchas religiones antiguas
creían en la inmortalidad del alma, solo los peruanos y egipcios sostenían que
el alma permanecía junto al cuerpo y mantenía contacto con él, lo que llevó a
la costumbre de embalsamar los cuerpos.
La creencia en reyes divinos
provenientes del este fue una de las causas que facilitó la derrota de los
aztecas y los incas ante los conquistadores.
Cuando Colón llegó a las Antillas,
los indígenas lo recibieron con gran reverencia, besando sus manos y pies,
creyendo que los hombres blancos provenían de los dioses.
Moctezuma, el último emperador
azteca, afirmó a Cortés que "sus ancestros no habían nacido aquí, sino que
provenían de un país lejano llamado Aztlán, con altas montañas y jardines
habitados por dioses". Moctezuma añadió que él solo reinaba como delegado
de Quetzalcóatl, el señor de un imperio oriental.
El Popol Vuh de los mayas
menciona la antigua tradición de los príncipes de viajar al este a través de
los mares para "recibir la investidura del reino".
La facilidad con la que Cortés y
Pizarro lograron la victoria proporciona una prueba adicional de la existencia
de la Atlántida en un pasado remoto. Las tradiciones de los aztecas y los
incas, conservadas por sus sacerdotes, veneraban a poderosos señores que
provenían del país del Sol naciente. Estos señores eran descritos como hombres
altos, de piel blanca y con barba. Cuando los aventureros españoles aparecieron
ante ellos, fueron inmediatamente identificados como representantes del
legendario imperio del océano Atlántico. Al principio, los seguidores de
Moctezuma y Atahualpa recibieron con los brazos abiertos a los hombres blancos,
porque durante mucho tiempo habían esperado su llegada.
Esta firme creencia en un Estado
soberano situado en el país del Sol naciente fue una de las principales razones
que facilitaron la caída de los poderosos imperios de México y Perú. La
expectativa de visitas regulares que los emperadores atlantes harían a sus
colonias en América resultó fatal para las civilizaciones del Nuevo Mundo.
Cristóbal Molina, sacerdote español
establecido en Cuzco, Perú, escribió en el siglo XVI que los incas habían
recibido de Manco Capac un relato completo sobre el gran Diluvio. Según la
tradición, antes del Diluvio existió un Estado planetario donde se hablaba una
sola lengua. Este Estado era, sin duda, la legendaria Atlántida.
A pesar de las enormes distancias que
los separan, Israel, Babilonia en Asia Menor, y México en América Central,
conservan en sus escrituras sagradas esta misma creencia. La Biblia menciona un
tiempo en el que solo existía una raza y una lengua en el mundo. Solo después
de la construcción de la Torre de Babel aparecieron numerosos dialectos, y la
gente dejó de entenderse.
Beroso, un historiador babilonio,
relata un período en el que una antigua nación se enorgullecía tanto de su
poder y gloria que comenzó a despreciar a los dioses. En respuesta,
construyeron en Babilonia una torre tan alta que su cúspide casi tocaba el cielo;
pero los vientos, aliados con los dioses, derribaron la torre, cuyas ruinas
recibieron el nombre de "Babel". Hasta ese momento, los hombres solo
hablaban una misma lengua.
Curiosamente, en México, las crónicas
toltecas contienen un relato similar sobre la construcción de una alta pirámide
y la aparición de numerosas lenguas. Si consideramos la construcción de la
Torre de Babel como un hecho histórico y no como una fábula, esto demostraría
la existencia, en tiempos antiguos, de un imperio mundial en el que se hablaba
una sola lengua.
Un Estado planetario semejante no
habría sido posible sin rutas de comunicación organizadas y un nivel de
conocimientos tecnológicos avanzados. Esto nos lleva a considerar la
posibilidad de que existiera una ciencia desarrollada en una era prehistórica, antediluviana.
Es significativo que los antiguos agricultores de América Central y del Sur cultivaran más tipos de cereales y plantas medicinales que cualquier otra cultura en el mundo. En las épocas preincaica e incaica, en los Andes y en la región superior del Amazonas, existían al menos 240 variedades de patatas y 20 tipos de maíz. Productos como los pepinos, tomates, patatas, calabazas, frijoles, fresas y el chocolate, que hoy disfrutamos, son originarios del Nuevo Mundo. Esto plantea la pregunta: ¿heredaron el antiguo Perú y México sus conocimientos agrícolas de la Atlántida?
Existe otro vínculo a través del
Atlántico entre el antiguo Egipto y el antiguo Perú: ambos utilizaban un calendario
compuesto por dieciocho meses de veinte días, con una festividad de cinco días
al final del año. ¿Es esto una simple coincidencia o una tradición heredada de
una misma fuente?
Un análisis de estos antiguos
calendarios nos permite aproximar la fecha de la desaparición de la Atlántida.
El primer año del calendario de Zoroastro, cuando "comenzó el
tiempo", corresponde al 9,600 a.C. Esta fecha coincide con la que los sacerdotes
egipcios mencionaron en su conversación con Solón para la desaparición de la
Atlántida, alrededor del 9,560 a.C.
Los antiguos egipcios medían el
tiempo en ciclos solares de 1,460 años. El fin de su último ciclo astronómico
ocurrió en el año 139 d.C. Desde esa fecha, se pueden rastrear ocho ciclos
solares hasta el año 11,542 a.C. Los asirios utilizaban un calendario lunar con
períodos de 1,805 años; el último de estos ciclos finalizó en el año 712 a.C. A
partir de esta fecha, podemos retroceder seis ciclos lunares hasta llegar al
11,542 a.C. Esto implica que tanto el calendario solar egipcio como el sistema
lunar asirio convergen en el mismo año, sugiriendo que ese fue el inicio de
ambos calendarios.
Los brahmanes de la India calculan el
tiempo en ciclos de 2,850 años a partir del 3,102 a.C. Tres de estos ciclos
suman 8,550 años, lo que, al añadir 3,102 a.C., nos da la fecha de 11,652 a.C.
El calendario maya demuestra que los
antiguos pueblos de América Central utilizaban ciclos de 2,760 años. Una etapa
comenzó en el año 3,373 a.C. Tres períodos de 2,760 años, es decir, 8,280 años,
sumados a 3,373 a.C., nos llevan a la fecha de 11,653 a.C., muy cercana a la
establecida por los sabios de la India.
El Codex Vaticanus A-3738
contiene una cronología azteca en la que el primer ciclo concluye con un
diluvio tras 4,008 años. El segundo ciclo de 4,010 años terminó con un huracán;
el tercero de 4,801 años finalizó con incendios, y el cuarto, que duró 5,042
años, trajo consigo hambre. La quinta y actual era comenzó en 751 a.C. La
duración total de los cuatro ciclos mencionados en el códice es de 17,861 años,
remontándose a la increíblemente remota fecha de 18,612 a.C.
El obispo Diego de Landa, en 1566,
escribió que en su tiempo los mayas databan su calendario a partir de una fecha
que correspondía al 3,113 a.C. en la cronología europea. Según los mayas, antes
de esta fecha habían transcurrido 5,125 años en ciclos anteriores, lo que
situaría el origen de los antiguos mayas en el año 8,238 a.C., una fecha
cercana al cataclismo que destruyó la Atlántida.
Basándonos en todas estas fechas que
sugieren una cronología para la Atlántida, podemos formular la hipótesis de
que, hace miles de años, la humanidad ya poseía amplios conocimientos
astronómicos dignos de una civilización avanzada.
El día más largo en el calendario
maya constaba de 13 horas, mientras que el más corto tenía 11. En el antiguo
Egipto, el día más largo era de 12 horas y 55 minutos, y el más corto de 11
horas y 55 minutos, cifras casi idénticas a las de los mayas. Sin embargo, lo
más sorprendente es que 12 horas y 55 minutos no es la duración real del día
más largo en Egipto, sino en Sudán. Intentando explicar esta discrepancia, el
doctor L. Zajdler, de Varsovia, sugirió que este cálculo provenía de la
Atlántida, que habría estado situada en una región tropical.
Arthur Posnansky, un arqueólogo de La
Paz, Bolivia, afirmó que el Templo del Sol en Tiahuanaco fue abandonado de
forma repentina alrededor del 9550 a.C. Esta fecha nos resulta familiar, ya que
coincide con lo que los sacerdotes de Sais dijeron a Solón sobre la destrucción
de la Atlántida en el 9560 a.C.
Según el científico soviético E. F.
Hagemeister, la ciencia puede afirmar que “el fin de la Era Glacial en Europa,
la aparición del Gulf Stream y la desaparición de la Atlántida
ocurrieron simultáneamente hacia el año 10,000 a.C.”.
No todos los investigadores coinciden en sus teorías sobre la Atlántida. Algunos, a pesar de las evidencias, rechazan la teoría por completo; otros intentan situar la Atlántida en el Mediterráneo, o incluso en España o Alemania. Sin embargo, esta no es la Atlántida de Platón ni de los sabios egipcios, quienes claramente la ubicaban “ante las Columnas de Hércules, en el océano Atlántico”.
La mitología y los antiguos escritos
relatan que el último día de la Atlántida estuvo marcado por una inmensa
catástrofe: olas tan altas como montañas, huracanes, erupciones volcánicas y
terremotos sacudieron el planeta. La civilización sufrió un retroceso
significativo y la humanidad superviviente quedó reducida al estado de
barbarie.
Las tablillas sumerias del Canto
de Gilgamesh relatan la historia de Utnapishtim, el primer ancestro de la
humanidad actual, quien fue el único en sobrevivir a un inmenso diluvio junto a
su familia. Encontró refugio en un arca junto con animales y aves. El relato
bíblico del Arca de Noé parece ser una versión posterior de esta historia.
El Zend-Avesta iraní presenta
un relato similar. El dios Ahura Mazda ordenó al patriarca Yima que se
preparara para el Diluvio abriendo una cueva en la que se preservaron animales
y plantas necesarios para los humanos. Así fue como la civilización pudo
renacer tras la destrucción provocada por el Diluvio.
El Mahabharata hindú relata
cómo Brahma apareció bajo la forma de un pez ante Manu, el padre de la
humanidad, para advertirle del inminente Diluvio. Le aconsejó construir un
barco y embarcar en él a “los siete Rishis (sabios) y todas las semillas
necesarias para la supervivencia”. Manu siguió las indicaciones de Brahma y
navegó durante años sobre aguas turbulentas antes de llegar a las montañas del
Himalaya.
La tradición hindú señala a Manali,
en el valle de Kulu, como el lugar donde Manu desembarcó. Esta región es
conocida como "Aryavarta", la tierra de los arios.
La similitud entre los relatos de Noé
y de Manu no parece ser una simple coincidencia. En todos los relatos del gran
Diluvio, ciertos personajes elegidos reciben un conocimiento previo sobre la
proximidad de la catástrofe.
La salida de la Atlántida, condenada
a desaparecer, se realizó tanto por mar como por aire. Aunque esta teoría pueda
parecer fantástica, está respaldada por numerosas tradiciones históricas.
Entre los esquimales, existe una
leyenda según la cual fueron transportados al Ártico por gigantescos “pájaros
metálicos”. Esto sugiere la posibilidad de que existieran aviones en aquella
época prehistórica.
Los aborígenes del norte de Australia
tienen una leyenda sobre el Diluvio y los “hombres-pájaros”. Según ellos,
Karan, el jefe tribal, dio alas a Waark y Weirk cuando “el mar cubrió el país
entero, incluyendo las colinas y los árboles”. Karan, él mismo, se elevó hacia
el cielo acompañado por los hombres-pájaros.
El Canto de Gilgamesh describe
vívidamente el desastre:
"Una nube negra se levantó desde
los confines del cielo. Todo lo claro se volvió oscuro. El hermano no veía a su
hermano. Los habitantes del cielo no se reconocían entre sí. Los dioses
temieron el Diluvio. Huyeron y se refugiaron en el cielo de Anu."
¿Quiénes eran esos "habitantes
del cielo"? ¿Y quiénes eran esos dioses que temían el Diluvio y se
refugiaron en los cielos? Si se tratara de seres etéreos, no habrían temido el
furor de los elementos. Es razonable suponer que estos "habitantes del
cielo" eran, en realidad, los líderes atlantes que poseían aviones o
incluso astronaves.
¿Quiénes son los visitantes del cielo
que, en nuestros días y bajo el manto de la noche, crean esas figuras perfectas,
maravillosas y misteriosas en los campos de cultivo de Inglaterra y medio mundo?
[1]
En la religión sumeria, el “cielo de
Anu” era el dominio de Anu, padre de los dioses, y estaba asociado con las
"grandes alturas" y "profundidades", lo que hoy llamaríamos
"el espacio". Según esta interpretación, los líderes atlantes podrían
haber abandonado la Tierra en naves espaciales.
El Libro de Dzyan, que Hélène
Blavatsky afirmó haber recibido en el Himalaya, relata:
“Llegaron las primeras Grandes Aguas
y devoraron las Siete Grandes Islas. Todo lo que era puro fue salvado; todo lo
impuro fue aniquilado”.
Un antiguo comentario de este libro
explica con claridad cómo se produjo el éxodo de la Atlántida. En previsión de
la catástrofe inminente, el Gran Rey, “de rostro deslumbrante”, envió sus naves
aéreas a los jefes, sus hermanos, con el mensaje: "Preparaos, levantaos,
hombres de la Buena Ley, y atravesad la Tierra mientras todavía está seca”.
Este plan se mantuvo en secreto
frente a los poderosos y malvados líderes del imperio. Durante una noche
oscura, mientras el pueblo de la "Buena Ley" ya estaba a salvo, el
Gran Rey reunió a sus vasallos, escondió su “rostro deslumbrante” y lloró.
Cuando llegó el momento, los príncipes embarcaron en vimanas (naves
aéreas) y guiaron a sus pueblos hacia las tierras del Este y del Norte, hacia
África y Europa. Mientras tanto, una lluvia de meteoritos cayó en masa sobre el
reino de la Atlántida, donde dormían los “impuros”.
Si bien la posibilidad de un éxodo
desde la Atlántida por vía aérea puede parecer inverosímil, merece un examen
científico. De hecho, la Enciclopedia de los Viajes Interplanetarios,
publicada en la URSS por el profesor N. A. Rynin, incluye una ilustración en la
que se ve a los Grandes Sacerdotes atlantes elevándose en aviones mientras la
Atlántida se hunde en el océano.
En la era prediluviana, es probable
que muy pocas personas tuvieran acceso a aviones o astronaves; incluso hoy en
día, solo las compañías comerciales, los gobiernos y contados multimillonarios poseen
aviones y cohetes espaciales. La situación en la Atlántida no debió de ser
diferente.
Los babilonios conservaron el
recuerdo de astronautas y aviadores prehistóricos en la figura de Etana,
"el hombre volador". En el Museo de Berlín, se exhibe un sello
cilíndrico en el que Etana aparece surcando los cielos sobre el lomo de un águila,
entre el Sol y la Luna.
En Palenque, México, se puede
observar una imagen intrigante en un sarcófago extraído de una pirámide
descubierta por el arqueólogo Alberto Ruz Lhuillier. La representación muestra,
en estilo maya, a un hombre sentado sobre una máquina similar a un cohete que
emite llamas por un tubo de escape. El hombre está inclinado hacia adelante,
con las manos apoyadas en unas barras. El cono del proyectil contiene varios
objetos misteriosos que podrían ser partes de su mecanismo. Tras analizar
numerosos códices mayas, los investigadores franceses Tarade y Millou
concluyeron que se trata de un astronauta a bordo de una nave espacial, tal
como la imaginaban los mayas. Más adelante lo veremos con detalle.
Los jeroglíficos que rodean la imagen representan al Sol, la Luna y la Estrella Polar, lo que refuerza la interpretación cósmica. Sin embargo, las fechas marcadas en la tumba —603 y 663 d.C.— generan dudas. Si el sacerdote enterrado no era simplemente un astrónomo, sino un guardián de la tradición de los “dioses estelares” de América Central, el relieve podría simbolizar viajes espaciales en tiempos antiguos.
¿Cuál era el nivel de conocimientos
de los atlantes antes del cataclismo? Platón menciona que, en sus últimos días,
los atlantes se dedicaron a conquistas e imperialismo. Las escrituras hindúes
como el Samsaptakabadha hablan de aviones impulsados por "fuerzas
celestes" y de un proyectil que contenía "la potencia del
Universo", cuyo brillo era comparable al de "diez mil soles". Se
menciona que los dioses temieron que este poder redujera el mundo a cenizas.
El Mausola Purva, un texto en
sánscrito, describe un "arma desconocida, un hierro que lanza rayos, un
mensajero gigante de la muerte que redujo a cenizas razas enteras; los cuerpos
se volvieron irreconocibles, el cabello y las uñas se desprendieron, y los
pájaros se tornaron blancos". Tras unas horas, todos los alimentos
quedaron contaminados.
Alexander Gorbovsky, en su obra Enigmas
de la Antigüedad, menciona que un esqueleto encontrado en la India tenía
niveles de radiactividad 50 veces superiores a lo normal. ¿Podría ser que el Mausola
Purva esté narrando un hecho histórico más que una simple leyenda?
E. Zehren, en su obra Die
Biblischen Hügel, se pregunta qué fuerza pudo haber fundido los ladrillos
de las ruinas de Borsippa, identificadas a menudo con la Torre de Babel. Su
conclusión es que solo "un rayo monstruoso o una bomba atómica"
podría haberlo logrado.
El profesor Frederick Soddy, pionero de la física nuclear y ganador del Premio Nobel, escribió en 1909 que no se puede descartar la posibilidad de que civilizaciones desaparecidas hubieran alcanzado no solo nuestro nivel actual de conocimiento, sino también poderes que aún no poseemos, como la energía nuclear.
El autor alemán K. K. Doberer sugiere
en su libro Los Fabricantes de Oro que los sabios atlantes vislumbraron
la posibilidad de escapar al peligro emigrando a través del Mediterráneo hacia
el Este, estableciendo colonias en el Tíbet.
Esta hipótesis puede estar más cerca
de la verdad de lo que parece. Los grandes sacerdotes y príncipes de la
"Buena Ley" pudieron haber sido transportados por los aires, llevando
consigo los logros de su civilización y su conocimiento técnico. Al
establecerse en comunidades aisladas, habrían podido desarrollar sus ciencias,
alcanzando niveles que nuestras academias actuales ni siquiera imaginarían.
Numerosos testimonios apoyan esta teoría, que a primera vista puede parecer
fantástica.
El Mahabharata hindú habla de
una era arcaica en la que aviones surcaban los cielos y bombas devastadoras
destruían ciudades enteras. En vísperas del cataclismo geológico, un grupo de
sabios comprendió que su civilización estaba condenada, y tomaron la decisión
de retirarse a lugares inaccesibles de la Tierra. Excavaron refugios secretos
en las montañas y eligieron valles ocultos en el corazón del Himalaya para
preservar el conocimiento en beneficio de las generaciones futuras.
Cuando la Atlántida fue engullida por el océano, las colonias supervivientes tuvieron tiempo de erigir una utopía, evitando los errores del imperio destruido. Estas comunidades, protegidas por su aislamiento, florecieron lejos de la barbarie y la ignorancia. Decidieron romper todo contacto con el mundo exterior y se dedicaron a la ciencia, superando incluso a sus antecesores atlantes.
El explorador Ferdinand Ossendowski
relata en su libro que, según los mongoles, en otro tiempo existieron dos
continentes, uno en el Atlántico y otro en el Pacífico, que fueron sumergidos.
Parte de sus habitantes se refugió en vastos albergues subterráneos, donde una
luz especial permitía el crecimiento de plantas, asegurando la supervivencia de
una tribu prehistórica que alcanzó un alto nivel de conocimientos.
El célebre explorador y artista
Nicolás Roerich, durante sus expediciones en Asia Central, descubrió largos
túneles subterráneos y escuchó relatos de indígenas sobre misteriosos
visitantes que emergían ocasionalmente para comerciar en las ciudades. Estos
visitantes utilizaban monedas antiguas que nadie podía identificar.
Roerich y su equipo observaron en
1926 un objeto circular luminoso sobrevolando el Karakorum. El objeto cambió de
rumbo bruscamente ante sus ojos. En esa época, no había aviones ni dirigibles
sobrevolando Asia Central. ¿Podría tratarse de una nave proveniente de una
civilización subterránea?
Los testimonios recopilados a lo
largo de los siglos sobre civilizaciones subterráneas, en regiones como el
Tíbet, Mongolia y otras partes del mundo, sugieren que hubo grupos que
sobrevivieron al cataclismo atlante y lograron preservar su avanzada civilización
en lugares ocultos. Estas comunidades, aisladas y secretas, habrían contribuido
silenciosamente al desarrollo de la humanidad, resguardando el saber antiguo
para el futuro.
El doctor Lao-Tsin menciona a
continuación la "torre de Shambhala" y los laboratorios que lo
dejaron asombrado. Tanto él como su compañero pudieron ser testigos de los
grandes avances científicos alcanzados por los habitantes de ese valle. Incluso
presenciaron experimentos telepáticos realizados a grandes distancias. El
médico chino podría haber revelado muchos más detalles sobre su estancia allí,
de no ser porque prometió mantener en secreto algunos aspectos.
De acuerdo con la tradición
conservada en Oriente sobre Shambhala septentrional, hoy solo quedan desiertos
y lagos salados en lo que antaño fue un inmenso mar, con una isla de la que
ahora solo permanecen algunas montañas. En tiempos antiguos, un gran acontecimiento
ocurrió allí:
"Entonces, con un estruendoso
rugido al descender desde alturas inaccesibles, rodeados por masas de luz
resplandeciente que inundaban el cielo de llamaradas, los cielos fueron
cruzados por la carroza de los Hijos del Fuego, los Señores de las Llamas de
Venus; se detuvo, suspendida sobre la Isla Blanca, que se alzaba, sonriente,
sobre el Mar de Gobi."
Al considerar el debate actual sobre
la nave cósmica que impactó en Tunguska, Siberia, no podemos simplemente
descartar con una sonrisa la antigua tradición sánscrita.
El folclore y las canciones del Tíbet
y Mongolia exponen a Shambhala como una realidad. Durante su expedición a
través de Asia Central, Nicolás Roerich llegó a un puesto fronterizo
considerado uno de los tres límites de Shambhala. Para ilustrar la profundidad
de la creencia en Shambhala entre los lamas, basta citar las palabras de un
monje tibetano a Roerich: “Los hombres de Shambhala a veces se presentan en
este mundo; se ponen en contacto con aquellos colaboradores suyos que trabajan
en la Tierra. En ocasiones, envían en beneficio de la humanidad regalos
preciosos y reliquias extraordinarias.”
Tras investigar las tradiciones
budistas tibetanas, Csoma de Kóros (1784-1842) situó Shambhala más allá del río
Syr-Daria, entre los 45 y 50 grados de latitud norte. Resulta curioso que un
mapa publicado en Amberes en el siglo XVII indique la ubicación de Shambhala.
Los primeros misioneros jesuitas que
exploraron Asia Central, como el padre Etienne Cacella, mencionan la existencia
de una región misteriosa llamada Xembala o Shambhala. El coronel N. M.
Prjevalsky y el doctor A. H. Franke también hacen referencia a Shambhala en sus
obras. Además, la traducción del profesor Grünwedel de un antiguo texto
tibetano, La ruta a Shambhala, resulta un documento interesante. No
obstante, las indicaciones geográficas que contiene son deliberadamente vagas,
probablemente para proteger la ubicación exacta de aquellos que no conocen a
fondo los nombres antiguos y modernos de las diversas regiones y monasterios.
Después de haber dedicado muchos años
al estudio de este tema, he escrito este capítulo durante mi estancia en el
Himalaya. Para mí, el nombre de Shambhala abarca no solo la Isla Blanca del
Gobi, sino también valles y catacumbas ocultos en Asia y en otras partes.
Lao-Tsé, fundador del taoísmo en el
siglo VI a. C., buscó la morada de Hsi-Wang-Mu, la diosa del Occidente, y
finalmente la encontró. Según la tradición taoísta, esta diosa fue una mujer
mortal que, tras adquirir "cualidades divinas", se retiró a las
montañas del Kun Lun. Los monjes chinos afirman que existe un valle de
extraordinaria belleza, inaccesible a los viajeros sin un guía, donde
Hsi-Wang-Mu preside una asamblea de sabios que podrían ser los más grandes del
mundo.
En este contexto, la aparición ante
la expedición de Roerich de un extraño objeto sobrevolando el Karakorum
adquiere un significado especial. Este disco podría haber provenido de un
aeródromo operado por estos seres divinos.
Es evidente que entrar en contacto
con los miembros de estas comunidades secretas es sumamente difícil. Sin
embargo, tales encuentros han tenido lugar con mayor frecuencia de lo que se
reporta. La falta de información se debe a la promesa de secreto que deben
cumplir aquellos que visitan estas antiguas colonias con un propósito legítimo.
Los mahatmas no desean ser molestados por curiosos, escépticos o buscadores de
tesoros, ya que se consideran guardianes de la sabiduría antigua y de los
tesoros del pasado.
Un extracto de una carta escrita por
uno de estos mahatmas, Koot Humi (Maestro de H.P.B.), en julio de 1881, resume
su misión:
“Durante generaciones incontables, el
adepto ha construido un templo con rocas imperecederas, una torre gigantesca
del Pensamiento Infinito, convertida en la morada de un titán que permanecerá
en ella, solo si es necesario, y solo saldrá al final de cada ciclo para
invitar a los elegidos de la humanidad a cooperar con él y contribuir, a su
vez, a la iluminación de los hombres supersticiosos.”
El origen de estas comunidades se
remonta a tiempos inmemoriales. Probablemente, estos son nuestros predecesores
en la evolución humana, aquellos que organizaron el éxodo de la Atlántida para
los hombres de la "Buena Ley". Es posible que estas colonias secretas
conserven todos los documentos y conocimientos espirituales de la Atlántida en
su apogeo. Esta pequeña república no está representada en las Naciones Unidas,
pero podría ser el único Estado permanente en nuestro planeta y custodio de una
ciencia tan antigua como las rocas mismas.
En la tradición rusa existe la
leyenda de la ciudad subterránea de Kiteje, el reino de la justicia. Los
"Viejos Creyentes", perseguidos por el gobierno zarista, buscaban
incansablemente esta Tierra Prometida. Otra versión ubica la legendaria ciudad
en el fondo del lago Svetloyar, aunque las exploraciones no han encontrado
rastro alguno. Esta tradición podría estar relacionada con la de Shambhala
septentrional y la legendaria Belovodié, el "País de las Aguas
Blancas".
Nicolás Roerich escuchó en los montes
de Altái que, detrás del gran lago y las altas montañas, existía un "valle
sagrado". Algunos intentaron llegar a Belovodié, y pocos lo lograron. Al
regresar, hablaban de maravillas, pero decían haber visto otras que les estaba
prohibido revelar.
Estos relatos reflejan una antigua
tradición de comunidades aisladas y avanzadas en conocimiento, que, si bien
parecen fantásticas, podrían contener vestigios de la verdad.
A lo largo y ancho del mundo existen
numerosas montañas que son consideradas "moradas de Dios". Esto es
especialmente cierto en la India, país en el que he redactado este capítulo.
Los hindúes atribuyen un carácter
divino a montañas como Nanda Devi, Kailas, Kanchenjunga, entre otras. Según
ellos, estas cumbres son la morada de los dioses. Más aún, no solo se considera
sagrado el pico de estas montañas, sino también sus profundidades. Se dice que
el dios Shiva tiene su trono en el monte Kailas (Kang Rimpoche). También se
narra que él descendió sobre el Kanchenjunga, mientras que la diosa Lakshmi
ascendió al cielo desde una de sus cumbres. Al analizar estos mitos, uno tiene
la impresión de que, en esa época remota en la que los dioses se mezclaban con
los hombres, existía un tráfico en ambos sentidos a través del espacio.
Desde que la humanidad comenzó a
transitar del salvajismo a los primeros rudimentos de civilización, siempre ha
creído en la existencia de dioses poderosos y benévolos. Ciertas regiones de la
Tierra y del cielo se consideraban las sedes de estos seres celestiales. En la
antigua Grecia, por ejemplo, se creía que el Parnaso y el Olimpo eran los
tronos de los dioses.
Según el Mahabharata, los
asuras habitan en el cielo, mientras que los paulomas y kalakanjas residen en
Hiranyapura, la ciudad dorada que flota en el espacio; sin embargo, los asuras
también tienen palacios subterráneos. Los nagas y los garudas, criaturas
aladas, tienen igualmente residencias subterráneas. Bajo una forma alegórica,
estos mitos hablan de plataformas espaciales, vuelos cósmicos y lugares
terrestres utilizados como puntos de despegue.
Los puranas mencionan a los
"sanakadikas", "los ancianos de las dimensiones
espaciales". La existencia de estos seres resulta inexplicable si se
descarta la posibilidad de viajes espaciales en la antigüedad. Dado que la
navegación interespacial sería imposible sin conocimientos astronómicos, la
afirmación del Surya Siddhanta de que Maya, señor de Átala (¿Atlán?),
aprendió astronomía del dios Sol, sugiere una fuente cósmica para su
conocimiento.
Ya sean griegos, egipcios o hindúes,
los dioses siempre aparecen como benefactores de los seres humanos, a quienes
proporcionan conocimientos útiles y consejos en momentos críticos. Las
escrituras indias mencionan la montaña Mera como el centro del mundo. A veces
se la identifica con el monte Kailas, en el Tíbet, aunque también se dice que
se eleva hasta una altura de 84,000 yojanas, o 662,000 kilómetros sobre la
Tierra. ¿Podría ser el monte Kailas una puerta hacia el espacio que habría
existido mucho antes de la destrucción de la Atlántida en su último cataclismo?
Los relatos sobre seres superiores
que habitaban ciertas montañas se encuentran en todos los continentes. El monte
Shasta, en California, ocupa un lugar importante en la mitología de los nativos
americanos de la costa noroeste del Pacífico. Una de sus leyendas narra la
historia del Diluvio, en la que un héroe llamado Coyote corrió hacia la cima
del monte para salvarse. El agua lo siguió, pero no alcanzó la cumbre. En ese
lugar, Coyote encendió una hoguera y, cuando las aguas descendieron, él llevó
el fuego a los pocos supervivientes del cataclismo, convirtiéndose en el
fundador de su civilización.
En estos mitos se hace referencia a
tiempos antiguos, cuando el jefe de los Espíritus Celestiales descendió con su
familia sobre el monte Shasta. También se mencionan visitas de los Hombres
Celestiales a los habitantes de la Tierra.
Estas leyendas del monte Shasta
podrían estar relacionadas con acontecimientos históricos: el gran Diluvio, la
llegada de aviadores o astronautas, y la construcción de refugios subterráneos
dentro de las montañas. De hecho, podría haber aún colonias establecidas en esa
época, y no faltan testimonios que apoyen esta idea.
Hacia mediados del siglo XIX, durante
la fiebre del oro en California, varios buscadores afirmaron haber visto
misteriosos destellos luminosos sobre el monte Shasta. A veces ocurrían en días
despejados, lo que descartaba la posibilidad de relámpagos. Además, no podían
atribuirse a la electricidad, ya que la región no estaba aún electrificada.
En tiempos más recientes, se han
reportado incidentes en los que automóviles se detenían inexplicablemente en
las carreteras que llevan al monte Shasta. En 1931, durante un incendio
forestal que devastó la montaña, el fuego fue detenido repentinamente por una
niebla misteriosa. La línea de demarcación del incendio permaneció visible
durante varios años, describiendo una curva perfecta alrededor de la zona
central.
En 1932, un artículo curioso fue
publicado en Los Angeles Times. El autor, Edward Lanser, afirmó, tras
entrevistar a los residentes de la región del monte Shasta, que durante décadas
se había conocido la existencia de una extraña comunidad que habitaba en la
montaña o en su interior. Los habitantes de esta enigmática aldea eran hombres
altos, de aspecto noble, con espesas cabelleras, que llevaban cintas en la
frente y vestían túnicas blancas.
Los comerciantes locales afirmaban
que estos hombres aparecían ocasionalmente para hacer compras, pagando siempre
con pepitas de oro de un valor muy superior al de los productos adquiridos.
Cuando los shastianos eran vistos en los bosques, evitaban todo contacto,
huyendo o incluso desapareciendo en el aire.
En las laderas de la montaña se
avistaron extraños animales que pertenecían a los shastianos, y que no se
parecían a ninguna especie conocida en América. Para añadir más misterio, se ha
observado la presencia de naves en la región del monte Shasta. Estas carecían
de alas y no producían ningún ruido, sumergiéndose a veces en el océano
Pacífico para continuar su viaje como si fueran barcos o submarinos.
¿Podría existir en las profundidades
del monte Shasta un refugio de estos Hombres Celestiales, tal como sugieren las
antiguas leyendas indígenas? ¿Escaparon efectivamente del Diluvio a través de
los aires?
En México, también parecen existir
comunidades secretas de este tipo. En su obra Misterios de la antigua
América del Sur, Harold T. Wilkins relata que un pueblo desconocido vivía
en este país, intercambiando productos con los indígenas. Se decía que
procedían de una ciudad perdida en la selva.
Nicolás Roerich, en sus escritos,
menciona a hombres y mujeres misteriosos que habitaban en las montañas y
acudían a Sin-Kiang para realizar compras, pagando con antiguas monedas de oro.
Aunque separados por grandes distancias, México y el Turquestán presentan
muchas similitudes en estos avistamientos de seres enigmáticos.
El Zodíaco de Dendera, hallado en
Egipto, presenta un curioso detalle: comienza con el signo de Leo en el
equinoccio de primavera. Esto corresponde a un periodo que se extiende
aproximadamente desde 10,950 a 8,800 a.C., lo cual coincide sorprendentemente
con la fecha señalada por Platón para la desaparición de la Atlántida, que
supuestamente fue sumergida por las aguas en ese entonces. Esculpido en el
techo de un templo en Dendera, es un mapa astronómico que ha desconcertado a
los estudiosos durante siglos. Su particular disposición de los signos del
zodíaco en espiral y la presencia del signo de Leo en un lugar destacado
sugieren que podría estar conmemorando un evento significativo en la historia
de la humanidad. Esta coincidencia temporal con el cataclismo de la Atlántida
planteado por Platón ha llevado a algunos investigadores a sugerir que el
calendario egipcio podría haber registrado un gran desastre ocurrido en esa
época.
El Zodíaco de Dendera no solo es un testimonio de los avanzados conocimientos astronómicos de los antiguos egipcios, sino también una posible pista sobre los eventos cósmicos o geológicos que pudieron haber afectado la civilización atlante.
En Palenque, México, se encuentra un enigmático bajorrelieve tallado sobre un sarcófago que ha despertado interpretaciones fascinantes. Este relieve muestra lo que algunos estudiosos han interpretado como controles de un avión o cohete. La imagen representa, en estilo maya, a un hombre en una postura que sugiere estar operando una máquina, inclinado hacia adelante, con las manos sobre unas barras, rodeado de símbolos que podrían aludir a mecanismos complejos. Esta representación ha llevado a ciertos investigadores a proponer la teoría de que podría tratarse de un "piloto" ante los controles de una nave.
Además, surge la pregunta sobre la
identidad de Quetzalcóatl, la deidad mesoamericana: ¿Era simplemente un enviado
divino que trajo la civilización a la Tierra, o podría haber sido un
cosmonauta, como sugieren algunos, tocado con un casco espacial? La foto refuerza
la idea de que las antiguas civilizaciones mayas quizás tuvieran contacto con
visitantes de otro mundo, o al menos, poseían un simbolismo que sugiere un
conocimiento más avanzado de lo que se creía posible para su época. La pregunta sobre la identidad de
Quetzalcóatl, interpretado como un posible "cosmonauta", refleja una
línea de pensamiento fascinante dentro de las teorías de los antiguos
astronautas, promovidas por autores como Erich von Däniken. Estas teorías
sostienen que las antiguas civilizaciones mesoamericanas pudieron haber
recibido visitas de seres avanzados que influyeron en su desarrollo cultural,
tecnológico y espiritual.
Estas teorías, aunque controvertidas,
invitan a reflexionar sobre las capacidades y conocimientos de las
civilizaciones antiguas, así como sobre la posibilidad de que sus mitos y
representaciones artísticas escondan referencias a tecnologías y eventos que
aún hoy no comprendemos del todo.
El enigmático fresco rupestre
conocido como "Los marcianos", hallado en Tassili, en pleno desierto
del Sahara, es una pintura que data de hace aproximadamente nueve mil años.
Esta antigua obra de arte ha sido objeto de interpretaciones sorprendentes
debido a las figuras que presenta: seres de gran tamaño, con cuerpos esbeltos y
cabezas redondeadas que parecen llevar cascos o máscaras.
La pintura, fotografiada por M.
Hétier, ha llevado a algunos investigadores a sugerir que podría representar
seres extraterrestres o figuras humanoides con trajes de algún tipo de
protección, lo que ha alimentado teorías sobre posibles visitas de entidades no
terrestres en tiempos remotos. La presencia de estos frescos en una región tan
remota y antigua plantea interrogantes sobre el origen de las leyendas de
dioses que descendieron del cielo, tan comunes en diversas culturas
ancestrales.
Más allá de las especulaciones, estos
frescos rupestres reflejan un nivel de sofisticación artística notable para su
época y sugieren que las comunidades de Tassili poseían una cosmología o
mitología compleja. Si bien no hay consenso entre los arqueólogos sobre si
estas figuras son representaciones de seres divinos, espíritus, o algo más
extraordinario, las imágenes continúan siendo un misterio fascinante de la
prehistoria del Sahara.
La misteriosa pintura prehistórica
conocida como "Los seres sin boca", hallada en la región de Kimberley
en Australia, ha despertado gran curiosidad y especulación entre arqueólogos y
entusiastas de lo inexplicado. Estas figuras, descubiertas en una cueva,
muestran seres de aspecto humanoide, pero con una peculiar característica:
carecen de boca. Además, están representados con cabezas redondeadas y cuerpos
que parecen estar cubiertos por una especie de traje ajustado.
La fotografía, ha llevado a algunos
investigadores a proponer la teoría de que estos seres podrían ser antiguos
astronautas, cubiertos con trajes espaciales. La ausencia de rasgos faciales y
la apariencia de un casco han sido interpretados por algunos como evidencia de
contacto con visitantes extraterrestres en épocas prehistóricas.
Sin embargo, otras interpretaciones
sugieren que estas figuras podrían tener un significado simbólico o ritual,
representando tal vez seres espirituales o deidades en la mitología de los
pueblos aborígenes. Kimberley es famosa por sus antiguas pinturas rupestres,
que datan de más de 10,000 años, y estas imágenes podrían estar relacionadas
con creencias religiosas ancestrales que todavía no comprendemos completamente.
El enigma persiste: ¿eran estos
"seres sin boca" visitantes de otro mundo o simplemente
representaciones simbólicas de los mitos y rituales de los pueblos indígenas de
Australia?
El Candelabro de los Andes es un
geoglifo prehistórico ubicado en la península de Paracas, en la bahía de Pisco,
Perú. Este impresionante diseño, que se asemeja a un candelabro o tridente,
está tallado en la ladera de una colina y es visible desde el mar. Descubierto
por los conquistadores españoles en el siglo XVI, ha fascinado a investigadores
y arqueólogos durante siglos. Su forma recuerda a la de un candelabro gigante
tallado en la ladera arenosa de una colina, con una longitud de más de 180
metros.
Según la teoría propuesta por Beltrán
García, citada en la Colección Bert Charroux, este impresionante diseño podría
no ser simplemente un marcador geográfico o un símbolo religioso, como
comúnmente se piensa, sino que podría haber servido como un gigantesco
sismógrafo. La hipótesis sugiere que los antiguos habitantes preincaicos
poseían un conocimiento avanzado en la observación de los movimientos sísmicos
y, por tanto, habrían construido este geoglifo para registrar las vibraciones
de la Tierra.
El "Candelabro" ha desatado
numerosas teorías sobre su origen y propósito. Algunos creen que fue creado
como un símbolo ceremonial o para guiar a los navegantes, mientras que otros
sugieren que podría haber tenido un propósito científico. Su orientación y
diseño, que ha resistido siglos de viento y erosión, indican un dominio técnico
que sorprende para su época.
Aunque no existe un consenso sobre su
verdadera función, el Candelabro de Paracas sigue siendo uno de los grandes
misterios arqueológicos de Sudamérica, invitando a especulaciones sobre los
conocimientos y capacidades de las civilizaciones preincaicas.
En su libro "Caminatas por las
Américas", L. Taylor Hansen relata la historia de una pareja
estadounidense que, hace varios años, sobrevolaba la jungla del Yucatán en su
avión privado. Tras quedarse sin combustible, se vieron obligados a aterrizar
en medio de la selva, donde se encontraron con una ciudad secreta maya,
cuidadosamente oculta para ser invisible desde el aire.
Estos mayas, según el relato,
continúan viviendo en todo su antiguo esplendor, completamente aislados del
mundo exterior, con el fin de preservar su milenaria civilización, que,
indiscutiblemente, se remonta a raíces atlantes. La pareja de estadounidenses
fue obligada a guardar secreto sobre la ubicación de la ciudad. Después de
pasar un tiempo entre ellos, regresaron a los Estados Unidos con una alta
opinión sobre el nivel moral e intelectual de aquellos habitantes ocultos en el
corazón de México.
Por su parte, en su obra
"Incidentes de viaje por América Central, Chiapas y Yucatán", J. L.
Stephens, reconocido arqueólogo norteamericano, menciona el testimonio de un
sacerdote español que, entre 1838 y 1839, divisó desde las alturas de la cordillera
de los Andes una gran ciudad que se extendía por un vasto territorio, con
torres blancas que resplandecían al sol. La tradición sostiene que ningún
hombre blanco ha logrado penetrar jamás en esta ciudad; sus habitantes hablan
la lengua maya y son conscientes de que los extranjeros conquistaron su tierra.
Por ello, matan a cualquier forastero que intente entrar en su territorio. No
conocen el uso de monedas, ni poseen caballos, ganado, mulas ni otros animales
domésticos.
Durante la conquista, los españoles
escucharon leyendas aztecas sobre puestos avanzados escondidos en la selva,
abastecidos con depósitos de alimentos y tesoros. En el momento de la invasión,
la existencia de estas bases era casi desconocida. Verrill señala: "El
hecho de que nunca se haya encontrado una de estas ciudades perdidas no
significa que no hayan existido o que no sigan existiendo en la
actualidad".
Además, los indios quechuas de Perú y
Bolivia afirman que en los Andes existe una vasta red de túneles subterráneos.
Dada la asombrosa destreza de los constructores de la época preincaica, es
posible que haya algo de verdad en estos relatos.
El coronel P. H. Fawcett, quien
perdió la vida en la selva, dedicó su existencia a la búsqueda de una ciudad
perdida que, en su opinión, habría demostrado la existencia de la Atlántida.
Afirmaba haber descubierto en América del Sur las ruinas de una ciudad de este
tipo.
Todas estas leyendas sobre ciudades perdidas, montañas sagradas, catacumbas y valles inaccesibles deberían ser exploradas sin ideas preconcebidas. Podrían conducirnos al descubrimiento de colonias habitadas por descendientes de la Atlántida, o incluso por civilizaciones más antiguas aún.
En las Metamorfosis de Ovidio, se
menciona que, tras el secado del fango que dejó el gran Diluvio, la tierra vio
nacer nuevas formas de vida mientras algunas especies antiguas lograron
sobrevivir.
Platón, por su parte, hace referencia
a la tradición transmitida por los sacerdotes egipcios, quienes afirmaban que
en el pasado ocurrieron múltiples catástrofes devastadoras. Según los sabios
del valle del Nilo, la memoria de esos desastres se había desvanecido con el
tiempo, ya que muchas generaciones de sobrevivientes no lograron dejar
registros escritos.
Considerando la magnitud del desastre
que arrasó la Atlántida, es razonable suponer que la actividad volcánica
persistió durante siglos. Hasta que las tierras anegadas por el agua no se
secaron lo suficiente como para permitir el crecimiento de la vegetación, la
vida humana y animal era inviable. Los sobrevivientes atlantes se dispersaron
por distintas partes del mundo, perdiéndose el centro de su civilización. En
ausencia de escritura y bajo las condiciones primitivas impuestas por la
catástrofe, el recuerdo de un poderoso imperio destruido por fuego y agua solo
pudo preservarse a través de la tradición oral. De esta forma nacieron los
mitos, transmitidos de generación en generación, aunque ciertos detalles se
olvidaron o distorsionaron con el tiempo. No fue sino hasta que se redescubrió
la escritura que estas leyendas pudieron preservarse en tablillas y papiros.
La tradición inmortalizó a los seres
divinos que, tras el Diluvio, devolvieron la civilización a la Humanidad. Estos
portadores de la luz instauraron el culto al Sol y enseñaron a los humanos
conocimientos como la astronomía, la agricultura, la arquitectura, la medicina
y la religión. Las antiguas tablillas babilónicas nos hablan de estos seres que
descendieron del cielo: “Después del Diluvio, la realeza volvió a descender
desde los cielos”.
Los cronistas de Sumer han legado
listas de reyes que reinaron tras el Diluvio. Sin embargo, la Historia oficial
desestima estas listas porque incluyen reyes que son descritos como “dioses” o
“semidioses”. Además, según estos registros, la primera dinastía después del
Diluvio gobernó durante la inverosímil duración de 24,150 años.
Hasta el siglo XX, no existía ningún
documento que confirmara la existencia de reyes en Babilonia antes de la VIII
dinastía. Esto cambió cuando Sir Leonard Woolley descubrió, cerca de Ur, en el
monte Al-Ubaid, un antiguo templo dedicado a la diosa Nin-Karsag. Entre las
reliquias, se encontró un rosario de oro grabado con el nombre de
A-anni-pad-da. Posteriormente, se halló una tablilla que confirmaba en
escritura cuneiforme que este templo había sido erigido por A-anni-pad-da, rey
de Ur e hijo de Mes-anni-pad-da, quien, según la lista sumeria de soberanos,
era el fundador de la III dinastía tras el Diluvio. Hasta entonces,
Mes-anni-pad-da era considerado una figura legendaria.
Este hallazgo demuestra que no
siempre es prudente desechar como mitos ciertas leyendas. Aquí se encuentra una
referencia directa al cataclismo y a las dinastías divinas que ayudaron a
reeducar a la Humanidad.
Según Eupolemo (siglo II a. C.),
Babilonia fue fundada por los supervivientes del Diluvio, y los reyes de Sumer
eran descendientes de estos, enviados por los “dioses” para guiar a la
humanidad. El primer rey divino fue Dungi, hijo de la diosa Ninsun.
El científico V. A. Obrutchev,
miembro de la Academia de Ciencias de la URSS, opina que los sobrevivientes del
cataclismo diseminaron su sabiduría por todos los continentes, lo que él llama
la “cultura madre”. Estos seres superiores, que llevaron nuevamente la
civilización al mundo tras la caída de la Atlántida, fueron venerados como
dioses. Los incas y los antiguos faraones egipcios eran considerados Hijos del
Sol.
Heródoto menciona que Egipto fue
gobernado por dioses que convivían con los humanos. Según él, Horus, quien
venció a Tifón, fue el último dios que se sentó en el trono de Egipto. Una vez
que las condiciones fueron propicias para la acción humana, surgieron los
héroes. Dionisio, descendiente de Poseidón y soberano de la Atlántida, recorrió
el mundo enseñando agricultura y ética a los pueblos primitivos.
El Papiro de Turín indica que la
instauración de una dinastía de semidioses en Egipto ocurrió en 9850 a.C.
El historiador francés del siglo
XVIII, Jean Bailly, plantea una interesante cuestión en su obra Historia de la
astronomía:
“¿Qué son todos esos reinos de Devas
(en India), Peris (en Persia) o los Tien-Hoang de China, distintos de los
Ti-Hoang, reyes terrenales, y los Gin-hoang, reyes humanos? Estas distinciones
coinciden perfectamente con las listas de dioses, semidioses y mortales que
mencionan griegos y egipcios”.
Las tradiciones sobre dioses y semidioses son universales y permanentes; aunque a menudo envueltas en superstición, podrían ser reminiscencias de una época en la que hombres de una civilización avanzada guiaron a los sobrevivientes de un gran cataclismo.
El Libro de los Muertos describe a
Thot, dios de las Letras y las Ciencias, como un ser nacido en un país lejano
al oeste, en una ciudad junto al mar y flanqueada por dos volcanes activos. Un
día, un evento extraordinario oscureció el Sol, aterrorizando incluso a los
dioses; sin embargo, Thot ayudó a los suyos a escapar hacia un país oriental,
cruzando las aguas.
Al leer estos antiguos textos
egipcios, resulta difícil no pensar en la legendaria Atlántida.
El astrónomo L. Filipoff, del
Observatorio de Argel, descubrió información fascinante en un antiguo texto
conservado en una pirámide egipcia de las dinastías V y VI. Según su
interpretación, el dios Thot estaba asociado con el signo zodiacal de Cáncer, lo
que sugiere que su llegada a Egipto como portador de civilización ocurrió
cuando el equinoccio vernal se encontraba en Cáncer, aproximadamente hacia el
7256 a.C.
Hermes, frecuentemente identificado
con Thot, tuvo compasión por una humanidad que vivía sin leyes ni conocimientos
y decidió enseñarles las ciencias, la religión, las artes y la música. Después,
ascendió al cielo. Hermes instruyó a los humanos en la escritura, la
observación de las estrellas, la música con la lira, la medicina y la fundición
de metales. Conocido como Mercurio, hijo de Zeus y Maya, fue el mensajero
celestial de los dioses y un guía espiritual. De hecho, su nombre en griego
significa “el intérprete”. Al ser nieto de Atlas, tenía ascendencia atlante.
Habitualmente, Hermes era
representado con sandalias aladas, un pequeño casco alado y un caduceo, un
bastón con alas y serpientes, símbolo de su rol como mensajero de las potencias
celestiales. Antes de dejar la Tierra para regresar a las estrellas, Hermes
legó a la humanidad sus Tablas de Esmeralda, donde dejó inscrito:
“Lo que está arriba es idéntico a lo
que está abajo, y lo que está abajo es idéntico a lo que está arriba, para
realizar las maravillas del Único.”
Este principio resuena con los
descubrimientos modernos en biología, astronomía y física nuclear, que
evidencian la similitud entre lo infinitamente pequeño y lo infinitamente
grande. En otra de las enseñanzas de las Tablas de Esmeralda se lee:
“Puesto que todas las cosas deben su
existencia a la Voluntad del Único, todas las cosas tienen su origen en la Cosa
Única.”
Esto refleja la idea moderna de la
unidad de la materia. Incluso, algunos pasajes aluden a los rayos cósmicos y
los peligros de la energía atómica.
Jámblico (siglo IV d.C.) y Clemente
de Alejandría (siglo II d.C.) mencionan en sus escritos los 42 libros sagrados
atribuidos a Thot (Hermes). De ellos, 36 cubrían la totalidad del conocimiento
humano, mientras que 6 trataban sobre medicina y cirugía. Algunos expertos
sugieren que el famoso Papiro de Ebers podría ser un fragmento de estas obras
perdidas.
Otro ser divino que trajo cultura a
la humanidad fue Orfeo, hijo de Apolo. Se le atribuye ser un gran visionario,
músico y filósofo que enseñaba que la materia existía eternamente y contenía en
sí misma el principio de todo lo existente. Sorprendentemente, Orfeo fue uno de
los primeros en proponer la idea de vida en otros planetas. Esta concepción no
habría sido posible sin una herencia cultural transmitida desde la Atlántida.
Los antiguos misterios griegos preservaban conocimientos secretos sobre seres celestes. En su Cuarta Égloga, Virgilio menciona una profecía que predice el regreso de esos seres desde los cielos. En la India, también se guarda el recuerdo de una era en la que los hombres conversaban con los dioses. Los Vedas afirman que “existe vida en otros cuerpos celestes”.
La rápida transición de los sumerios,
que pasaron de un estado de barbarie a una civilización brillante, es difícil
de explicar si se ignoran los relatos de seres misteriosos que llegaron para
enseñarles. En la tradición babilónica, se habla de visitas regulares de dioses
que impartían conocimientos científicos y artísticos. Uno de estos seres fue
Oanes, el dios-pez.
El sacerdote caldeo Beroso,
contemporáneo de Alejandro Magno, relata que los habitantes de la antigua
Babilonia vivían como animales salvajes hasta la llegada de Oanes. Esta
criatura surgió del golfo Pérsico con cuerpo de pez y cabeza humana, y les
enseñó letras, ciencias, artes, agricultura, construcción de ciudades y
templos, y la redacción de leyes. Gracias a sus enseñanzas, los babilonios se
convirtieron en una civilización avanzada.
El relato de Beroso sugiere que la
descripción de Oanes con cabeza de pez y cuerpo humano podría interpretarse
como un traje espacial con un casco protector que revelaba un rostro humano.
Esta visión encaja con la idea de seres avanzados que trajeron conocimientos
desde otros lugares.
Tras la llegada de estos seres, los
babilonios lograron grandes avances en álgebra, geometría y astronomía,
desarrollando tablas que permitían predecir las posiciones de los cuerpos
celestes. De la nada, surgió una civilización capaz de construir ciudades,
canales y templos, y de realizar proezas en el ámbito de las artes, la música y
la religión.
Además, Oanes fue reconocido como el
padre de la metalurgia, y un himno en su honor lo elogia por enseñar a
purificar metales como el oro, la plata, el cobre y el estaño.
K. K. Doberer sostiene que naves
atlantes navegaron hasta Asia y llegaron a asentarse en lugares como el delta
del Indo y el golfo Pérsico entre los años 8000 y 10000 a.C. Según Doberer,
estos viajeros no eran ni arios ni semitas, sino un pueblo que dominaba el
trabajo de metales como el oro, la plata, el cobre, el plomo, el estaño, el
antimonio, el hierro y el níquel.
También se sugiere que la alquimia, o
transmutación de los metales, pudo haber nacido en la Atlántida, y que el oro
artificial se enviaba a la Atlántida para su uso exclusivo en rituales
religiosos. Este conocimiento se preservó en Sumer, India y Egipto, donde los
sacerdotes protegían los secretos de esta ciencia oculta.
Cuando mensajeros provenientes de tierras lejanas enseñaron la técnica de crear aleaciones, se produjo una auténtica revolución que, tras el gran Diluvio, sentó las bases de una nueva civilización. Objetos metálicos sumerios han sido descubiertos en lugares tan diversos como el sur de Rusia, Troya y Europa Central. Sin embargo, hacia el 3000 a.C., la civilización sumeria que dominaba el bronce-estaño se desvaneció debido a la interrupción en el suministro de estaño, lo que provocó una decadencia en la metalurgia prehistórica, que cayó en el olvido durante siglos hasta su redescubrimiento.
El cronista Garcilaso de la Vega nos
narra la historia de los incas. Según la leyenda, el Sol, viendo la condición
miserable de la humanidad, envió a Manco Capac y Mama Ocllo para enseñar a los
habitantes del Perú el arte de hilar y tejer. Los incas recibieron a estos
hijos del Sol con gran respeto y establecieron la ciudad de Cuzco. Otra leyenda
habla de hombres blancos y barbudos que vinieron del Este, trayendo consigo las
bendiciones de la civilización.
En 1952, los investigadores B. E.
Gilbey y M. Lubran realizaron análisis de tejidos de cinco momias de reyes
incas conservadas en el Museo Británico. Los resultados, presentados al Real
Instituto Antropológico, revelaron que en la sangre de tres de las momias había
rastros del grupo sanguíneo A, algo desconocido entre los indígenas de América.
Además, algunas muestras presentaban combinaciones sanguíneas tan raras que no
se encuentran entre los grupos indígenas actuales, lo que sugiere que estos
reyes incas no pertenecían a la población nativa.
Los conquistadores españoles también descubrieron que los cortesanos incas usaban un lenguaje secreto que no comprendían sus súbditos.
Las leyendas de México, Guatemala y
Yucatán mencionan a Quetzalcóatl, también conocido como Kukulkán o Kukumatz, un
hombre-dios que era blanco, pelirrojo y barbudo. Según la tradición,
Quetzalcóatl llegó en una extraña nave alada, trayendo consigo una era de
prosperidad y progreso. Cuando su misión fue interrumpida, partió en una balsa
de serpientes hacia el país de Tlapallán o se arrojó a una pira funeraria,
transformándose en el planeta Venus tras su muerte.
De manera similar, el cronista Pedro
de Cieza de León narra la historia de Viracocha, una figura legendaria entre
los incas. Según la tradición, Viracocha era un hombre blanco de gran estatura
que llegó desde el Este, enseñando la civilización y elevando el nivel moral de
los incas antes de desaparecer en el mar.
Las leyendas de Quetzalcóatl y
Viracocha presentan notables similitudes con la tradición babilónica de Oanes,
el hombre-pez que trajo conocimientos a los antiguos mesopotámicos. Aunque las
distancias entre estas culturas son enormes, las historias coinciden en que
seres venidos del cielo o del mar impartieron a los pueblos primitivos el
conocimiento necesario para establecer civilizaciones avanzadas.
El académico inglés W. J. Perry estaba convencido de que la era de los dioses estaba vinculada con los Hijos del Sol. Según él, todos los grupos dispersos de estos Hijos del Sol en el mundo tenían un origen común, probablemente en la Atlántida.
En 1959, una expedición
paleontológica chino-soviética liderada por el Dr. Chow Ming Chen descubrió en
el desierto de Gobi una huella de zapato con una antigüedad de millones de
años, un hallazgo que desafía la cronología científica convencional sobre la
aparición del ser humano.
Asimismo, en el Fisher Canyon
(Nevada), se descubrió una huella de zapato en piedra caliza del período
triásico, con un diseño que sugiere costuras. Este descubrimiento plantea la
posibilidad de que el hombre haya existido mucho antes de lo que se pensaba, o
bien que visitantes cósmicos hayan dejado su marca en la Tierra en tiempos
remotos.
En Rhodesia del Norte (actual Zambia), se encontró el cráneo de un hombre primitivo con un orificio que, según análisis, parece haber sido producido por una bala, lo que desafía las suposiciones sobre las armas disponibles en esa época. De manera similar, el profesor K. Flerov de la Academia de Ciencias de la URSS, descubrió el cráneo de un antiguo bisonte con una perforación similar que había sanado antes de la muerte del animal, lo que sugiere que estos disparos se realizaron mucho antes de la aparición del hombre moderno.
En el Sahara, los frescos
descubiertos en Tassili por el profesor Henri Lhote muestran figuras que
parecen portar trajes espaciales. En la cordillera de Kimberley, en Australia
Occidental, existen galerías de retratos que, según los aborígenes, fueron dibujadas
por una raza antigua. Las figuras tienen tocados luminosos y carecen de boca,
lo que sugiere la presencia de cascos espaciales. Estas representaciones
muestran criaturas con tres o siete dedos y evocan la leyenda aborigen de la
Serpiente del Arco Iris, que simboliza la era prehistórica.
Las similitudes entre los frescos de Tassili y Kimberley sugieren un posible contacto entre culturas antiguas o la visita de seres con conocimientos superiores. Estas imágenes de hombres sin boca y con atuendos inusuales podrían ser descripciones de visitantes cósmicos en trajes espaciales. Aunque existen diversas teorías, ninguna ha logrado explicar de forma convincente estas enigmáticas representaciones.
La columna Kutb Minar, en Nueva Delhi
(arriba), plantea un enigma. Este pilar de hierro tiene una altura de ocho
metros y una circunferencia tan grande que no se puede rodear con los brazos.
La columna pesa dos toneladas y lleva en su base una inscripción que dice: “Mientras
yo me mantenga en pie, se sostendrá el reino hindú”.
Lo sorprendente de esta columna es
que el hierro con el que está construida no se oxida, incluso después de 1.500
años. Aun hoy, con los avances de la tecnología moderna y el uso de hornos
eléctricos, resulta complicado producir un hierro que no se oxide. El secreto
del metal utilizado por los constructores se ha perdido con el paso de los
siglos.
En 1885, en la fundición de Isidor
Braun en Vöcklabruck, Austria, se descubrió un cubo de acero dentro de un
bloque de carbón. El carbón provenía de la mina Wolfsegg, cerca de
Schwanenstadt. El hijo de Braun donó este extraño hallazgo al Museo de Linz. Actualmente,
se conserva un molde del cubo en dicho museo, mientras que el objeto original
se encuentra en el Museo Heimathaus de Vöcklabruck, Austria. (Fotografía y
texto al pie proporcionados por el Traductor).
El cubo fue descrito en su época por
publicaciones como Nature (Londres, noviembre de 1886) y L'Astronomie
(París, 1886). Tiene los lados redondeados, con dimensiones que oscilan entre
67 y 47 milímetros, y una incisión profunda que lo rodea cerca de su centro.
Pesaba 785 gramos y su composición era similar a un acero duro con carbono y
níquel. La proporción de azufre en el metal era demasiado baja para ser
considerada una formación natural. El cubo estaba incrustado en un bloque de
carbón de la era terciaria, con una antigüedad de decenas de millones de años.
Algunos expertos sugirieron que se trataba de un fósil de meteorito; sin
embargo, la forma y las marcas sugieren un origen artificial, algo que plantea
interrogantes, ya que la ciencia sostiene que en esa época no había seres
humanos en el planeta. El origen de este objeto sigue siendo un misterio.
Otro hallazgo peculiar fue un
meteorito encontrado en Eaton, Colorado, analizado por H. H. Nininger, un
experto en meteoritos. Su composición química resultó ser una aleación de
cobre, zinc y plomo, es decir, latón, un material que no se forma naturalmente
y que es una creación artificial. Este meteorito cayó en 1931, por lo que no
puede ser un fragmento de un cohete espacial.
En el siglo XVI, los conquistadores
españoles encontraron un clavo de hierro de dieciocho centímetros incrustado
profundamente en una roca dentro de una mina peruana. La antigüedad del
hallazgo era de miles de años. En un país donde el hierro era desconocido hasta
la llegada de los europeos, este descubrimiento sorprendió tanto que el virrey
Francisco de Toledo lo exhibió en su despacho.
En las llanuras desérticas cerca de
Nasca, Perú, se hallaron gigantescas figuras y líneas trazadas en el suelo con
piedras, visibles únicamente desde el aire. Estas configuraciones geométricas,
algunas de varios kilómetros de longitud, fueron descubiertas durante vuelos
sobre la región. J. Alden Mason, en su obra Antigua civilización del Perú,
se pregunta: “¿Cómo pudieron ser trazadas con tanta precisión sin que se
pudieran ver desde una perspectiva aérea?”. ¿Podrían haber sido utilizadas como
puntos de referencia para antiguos aviadores?
Otra curiosidad que podría estar
relacionada con la Atlántida son las cientos de esferas misteriosas encontradas
en las llanuras del suroeste de Costa Rica, Guatemala y México. Estas esferas
están pulidas a la perfección y varían en tamaño, desde unos pocos centímetros
hasta tres metros de diámetro. Algunas pesan varias toneladas. Lo sorprendente
es que no se han encontrado herramientas en los lugares donde fueron halladas,
lo que hace difícil entender cómo pudieron haber sido fabricadas y
transportadas. Además, la piedra de la que están hechas no se encuentra en las
proximidades.
Algunas de estas esferas están
dispuestas en formaciones triangulares, lo que sugiere un simbolismo
astronómico o religioso. Esto indica que la civilización que las fabricó tenía
un nivel de desarrollo notable.
Se han descubierto en Veracruz,
México, juguetes que representan animales sobre ruedas, aunque los pueblos
indígenas no utilizaron la rueda ni vehículos antes de la llegada de los
españoles. Las pruebas de carbono 14 datan estos juguetes en entre 1.200 y
2.000 años de antigüedad. ¿Por qué los mayas no usaban vehículos si sus hijos
jugaban con ruedas? ¿No será que, al igual que hoy, los niños imitaban lo que
veían en los adultos?
Pocos antropólogos aceptarían la idea
de que humanos civilizados coexistieron con animales prehistóricos, pero Denis
Saurat ha identificado figuras que parecen toxodontes en los grabados del
calendario de Tiahuanaco.[2]
En 1924, la expedición arqueológica
de Doheny descubrió una pintura mural en el cañón Hava Supai, al norte de
Arizona, que representa un tiranosaurio erguido. Pero se supone que estos
animales desaparecieron mucho antes de la aparición del hombre. En una roca
cerca del Big Sandy River, en Oregón, se talló una figura que ha sido
identificada como un estegosaurio, otro animal que se extinguió millones de
años antes de la llegada del hombre.
En la región de Nasca, cerca de
Pisco, Perú, se han descubierto dos ciudades antiguas. El profesor Julio Tello
encontró en 1920 extraños vasos con dibujos que muestran llamas con cinco dedos
en cada pata, aunque las llamas actuales tienen solo dos. Los restos fósiles
encontrados en la región confirman que estas llamas de cinco dedos existieron
en un pasado remoto, lo que sugiere que una civilización avanzada vivió en
América del Sur cuando estos animales aún no habían evolucionado completamente.
En la isla de Malta, se encuentra un
enigmático canal tallado en la roca, similar a una vía de ferrocarril, que se
interna bajo el agua. Su origen se remonta a unos nueve mil años y aún no se
entiende su propósito.
En junio de 1851, Scientific
American informó que tras una explosión cerca de Dorchester, Massachusetts,
se descubrió un recipiente con forma de campana, hecho de un metal desconocido
y decorado con incrustaciones florales en plata. Estaba incrustado en una
sólida roca.
Estos “misterios de la ciencia” podrían obligar a la comunidad científica a revisar y extender su visión del pasado miles de años más atrás de lo que hoy se considera.
Los grabados rupestres del Canchal de
Mahoma y del Abrigo de las Viñas se encuentran en la región de La Alberca, en
la provincia de Salamanca. Estos sitios forman parte de un conjunto de abrigos
rocosos con pinturas esquemáticas que datan del Neolítico, aproximadamente
entre 7000 y 5000 años de antigüedad. Del mismo modo, un objeto de marfil de
mamut descubierto en Gontzi, Ucrania, que data de la Era Glacial, presenta
inscripciones similares. A lo largo de Europa, existen miles de estas
anotaciones pintadas o grabadas que, durante mucho tiempo, han causado
perplejidad entre arqueólogos y antropólogos.
En un artículo publicado en la
revista Science, Alexander Marshack demostró que estas complejas
anotaciones representan observaciones lunares increíblemente precisas,
realizadas miles de años antes del inicio de la Historia. Estos hallazgos
llevaron a Marshack a proponer una revisión de nuestra comprensión sobre la
Prehistoria:
"Los numerosos problemas
planteados por las anotaciones lunares del Paleolítico Superior son de gran
relevancia. Invitan a una reevaluación de los orígenes de la civilización
humana, incluyendo el arte, los símbolos, la religión, los ritos y la astronomía,
así como las habilidades necesarias para los inicios de la agricultura".
Estas sucesiones y anotaciones que
datan del Paleolítico Superior continúan en una línea ininterrumpida a través
de las civilizaciones mesolíticas azilienses, hasta las culturas magdalenienses
y auriñacienses. De ello, Marshack concluye acertadamente:
"La evidencia combinada del
conocimiento lunar y, ocasionalmente, lunar-solar entre las civilizaciones
agrícolas primitivas, extendidas por Eurasia y ramificadas hacia África,
practicadas por diversos pueblos que hablaban lenguas distintas, nos obliga a
preguntarnos si no existiría, en tiempos remotos, una tradición y un método
fundamentalmente astronómicos".
En un resumen sobre los logros de los
hombres primitivos, el Popol Vuh de Guatemala afirma: "Contemplaban
alternativamente el arco del cielo y la redonda faz de la Tierra. Grande era su
sabiduría". El libro sagrado añade que "podían igualmente ver lo
vasto y lo pequeño en el cielo y sobre la Tierra".
Por extraño que parezca, en los
albores de la civilización, los conocimientos científicos eran a menudo mucho
más avanzados que el nivel intelectual de la época. Esto podría explicarse por
una herencia legada por un mundo arcaico antediluviano. Es posible que las
huellas de una "civilización de señores" sobrevivieran a un desastre
global. Por ello, en este capítulo, exploraremos fuentes antiguas. Cuanto más
nos adentramos en el pasado, más nos acercamos a esas civilizaciones perdidas.
En 1909, el profesor Frederick Soddy
escribió que, en su opinión, la energía atómica constituía la fuerza motriz de
la tecnología antediluviana. "Una raza capaz de realizar la transmutación
de la materia —decía— no necesitaba ganarse el pan con el sudor de su frente.
Una raza así podría transformar un continente desierto, fundir los hielos
polares y convertir el mundo entero en un risueño jardín del Edén".[3]
Al parecer, hay una biografía de
Albert Einstein en la que se le atribuía una idea similar, sugiriendo que la
fuerza nuclear fue simplemente redescubierta. Se dice que el editor soviético
del manuscrito decidió no publicar esta declaración, hecha por Einstein poco
antes de su muerte, porque "probablemente el anciano había perdido la
razón en aquel momento".
Soddy creía que la humanidad sufrió
un desastre cuando se formó una idea equivocada sobre las relaciones entre la
Naturaleza y el ser humano. Desde que este error fue cometido, el mundo volvió
a un estado primitivo. Luego, la humanidad reemprendió su arduo camino hacia
las cumbres del pensamiento. "La leyenda de la caída del hombre refleja,
quizás, la historia de esta calamidad", afirmaba el profesor Soddy, premio
Nobel.
Existe una cierta, aunque
inexplicable, afinidad entre los orígenes de las diversas civilizaciones de la
remota Antigüedad. Deberíamos buscar un mundo desconocido más allá de las
barreras de la Historia. Ese mundo debió ser el que dio el primer impulso a
todas las demás civilizaciones sucesivas.
Sabemos con certeza que los antiguos
egipcios, babilonios, griegos y romanos transmitieron sus enseñanzas al mundo
moderno. Pero, ¿quién fue el "maestro de los maestros" de Egipto y
Babilonia? La tradición nos da una respuesta: los atlantes. Esa es, al menos,
la conclusión a la que llegó Valery Briusov, pionero ruso de la atlantología.
Aunque el progreso humano es el
resultado de una evolución, es posible que parte de los logros científicos en
las primeras etapas del ciclo actual no sean más que conocimientos antiguos
transmitidos por los sobrevivientes de un cataclismo. Este legado de la
Atlántida no abarca todos los conocimientos científicos del mundo antiguo. El
ascenso desde la Era bárbara hasta las civilizaciones egipcia y sumeria fue el
resultado de un desarrollo social natural. Sin embargo, ciertos descubrimientos
realizados por los primeros seres humanos podrían ser redescubrimientos,
inspirados por relatos de la Edad de Oro y sus milagros.
Es difícil trazar una línea clara
entre los productos de la inteligencia humana y el legado de una Era
prehistórica. Un hecho es seguro: varios logros científicos de los humanos
prehistóricos no pueden considerarse creaciones espontáneas, ya que las condiciones
económicas y sociales no estaban maduras para ellos. Entre estos logros
"prematuros" se encuentran los aviones, los rayos X y los
descubrimientos astronómicos realizados sin telescopio.
Cuando Cortés invadió México en 1520,
su calendario tenía un desfase de diez días respecto al de los aztecas y al
tiempo astronómico actual. De hecho, la astronomía del Viejo Mundo estaba
atrasada en comparación con la del Nuevo Mundo.
Sorprendentemente, el calendario maya
era más preciso que el nuestro, como demuestran los siguientes datos:
Cálculo sideral: 365,242198 días por
año
Calendario maya: 365,242129 días por
año
Calendario gregoriano: 365,242500
días por año
La cronología maya era tan precisa
que las fechas se repetían solo una vez cada 256 años, superando en precisión
al calendario actual.
Según Egerton Sykes, "el factor
esencial radica en la constatación de que los mayas llegaron al continente ya
familiarizados con la escritura, las matemáticas, la astronomía, la
arquitectura y la medicina, además de poseer un sistema de calendario mucho más
preciso que el que se utilizaba en Europa hasta el siglo XVIII. La hipótesis
comúnmente aceptada, que sostiene que adquirieron en menos de cien años todos
los conocimientos que el mundo occidental tardó más de dos mil años en
alcanzar, no tiene precedente histórico ni se corresponde con el sentido
común". Entonces, ¿cuál era el verdadero origen de esta notable
civilización?
Cottie A. Burland, agregado en su
momento al Museo Británico, presentó un informe en el Congreso Internacional de
Americanistas en París en 1956, donde afirmó que la Estela I de El Castillo,
en Santa Lucía Cotzumahualpa, representaba el paso de Venus por el disco solar
el 25 de noviembre del año 416. Es asombrosa la precisión de estos antiguos
astrónomos guatemaltecos, ya que alcanzar datos científicos tan exactos suele
requerir siglos de observación y estudio. ¿De dónde obtuvieron sus
conocimientos los sacerdotes centroamericanos?
Los aztecas eran capaces de regular
el tráfico y realizar censos; los incas disponían de un avanzado sistema de
irrigación y alcantarillado, así como las mejores carreteras del mundo antiguo.
Los toltecas planificaban construcciones con una visión a cuatro siglos en el
futuro. Hoy en día, ninguna nación aborda problemas con tal perspectiva a largo
plazo.
No es exagerado afirmar que los
antiguos peruanos tejían telas de una finura que supera la capacidad de los
telares modernos. En las costas de Ecuador, se han encontrado ornamentos de
platino, lo que plantea una interrogante significativa: ¿cómo pudieron los
antiguos habitantes de América alcanzar, hace miles de años, temperaturas
cercanas a los 1.770 grados centígrados? Europa no logró esto sino hasta hace
dos siglos.
En su obra Sombra de la Atlántida,
Braghin describe un misterioso artefacto encontrado en Esmeralda, en el norte
de Ecuador. La colección de Ernesto Franco incluye un espejo de obsidiana
verdinegra de unos cinco centímetros de diámetro, con forma de lente convexa.
Dicho espejo era tan preciso que reflejaba incluso los cabellos más finos, lo
que denota un conocimiento avanzado en óptica y matemáticas. ¿Quién fabricó ese
espejo con tal destreza?
En el Museo de los Indios de América
de la Fundación Heye, en Nueva York, se exhiben diminutas esferas de los
mana-bis; muchas de ellas están talladas o grabadas, mientras que otras están
soldadas y perforadas. Estos objetos, más pequeños que una cabeza de alfiler,
se asemejan a pepitas de oro natural. Un joyero sin lentes no podría fabricar
algo semejante.
En los Andes, al sur de Lima, en la
bahía de Pisco, los conquistadores del siglo XVI descubrieron el enigmático
"signo de las Tres Cruces", que se asemeja más al tridente de
Neptuno. Tallado en la roca, con una altura de 250 metros, es visible desde una
distancia de 20 kilómetros.
El propósito y significado de este
“Candelabro de los Andes” permanecieron desconocidos hasta que Beltrán García,
un sabio español descendiente directo de Garcilaso de la Vega, propuso una
explicación. Según él, dicho tridente era usado por los incas o sus antecesores
como un gigantesco sismógrafo. Cree que se trataba de un péndulo con polea y
cuerda, utilizado para registrar terremotos, no solo en Perú, sino también a
nivel global. Esta teoría parece más plausible que la explicación dada por los
conquistadores, quienes pensaban que el símbolo había sido tallado por Dios en
agradecimiento por la conquista cristiana de América.
A pesar del alto nivel de
civilización alcanzado por los incas, este pueblo no conocía la escritura, algo
sin precedentes en la historia, ya que la escritura y la Historia siempre han
sido señales de madurez cultural. En lugar de palabras y letras, utilizaban el
quipu, un sistema complejo de cuerdas coloreadas con nudos que servía como una
herramienta mnemotécnica. Este sistema, de origen preincaico, se aplicaba a la
contabilidad, la estadística y la literatura, donde los nudos y lazos ayudaban
al narrador a recordar el hilo de su relato.
Este sistema mnemotécnico puede haber
sido un eco de una tecnología perdida, posiblemente basada en calculadoras
electrónicas. Tras la desaparición de los centros industriales que producían
dicho equipo, los sobrevivientes del cataclismo atlante, trasplantados a
América del Sur, pudieron haber adoptado este método simplificado de memoria
—el quipu—, que sería una caricatura de los registros y calculadoras que
utilizaron anteriormente.
Los enigmas científicos, como el
quipu, no se limitan a un solo continente o nación. Para ilustrar esto, basta
con cruzar el océano Pacífico y centrarnos en China.
Los historiadores chinos nunca
sacrificaron la verdad para complacer a sus soberanos. Cuando se les pedía que
falsificaran la historia de su época, preferían morir decapitados, como sucedió
con los analistas de Chi en el año 547 a.C. Por tanto, debemos tomar en serio
las crónicas chinas, incluso cuando relatan hechos que parecen fabulosos.
¿Conocían los antiguos chinos los
rayos X? Aunque la idea pueda parecer absurda, los textos afirman que el
emperador Sin Chi (259-210 a.C.) poseía un espejo que “iluminaba los huesos del
cuerpo”. Este espejo se encontraba en el palacio de Hien-Yang, en Shesi, hacia
el año 206 a.C., y los escritos de la época lo describen así:
"Era un espejo rectangular de
122 metros de ancho y 176 metros de alto, brillante por ambas caras. Cuando un
hombre se situaba frente a él, su imagen aparecía invertida. Si alguien
colocaba las manos sobre su corazón, todos sus órganos internos, como los
intestinos, se volvían visibles. Si una persona tenía una enfermedad oculta en
sus órganos, podía identificar el punto exacto del mal mirando este espejo y
colocando sus manos sobre el corazón".
Unos 250 años antes del reinado de
Sin Chi, un famoso médico indio llamado Jivaka poseía una joya con la capacidad
de penetrar en el cuerpo humano, como los rayos X. Un documento histórico
afirma que "cuando se colocaba la joya ante un enfermo, iluminaba su
cuerpo como una lámpara ilumina los objetos en una casa, revelando así la
naturaleza de su enfermedad".
¿De dónde obtuvieron Sin Chi y Jivaka
estos conocimientos, que superaban en más de 2.000 años a los de sus
contemporáneos? Esta es una pregunta que desconcierta a los investigadores.
En los Vedas de la India,
específicamente en el Sactaya Grantham, se encuentran instrucciones para
la vacunación y una descripción de sus efectos. ¿Cómo pudieron los brahmanes
descubrir esto 2.500 años antes que Jenner?
Es asombroso escuchar sobre rayos X
en la época de Buda y vacunas medio milenio antes de Cristo. Más impresionante
aún es encontrar conocimientos astronómicos avanzados en los textos babilónicos
antiguos.
Los babilonios conocían los
"cuernos de Venus". Describían las fases crecientes del planeta. Como
Venus está más cerca del Sol que la Tierra, tiene fases similares a las de la
Luna. Pero los "cuernos de Venus" son invisibles a simple vista.
Entonces, surge la pregunta: ¿cómo lograron los sacerdotes babilonios observar
estas fases sin telescopios?
Además, los babilonios conocían las
cuatro lunas más grandes de Júpiter: Ío, Europa, Ganímedes y Calisto. Hasta la
invención del telescopio por Galileo, la humanidad desconocía la existencia de
estos satélites. Lógicamente, uno podría suponer que los babilonios tampoco los
conocían.
Existen dos explicaciones posibles
para estas observaciones astronómicas realizadas en la Antigüedad sobre las
fases de Venus y los satélites de Júpiter.
Primera hipótesis: los sacerdotes
babilonios poseían telescopios. Aunque esta idea parece demasiado audaz para
ser aceptada por la ciencia, el Museo Británico posee una notable pieza de
cristal de roca, ovalada y plano-convexa, descubierta por Sir A. Henry Layard
durante excavaciones en el palacio de Sargón en Nínive. Sir David Brewster
sugirió que este cristal podría haber sido una lente, aunque la mayoría de los
estudiosos se muestran escépticos ante esta teoría.
Segunda hipótesis: los sacerdotes de
Caldea y Sumer habrían preservado, a lo largo de generaciones, conocimientos de
astronomía antediluviana. No hay que olvidar que los sabios de Babilonia no
eran solo sacerdotes, sino también eruditos. Para ellos, la astronomía,
íntimamente ligada a la religión, era un campo reservado para los iniciados.
Los antiguos egipcios utilizaban un
jeroglífico especial para designar un millón. Sin embargo, fue solo en el siglo
XVII, gracias a los trabajos de Descartes y Leibniz, cuando el concepto de
millón se introdujo en la matemática moderna. Hace miles de años, los
matemáticos de Babilonia ya manejaban cifras tan grandes utilizando tablas de
cálculo. Es posible que sus bibliotecas contuvieran tablillas con conocimientos
científicos legados por épocas anteriores. Si esta suposición es cierta, podría
explicar cómo descubrieron las fases de Venus y las lunas de Júpiter.
Los aztecas estaban al tanto de la
esfericidad de los planetas y practicaban un juego de pelota que simbolizaba a
los dioses empujando los cuerpos celestes por el cielo.
Los dogones de África, que mantienen
un sistema teocrático fiel a la antigua tradición, conocen la existencia de
Sirio B, el compañero oscuro de Sirio, ubicado a unos nueve años luz de la
Tierra y visible únicamente con un telescopio. Del mismo modo, los antiguos
pueblos del Mediterráneo conocían algunas de las Pléyades, invisibles a simple
vista.
¿Son estos conocimientos restos de
una ciencia perdida que ha perdurado en la memoria colectiva?
Los estudiosos de la astronomía
primitiva han quedado asombrados por la precisión con la que los antiguos
medían el paralaje solar, una hazaña que resulta inexplicable si consideramos
los instrumentos disponibles en esa época.
El Huai Nan Tzu (hacia 120
a.C.) y el Lun Heng de Wang Chung (82 d.C.) presentan una cosmogonía
centrípeta, en la que mencionan "torbellinos" que solidifican los
mundos formados a partir de la materia primordial. Estos textos antiguos de
China ya anticipaban las ideas modernas sobre la formación de galaxias.
Nos enfrentamos, entonces, a una disyuntiva: o bien existían en la Antigüedad instrumentos astronómicos avanzados, o bien los sacerdotes de Babilonia, Egipto e India eran guardianes de una ciencia prehistórica con al menos diez mil años de antigüedad.
¿Cómo es posible que los sabios de la
Antigüedad obtuvieran conocimientos científicos que estaban muy adelantados a
su época? Aunque las brillantes especulaciones filosóficas podrían haber jugado
un papel, en muchos casos no estamos ante meras conjeturas, sino frente a
conocimientos precisos.
Anaxímenes, hace más de 2.500 años,
no solo comprendía la distancia que nos separa de las estrellas, sino que
también hablaba de sus "compañeros no luminosos". Sin embargo, solo
en tiempos recientes la astronomía ha comenzado a detectar planetas en otros
sistemas solares.
Anaxágoras (500-428 a.C.) mencionaba
la existencia de "otros mundos que proveen sustento a sus
habitantes". Hace solo uno o dos siglos, este tipo de afirmaciones habrían
sido ridiculizadas tanto por la Iglesia como por las Academias. ¿No demuestra
esto que los antiguos filósofos estaban, de algún modo inexplicable, más
cercanos a la verdad que la Europa occidental de hace unas generaciones?
Demócrito (460-361 a.C.) fue capaz de
ofrecer una explicación correcta de la Vía Láctea como un vasto conjunto de
estrellas, dispersas y distantes entre sí. La ciencia moderna llegó a una
conclusión similar hace apenas dos siglos. ¿Fueron estas deducciones meras
elucubraciones filosóficas o se basaron en conocimientos transmitidos por los
guardianes de una sabiduría ancestral?
Como si de un científico moderno se
tratara, Demócrito declaraba: "En realidad, no hay nada más que átomos y
espacio".
Todavía hoy, en las afueras de
Atenas, existe un lugar señalado como el "Laboratorio de investigaciones
nucleares de Demócrito".
En su juventud, Demócrito había
recibido enseñanzas de magos persas que quedaron en Abdera tras la retirada de
Jerjes. Según Sexto Empírico (siglo III), Demócrito obtuvo sus conocimientos
sobre la teoría atómica a partir de la tradición antigua, particularmente de
las obras del fenicio Moschus, quien tenía una comprensión aún más avanzada del
átomo, considerándolo verdaderamente indivisible.
Séneca afirmó que Demócrito sabía que
existían más planetas de los que pueden percibirse a simple vista. ¿De dónde
obtuvo Demócrito estos conocimientos astronómicos, tan adelantados —o tal vez
conservados— por siglos?
Demócrito también sostenía que el Sol
tenía un tamaño colosal y que las manchas lunares eran sombras proyectadas por
montañas y valles en la superficie lunar. Creía que los mundos nacen y mueren
constantemente en el espacio infinito, y afirmaba que las estrellas no son más
que otros soles, algunos incluso más grandes que el nuestro. Simplicio (siglo
VI d.C.) corroboraba esta idea.
Pitágoras (siglo VI a.C.) ya había
llegado a la conclusión de que la Tierra era esférica, y Aristarco de Samos
(310-230 a.C.) insistió en que la Tierra giraba alrededor del Sol.
Eratóstenes (276-195 a.C.),
bibliotecario en Alejandría, calculó la circunferencia de la Tierra con un
margen de error de apenas 360 kilómetros. Según Aquiles Tacio, los caldeos
también midieron la Tierra con una precisión similar a la de Eratóstenes.
La obra Opiniones de filósofos,
atribuida a Plutarco, menciona que la distancia entre la Tierra y el Sol era de
804 millones de estadios. Esta cifra es prácticamente la misma que acepta la
astronomía moderna, siempre que nuestra interpretación del "estadio"
antiguo sea correcta.
¿Poseían los astrónomos antiguos
instrumentos de precisión? Si no, ¿cómo podrían haber acertado en conocimientos
tan avanzados?
Empédocles (494-434 a.C.) afirmaba
que la luz necesitaba tiempo para transmitirse y también tenía una idea sobre
la mutación de las especies. Lucrecio (96-55 a.C.) era consciente de la
velocidad uniforme con la que los cuerpos caen en el vacío. En su poema De
rerum natura (De las cosas de la naturaleza), traza, siglos antes de
Darwin, una imagen de la lucha por la existencia. Pitágoras conocía, mucho
antes que Newton, la ley de la fuerza de la atracción. Anaximandro (principios
del siglo VI a.C.) declaraba que todas las especies de la vida animal tenían un
origen común.
Es cierto que los casos en los que
los filósofos de la Antigüedad se expresan en el lenguaje de nuestro siglo son
bastante raros. Sin embargo, tenemos pruebas suficientes para afirmar que, en
ciertos aspectos, los pensadores del mundo clásico eran, comparados con los
maestros de la Escolástica medieval, auténticos gigantes del pensamiento.
La Historia nos cuenta que Arquímedes
había construido un planetario en el siglo III a.C. El Museo Arqueológico
Nacional de Grecia posee, en este contexto, una reliquia extraordinaria. Este
objeto fue hallado en el Mediterráneo en 1900 por unos pescadores, pero su
aplicación permaneció en el misterio hasta 1959, cuando un erudito de
Cambridge, el doctor Derek Price, lo identificó como un modelo del sistema
solar. Se trata de un modelo extremadamente preciso de mecánica que representa
la Tierra, el Sol, la Luna y los planetas, construido por un artesano
desconocido hacia el año 65 a.C. En este modelo se observa un complicado y
preciso sistema de engranajes, que se ponía en movimiento con una pequeña
manivela que mantenía cada uno de los cuerpos celestes en la posición que les
correspondía. El artefacto es demasiado delicado para ser manipulado, pero aún
se pueden reconocer los engranajes y ruedas. El doctor Price afirmó en 1959
que: "El descubrimiento de un objeto semejante es tan sorprendente como sería
el hallazgo de un avión a reacción en la tumba del faraón Tutankamón". [4]
Cicerón menciona una esfera celeste
del mismo tipo que se podía ver en Roma, en el templo de la Virtud. Subrayando
su antigüedad, atribuye su invención a Tales de Mileto, en el siglo VI a.C.
Hace dos mil años, la ciudad de
Siracusa, en Sicilia, tenía un planetario en el que las estrellas se movían
gracias a un mecanismo hidráulico.
Muchos pensadores de la antigua
Grecia llegaron a admitir la posibilidad de vida en otros planetas. Metrodoro
de Lámpsaco (siglo III a.C.) sostenía que considerar la Tierra como el único
mundo habitado en el vasto universo era tan absurdo como suponer que solo un
grano de trigo crece en un gran campo.
¿Cómo no asombrarse ante esta especulación —si no conocimiento— sobre la vida en otros planetas en una época en la que no existía el telescopio ni ningún otro instrumento científico moderno? ¿Era únicamente la inteligencia lo que permitía a esos filósofos adelantarse tanto a su tiempo, o también el acceso a la ciencia de una civilización perdida?
Durante siglos, los brahmanes han
preservado con sumo cuidado la tabla astronómica del Surya Siddhanta. En este
antiguo texto astronómico de la India, el diámetro de la Tierra se calculaba en
12,617 kilómetros. Además, establecía la distancia entre la Tierra y la Luna en
407,198 kilómetros.
La astronomía moderna, por su parte,
fija el diámetro ecuatorial de la Tierra en 12,756.5 kilómetros y la distancia
máxima a la Luna en 406,731 kilómetros aproximadamente. Estas cifras nos
demuestran la extraordinaria precisión que habían alcanzado los astrónomos de
la India antigua, en una época en la que los europeos aún estaban lejos de
superar la idea de la Tierra plana. La última versión del Surya Siddhanta se
fecha en el año 1000 d.C., pero según algunos hindúes, existían versiones
anteriores ya hacia el 3000 a.C. En este caso, la obra resulta aún más
sorprendente.
Los textos sánscritos de Manú
contienen ideas sobre la evolución que se anticipan a Lamarck y Darwin por
varios milenios:
"El primer germen de vida fue
formado por el agua y el calor. El hombre recorrerá el Universo, ascendiendo
gradualmente, pasando por las rocas, las plantas, los gusanos, los insectos,
los peces, las serpientes, las tortugas, los animales salvajes, el ganado y los
animales superiores. Estas son las transformaciones de la planta en Brahma que
deben producirse en su mundo".
¿Estamos ante una profunda idea
surgida de la mente de un sabio, o se trata de los restos de un tesoro arcaico
celosamente conservado en la India por sacerdotes iniciados?
La cosmología hindú calculaba la
existencia del sistema solar en millones de años. El Kalpa, o "día de
Brahma", equivalía a 4,320 millones de años. Según los cálculos
científicos actuales, la edad de la Tierra es de alrededor de 5,000 millones de
años. Aunque no concuerdan por completo, esta cronología cósmica resulta
asombrosamente cercana a la estimación moderna.
Las creencias de los drusos del
Líbano sostienen que el mundo tenía 3,430 millones de años en la época del
divino Hakim. La estela Metternich, en Egipto, menciona el "Barco de los
millones de años" en el que navega el dios Ra. Esto indica que, en el
mundo antiguo, el Universo se consideraba extremadamente antiguo, una
concepción más sabia que la de los científicos del siglo XIX, quienes sostenían
que la Tierra solo existía desde hacía unos pocos miles de años.
Los textos como el Surya Siddhanta y
el Brihat Samhita de los pandits hindúes hablan también de lo infinitamente
pequeño. Dividían el día en 60 kala o ghatika (24 minutos cada uno),
subdivididos en 60 vikala (24 segundos cada uno). Luego seguían subdividiendo
en para, tatpara, vitatpara, ima y kashta, alcanzando una unidad mínima, el
kashta, que equivale aproximadamente a 0.00000003 segundos (tres
cienmillonésimas de segundo). Esta fracción del tiempo solo tiene sentido si se
disponen de instrumentos de precisión mucho más avanzados que los actuales.
Este sistema de medición sugiere que los pandits eran herederos de una
civilización con un avanzado conocimiento tecnológico, que incluso podía
incluir nociones de física nuclear.
“Mitra-Varuna” se interpreta
fácilmente como cátodo-ánodo, mientras que pranavayu y udanavayu equivalen a
oxígeno e hidrógeno. El sabio Agastya es, por su parte, conocido en la historia
como Kumbhayoni, derivado de la palabra kumbha (cántaro), en referencia a los
cántaros de barro que utilizaba para construir sus baterías. También se le
atribuye la construcción de un pushpakavimana, o avión.
Sin embargo, más allá de las
baterías, la historia menciona muchos otros milagros científicos realizados por
los antiguos.
Según Ovidio, Numa Pompilio, segundo
rey de Roma, invocaba a Júpiter para encender los altares con llamas
provenientes del cielo. En la cúpula del templo que había construido, Numa
mantenía encendida una luz perpetua. En el año 170 de nuestra era, Pausanias
vio en el templo de Minerva una lámpara de oro que daba luz durante un año
entero sin necesidad de ser alimentada.
En las tumbas cercanas a la antigua
Menfis, en Egipto, se han encontrado cámaras selladas con lámparas que ardían
perpetuamente, aunque al ser expuestas al aire, las llamas se apagaron. Se sabe
que en los templos de los brahmanes en la India también existieron lámparas
perpetuas de este tipo.
La estatua de Memnón, en Egipto,
comenzaba a hablar en cuanto los rayos del sol naciente iluminaban su boca.
Juvenal dijo: “Memnón hace resonar sus cuerdas mágicas”. Los incas tenían un
ídolo parlante en el valle de Rimac. Naturalmente, sería imposible construir
estatuas semejantes sin un conocimiento de física.
Es razonable suponer que las chispas
que salían de los ojos de las divinidades egipcias, especialmente de los de
Isis, podrían haber sido producidas por electricidad: ¿acaso no se han
encontrado en Egipto extraños aparatos eléctricos de este tipo?
Luciano (120-180 d.C.), el satírico
griego, nos ha dejado una descripción de las maravillas que vio en su viaje a
Hierápolis, en el norte de Siria. Allí le mostraron una joya incrustada en la
cabeza dorada de Hera, de la cual emanaba una gran luz, “y todo el templo
resplandecía como si estuviera iluminado por miles de velas”.
Otro fenómeno sorprendente era que
los ojos de la diosa seguían a las personas cuando se movían. Luciano no pudo
explicar este fenómeno, ya que los sacerdotes se negaron a revelarle sus
secretos.
Los frescos de vivos colores que
decoran las paredes y techos de las tumbas egipcias debieron ser pintados con
plena iluminación. Sin embargo, la luz del día nunca llega a estas oscuras
cámaras. No hay rastros de hollín producido por antorchas o lámparas de aceite.
¿Se usaba entonces luz eléctrica?
Los misterios del templo de Hadad, o
de Júpiter, en Baalbek, están relacionados con piedras luminosas. No hay duda
sobre la existencia de estas piedras, que en la antigüedad proporcionaban luz
durante las horas nocturnas, pues han sido descritas por numerosos autores
clásicos.
En el siglo I de nuestra era,
Plutarco escribió que había visto una lámpara perpetua en el templo de Júpiter
Amón. Los sacerdotes le aseguraron que había ardido continuamente durante años;
ni el viento ni el agua podían apagarla.
En 1401, se descubrió la piedra
sepulcral de Palas, hijo de Evandro; sobre la cabeza de este romano había una
lámpara perpetua que ardía sin cesar. Para apagarla, fue necesario romper toda
la escultura.
San Agustín (nacido en el año 354
d.C.) describe una lámpara perpetua que vio en el templo de Venus. El
historiador bizantino Cedrino (siglo XI) afirmó haber visto en Edesa, Siria,
una lámpara que había estado ardiendo durante cinco siglos.
El padre Régis-Evariste Huc
(1813-1860) asegura haber examinado en el Tíbet una de estas lámparas
perpetuas.
También en las Américas se han
registrado relatos sobre estas lámparas. En 1601, al describir la ciudad de
Gran Moxo, cerca de las fuentes del río Paraguay, en el Matto Grosso, Barco
Centenera relata una isla misteriosa recordada por los conquistadores:
“En medio del lago había una isla,
con edificios majestuosos cuya belleza superaba el entendimiento humano. La
casa del Señor de Gran Moxo estaba construida en piedra blanca hasta el techo.
En la entrada había dos torres muy altas y una escalera central. Dos jaguares
vivos estaban encadenados a un pilar a la derecha, sujetos con argollas de oro.
En la cima de este pilar, a una altura de 7,75 metros, había una gran luna que
iluminaba todo el lago, disipando la oscuridad y las sombras tanto de día como
de noche”.
El coronel P. H. Fawcett escuchó a
los indígenas del Matto Grosso hablar sobre luces frías y misteriosas en las
ciudades perdidas de la jungla. En una carta al autor británico Lewis Spence,
Fawcett declaró:
“Estas personas tienen una fuente de
iluminación que nos resulta extraña y que probablemente representa los restos
de una civilización que desapareció dejando apenas unas cuantas huellas”.
Los mandanes, un pueblo indígena
blanco de América del Norte, conservan el recuerdo de una época en la que sus
antepasados vivían al otro lado del océano, en “ciudades con luces
inextinguibles”. ¿Acaso se trataba de la mítica Atlántida? ¿Es posible que los
antiguos hayan heredado estas extrañas lámparas de los supervivientes atlantes?
Hace tan solo unas décadas, se decía
que los habitantes de las islas del Estrecho de Torres poseían unas piedras
redondas llamadas bouia, que emitían una luz intensa y penetrante. Estas
piedras, que brillaban por sí mismas, estaban decoradas con conchas, cabellos y
dientes, y mostraban diferentes colores. Desde lejos, los colonos blancos veían
con asombro aparecer, de forma intermitente, una luz azul verdosa que emergía
de la oscuridad.
En tiempos recientes, unos
comerciantes en Nueva Guinea hicieron un descubrimiento sorprendente. En plena
jungla, cerca del Monte Guillermina, hallaron un valle habitado por amazonas.
Para su asombro, vieron allí grandes piedras redondas de unos 3,5 metros de
diámetro, colocadas sobre columnas que irradiaban una luz similar a la de los
tubos de neón.
C. S. Downey, un delegado que
participó en la Conferencia sobre Iluminación y Tráfico en Pretoria, Sudáfrica,
quedó tan impactado por las extrañas y sorprendentes fuentes de luz que
presenció en ese poblado selvático de Nueva Guinea, que no pudo evitar declarar
en 1963:
“Estas mujeres, que están
completamente aisladas del resto de la humanidad, han desarrollado un sistema
de iluminación que no solo iguala, sino que incluso supera, al de nuestro siglo
XX”.
Es difícil creer que estas amazonas
de la jungla hayan desarrollado un sistema de iluminación más avanzado que el
nuestro. Más lógico sería pensar que estas esferas luminosas fueran un legado
de alguna civilización perdida, desconocida para nuestra Historia.
La existencia de fuentes de luz artificial en la Antigüedad está documentada tanto por autores clásicos como por la tradición. Electra, la hija luminosa de Atlas, podría ser simplemente un símbolo de la electricidad que se conocía en la Atlántida.
Cuando se descubrió la albañilería
preincaica en Ollantaytambo y Sacsayhuamán, en Perú, se calculó que algunas de
las piedras utilizadas pesaban más de cien toneladas. A pesar de su enorme
peso, los bloques estaban colocados con tal precisión que las juntas apenas
eran visibles a simple vista. Además de Egipto, estas construcciones levantadas
por los antiguos arquitectos del Perú no han sido igualadas en ningún otro
lugar del mundo.
La Gran Pirámide de Keops en Egipto
es una de las edificaciones más precisas jamás construidas. Aquellos que la
construyeron debieron poseer conocimientos avanzados en geometría y
arquitectura. Se ha llegado a decir que: “El tiempo se burla de todo, pero las
pirámides se burlan del tiempo”.
Los bloques pulidos, de un peso de
hasta quince toneladas, que forman la base de la pirámide de Keops están
ensamblados con una precisión de una centésima de pulgada. Es tan exacto que es
difícil insertar una hoja de papel entre ellos. Ninguna nación anterior a la
era moderna habría podido lograr tal nivel de precisión.[5]
¡Nuestros actuales aparatos de optometría tienen márgenes de error más
elevados!
Si aceptamos la fecha establecida por
los egiptólogos, la Gran Pirámide fue construida en una época en la que no
existían grúas ni ruedas. Apenas un siglo antes de que comenzaran los trabajos,
los egipcios todavía usaban argamasa de barro y paja. Solo tenemos que visitar
el museo de El Cairo para comprobar los instrumentos de la época. ¿Podemos
realmente aceptar que en menos de un siglo los antiguos egipcios avanzaron
tanto como para construir un edificio que, hasta tiempos recientes, fue el más
alto del mundo?
Nunca se ha proporcionado una
explicación totalmente satisfactoria de cómo se pudo completar la construcción
de la pirámide de Keops. Según Diodoro de Sicilia, 360,000 hombres trabajaron
en ella durante veinte años. Heródoto, por su parte, menciona que fueron cien
mil trabajadores durante el mismo período.
Heródoto relata además que esta
ambiciosa empresa casi llevó al faraón Keops (también conocido como Kufu) a la
bancarrota. Para salvar la situación, decidió enviar a su hija, famosa por su
belleza, a trabajar en una casa de encantamientos. La joven no solo recaudó la
suma que su padre necesitaba, sino que decidió construir un monumento propio,
exigiendo que cada visitante le donara una piedra.
Puede resultar difícil aceptar esta
historia como una contribución auténtica a la Historia. Es posible que Heródoto
haya sido inducido a error por los sacerdotes egipcios, que no querían revelar
los verdaderos métodos que utilizaban para sus construcciones megalíticas.
En el siglo XIX, cuando se tomaron
mediciones exactas de la Gran Pirámide, se descubrió que el ángulo entre cada
una de sus caras y la base era de 51° 51' a 51° 52'. Dado que la cúspide había
desaparecido, se determinó la altura de la pirámide mediante métodos
geométricos. Posteriormente, el perímetro de la base fue dividido por el doble
de la altura, obteniéndose el sorprendente resultado de 3.14159, el valor de π.
La distancia media de la Tierra al
Sol es de 149,5 millones de kilómetros, mientras que la altura de la Pirámide
de Keops es de 147,8 metros, lo que equivale a la distancia al Sol reducida mil
millones de veces, con un error de solo un uno por ciento.
La unidad de longitud usada para su
construcción era el codo piramidal, que equivale a 635,66 milímetros. El radio
de la Tierra, desde el centro hasta el Polo, es de 6,357 kilómetros, lo que
equivale al codo piramidal multiplicado por diez millones.
A finales del siglo XVIII, se
estableció en París el metro estándar como la diezmillonésima parte del
cuadrante terrestre. En nuestro siglo, con mediciones más precisas, se
descubrió que este cálculo no era exacto. Sin embargo, el codo egipcio es, con
una precisión de una centésima de milímetro, equivalente a la diez-millonésima
parte del radio de la Tierra.
La longitud de una cara de la base de
la pirámide es de 365,25 codos piramidales, lo que coincide con los 365,25 días
del año. Esta coincidencia entre las proporciones de la pirámide y los datos
astronómicos sugiere que el diseño de la Gran Pirámide podría haberse inspirado
en conocimientos transmitidos desde la Atlántida.
Tras un estudio profundo de las
proporciones geométricas de la Pirámide de Keops, el ingeniero moscovita A.K.
Abramov concluyó que esta pirámide resolvía el problema de la cuadratura del
círculo utilizando el sistema septenario para definir π como 22/7. Además,
demostró que los egipcios empleaban un radián (π/6) como unidad fundamental de
medida.
“Es fundamental tener en cuenta el
contexto histórico que permitió el desarrollo de la cuadratura del círculo en
su aplicación práctica. Viajemos 4,500 años atrás, hacia la época en que se
construyó la Gran Pirámide. Mucho antes de su construcción, los eruditos de la
Antigüedad ya conocían numerosos hechos objetivos. Entre los más importantes
estaba el descubrimiento de la relación entre la longitud de una circunferencia
y su diámetro, que en el sistema septenario se expresaba como 22/7.
“En esa misma época, también se
descubrieron ciertas relaciones geométricas, como el despliegue de una
circunferencia, la división en tres sectores de un ángulo, el doblamiento de un
cubo sin alterar su forma y la conversión de volúmenes de cubos a volúmenes de
esferas, entre otros. De forma natural, estos hallazgos se aplicaron a la
realidad objetiva.
“Se ha comprobado que la Pirámide de
Keops (Kufu) fue construida de manera tal que el perímetro de su base es igual
a la circunferencia que tendría un radio equivalente a su altura. Si expresamos
estas dimensiones en radianes, esta equivalencia entre el perímetro del
cuadrado y el de un círculo se evidencia claramente en las siguientes
ecuaciones. La primera fórmula muestra la longitud de los cuatro lados de la
Gran Pirámide, mientras que la segunda describe la longitud de una
circunferencia trazada con un radio igual a la altura de la pirámide:
440 X 4= 1.760
2 X (22/7) X 280 = 1.760
Aquí, los 440 codos representan la
longitud de un lado de la base de la pirámide, que multiplicado por cuatro
resulta en 1,760 codos, el perímetro total. Por otro lado, al utilizar la
relación 22/7 para π, vemos que al multiplicar por 2 y por el radio (280 codos)
obtenemos exactamente la misma cifra de 1,760 codos.
Esta correspondencia precisa entre el
cuadrado y el círculo demuestra un conocimiento matemático avanzado y un
entendimiento profundo de las proporciones geométricas que los antiguos
egipcios aplicaron en la construcción de la pirámide.
1 radián = π/6 = 0,5238095
Según A.K. Abramov, los sacerdotes
egipcios tenían una concepción especial de las tres dimensiones del espacio.
Para ellos, el punto no era simplemente un lugar sin dimensiones, sino que
representaba el origen a partir del cual se desplegaban las tres direcciones
fundamentales: longitud, anchura y profundidad.
En la visión de los antiguos
egipcios, el punto se concebía como el principio de todas las dimensiones
espaciales, desde donde se expandían las líneas y superficies que conformaban
el mundo material. Esta manera de entender el espacio revela que sus conocimientos
geométricos iban más allá de lo meramente práctico, incorporando principios que
hoy asociaríamos con la geometría moderna y la teoría matemática.
Abramov sostenía que esta cosmovisión
geométrica no solo se reflejaba en la construcción de monumentos como las
pirámides, sino que también formaba parte del conocimiento secreto que los
sacerdotes egipcios custodiaban, aplicando estos conceptos tanto en la
arquitectura como en sus prácticas religiosas y filosóficas.
Pitágoras no fue capaz de comprender
la profundidad de las nociones geométricas que existían en Egipto en su
tiempo”, continuaba Abramov. “Los conocimientos de los egipcios eran de un
nivel superior. Su origen sigue siendo un misterio. Sin embargo, los hechos
están ahí para demostrar la existencia de esta ciencia avanzada: esas pirámides
que han resistido el paso de los siglos son un testimonio de la sabiduría de
sus constructores.”
Tal vez algunos matemáticos se
sientan tentados a exclamar: ‘¡Que se maldiga esa ciencia desconocida y que se
derrumben todas las pirámides!’ Al fin y al cabo, nada les impediría proclamar
que hemos alcanzado la cima de la civilización y que ningún hombre del pasado
pudo ser más inteligente que el hombre moderno.
Lobachevski, el gran matemático ruso,
demostró la universalidad de la geometría del espacio. Esta gran ciencia fue,
en tiempos, traída a Egipto. Pero, ¿de dónde y por quién? Podrían resolverse
muchos misterios si aceptáramos la idea de que los primitivos Hijos del Sol
eran portadores de la civilización, llegados desde el espacio exterior.
La universalidad científica de la
geometría nos indica que la vida surgió en otros planetas antes, probablemente,
que en el nuestro, aunque siguió la misma evolución en cuanto al conocimiento.
“Es posible que otra civilización
cósmica haya aprendido a generar energía mediante métodos distintos. Tal vez
fueron capaces de transformar la luz en energía de propulsión sin necesidad de
recurrir a los sincrotrones. En ese caso, habrían tenido a su disposición naves
espaciales construidas de una forma diferente a la nuestra”, concluía A.K.
Abramov.
Existe una anécdota atribuida a Einstein, quien, al ser preguntado: “¿Cómo se logra un
descubrimiento?”, respondió: “Cuando todos los científicos se ponen de acuerdo
en que algo es imposible, llega un rezagado que lo resuelve”.
Cuanto más se estudian las pirámides,
más se llega a la conclusión de que fueron construidas por una raza de gigantes
del saber.
Según una tradición, los monumentos
megalíticos fueron erigidos utilizando vibraciones sonoras. La gravitación
habría sido neutralizada mediante sortilegios musicales y varitas magnetizadas
que permitían levantar las piedras en el aire. Esta posibilidad, aunque parezca
fantástica a primera vista, merecería ser estudiada en profundidad en nuestra
era de la aviación y la astronáutica.[6]
Entre los árabes existe una curiosa
leyenda sobre la construcción de la Gran Pirámide: “Colocaron bajo las piedras
hojas de papiro en las que habían escrito secretos, y luego las golpearon con
una varita. Entonces, las piedras se elevaron en el aire hasta la altura de un
tiro de flecha, y así alcanzaron la pirámide”.
Los antiguos podrían haber dominado
tanto las fuerzas de repulsión como las de atracción, si contaban con
conocimientos científicos diferentes sobre la energía y la materia.
Los bloques de la terraza de Baalbek,
en el Líbano, son de cincuenta a cien veces más pesados que los de la Gran
Pirámide; incluso las grúas más grandes de nuestra era serían incapaces de
levantarlos desde la base de la colina hasta la cima donde se encuentra la
plataforma. ¿Quiénes fueron entonces los titanes que construyeron los edificios
megalíticos del Líbano, Egipto y Perú?
Los moáis, las icónicas estatuas de
la Isla de Pascua, se encuentran dispersos por la ladera del volcán Rano
Raraku, que sirvió como cantera principal para su tallado. Este sitio
arqueológico es uno de los más extraordinarios y misteriosos del mundo, donde
se pueden observar decenas de moáis en diferentes etapas de elaboración,
algunos aun parcialmente enterrados en la ladera del volcán. ¿Cómo se
transportaron hasta sus bases los terminados de esculpir?
En su libro La magia caldea,
François Lenormant relata una leyenda sobre los sacerdotes de On, quienes,
mediante el uso de sonidos, podían levantar piedras tan pesadas que ni un
millar de hombres podrían mover. ¿Es esto solo un mito o refleja el recuerdo de
una ciencia olvidada? Luciano (125 d.C.) confirma la existencia de la
"antigravedad" en la antigüedad, al describir la estatua de Apolo en
un templo de Hierápolis. Mientras los sacerdotes intentaban alzar la estatua,
Apolo “la dejó en el suelo y se elevó por sí mismo”, en presencia del propio
Luciano. Pocas personas se percatan de que, incluso hoy en día, ocurren
fenómenos similares a los atribuidos a la "ciencia prehistórica" de
la antigüedad.
En la India occidental, cerca de
Pune, junto a la carretera de Satara, se encuentra el pueblo de Shivapur, que
alberga una pequeña mezquita construida en honor al derviche Qamar Alí, un
santo de la secta sufí. Frente a la mezquita, hay dos rocas redondeadas de
granito: una pesa 55 kilogramos y la otra, más pequeña, 41.
Todos los días, grupos de peregrinos
y visitantes se congregan alrededor de estas piedras, tocándolas con sus dedos
índices y gritando con voz penetrante el nombre sagrado "Qamar Alí".
Es crucial que solo once personas rodeen la piedra más grande. De pronto, la
roca se eleva del suelo, pierde peso y asciende en pocos segundos a una altura
de dos metros, manteniéndose en el aire por un breve instante antes de caer
bruscamente al suelo. Lo mismo ocurre con la piedra más pequeña, que es
levantada por un grupo de nueve personas.
Este fenómeno extraordinario se
repite varias veces al día, para asombro de quienes participan. Normalmente, se
necesitarían al menos seis hombres para levantar la roca más grande. Debería
existir una explicación científica convincente para este fenómeno, en el que
puede participar cualquier persona, sea musulmán, budista, cristiano o
agnóstico. Sin embargo, ninguna de las personas que logran levantar la piedra a
diario puede ofrecer una explicación adecuada. En mis charlas sobre
biomagnetismo y bioenergética, llevamos a cabo un ejercicio similar, relativo a
minorar la fuerza de la gravedad. Es decir, alteramos el peso sin variar ni el
volumen ni la densidad.
Aunque uno se mantenga escéptico, el
hecho es evidente: contrariamente a todas las leyes de la física, una piedra
pesada se eleva por sí sola a una altura de dos metros y una persona de 90 kg.
también. En nuestra era espacial, donde los científicos más destacados tratan
de desentrañar los misterios de la gravedad, este fenómeno singular podría ser
objeto de una investigación rigurosa. Todas las hipótesis son válidas para
intentar explicar esta elevación automática de la roca o la persona: ¿está
provocada por las ondas sonoras de la salmodia rítmica, por corrientes
biológicas que fluyen desde los dedos, o por una combinación de ambas? Lo
cierto es que, si las palabras "Qamar Alí" no se pronuncian en voz
alta y clara, la piedra no se eleva. Y sin ciertas palabras e intención, la
persona de 90 kg. tampoco.
Este "milagro" podría ser
una demostración moderna de la técnica utilizada en la antigüedad para erigir
las pirámides y otras construcciones megalíticas.
En 1520, Muhiddin Piri Reis, conocido
como almirante Piri Reis (1470-1554), publicó en Turquía el atlas Bahriyye,
destinado a los navegantes. Estos mapas, llenos de anotaciones y dibujados en
piel de gamuza, fueron redescubiertos por Halil Edhem, director de los museos
nacionales, el 9 de noviembre de 1929 en el palacio Topkapi, en Estambul.
En sus notas, Piri Reis revela la
fuente de estos mapas. Durante una batalla naval en 1501 contra los españoles,
un oficial turco llamado Kemal capturó a un hombre que había participado en los
tres históricos viajes de Cristóbal Colón. Ese prisionero español tenía en su
poder un conjunto de mapas muy peculiares. Gracias a estos mapas, Cristóbal
Colón pudo establecer el objetivo de su viaje. Si esta teoría es correcta,
explica lo que su hijo Fernando escribió en Vida del almirante Cristóbal
Colón: “Recopilaba cuidadosamente toda la información que marineros y otras
personas le brindaban. Gracias a ello, adquirió la convicción firme de que
podría descubrir nuevas tierras al oeste de las Islas Canarias”.
Entre los documentos confiscados por
los turcos al español, había mapas dibujados por Colón en 1498, seis años
después del descubrimiento de las Antillas. Sin embargo, estos mapas muestran
América del Norte y del Sur, sus ríos, Groenlandia y la Antártida, que eran
desconocidos en 1498. La distancia entre América del Sur y África está indicada
con sorprendente precisión.
El doctor Afetinan, un académico
turco, escribió en su libro El mapa más antiguo de América: “En el
capítulo dedicado al Mar Occidental, encontramos todo lo que se sabía en su
época sobre el descubrimiento de América. Menciona, basándose en rumores, que
un libro de la época de Alejandro Magno fue traducido en Europa y que, tras
leerlo, Colón partió hacia el descubrimiento de las Antillas con naves
proporcionadas por el gobierno español. Hoy en día, resulta claro que Piri Reis
tuvo en su poder el mapa utilizado por el gran explorador”.
Quedan muchas preguntas sin respuesta
en relación con el mapa de Piri Reis. ¿Quién y cómo trazó un mapa que muestra
los contornos de la Antártida libre de hielo en tiempos de Colón, o quizás
incluso en la época de Alejandro Magno? No fue hasta el Año Geofísico
Internacional que se pudo cartografiar el continente bajo la capa de hielo.
Groenlandia aparece representada como dos o tres islas, aunque está cubierta
por una capa de hielo de 1.500 metros, y solo recientemente una expedición
polar francesa descubrió que Groenlandia está compuesta por dos islas
principales.
Arlington H. Mallery, un experto en
cartografía, solicitó a la Oficina Hidrográfica de los Estados Unidos que
verificara este enigmático mapa. El comandante Larsen declaró de inmediato: “La
Oficina Hidrográfica de la Marina ha revisado un antiguo mapa, conocido como el
mapa de Piri Reis, que data de hace más de cinco mil años. Es tan preciso que
solo un vuelo global podría haberlo producido. Al principio, la Oficina no le
dio crédito, pero finalmente confirmó su autenticidad e incluso lo usó para
corregir errores en ciertos mapas modernos”.
Según Mallery, el antiguo mapa
muestra todas las cordilleras del Canadá septentrional, incluidas algunas que
no figuraban en los mapas del ejército estadounidense, pero que se descubrieron
posteriormente. La precisión en la longitud es asombrosa, ya que solo
aprendimos a calcularla hace unos doscientos años. Mallery exclamó: “¡No
sabemos cómo pudieron haber realizado este mapa con tal precisión sin el uso de
un avión!”.
Este mapa sugiere la existencia de
conocimientos científicos avanzados en una época que se consideraba desprovista
de ellos. ¿Acaso Alejandro Magno tuvo acceso a papiros conservados en el templo
de Sais, en Egipto? Esos sacerdotes ciertamente estaban al tanto de América, ya
que, según Platón, dijeron a Solón que el Atlántico “era un verdadero mar, y
las tierras circundantes podían considerarse un continente”.
Existe otro hecho sorprendente que
podría respaldar la teoría de los antiguos orígenes del mapa de Piri Reis, que
se dice fue utilizado por Cristóbal Colón. Los satélites espaciales han
revelado que nuestro planeta tiene una forma ligeramente parecida a la de una
pera. Sin embargo, Cristóbal Colón ya lo afirmaba en una de sus cartas,
diciendo que la Tierra era "como una pera". Hace solo unos cincuenta
años, desconocíamos esta peculiaridad. ¿Cómo pudo saberlo Colón?
Un matemático y astrónomo del siglo
XI, oriundo de Azerbaiyán, Nasireddin Tusi, también tenía conocimientos sobre
América, 220 años antes de Colón. G.D. Mamedbeily, de la Academia de Ciencias
de Azerbaiyán, ha descubierto que este sabio mencionaba en sus escritos de hace
siete siglos un lugar llamado "Dzhezair Haldat" ("Islas
Eternas"), cuyas coordenadas coinciden con los contornos orientales de
América del Sur. Al igual que el enigmático mapa de Piri Reis, el manuscrito de
Nasireddin Tusi parece haber obtenido sus conocimientos de una ciencia arcaica.
El astrónomo árabe Abul Wefa (939-998
d.C.) descubrió irregularidades en el movimiento de la Luna conocidas como
"variaciones". Estas desviaciones se deben a la diferencia en la
atracción solar en distintos puntos de la órbita lunar. Resulta asombroso, ya
que observar un fenómeno así requiere un cronómetro preciso y herramientas de
alta precisión, algo que el astrónomo de Bagdad difícilmente pudo haber tenido
en el siglo X. No fue sino hasta siete siglos después cuando Tycho Brahe
redescubrió la "variación de la Luna", y desde entonces, los
astrónomos le atribuyen este hallazgo. Sin embargo, algunos estudiosos ya han
señalado los tratados de Abul Wefa, quien parece haber estado al tanto de estas
variaciones mucho antes que Tycho Brahe. Otros, en cambio, se muestran
escépticos sobre la posibilidad de que Abul Wefa realizara tal descubrimiento.
¿Cómo es posible que los antiguos
sabios tuvieran más conocimientos de los que se cree? El misterio podría
resolverse si aceptáramos la existencia de un saber tradicional. Esta ciencia
secreta habría sido transmitida a Europa desde Egipto, India, Grecia y otros
lugares, camuflada bajo símbolos alquímicos, astrológicos y rosacruces para
evitar la persecución de una Inquisición omnipotente.
No es imposible que ciertas
fraternidades secretas hayan preservado libros de la Biblioteca de Alejandría.
Quizás así se explique el descubrimiento de Abul Wefa sobre las
"variaciones lunares".
En Los viajes de Gulliver,
publicado en 1726, Jonathan Swift describe las dos lunas de Marte, refiriéndose
a ellas como "estrellas de pequeña magnitud o satélites". Menciona
que la luna más cercana al planeta completa su órbita en diez horas, mientras
que la más alejada lo hace en 21 horas y media. El astrónomo estadounidense
Asaph Hall descubrió estos satélites, Fobos y Deimos, en 1877, es decir, 150
años después de la publicación del libro de Swift. Fobos, el satélite interior,
orbita Marte en 7 horas y 39 minutos, y Deimos, el exterior, en 30 horas y 18
minutos. Aunque las cifras de Swift no son exactas, se aproximan bastante a los
tiempos reales.
En Los viajes de Gulliver, se
dice que el satélite interior, ahora conocido como Fobos, orbita a una
distancia de tres veces el diámetro de Marte (20.274 kilómetros), y que el
satélite exterior, Deimos, lo hace a cinco diámetros (33.799 kilómetros). Sin
embargo, las distancias reales son de aproximadamente 9.376 kilómetros para
Fobos y 23.460 kilómetros para Deimos. Pese a estos errores, la similitud entre
los satélites descritos por Swift y los reales es demasiado notable para ser
una simple coincidencia. ¿Tuvo acceso Swift a antiguos manuscritos?
El enigmático manuscrito Voynich,
que se cree tiene unos 450 años de antigüedad, es considerado uno de los
documentos más misteriosos del mundo. En 1962, fue puesto a la venta en Nueva
York por la suma de 160.000 dólares. Esta reliquia fue descubierta en 1912 en
un castillo cerca de Roma por Wilfrid W. Voynich, un anticuario de Nueva York.
Por su escritura, estilo de los dibujos, y el tipo de pergamino y tinta
utilizados, se cree que fue redactado alrededor del año 1500.
El texto está cifrado y decorado con
ilustraciones de plantas, símbolos y figuras que recuerdan antiguos diagramas
alquímicos y herméticos. Originalmente contenía 272 páginas, pero 26 de ellas
faltan. En la última página, hay una inscripción en latín que dice: "Tú me
has abierto numerosas puertas".
Las ilustraciones incluyen dibujos
que parecen representar cruces de hojas y raíces, algunas de las cuales han
sido identificadas como especies europeas. Sin embargo, estos dibujos parecen
haber sido realizados con la ayuda de un microscopio, un instrumento que no
existía en 1500. Además, el libro contiene una ilustración que podría ser de la
galaxia espiral de Andrómeda, que solo es visible con un telescopio.
Expertos en descifrado que lograron
desentrañar códigos complejos durante la guerra, tanto de Japón como de
Alemania, no pudieron descifrar el manuscrito Voynich. Este misterio científico
puede clasificarse en la misma categoría que el mapa de Piri Reis, las
"variaciones lunares" de Abul Wefa y los satélites de Marte
mencionados por Swift. Todos estos podrían formar parte de los conocimientos
perdidos de una antigua ciencia prehistórica.
La idea de una civilización avanzada de la que nuestra cultura posdiluviana heredó sus conocimientos entra perfectamente en el ámbito del razonamiento científico. El profesor Frederick Soddy, uno de los fundadores de la física nuclear, se preguntaba si las tradiciones antiguas no podrían ser indicios de una civilización desaparecida, desconocida hasta ahora. Nuestra ciencia actual no es un manantial que brota fresco de una roca árida, sino más bien un río alimentado por afluentes lejanos. Gran parte de nuestro conocimiento proviene de un pasado olvidado.
Es plausible considerar que muchas
leyendas sobre naves espaciales en la antigüedad sean ecos de una civilización
que dominaba la aviación y la astronáutica. Aunque la mayoría de los
científicos rechazan la teoría de una tecnología avanzada en tiempos remotos,
hay numerosos hechos que podrían apoyarla.
El Ramayana hindú describe con
detalle un vimana, un avión impulsado por un líquido blanco amarillento.
El vimana era de gran tamaño, de dos pisos, con ventanas y una cúpula
rematada por un pináculo. Este vehículo antiguo podía volar con "la
rapidez del viento", produciendo un melodioso sonido, y su manejo requería
gran destreza. El vimana podía desplazarse por el cielo o detenerse en
el aire, permaneciendo inmóvil.
Los vimanas se guardaban en hangares
llamados vimana griha. Según relatos de la antigüedad, estas aeronaves
volaban por encima de las nubes, desde donde “el océano parecía un pequeño
estanque”. El piloto podía observar “las tierras bañadas por el océano y los
deltas de los ríos desembocando en el mar”.
Estas aeronaves arcaicas se
utilizaban tanto para la guerra por parte de los reyes, como para el
entretenimiento de personas de alto rango que buscaban placer. ¿Es razonable
pensar que descripciones tan detalladas surgen simplemente de la fantasía? [7]
En China, el emperador Chun, que
gobernó hace 4,200 años, construyó una carroza voladora. No solo fue el primer
pi loto documentado en la Historia, sino también el primer paracaidista.
En un poema titulado Li Sao,
el poeta Chu Yuan (340-278 a.C.) describe un viaje aéreo. Estando arrodillado
ante la tumba del emperador Chun, apareció una carroza de jade tirada por
cuatro dragones. Chu Yuan subió a este vehículo y voló a gran altura sobre
China, rumbo a la cordillera de Kun Lun. Durante su travesía, pudo observar la
tierra sin ser afectado por el viento ni el polvo del desierto de Gobi, y
aterrizó sin problemas; en otra ocasión, sobrevoló las montañas de Kun Lun.
El emperador Cheng Tang (1766 a.C.),
fundador de la dinastía Shang, ordenó al ingeniero Ki Kung Chi que construyera
una carroza voladora. El ingeniero obedeció y probó su aparato volando hasta la
provincia de Ho-Nan. Sin embargo, el dispositivo fue destruido por orden
imperial para evitar que el secreto cayera en manos inapropiadas.
Las máquinas voladoras de la antigua
China podrían ser el producto de experimentos científicos o la supervivencia de
un conocimiento heredado de una civilización anterior al Diluvio. Dado que en
aquella época los chinos carecían de la tecnología necesaria, parece más
plausible la segunda hipótesis.
El vuelo de Chu Yuan sobre las
montañas de Kun Lun sugiere que el origen de estos conocimientos técnicos en la
China antigua podría estar relacionado con esa imponente cordillera, que los
chinos consideraban el hogar de los “dioses”. Estas aeronaves estaban
reservadas principalmente para emperadores y sabios taoístas, que se creía
actuaban como intermediarios entre los “genios de las montañas” y el resto de
los mortales.
Una evidencia indirecta de la
existencia de la aviación en la antigüedad es la presencia del término “carroza
voladora” en el vocabulario chino. Cuando los aviones modernos aparecieron en
el siglo XX, los chinos no necesitaron crear una palabra nueva, simplemente
utilizaron la expresión ancestral fei chi (carroza voladora).
En el segundo año del reinado del
emperador Yao (2346 a.C.), apareció un hombre extraño llamado Chi Chiang
Tzu-yu, un arquero tan diestro que fue nombrado “arquero divino” y “mecánico
jefe” por el emperador. Según los anales de China, este hombre subió a un
pájaro celeste. Cuando fue “llevado al centro de un vasto horizonte”, notó que
no podía observar el movimiento de rotación del Sol. Curiosamente, nuestros
astronautas modernos, al viajar en el espacio hacia la Luna o Marte, también
son incapaces de ver la salida o puesta del Sol. ¿No podría este relato indicar
que hace miles de años ya era posible atravesar el espacio interplanetario?
El filósofo chino Chuang Tzu, en el
siglo III a.C., escribió un texto titulado Viaje hacia el infinito,
donde narra cómo ascendió al espacio a una distancia de 52,300 kilómetros de la
Tierra sobre el lomo de un pájaro gigantesco. Según las creencias taoístas, los
chen jen (hombres perfectos) podían volar impulsados por el viento, atravesar
nubes y viajar de un mundo a otro, viviendo en las estrellas.
Teng Mu, un erudito de la dinastía
Song, hablaba de “otros cielos y otras tierras”. Ma Tse Jan, un renombrado
físico chino, fue transportado al cielo después de dominar la filosofía del
Tao.
Durante sus expediciones en el Tíbet
y Mongolia, el profesor Nicolás Roerich descubrió en textos budistas
referencias a “serpientes de hierro que devoran el espacio con fuego y humo”, y
menciones a “habitantes de estrellas lejanas”.
En 1966, la revista soviética Neman
publicó un artículo del investigador Viacheslav Zaitsev que describía el
hallazgo de unos enigmáticos discos de piedra en la región de Baian-Kara-Ula,
situada en la frontera entre China y el Tíbet. Estos discos, conocidos como
"Discos Dropa", son similares a los de un gramófono, tienen agujeros
en el centro y una doble ranura con inscripciones en jeroglíficos que se
enrollan en espiral desde el centro hasta el borde.
El profesor Tsum-Um-Nui y sus colegas
lograron descifrar las inscripciones, aunque al principio la Academia de
Prehistoria de Pekín se mostró reacia a publicarlas. Finalmente, se permitió la
difusión de un libro titulado Discos jeroglíficos revelan la existencia de
naves espaciales hace doce mil años. Un análisis en Moscú reveló que estos
discos contenían cobalto y otros metales. Además, al ser examinados con un
oscilógrafo, los discos emitieron una frecuencia particular, como si hubieran
sido cargados de electricidad hace miles de años.
Según la narrativa, en 1938, el
profesor Chi Pu Tei de la Universidad de Pekín lideró una expedición en las
cuevas de Baian-Kara-Ula. Allí, se encontraron tumbas con esqueletos de pequeña
estatura y cráneos desproporcionadamente grandes, junto con los mencionados
discos de piedra. Las inscripciones en los discos fueron objeto de estudio
durante décadas, y en 1962, el profesor Tsum Um Nui afirmó haberlas descifrado,
sugiriendo que relataban la historia de una nave espacial que se estrelló en la
región hace 12.000 años, cuyos tripulantes serían los "Dropa".
Los grabados en los discos de
Baian-Kara-Ula representan el Sol, la Luna y estrellas, junto a figuras que
parecen descender del cielo hacia la Tierra. Chin Pe Lao, de la Universidad de
Pekín, descubrió también dibujos en las montañas de Ho-Nan y en una isla del
lago Tungting, que datan de hace 47,000 años y muestran figuras con grandes
trompas y naves espaciales de forma cilíndrica. Resulta difícil aceptar la
existencia de astronaves y trajes espaciales en una época tan remota.
El estudio de mitos y documentos
históricos sugiere que en tiempos antiguos existieron personas que volaban
hacia el cielo y visitantes cósmicos que descendían a la Tierra. Nos
corresponde a cada uno decidir si estos visitantes provenían de otro planeta o
de una colonia atlante oculta en algún rincón del mundo. Pero no habría
contradicción entre ambas teorías si aceptáramos que la Atlántida mantenía
contacto con civilizaciones extraterrestres.
En un artículo titulado “Sobre las
huellas de las leyendas”, U. Katchev, en la revista soviética Smena,
subraya la importancia de la imaginación en el campo de la ciencia. A
continuación, se cita un extracto de dicho artículo:
“La Tierra fue visitada por una
expedición de cosmonautas que aterrizó en la Atlántida. Es probable que la
Tierra no fuera su base principal, pues en ese caso habrían dejado huellas más
evidentes. Estos astronautas debieron poseer conocimientos tan avanzados que
podían construir satélites voladores y utilizarlos como bases para explorar la
Tierra y otros planetas. Probablemente solo compartieron con los atlantes
ciertos aspectos de su civilización, como la pintura, la escultura, la
arquitectura, las matemáticas y la astronomía, evitando todo lo que pudiera ser
usado para la esclavitud. Según parece, la Atlántida fue el primer gran Estado
de la Historia de la Humanidad, y su continente fue tragado por el océano hace
unos 11,500 años, llevándose consigo los tesoros de una civilización avanzada”.
Con el tiempo, la humanidad fue
perdiendo los conocimientos que había adquirido, y los vestigios de esa antigua
ciencia solo emergieron de forma esporádica.
El renombrado astrofísico
estadounidense, Carl Sagan, utilizando cálculos matemáticos, llegó a
conclusiones fascinantes. Según sus estudios, si cada civilización avanzada en
nuestra galaxia enviara una nave espacial hacia las estrellas vecinas una vez
al año (según nuestra medición del tiempo), el intervalo entre visitas cósmicas
sería de aproximadamente 5,500 años. Basándose en estos cálculos, Sagan sugiere
que exploradores de otros sistemas solares podrían pronto sobrevolarnos como
parte de sus inspecciones periódicas. Al aterrizar, estos cosmonautas se
sorprenderían por los avances logrados por la humanidad desde la época de la
primera dinastía del antiguo Egipto.
Curiosamente, en la tradición azteca
se menciona una promesa hecha por los “hijos del cielo” de regresar en un plazo
de 6,000 años, lo que coincidiría con nuestra era actual.[8]
Carl Sagan creía firmemente que la
Tierra pudo haber sido visitada en numerosas ocasiones por civilizaciones
galácticas a lo largo de períodos geológicos. Además, no descartaba la
posibilidad de que aún queden vestigios de tales visitas en nuestro planeta. El
científico aconsejaba no descartar de manera apresurada los mitos antiguos que
hablan de la llegada de visitantes del espacio, a quienes los documentos
históricos y la tradición describen como “dioses” o “ángeles”.
El Disco de Faistos es una
pieza arqueológica enigmática descubierta en el yacimiento de Faistos, en
Creta, a comienzos del siglo XX. Está hecho de arcilla cocida y tiene un
diámetro de aproximadamente 15 cm. Su característica más destacada son los
jeroglíficos impresos en espiral en ambas caras del disco, que aún no han sido
completamente descifrados.
Estos símbolos únicos fueron creados
mediante sellos, lo que hace que el disco sea una de las primeras muestras
conocidas de impresión en masa. Se cree que data del período Minoico Medio
(alrededor del 1700 A.C.), pero su propósito sigue siendo un misterio. Sin
embargo, el material del que está hecho este disco es una arcilla que no se
encuentra en Creta, lo que sugiere que podría pertenecer a una civilización aún
más antigua y desaparecida.
Hoy en día, la reacción de una
persona que, viviendo en una región remota y que nunca hubiera visto un
automóvil o un avión, sería comparable a la de nuestros antepasados al
presenciar la aparición de un artefacto extraño.
Hace unos cuantos años, se desmontó
un jeep cuyas piezas fueron transportadas a través del desfiladero de Rohtang,
en el Himalaya, a una altitud de cuatro mil metros. Posteriormente, se volvió a
ensamblar en el lado de Lahoul. Cuando el jeep descendió al valle, los habitantes
locales, sorprendidos por la presencia de un vehículo de propulsión mecánica
que jamás habían visto, salieron en masa para venerar lo que consideraron una
manifestación de poder sobrenatural.
En 1948, cuando un avión aterrizó por
primera vez en Ladakh, la reacción de los tibetanos ante aquel "monstruo
volador" fue aún más peculiar: llevaron heno para alimentarlo.
Consultado sobre la posibilidad de
contactos interplanetarios, K. E. Tsiolkovski, pionero de la astronáutica rusa,
no dudó en afirmar que la aparición de cosmonautas procedentes de otros
planetas pudo haberse dado en el pasado y seguramente se dará en el futuro. En
1930, al formularle la misma pregunta al científico soviético N. A. Rinin, este
respondió: «Si se examinan los relatos y leyendas de la antigüedad, uno no
puede dejar de asombrarse ante las extrañas coincidencias entre leyendas que
circulan en países separados por océanos y desiertos. Estas coincidencias
incluyen historias sobre la llegada a la Tierra, en tiempos inmemoriales, de
seres de otros mundos. ¿Por qué no admitir que en el fondo de esas leyendas hay
un grano de verdad?».
Si seres de otros planetas nos visitaron en tiempos remotos, es posible que frutos y semillas desconocidos en la Tierra fueran traídos por esos "dioses" llegados de otros lokas o mundos, tal como afirman los textos brahmánicos.
El tema de los contactos cósmicos en
el pasado, tal vez en la era atlante, ha sido objeto de estudio por científicos
y merece una seria reflexión en nuestra época, cuando también nosotros nos
preparamos para explorar otros planetas.
Detrás de las leyendas, podemos
vislumbrar la posibilidad de que, en una era muy lejana, una civilización
desaparecida alcanzara un alto nivel de conocimientos tecnológicos.
El mecanismo de Anticitera
(arriba), es una computadora
analógica (o
mecánica) de la antigüedad. Supuestamente construido por científicos griegos, el
instrumento se data entre los años 150 a. C. y 100 a. C., o, según una observación reciente, hacia el año
200 a. C. El
componente fue recuperado en el mar Egeo, entre los años 1900 y 1901, de un antiguo naufragio cercano
a la isla griega de Anticitera. Este artefacto aparentemente fue diseñado para predecir
posiciones astronómicas y los eclipses de hasta diecinueve años con propósitos
astrológicos y calendáricos, y predecir también la fecha exacta de seis
certámenes griegos antiguos, entre los que se encuentran los cuatro
principales juegos Panhelénicos y dos juegos más de menor
entidad.
Se debía de encontrar alojado en una
caja de madera cuyas dimensiones eran de 340 por 180 por 90 mm; el
dispositivo es un complejo mecanismo de relojería compuesto de al menos treinta engranajes de
bronce. Los restos fueron encontrados como ochenta y dos fragmentos separados,
de los cuales solo siete contenían inscripciones importantes o engranajes. El
engranaje más grande (claramente visible en el fragmento) mide aproximadamente
140 mm de diámetro y originalmente contaba con doscientos veintitrés
dientes.
Es probable que el mecanismo de Anticitera no fuera el único, como muestran las referencias de Cicerón sobre estos mecanismos. Esto da soporte a la idea de que hubo una tradición en la antigua Grecia de tecnología mecánica compleja. Todos los fragmentos recuperados del mecanismo de Anticitera se custodian en el Museo Arqueológico Nacional de Atenas.
Recordemos las palabras dirigidas a
Solón, el legislador griego, por Sonchis, sacerdote egipcio de Sais:
"Todos ustedes tienen almas
jóvenes; no poseen ninguna tradición antigua, ninguna creencia ni conocimiento
consagrados por la edad. La razón es esta: muchas han sido las catástrofes que
han devastado a la humanidad, y muchas más aún están por venir."
De estas palabras se deduce que los
egipcios disponían de archivos que se remontaban a miles de años. De no haber
sido así, habría sido imposible para este sacerdote relatar a Solón la historia
de la Atlántida de manera tan precisa.
Podemos, por supuesto, considerar la
Atlántida como un mito más entre tantos otros. Sin embargo, si después de los
descubrimientos de Schliemann, la antigua leyenda griega de Troya pasó a ser un
hecho histórico, ¿no deberíamos otorgar mayor crédito a la tradición y a las
obras históricas del mundo clásico?
Cicerón (106-43 a. C.) escribió en su
obra De Divinatione que los sacerdotes de Babilonia afirmaban haber
conservado en monumentos observaciones que se remontaban hasta 470,000 años.
Deberíamos agradecer al romano por haber recogido esta información, y
perdonarle sus sarcasmos.
Hace dos mil años, Estrabón
mencionaba a los iberos, quienes, según sus propias afirmaciones, conocían la
escritura y habían compuesto obras dedicadas a la historia de su raza, así como
poemas y leyes en verso, de una antigüedad de seis mil años.
Por su parte, Diógenes Laercio
escribía en el siglo III de nuestra era que los antiguos egipcios habían
registrado 373 eclipses solares y 832 eclipses lunares. Considerando la
periodicidad de los eclipses, se puede estimar que sus observaciones se extendían
a lo largo de unos diez mil años.
El Canto de Gilgamesh, con
cuatro mil años de antigüedad, relata que este soberano "era sabio,
comprendía los misterios, conocía secretos y nos dejó un relato de los días
previos al Diluvio. Emprendió un largo viaje, regresó agotado por su ardua
travesía, y mandó grabar en piedra toda esta historia".
Las pirámides de Babilonia, o
zigurats, eran torres alineadas con un significado tanto religioso como
astronómico. ¿Acaso no estaban construidas sobre o cerca de cuevas secretas que
guardaban los recuerdos de la humanidad a lo largo de un extenso período, como
afirmaban los sacerdotes babilonios?
Si dejamos a un lado a los babilonios
y nos volvemos hacia Egipto, se nos presenta la figura del sacerdote Manetón,
guardián de los archivos sagrados del templo de Heliópolis. Se dice que este
hombre, que vivió en el siglo III a. C., transcribió su relato del pasado a
partir de inscripciones en columnas que se erigían en los templos secretos y
subterráneos cerca de Tebas.
Eusebio (265-340 d.C.) menciona en
sus escritos que Manetón había estudiado la historia a partir de inscripciones
realizadas en columnas por Thot (Hermes). Después del Diluvio, estos textos
fueron traducidos y transcritos en rollos por Agatodemón, el segundo hijo de
Hermes, para luego ser depositados en los sótanos de templos ocultos.
Según la tradición histórica de la
Antigüedad, esos vastos depósitos subterráneos fueron construidos bajo la
dirección de los sabios de la Atlántida, quienes preveían la inminencia de un
cataclismo global.
El historiador bizantino Jorge de
Syncelle (fallecido en 806 d.C.) también menciona crónicas que, según los
egipcios, se habían preservado durante 36,525 años.
Proclo (412-489 d.C.) relata que
Platón visitó Egipto, donde sostuvo conversaciones en Sais con el sumo
sacerdote Pateneit, en Heliópolis con el sacerdote Ochlapi, y en Sebenito con
el hierofante Etimón. Es muy probable que, durante su estancia, Platón recibiera
información directa sobre la Atlántida.
Crantor (300 a.C.) asegura que en
Egipto existían, en lugares secretos, columnas en las que estaba grabada en
jeroglíficos la historia de la Atlántida y que habían sido mostradas a varios
griegos.
El historiador romano Amiano
Marcelino (330-400 d.C.) agrega su testimonio sobre la existencia de cuevas en
las que los egipcios ocultaban sus crónicas: "Existen pasajes
subterráneos y refugios en espiral que, según nos cuentan, hombres conocedores
de los antiguos misterios y previendo la llegada de un Diluvio, construyeron en
diversos lugares para preservar la memoria de sus ceremonias sagradas."
Sin embargo, los textos antiguos no
revelan la ubicación exacta de esos escondites. Manetón conoció la historia en
uno de ellos. Solón, quien transmitió indirectamente a Platón la leyenda de la
Atlántida, probablemente fue admitido en uno de esos depósitos secretos por sus
anfitriones egipcios.
Hace 2,500 años, a Heródoto se le
mostraron 345 estatuas de sumos sacerdotes egipcios, que se habían sucedido
durante 11,340 años. Heródoto también relata que Osiris hizo su aparición
15,000 años antes que Amasis, quien reinó entre 570 y 526 a.C., añadiendo:
"Afirman tener absoluta certeza respecto a estas fechas, pues siempre
han registrado cuidadosamente el paso del tiempo."
¿Es posible que la pirámide de Keops sea un monumento que señale la ubicación de un tesoro secreto de la civilización atlante y que haya sido construida antes del Diluvio? Aunque esta idea pueda parecer absurda a primera vista, Manetón asegura que esta pirámide no fue obra de los egipcios. Cuando Heródoto visitó Egipto en el año 455 a.C., pudo constatar que esta estructura megalítica no contenía nada que pudiera parecerse a restos mortales.
No deberíamos descartar la teoría
sobre la existencia de cámaras secretas en el interior de las pirámides y de la
Esfinge. Aplicar la teoría en la práctica es cómo se hacen los descubrimientos.
¿Qué medidas se deberían tomar para buscar y localizar estos depósitos
secretos? Si no se encuentran en el interior de las pirámides, podría
determinarse su posición subterránea al descubrir algún patrón geométrico en la
disposición de la Esfinge y de las pirámides. El mensaje secreto podría estar
codificado en las proporciones matemáticas de estas estructuras. Además, podría
existir una clave astronómica para resolver el enigma. Sería fundamental
analizar todos los datos disponibles sobre las cuevas secretas mencionadas en
los documentos clásicos para obtener, si es posible, alguna pista sobre su
ubicación. Un equipo multidisciplinario de científicos podría abordar este
misterio de la Antigüedad.
Los estudios realizados por
investigadores estadounidenses y árabes en las pirámides representan un paso en
la dirección correcta. Han utilizado dispositivos electrónicos de alta
sensibilidad, conocidos como cámaras de chispas, para medir el flujo de
rayos cósmicos que atraviesan las pirámides. Dado que los rayos cósmicos
inciden de manera uniforme sobre las pirámides desde todas direcciones, un
vacío en la masa de piedra permitiría el paso de más rayos, produciendo sombras
en las imágenes. Utilizando contadores en diferentes posiciones, se podría
determinar la ubicación exacta de una cueva.
Si las "cápsulas del
tiempo" legadas por la Atlántida están enterradas profundamente bajo las
pirámides, su detección requeriría técnicas más avanzadas. Las antiguas
tradiciones mencionan paredes móviles, puertas secretas y destellos de luz en las
profundidades de los pasadizos. Un generador con una fuente de energía
ilimitada podría causar fenómenos similares. La presencia de estos dispositivos
podría detectarse mediante contadores Geiger u otros instrumentos sensibles a
alteraciones en el campo magnético.
Como mencioné al Dr. L. W. Alvarez,
de la Universidad de California, padre del proyecto de exploración egipcia, una
búsqueda exhaustiva de este tipo podría tener un impacto tan significativo como
el de la primera bomba atómica o el primer Sputnik, si lograra desenterrar
estas cavernas prehistóricas.
El depósito atlante podría contener muestras de la ciencia y tecnología antediluvianas; antiguas máquinas que podrían revelarnos nuevos principios en el arte de la ingeniería. Este legado de un pasado remoto podría alterar por completo nuestra trayectoria hacia el futuro.
Cuando los sacerdotes de Egipto y
Babilonia afirman que sus crónicas tenían una antigüedad de miles de siglos,
puede parecernos una exageración. No obstante, sabemos que las colecciones del
Serapeum y el Brucheum en Alejandría contenían más de medio millón de
manuscritos de un valor incalculable. El hallazgo de solo una fracción de esos
documentos podría transformar de inmediato nuestra comprensión de la historia
antigua.
La Biblioteca de Alejandría ha sido
justamente considerada como el lugar de nacimiento de la ciencia moderna. Si la
civilización europea hubiera tenido la fortuna de heredarla en su totalidad, el
progreso de la humanidad se habría visto enormemente acelerado.
La línea de monarcas del antiguo
Egipto culmina con Cleopatra, última reina del país de los faraones. Se dice
que, poco antes del incendio de Alejandría por los romanos, ciertos libros
sagrados de Egipto fueron ocultados en lugares secretos. Incluso se sostiene
que el paradero de estos escondites llenos de manuscritos valiosos es conocido
por algunos iniciados de una antigua hermandad.
Julio César, al incendiar la flota
egipcia frente a Alejandría, provocó un incendio que se extendió a la ciudad,
destruyendo el Brucheum. Aunque posteriormente Diocleciano intentó restaurar
las bibliotecas, el Brucheum fue destruido nuevamente, esta vez bajo el reinado
de Aureliano. Más tarde, durante el reinado de Teodosio, el Serapeum fue
saqueado por fanáticos cristianos. La Historia no nos revela qué sucedió con
los libros saqueados; es posible que algunos rollos hayan caído en manos de
personas instruidas que los ocultaron para el beneficio de generaciones
futuras.
La célebre H. P. Blavatsky, mencionada
en mi prólogo, en su obra Isis sin Velo, relata que un monasterio griego
poseía un raro manuscrito de Theodas, un escriba de la Biblioteca de
Alejandría. Blavatsky afirma haber visto una copia en manos de un monje, que
describía cómo, antes de la llegada de Julio César, se habían trasladado los
pergaminos más valiosos a la casa de uno de los bibliotecarios. Aunque el
incendio destruyó muchos tesoros de la biblioteca, Blavatsky sostiene que,
gracias a la previsión de los bibliotecarios, gran parte de los textos fueron
salvados.
El monje que poseía una copia del informe de Theodas le dijo a Blavatsky que, en el momento adecuado, muchas personas podrían acceder a este antiguo informe sobre el destino de la Gran Biblioteca, el cual revelaría la ubicación de los rollos escondidos. Según este relato, miles de libros seleccionados habrían sido almacenados en Asia.
El escritor Masudi, del siglo X,
basándose en tradiciones coptas, relata en un manuscrito (conservado en el
Museo Británico, número 9,576) que las pirámides estaban cubiertas con
inscripciones en una escritura desconocida, realizada por pueblos cuyas identidades
se habían perdido en el tiempo. Estos relatos indican que los materiales
utilizados para revestir las pirámides fueron reutilizados en la construcción
en diversos países árabes.
Ibn Haukal, un viajero y escritor del
siglo X, menciona que estas inscripciones aún eran visibles en su época.
Además, Abd el-Latif, en el siglo XII, afirmó que las inscripciones en las
pirámides podrían llenar diez mil páginas.
Ibn Batuta, un erudito del siglo XIV,
y el Diccionario de Firazabadi, también del siglo XIV, afirman que las
pirámides fueron construidas por Hermes para preservar las artes, ciencias y
otros conocimientos durante el Diluvio.
El papiro copto del monasterio de Abu
Hormeis relata que en las pirámides se grabaron conocimientos de astronomía,
geometría, física y otras ciencias, accesibles para quienes conocieran la
escritura.
Masudi menciona historias
sorprendentes acerca del faraón Surid, quien, tres siglos antes del Diluvio,
ordenó la construcción de las grandes pirámides como depósitos para sus
"cápsulas del tiempo". Los sacerdotes le habían advertido sobre un gran
Diluvio y un incendio que vendría de la constelación de Leo. Surid, previendo
esta catástrofe, llenó las pirámides con tesoros, talismanes y conocimientos
científicos grabados en sus muros.
Masudi describe incluso autómatas que
custodiaban los tesoros, capaces de destruir a cualquier intruso que no fuera
digno. Esta descripción de guardianes mecánicos sugiere un conocimiento
tecnológico sorprendente para la época.
El historiador Ibn Abd Hokm, en el
siglo IX, narra cómo Saurid Ibn Sal-huk, un rey de Egipto, construyó las
pirámides tras soñar con la destrucción del mundo. Los sacerdotes predijeron un
Diluvio que destruiría su tierra, por lo que el rey ordenó construir pirámides
con cámaras abovedadas llenas de talismanes, riquezas y extraños artefactos. Se
menciona, entre otras cosas, armas que no se oxidaban y vasijas que se podían
doblar sin romperse, lo que resulta especialmente intrigante al considerar que
en el siglo IX no se conocían materiales como el acero inoxidable o el
plástico. Es evidente que estos relatos árabes se basan en fuentes aún más
antiguas.
Estos relatos, aunque parecen bordear la leyenda, nos hablan de un saber perdido y de tecnologías que, si fueran ciertas, podrían revolucionar nuestro entendimiento del pasado y abrir nuevas puertas al futuro.
En los manuscritos Add. 5927 y 7319,
redactados por Ebn Abu Hajalah Ahmed Ben Yahya Altelemsani y conservados en el
Museo Británico, se menciona un pasadizo subterráneo que, partiendo de la Gran
Pirámide, se extendía hasta el Nilo. Entre sus relatos, hay uno particularmente
intrigante sobre un objeto hallado en la pirámide por unos árabes en el siglo
IX: "En los tiempos de Ahmed Ben Tulun, un grupo de hombres se adentró
en la Gran Pirámide. Dentro de una de sus cámaras encontraron un vaso de vidrio
con un color y una composición inusuales. Al salir, notaron la ausencia de uno
de sus compañeros. Cuando regresaron a buscarlo, este apareció ante ellos
completamente desnudo, diciendo: 'No me sigáis, no me busquéis', y volvió a
desaparecer en la oscuridad de la pirámide. Convencidos de que había sido
embrujado, informaron a Ahmed Ben Tulun, quien prohibió futuras exploraciones
en la pirámide. El vaso fue examinado y se descubrió que su peso no cambiaba,
estuviera lleno o vacío."
Otro cronista árabe, Muterdi, relata
un incidente durante una exploración del pozo de la pirámide de Keops: "Un
grupo llegó a un estrecho pasillo lleno de murciélagos y notó una fuerte
corriente de aire. De repente, las paredes se cerraron, separando a uno de los
hombres del resto. El grupo huyó para salvarse, pero el hombre desaparecido
reapareció más tarde hablando en un idioma desconocido. En otras versiones, se
dice que el hombre cayó muerto de forma repentina."
Aunque estos relatos puedan parecer cuentos sacados de Las mil y una noches, si fueran ciertos, podrían ser indicativos de la existencia de "cápsulas del tiempo", legado de una civilización tecnológicamente avanzada. Estos misterios, si se desentrañaran, podrían tener un gran valor científico.
La Esfinge de Tebas desafió a Edipo
con su famoso enigma, pero la Esfinge de Gizeh, erigida como un guardián al
lado de las pirámides, sigue siendo un enigma sin resolver desde tiempos
antiguos.
Según un relato histórico, Tutmosis
IV (1682-1673 a.C.), exhausto tras una jornada de caza en los alrededores de
Gizeh, se recostó junto a la Esfinge y en sueños escuchó cómo esta le pedía que
la liberara de la arena que la cubría. A cambio, se le prometía el trono de
Egipto. Al despertar, Tutmosis ordenó limpiar la arena y construir un muro para
proteger la estatua, y poco después se convirtió en faraón.
Este relato sugiere que la Esfinge
estaba completamente cubierta de arena ya hace 37 siglos, lo que indica su
antigüedad. Los egipcios la llamaban “Hu”, o "protector". Desde
tiempos remotos, se creía que existía una cámara secreta bajo la Esfinge. ¿Era
"Hu" el guardián de una cueva antediluviana con documentos secretos?
¿Qué mensaje podría haber legado la Esfinge a la humanidad?
Además del nombre de
"protector", la Esfinge también era conocida como “Hor-em-akhet”
("Horus en el Horizonte"), asociada con el dios Horus, que vivía en
el cielo bajo la forma de un halcón. Esta conexión podría relacionarse con la
posición del Sol en el horizonte o en el zodíaco. Si la Esfinge tiene un
significado astronómico, podríamos estar más cerca de resolver su enigma.
Consideremos la tradición que dice
que el Diluvio ocurrió cuando el Sol se elevó bajo el signo de Leo en el
equinoccio de primavera. El Zodíaco de Dendera, que curiosamente comienza con
Leo, señala el inicio de un nuevo ciclo entre 10,950 y 8,800 a.C. Un papiro
copto, traducido al árabe en el siglo IX, afirma que "el Diluvio tendría
lugar cuando el corazón de Leo entrara en el primer minuto de la cabeza de
Cáncer". Además, el sabio Makrizi (siglo XV) afirmó que "el fuego
surgiría del signo de Leo y consumiría el mundo".
Estas fuentes indican que el signo
zodiacal de Leo marcó el momento en el que la Atlántida pereció, dando inicio a
un nuevo ciclo. En el Libro de los Muertos, se menciona que el
movimiento del Sol estaba custodiado por dos dioses-leones, llamados Akeru,
situados en las puertas del amanecer y el ocaso.
La Esfinge, con su cuerpo leonino,
simboliza el ciclo de Leo, mientras que su cabeza humana podría representar el
signo de Acuario, el único signo masculino en el zodíaco, opuesto a Leo. Así,
la Esfinge podría estar enviando un mensaje: “Desde el período de Leo hasta la
futura era de Acuario”. ¿Y qué podría ofrecernos la Esfinge para el próximo
ciclo de Acuario? Quizás una "cápsula del tiempo" enterrada bajo su
estructura y las pirámides.
Yo tengo mi propia experiencia:
Arena gris. Cielo azul. A lo lejos,
el triángulo perfecto de la Pirámide de Kefrén; cerca de mí, esta enorme y
extraña figura contemplando el infinito. La distancia entre Alejandría y Gizeh es de aproximadamente
220 kilómetros por carretera. Este trayecto puede realizarse en unas 2 a 3
horas en automóvil, dependiendo del tráfico y las condiciones de la vía. Yo lo
realicé en dos ocasiones. Al llegar, me sentaba en la arena frente a la
Esfinge, la miraba y trataba de comprenderla, de descifrar la mente de los
artistas que la erigieron. Y, sin excepción, sentía el mismo temor profundo, un
terror que parecía devorarme. Su mirada me absorbía, una mirada cargada de
misterios que escapaban a cualquier intento de comprensión.
La Esfinge se alza en la meseta de
Guizeh, rodeada por las majestuosas pirámides y otros monumentos, algunos ya
revelados, otros aún escondidos bajo la arena, junto a innumerables tumbas de
distintas épocas. Pero la Esfinge yace en una hondonada del terreno, mostrando
apenas su cabeza, cuello y parte de su espalda.
Sobre quiénes, cuándo y por qué fue
construida, todo permanece en el misterio. La arqueología contemporánea la
clasifica como un monumento prehistórico, lo que significa que incluso para los
antiguos egipcios de las primeras dinastías, seis o siete mil años antes de
Cristo, la Esfinge era ya el mismo enigma insondable que sigue siendo para
nosotros.
En su base, una tabla de piedra
decorada con jeroglíficos sugirió en algún momento que la figura representaba
al dios Harmakis, “El Sol del Horizonte”. Sin embargo, esta interpretación fue
descartada como infundada, y hoy se piensa que la inscripción solo menciona una
restauración realizada mucho tiempo después de su creación.
En verdad, la Esfinge es más antigua
que la historia egipcia, más antigua que sus dioses, más antigua incluso que
las propias pirámides, que a su vez son mucho más viejas de lo que solemos
admitir. Es, sin lugar a dudas, una de las obras más extraordinarias del mundo.
Nada que conozcamos puede compararse con ella. Pertenece a un arte
completamente distinto al nuestro, a una cultura lejana, cuyo conocimiento y
profundidad exceden todo lo que podamos imaginar.
Una antigua tradición afirma que la
Esfinge es un jeroglífico monumental, un libro de piedra que contiene toda la
sabiduría ancestral. Pero esta sabiduría solo se revela a la persona capaz de
leer el enigma inscrito en sus formas, proporciones y dimensiones. Desde
tiempos inmemoriales, los más sabios han intentado resolver el enigma de la
Esfinge. Al estudiar sus misterios, comprendí que sería necesario abordarla con
herramientas desconocidas para nuestra civilización: con una percepción
distinta, con una lógica y una matemática especiales, capaces de abrir las
puertas de lo incomprensible.
Cuando vi la Esfinge con mis propios
ojos, no fotografías, me habló de algo que nunca había leído ni escuchado
antes. Ante mí, no solo era un enigma; era un problema fundamental, una grieta
en la comprensión misma de la vida y del mundo.
La cara de la Esfinge te maravilla
desde el primer instante. Es, ante todo, sorprendentemente moderna. Excepto por
el tocado, no hay nada de "antigüedad" en ella. Me esperaba encontrar
algo extraño, incluso ajeno, pero no fue así. Su rostro es simple, comprensible
y, sin embargo, lo más desconcertante es su mirada. Al observarla
detenidamente, su rostro desfigurado parece cobrar vida; los triángulos del
tocado se desvanecen y emerge una cara completa, perfecta, cuyos ojos miran más
allá del horizonte, a una distancia que se escapa a nuestra percepción.
Recuerdo haberme sentado en la arena,
justo donde la Pirámide de Kefrén se alinea perfectamente con la Esfinge,
tratando de descifrar esa mirada. Al principio parecía que observaba más allá
de mí. Pero luego sentí algo más: la certeza de que no me veía en absoluto, de
que ni siquiera podía percibirme. No por mi pequeñez frente a su grandeza, sino
porque mi existencia era demasiado efímera, demasiado trivial frente a su
eternidad. Ni mis horas, ni mi vida entera bajo su mirada significaban nada
para ella. Su mirada se posaba en los siglos, en los milenios. En ella, yo no
existía. Y ese vacío me hizo preguntarme: ¿existo para mí mismo? ¿Existo, en
verdad, de alguna forma? Ese pensamiento me llenó de una frialdad helada, de
una aniquilación profunda.
¡Eternidad! Esa palabra se deslizó en
mi mente como un cuchillo. En esos momentos, entendí que, para la Esfinge,
siglos enteros eran como instantes fugaces, y que, de alguna manera, mi
consciencia intentaba asirse a los ecos de quienes la crearon, palpando un
misterio imposible de definir.
Más tarde, con el tiempo y el peso de
estas experiencias, empecé a vislumbrar algo. El problema de la Eternidad, que
la Esfinge parece custodiar, nos lleva más allá de los límites del
entendimiento. El círculo, símbolo de lo eterno, con su línea que regresa al
punto de origen, guarda el secreto. Pero, ¿dónde está el principio en un
círculo cerrado?
Para resolver este enigma, se requiere un salto heroico de imaginación, un abandono de todo lo comprensible, una ruptura con lo lógico. La idea del eterno retorno, evocada por Pitágoras y Nietzsche, nos ofrece una puerta. Pero incluso esta visión fragmentada es solo el comienzo. Ante la Esfinge, entendí que la Eternidad no es solo un concepto, sino una realidad insondable que nos invita a mirar más allá del tiempo y del espacio, hacia un enigma que nunca dejará de maravillarnos.
Heródoto menciona un laberinto
subterráneo bajo el lago Meris, cerca de la ciudad de los Cocodrilos. Aunque
los egipcios permitieron a Heródoto recorrer construcciones colosales, le
prohibieron la entrada a las salas subterráneas, lo que es significativo. Ya
sea para ocultar documentos históricos o tumbas, está claro que Egipto
albergaba depósitos secretos.
Se dice que la hermandad secreta que
salvó los papiros de la Biblioteca de Alejandría en tiempos de Cleopatra podría
seguir custodiando antiguos tesoros en el valle del Nilo. De hecho, la
tradición masónica mantiene en sus ritos el recuerdo de antiguas cuevas
secretas, y los adeptos rosacruces han sostenido siempre la creencia en la
existencia de depósitos secretos en Egipto. La famosa leyenda sobre la apertura
de la tumba de Christian Rosenkreuz, que incluía una lámpara perpetua y
manuscritos ocultos, podría interpretarse como el redescubrimiento de una
antigua "cápsula del tiempo".
Los señores drusos del Líbano han
sido durante siglos los guardianes de su propio tesoro. En el Líbano, se
encuentran las ruinas de Baalbek, con sus gigantescas construcciones
megalíticas. Algunos investigadores sugieren que, al igual que la Gran Pirámide,
Baalbek podría haber sido un marcador para un museo subterráneo que albergara
los secretos de una civilización antediluviana.
Josefo (siglo I) relata que los
descendientes de Set dedicaron sus esfuerzos al estudio de los astros y,
previendo un posible cataclismo de fuego o agua según la profecía de Adán,
dejaron su conocimiento grabado en dos columnas, una de ladrillo y otra de
piedra, para preservar sus descubrimientos. Según Josefo, estas inscripciones
aún se conservaban en su tiempo en Siria. ¿Podrían estar vinculadas a los
enormes bloques que forman la plataforma megalítica de Baalbek?
Los cimientos de la terraza de
Baalbek, sobre la cual se alzan los templos dedicados al Sol y a Júpiter,
parecen desproporcionadamente grandes en comparación con los propios templos.
Aunque hoy en día quedan pocas columnas de estas estructuras, la plataforma
megalítica sigue intacta. Algunos de estos bloques alcanzan las mil toneladas y
fueron transportados desde una cantera situada a 400 metros de distancia.
¿Cómo lograron mover estos colosales
bloques hasta la cima de la colina? Aún hoy, los ingenieros contemporáneos, con
la tecnología moderna, enfrentarían enormes dificultades para reproducir esta
hazaña. El académico soviético M. M. Agrest sugiere que bajo los colosales
bloques de Baalbek podrían estar enterrados tesoros destinados a una humanidad
futura, tal vez dejados por visitantes del espacio exterior.
El astrónomo americano Frank Drake también especula que estos visitantes podrían haber dejado artefactos escondidos en grutas de piedra caliza, cargados con isótopos radiactivos que podrían ser detectados por nuestros equipos actuales. Estos depósitos, según su teoría, estarían destinados a ser descubiertos solo cuando la civilización terrestre estuviera lo suficientemente avanzada. [12]
No solo en la cuenca mediterránea se
cree que existen depósitos secretos de civilizaciones prehistóricas. Las
leyendas sobre tesoros ocultos están extendidas por todo el mundo. Durante
semanas, he contemplado las nevadas cumbres del Kanchenjunga en el Himalaya,
también conocidas como los “Cinco Tesoros Sagrados de la Gran Nieve”. Los
habitantes de Sikkim y Bután veneran estas montañas como santuarios que
esconden antiguos tesoros. Según el folklore tibetano, en lugares inaccesibles
de estas montañas yacen ocultos valiosos artefactos que han permanecido fuera
del alcance humano durante siglos.
El explorador Nicolás Roerich, en su
obra El Himalaya, lugar de luz, menciona que hay pasadizos subterráneos
en los contrafuertes de esta cordillera que conducen más allá del Kanchenjunga.
Según Roerich, una puerta oculta por piedras llevaría a los "Cinco
Tesoros", pero aún no ha llegado el momento adecuado para abrirla.
Roerich también señala que, en el
desfiladero del Karakorum, a una altura de 6,500 metros, los porteadores
locales mencionaban la existencia de vastas cavernas llenas de tesoros
ancestrales. A pesar de la sabiduría que los extranjeros pretendían tener, los
indígenas se preguntaban por qué no eran capaces de hallar las entradas a estas
cámaras, protegidas por un fuego poderoso que impide el acceso.
Estas leyendas se encuentran por toda
Asia. En el canto épico tibetano de Ghesar Khan, se profetiza el hallazgo de
estos tesoros ocultos. Según H. P. Blavatsky, la India alberga numerosos
depósitos secretos, y ciertos yoguis iniciados tienen conocimiento de galerías
subterráneas que se extienden bajo los templos. Durante sus viajes por el
Tíbet, Blavatsky conversó con peregrinos que hablaban de una vasta red de salas
y pasadizos en la remota cordillera de Altyn Tagh, donde se cree que se
conservan millones de libros. Según Blavatsky, ni el Museo Británico podría
contener todo el tesoro cultural que yace en esta biblioteca subterránea.
Blavatsky describe esta biblioteca como situada en una profunda garganta, con una pequeña aldea que marca la entrada a este tesoro oculto. Las entradas están cuidadosamente escondidas, y las cámaras se encuentran a profundidades que dificultan su acceso. Aunque puede parecer improbable que el mundo redescubra estos antiguos secretos, hay más esperanza en cuanto a los tesoros de la Atlántida enterrados en Egipto.
Los sabios de Oriente podrían estar
en posición de revelar documentos antiguos que cambiarían la percepción de la
historia tal como la conocemos. Blavatsky predijo que pronto algunos de estos
manuscritos saldrán a la luz.
Aunque es fácil debatir la veracidad
de estas leyendas, resulta significativo que esta creencia en antiguas
civilizaciones se base en los testimonios de figuras como Platón, Cicerón,
Manetón, Josefo, Proclo, Ibn Al Hokm, Masudi, y, en tiempos más recientes,
Blavatsky y Roerich.
Quizás estemos al borde de un gran descubrimiento en la historia de la humanidad: la revelación de antigüedades atlantes. Podemos recordar las palabras proféticas de Ignacio Donnelly, pionero de la atlantología en América: "¿Es posible que, dentro de un siglo, los grandes museos del mundo no se vean enriquecidos con gemas, estatuas, armas y otros objetos procedentes de la Atlántida, mientras que las bibliotecas del mundo se llenen con traducciones de inscripciones que proyecten nueva luz sobre el pasado de la humanidad y sobre los grandes problemas que preocupan a los pensadores contemporáneos?"
Las “cápsulas del tiempo” podrían
haber sido enterradas en el suelo de la Atlántida cuando aún era tierra firme.
Estas cápsulas, herméticamente selladas, probablemente contenían un compendio
de los logros científicos y filosóficos de los atlantes. Un explorador decidido
a buscar estos tesoros podría descubrir un legado inmenso. ¿Por dónde empezar a
buscar?
El escritor soviético Boris Liapunov,
tiene ideas claras sobre la Atlántida. En su libro El Océano está ante
nosotros, escribe: "¿Quién puede dar una solución definitiva al
enigma de la Atlántida, negando o confirmando su existencia? Si consultamos a
geólogos y arqueólogos, buscarán respuestas en las profundidades del océano.
Pero, ¿dónde exactamente? Las opiniones están divididas. El nombre mismo
sugiere el Atlántico: un océano vasto. Solo una exploración detallada del fondo
del Atlántico nos permitiría hablar con cierta precisión sobre el sitio donde
pudo haber ocurrido el cataclismo. Hay dos posibles regiones: las Azores y las
Canarias, áreas donde los volcanes han estado activamente remodelando la tierra
desde tiempos inmemoriales."
Liapunov continúa: "Las
investigaciones no son sencillas, ya que la catástrofe tuvo lugar hace
milenios. Será difícil encontrar rastros enterrados bajo capas de lava, cenizas
y sedimentos oceánicos. Sin embargo, las tecnologías avanzadas, como la
fotografía submarina, podrían ayudarnos a desenterrar los restos del continente
perdido. A través de los ojos de un batiscafo, la leyenda podría hacerse
realidad."
Antes de llegar a tales descubrimientos submarinos, los arqueólogos ya tienen mucho trabajo por delante en los museos, donde podrían hallar evidencias de la Atlántida. Es posible que en el pasado se subestimara la antigüedad de ciertos objetos, lo que llevó a una clasificación errónea: artefactos considerados como pertenecientes a civilizaciones conocidas podrían ser, en realidad, de origen antediluviano.
Un ejemplo intrigante es el disco de
Faistos, que hemos mencionado antes, hallado en Creta. Este disco de cerámica
está decorado con pictogramas dispuestos en espiral que no se parecen en nada a
las escrituras lineales A y B de la antigua Creta. Como se descubrió junto a
una tablilla lineal A, se le atribuyó una antigüedad de 3,700 años. Sin
embargo, la arcilla con la que está hecho no proviene de Creta. Los pictogramas
fueron grabados con matrices de madera o metal, lo que sugiere que podría
tratarse de los ejemplares de tipografía más antiguos del mundo.
Es fascinante observar que el Zodíaco
de Dendera en Egipto y los discos chinos de Baian-Kara-Ula también presentan
inscripciones en espiral. Aunque puede que no haya una conexión directa entre
estos objetos, su estudio podría llevar a especulaciones sobre su antigüedad y
origen.
Es posible que artefactos atlantes se encuentren escondidos en cuevas de los Andes o el Himalaya, o tal vez estén enterrados en el fondo del océano Atlántico, esperando a ser descubiertos mediante batiscafos y cámaras de alta tecnología. También podrían estar ocultos bajo las pirámides de Egipto, listos para ser revelados mediante nuevas técnicas de exploración, como las que ya han comenzado en colaboración entre los Estados Unidos y Egipto. Quizá incluso existan en los museos de hoy, clasificados erróneamente bajo rótulos convencionales.
La civilización, en su esencia, es un
producto del intelecto humano. El poder de la mente ha llevado a la humanidad
desde las cavernas hasta los rascacielos, desde el uso de simples herramientas
hasta la exploración espacial. Si a la humanidad se le privara de la mitad de
su capacidad intelectual, nuestra sociedad moderna colapsaría como si hubiera
sido golpeada por un cataclismo. Cultivando el espíritu y desarrollando la
moralidad, podríamos alcanzar alturas inimaginables y, quizás, un paraíso
terrenal.
El progreso intelectual puede
compararse con una reacción en cadena en la física nuclear. El astrónomo
francés Jean-Sylvain Bailly (siglo XVIII) resumió este avance: "Las
ideas se han acumulado sucesivamente, una ha llevado a otra. No queda más que
redescubrir esta secuencia comenzando por las ideas más antiguas; el camino ya
ha sido trazado y es un viaje que podemos repetir."
Tras los gigantes intelectuales como
Copérnico, Galileo y Giordano Bruno, encontramos a Pitágoras, Aristarco,
Anaxágoras y Anaxímenes. Incluso Newton reconoció su deuda con los sabios
antiguos al decir: “Si he visto más lejos, es porque me apoyé en hombros de
gigantes.”
Muchos de estos sabios griegos habían
aprendido de los hierofantes egipcios, quienes, a su vez, heredaron su
conocimiento de Thot, el dios de la sabiduría, que se dice llegó desde una isla
del océano occidental. Así, el rastro del conocimiento nos lleva de regreso a
la mítica Atlántida.
Si se niega la existencia de la
Atlántida, queda sin resolver el enigma del origen de las civilizaciones del
Nuevo Mundo. Nadie ha construido carreteras comparables a las de los peruanos,
que cruzaban profundos cañones y perforaban altas montañas con túneles que aún
se usan hoy en día. Ninguna otra civilización ha levantado monumentos
megalíticos comparables a los preincaicos, ni ha creado un calendario tan
preciso como el de los aztecas y mayas, que distinguían cada uno de los 18,980
días de su ciclo.
Incluso el sistema económico de los
incas, basado en la propiedad común sin uso de moneda, contrasta con la
economía capitalista que dominó hasta el siglo XX. Bajo el dominio incaico, las
puertas no tenían cerraduras, pues no había ladrones; un contraste con la
llegada de los colonizadores, quienes introdujeron llaves y cerrojos.
En el Viejo Mundo, los antiguos
griegos ya sabían medir la extensión de la zona tropical y especulaban sobre la
existencia de otros continentes e incluso otros mundos en el espacio. Aunque
carecían de instrumentos modernos, los egipcios y los sabios de la India
poseían conocimientos astronómicos avanzados.
El autor soviético Alexandr Kazantsev
plantea una reflexión sobre la precisión del conocimiento astronómico antiguo: "A
la sombra de las pirámides y de los templos de Ra, los sabios antiguos
estudiaron las estrellas y sentaron las bases de la astronomía. Aunque carecían
de los instrumentos que hoy consideramos esenciales, ya sabían que la Tierra
era una esfera que giraba alrededor del Sol. Incluso dedujeron la órbita
elíptica de la Tierra siglos antes de Copérnico."
¿Es posible que parte del conocimiento que atribuimos a la evolución humana sea, en realidad, un legado de una civilización perdida como la Atlántida?
Las leyendas que han llegado hasta
nosotros son apenas un eco débil de la civilización que se ha desvanecido en el
tiempo. Es nuestra responsabilidad amplificar esas voces, hacerlas más claras y
comprensibles, empleando la deducción y la imaginación.
Una teoría que carece de fundamentos
basados en hechos solo puede llevarnos a un laberinto de especulaciones. Sin
embargo, por otro lado, una acumulación indiscriminada de datos puede degenerar
en una mera colección de curiosidades. Ningún hecho mencionado en este análisis
debe tomarse como concluyente por sí mismo. Solo al correlacionar todos los
testimonios obtenemos una visión global que puede acercarnos a la verdad.
Cuando Cristóbal Colón trazó sus
planes para cruzar el Atlántico en busca de una nueva ruta hacia las Indias, se
dedicó primero al estudio exhaustivo de los autores clásicos. En sus textos
encontró numerosas pistas que desafiaban la creencia general de su época,
sugiriendo que la Tierra era redonda. Basado en estas lecturas, llegó a la
conclusión teórica de que era posible llegar al Este navegando hacia el Oeste.
En Lisboa, Colón vio extraños objetos
de madera arrastrados por la Corriente del Golfo y escuchó historias sobre
cuerpos de hombres de aspecto exótico que habían llegado a la costa de Madeira.
Estos cuerpos, protegidos por una sustancia aceitosa que los mantenía intactos,
no se parecían a ninguna raza conocida, salvo a los mongoles. Hoy sabemos que
se trataba de indígenas americanos arrastrados por la corriente desde el
Caribe. Esta evidencia fue crucial para que Colón creyera que su teoría tenía
bases prácticas.
El Renacimiento marcó el inicio de
una era de descubrimientos y ciencia moderna. Los intelectuales de esa época
volvieron la vista hacia los conocimientos perdidos de los romanos, griegos y
egipcios. Descubrieron que una ciencia olvidada y beneficiosa para la humanidad
había sido la base de nuestra civilización actual.
Ejemplos como el motor de Herón de
Alejandría, precursor de la turbina moderna, o los primeros dispositivos
automáticos instalados en el templo de Zeus en Atenas, que dispensaban agua
bendita según el peso de una moneda, demuestran que “no hay nada nuevo bajo el
sol”, salvo lo que ha sido olvidado.
A lo largo de este análisis, los
lectores han recorrido un sendero zigzagueante entre el lago de la Fantasía y
las rocas de la Verdad. Han sido llevados a vislumbrar la posibilidad de una
civilización altamente desarrollada que, a través del velo de los siglos,
podría habernos legado tesoros de conocimiento científico. He planteado una
controversia que solo el Tiempo podrá resolver. No olvidemos lo que decía Tales
de Mileto: “El tiempo es el más sabio de todos los consejeros, pues revela
todo.”
La evolución de la conciencia humana
a lo largo de los siglos nos ha demostrado que solo ahora empezamos a
comprender la verdadera vastedad del mundo. Hasta hace apenas unos siglos,
nuestros antepasados seguían aferrados a concepciones infantiles, creyendo que
la Tierra era plana y que estaba en el centro del universo. Fue en los últimos
siglos cuando la ciencia nos mostró que el cosmos es infinitamente más vasto y
antiguo de lo que se había imaginado.
Si abordamos el estudio de la
antropología con una mente abierta, dispuesta a admitir que los orígenes de la
humanidad se remontan mucho más allá de lo que la ciencia tradicional ha
supuesto, solo estaremos liberándonos de los prejuicios que han perdurado desde
la Edad Media. La paleontología y la arqueología han desenterrado vestigios de
nuestros primeros ancestros, con herramientas primitivas que se remontan a los
albores de la humanidad.
El hecho de que los esqueletos
prehistóricos descubiertos en Java, Pekín y Sudáfrica sean algunos de los más
antiguos hallazgos sugiere que el Homo sapiens apareció hace un millón y medio
de años. Resulta difícil imaginar que, si los humanos apenas habían dejado sus
cuevas hace unos miles de años, pudieran haber creado en unas pocas
generaciones las sofisticadas civilizaciones del antiguo Egipto y la Grecia
clásica. La evolución es un proceso lento, aunque a veces puede acelerarse de
formas asombrosas.
Los arqueólogos sostienen que las
civilizaciones de Mohenjo-Daro, Sumeria y Egipto son las primeras de la
historia registrada, remontándose apenas a cinco mil años antes de Cristo.
Pero, ¿qué pasaría si se encontraran vestigios de civilizaciones avanzadas que
fueron tragadas por el mar? Nos veríamos obligados a reescribir la historia.
El rápido progreso que ha llevado a
la humanidad desde la agricultura en los valles del Nilo y del Tigris hasta la
era tecnológica moderna ha ocurrido en un período extraordinariamente breve. Si
aceptamos que nuestra civilización podría haber heredado ciertos conocimientos
de un ciclo anterior, el asombroso desarrollo de los últimos seis mil años no
parecería tan milagroso.
El Bhagavata Purana, un texto sagrado
de la India, describe cuatro edades que se sucedieron antes de ser destruidas
por catástrofes naturales. Nuestra era actual sería la quinta, que corresponde
con la quinta Raza-Raíz mencionada por H.P.B. El poeta griego Hesíodo también
habla de cuatro edades: la Edad de Oro, donde los humanos vivían como dioses;
la Edad de Plata, donde su intelecto comenzó a declinar; la Edad de Bronce,
caracterizada por la violencia, y la Edad de los Héroes, cuyas hazañas
inspiraron leyendas. Según Hesíodo, hoy estamos en la Edad de Hierro, marcada
por la decadencia moral, y seremos destruidos por Zeus como las razas
anteriores.
Los antiguos egipcios dividían la
historia en tres grandes períodos: el reino de los dioses, el de los semidioses
y héroes, y finalmente, el de los hombres mortales que gobernaron Egipto y el
mundo. Cuando los mitos y los historiadores clásicos mencionan a
"dioses" y "semidioses", solemos desestimarlo. Pero, ¿por
qué no considerar la posibilidad de que seres superiores hayan habitado la
Tierra en una Edad de Oro lejana?
Los habitantes de la región de
Yun-nan en China conservan la memoria de una época de gran prosperidad, en la
que la vida era extremadamente larga y las piedras más pesadas podían
levantarse sin ningún esfuerzo. La tribu pai mantiene viva esta leyenda a través
de una antigua canción que dice:
"En tiempos pasados, las rocas
podían caminar,
esto es cierto y no es en absoluto
falso.
En aquella época, la paz reinaba en
todo el mundo,
¿crees lo que digo?"
"En aquella época, la paz
reinaba en todo el mundo,
creo lo que dices."
"En aquella época, no existían
ni ricos ni pobres,
¿crees lo que digo?"
"En aquella época, no existían
ni ricos ni pobres,
creo lo que dices."
"En aquellos días, las personas
vivían cientos de años,
¿crees lo que digo?"
"En aquellos días, las personas
vivían cientos de años,
creo lo que dices."
Es fácil relegar todas estas leyendas
al terreno de la fantasía y burlarse de las viejas tradiciones populares. Pero
es mucho más difícil valorar globalmente el curso de la Historia. Esta obrita
persigue una finalidad precisa y apunta a una conclusión práctica. Su propósito
es llamar vuestra atención sobre la posibilidad del sorprendente descubrimiento
de un depósito secreto legado por una raza considerada mítica en la actualidad.
¿No deberíamos concluir de ello que caminamos sobre las huellas de la Atlántida?
Según Platón, los atlantes perecieron
cuando se involucraron en guerras imperialistas. En tiempos anteriores, durante
una época más feliz, amaban la paz, cultivaban la amistad y despreciaban la
avaricia.
No nos queda sino expresar la
esperanza de que el mundo moderno se asegure un destino mejor. Jacinto
Verdaguer, poeta catalán, lamenta la Atlántida con las siguientes palabras: "¡Malditos
sean quienes te tienen por madre, Atlántida! ¿Renacerá para nosotros, ¡ay!, el
día que brilla? Punto por punto se cumple lo que dijo nuestro padre, sus
atlantes, su patria y sus dioses, todo ha terminado."
En su Isis y Osiris, Plutarco
cita la opinión y creencia de la mayoría de los sabios antiguos, según los
cuales sobrevendrá "un tiempo fatídico y predestinado en el que la Tierra
quedará completamente nivelada, unificada e igual, en el que no habrá más que
un solo género de vida y una sola forma de gobierno para toda la Humanidad, en
el que todos hablarán el mismo idioma y vivirán en la felicidad." ¿No os
asusta la profecía? ¿No os suena a la famosa Agenda 2030?
Esta historia de una gran
civilización desaparecida bajo las olas del Atlántico no debería ser
considerada como algo que no nos concierne. Si fuera verdadera, cabría suponer
que una catástrofe geológica similar podría algún día hacer desaparecer a
nuestra raza. El mito se hace más tangible si se admite que también nuestras
ciudades contemporáneas, parecidas a hormigueros, podrían un día quedar
sumergidas por los océanos.
La realidad de la Atlántida está
abundantemente atestiguada por los escritos de los autores clásicos. Así,
Proclo (412-489 d.C.) declara categóricamente: "La famosa Atlántida ya no
existe, pero no es posible dudar que existió en otro tiempo." En el siglo
I a.C., el historiador Estrabón, refiriéndose a los relatos de Poseidón,
escribía: "Es muy posible que la historia concerniente a la isla de
Atlántida no proceda de la imaginación."
Nada nos prueba que seamos los
primeros seres civilizados en la Tierra. Otras civilizaciones pudieron preceder
a la nuestra. Esto se desprende tanto de la tradición como de la Historia. Las
leyendas y los mitos, parecidos a raíces profundas, proporcionan indicaciones
sobre acontecimientos históricos que los hombres han olvidado.
"No me corresponde a mí la
última palabra. Pero sé que se aproxima el tiempo en que esa palabra será
pronunciada y en que un arco iris de conjeturas referentes a la Atlántida
desaparecida entrará en un gran cuadro conteniendo las ruinas mayas, las pirámides
egipcias, los templos de la India y las leyendas de Oceanía," escribía
antaño un poeta.
El mito griego de Deucalión y Pirra,
que descienden del Parnaso después del Diluvio como los únicos seres vivos en
un mundo muerto, no es sino una de las numerosas leyendas que se refieren a los
supervivientes del último cataclismo terrestre.
El Deus ex machina que los antiguos
griegos usaban para resolver sus tragedias podría reflejar el recuerdo popular
de una época en la que "seres superiores" aterrizaban en sus máquinas
voladoras para contribuir al restablecimiento de la Humanidad después del gran
cataclismo.
"Así, al principio, los dioses
descendían a menudo sobre la Tierra: era su campo de juego. Pero, cuando la
Tierra se llenó de seres mortales, las visitas de los inmortales se hicieron
cada vez más espaciadas. Solo algunos hombres habían conservado el privilegio
de visitar de vez en cuando a los inmortales en el cielo, para negociar con
ellos como representantes de la Humanidad," escribe el profesor H. L.
Hariyappa en su obra Las leyendas del Rig Veda a través de los tiempos.
Y la leyenda de Dédalo e Ícaro, que,
provistos de alas, huyeron de Creta, ¿acaso no es el eco de un pasado lejano en
el que la aviación era conocida?
Tenochtitlán, la capital azteca,
estaba situada sobre una isla en medio de un lago, rodeada de canales
concéntricos. La ciudad fue construida de esta manera según los planos
elaborados en Aztlán, de donde los aztecas decían provenir. ¿Es solo una
coincidencia que esta ciudad se asemejara casi exactamente a la capital de la
Atlántida, tal como la describió Platón en su Critias?
En el antiguo libro chino de Chu King
puede leerse que, cuando el emperador de la Divina Dinastía ya no vio rastro
alguno de virtud entre los hombres, "ordenó a Chong y a Li que se
interrumpiera toda comunicación entre el cielo y la Tierra. Y desde entonces no
ha habido más descensos ni ascensos." ¿Cómo interpretar este pasaje, sino
como una evocación de viajes prehistóricos a través del aire y el espacio?
El Paníachandra hindú contiene el
relato de seis jóvenes que, en tiempos remotos, construyeron un dirigible
llamado Gañida, que podía despegar, aterrizar y volar en cualquier dirección.
Este dirigible contaba con un sistema de control avanzado que permitía
maniobrar con precisión y volar tranquilamente, sin sobresaltos. ¿Cómo no estar
de acuerdo con el doctor A. G. Bell, inventor del teléfono, quien en 1907
afirmaba: "Los viejos descubrimientos han sido reinventados; las viejas
experiencias han sido ensayadas de nuevo"?
En el año 160 d.C., el griego Luciano
mencionaba en su Vera Historia una nave que llegaba a la Luna. En otro
relato, su héroe vuela entre las estrellas, pero su engreída empresa irrita a
los dioses, quienes ponen fin a sus viajes cósmicos. Cada mito oculta un hecho
histórico. ¿Expresa la "ciencia ficción" de la Antigüedad la
expectativa de la tecnología del futuro o el recuerdo de una ciencia olvidada?
Dos mil años antes de la famosa
discusión que Cristóbal Colón sostuvo con los sabios y el clero ante el trono
de Fernando e Isabel, ya existían sabios que poseían un conocimiento correcto
de la configuración de la Tierra. En el siglo III a.C., Eratóstenes sostenía
que "se podría pasar fácilmente por mar desde Iberia hasta las Indias, si
la extensión del océano Atlántico no representara un obstáculo".
En el siglo I, Estrabón evocaba
también esta antigua tradición declarando: "Es muy posible que en la
zona templada existan todavía dos continentes, o incluso más."
Chi Meng, un sabio chino
contemporáneo de Estrabón, enseñaba que el color azul del cielo no era más que
una ilusión óptica. En su obra Hsuan Yeh, afirmaba que las estrellas, el Sol y
la Luna flotaban en el espacio vacío. Esta concepción está, ciertamente, mucho
más cerca de la verdad que la imagen del "firmamento" y de una Tierra
plana, predominante en la Edad Media bajo la presión de los dogmas religiosos.
Los antiguos griegos como Tales,
Anaxágoras y Empédocles afirmaban que la Luna era iluminada por el Sol.
Demócrito pensaba que las sombras vistas en la Luna se debían a la altura de
sus montañas y a la profundidad de sus valles. Quince siglos después, sabios y
clérigos presentaban la Luna como una linterna celeste, de naturaleza y
dimensiones indefinidas, creada por la gracia divina para disipar la oscuridad
nocturna.
Hélène Blavatsky resume esta
decadencia científica sobrevenida tras el reinado de Constantino de la
siguiente manera: "La visión de un pasado muy lejano, más allá del
Diluvio y del Jardín del Edén, fue implacablemente sustraída a las miradas
indiscretas de la posteridad por todos los medios, honrados o no. Toda puerta
fue cerrada; todo recuerdo tangible, destruido." Alfred Dodd escribe
algo similar en su biografía de Francis Bacon: "La teología ha alejado
a los hombres de los grandes pensadores griegos y romanos. Bajo la guía de los
sacerdotes, la civilización se arrojó ciegamente en el abismo de la Edad
Media."
Un milenio antes, un pensador hindú,
llamado Kanada, ya había formulado su teoría atómica, llegando a la conclusión,
similar a la de un científico del siglo XX, de que la luz y el calor no eran
sino formas diferentes de la misma sustancia fundamental.
Plutarco, en su Vida de Lisandro,
afirmaba que los meteoros eran "cuerpos celestes proyectados a
consecuencia de una cierta disminución de la fuerza rotativa". Sin
embargo, dos milenios después, a comienzos del siglo XIX, el Instituto de
Francia expresó su pesar cuando, tras la caída de un meteorito en Gascuña, aún
había personas supersticiosas que creían en la caída de piedras procedentes del
cielo. Sorprendentemente, los filósofos clásicos de la Antigüedad parecían
haber alcanzado un nivel intelectual más avanzado que el de nuestros
bisabuelos.
Demócrito fue considerado un demente
porque se reía a carcajadas de las locuras de su tiempo. Pero el hombre que
dijo: "En realidad, no existe nada fuera de los átomos y del
espacio," ¿no tenía derecho a reírse de la ignorancia de la humanidad?
Cicerón, en su obra República,
menciona que Marco Marcelo poseía un globo celeste procedente de Siracusa, que
mostraba el movimiento del Sol, la Luna y los planetas. Aseguraba a sus
lectores que la máquina "era una invención muy antigua". Y, sin
embargo, nosotros no comenzamos a construir planetarios de este tipo hasta
épocas muy recientes.
Entre los aborígenes australianos se
encuentran dibujos en los que animales, peces y reptiles se representan con su
esqueleto y órganos internos, con una precisión similar a la de una
radiografía. ¿Acaso estos aborígenes poseen el don de ver a través de los
cuerpos, algo similar a la visión extraocular ya reconocida por la ciencia, que
permite distinguir colores con los ojos cerrados? Si no es así, ¿no podrían
esas extrañas pinturas ser un vestigio de una época remota en la que ya se
utilizaban los rayos X? De hecho, los aborígenes tienen un nombre especial para
designar esa era, tan lejana que carece de toda relación con la realidad
actual: la llaman "el tiempo de los sueños".
En uno de los Jatakas budistas, se
menciona una joya mágica que, al ser introducida en la boca, permitía elevarse
por los aires. El alquimista chino Liu An, conocido como Huai-Nan-Tsé,
descubrió en el siglo II a.C. un líquido que anulaba la gravedad. Bebió de este
elixir y, al instante, fue elevado por los aires. Cuando derramó la botella que
contenía este ingrediente químico en su corral, los perros y las gallinas que
bebieron del residuo también se elevaron. No deberíamos reírnos de esta curiosa
historia, pues son numerosas las fantasías orientales que la ciencia moderna ha
convertido en realidad.
Los antiguos astrónomos conocían el
paralaje solar, el desplazamiento aparente de la posición del Sol causado por
el cambio en la posición del observador. Pero jamás podrían haber llegado a
este conocimiento con los instrumentos primitivos de los que disponían. La
primera observación del paralaje solar fue realizada alrededor de 1640 por
William Gascoigne, utilizando una red de alambre (micrómetro) colocada en el
ocular de un telescopio. Ahora bien, los astrónomos de la Antigüedad no tenían
telescopios astronómicos. ¿Qué pensar entonces?
En el origen de todas las
civilizaciones antiguas siempre se encuentra un ser divino que trae consigo la
cultura. Thot trajo su conocimiento completo desde un país occidental. A juzgar
por sus títulos, "Señor de más allá de los mares" y "guardián de
las dos tierras" (que le son atribuidos en el Libro de los Muertos y en
ciertas inscripciones faraónicas), podría suponerse que era un líder atlante.
Según una significativa leyenda, transportó a Oriente a los demás dioses desde
la otra orilla del lago Kha. ¿Acaso esto alude al desplazamiento por vía aérea
de una élite cultural desde la Atlántida a Egipto?
El libro chino I-Ching atribuye a los
"genios celestes" el mérito de haber introducido la agricultura en la
Tierra para el beneficio de la raza humana. En este sentido, el origen del maíz
sigue siendo un enigma. En las exploraciones realizadas, jamás se ha encontrado
en estado silvestre. Su cultivo ha estado siempre ligado a la humanidad; su
antigüedad está comprobada por el hallazgo de restos de maíz en capas
geológicas que se remontan a treinta mil años atrás. Lo mismo podría decirse
del trigo. ¿Se desarrollaron estos cereales a partir de formas primitivas en
los inicios de la Atlántida, o fueron traídos de otro planeta, como sugiere la
tradición oriental?
Las tribus australianas reconocen que
deben su agricultura a seres celestiales como Baiame, Daramulun y Bunjil,
admitiendo que no saben nada de la historia de estos mensajeros divinos antes
de que descendieran entre ellos.
En el Museo de los Indios (Fundación
Heye, Nueva York) se exhibe un gran jarrón maya de cerámica roja, adornado con
un complejo diseño. Se ha comprobado que un dibujo trazado en una superficie
plana fue transferido en tres dimensiones a esta vasija con una precisión tal
que pocos dibujantes modernos podrían igualar. Esto demostraría, por tanto, la
presencia en esa época tan lejana de instrumentos y conocimientos matemáticos
en América Central.
La tradición iraní menciona una
galería en las montañas de Khaf (Cáucaso) adornada con estatuas de los Sabios
Reyes de Oriente, cuyo linaje se remontaba a varios miles de años. Taimuraz,
tercer rey de Irán, visitó ese mausoleo montado en un corcel alado llamado
Simorgh-Anké, que según la leyenda había nacido antes del Diluvio. El
significado de este mito se aclara si se admite que Taimuraz disponía de un
avión de origen atlante que le permitió llegar a las tumbas más antiguas de las
montañas del Cáucaso.
Según la leyenda, bajo la ciudad de
Cuzco, en Perú, hay cavernas repletas de tesoros. Durante siglos pasados,
muchos aventureros intentaron encontrar el acceso a estas cavernas, pero jamás
regresaron. Un día, sin embargo, un hombre volvió con dos lingotes de oro;
aunque en el camino había perdido la razón. Fue entonces cuando el Gobierno
peruano ordenó tapiar las entradas. Hace algunos años, un autor americano
escribía al respecto: "¿Podemos esperar que, en un futuro siglo, cuando
estas vastas cavernas sean reveladas a un mundo más civilizado y más culto que
el nuestro, no encontremos en ellas únicamente lingotes de oro, sino también
bibliotecas infinitamente más valiosas que nos permitan descubrir el verdadero
sentido de leyendas confusas y contradictorias?"
Según una tradición transmitida a
Oliva por un indígena que sabía descifrar los antiguos escritos, el verdadero
Tiahuanaco sería una ciudad subterránea. Esta leyenda podría aludir a cavernas
donde se conservarían los tesoros culturales de los incas.
Los conquistadores trajeron de México
una historia similar. Relatan que los sacerdotes mayas, a pesar de ser
torturados, se negaron a revelar el lugar donde estaban ocultas 52 tablillas de
oro en las que estaba inscrita toda la historia antigua del Nuevo Mundo.
Diógenes Laercio (siglo III) afirmaba que los archivos de los sacerdotes egipcios tenían en su época una antigüedad de 49.500 años. Los sabios modernos se reirán al oír hablar de una civilización elevada en la era de la barbarie. Pero podríamos preguntarles: ¿debe la barbarie ser identificada con los inicios de la cultura, o podría, en ciertos casos, ser simplemente el resultado del colapso de una civilización avanzada? Hoy, los mayas del Yucatán viven en un estado primitivo; sin embargo, sabemos que sus antepasados fueron sabios y altivos. Su caída fue provocada por guerras y colonialismo. Una catástrofe acompañada de inundaciones y erupciones volcánicas bien pudo haber transformado en salvajes a estos hombres civilizados. Esta es una teoría que merece ser examinada con seriedad, sin prejuicios.
En la tribu mansi de la tundra de la
Siberia Ártica, existe una leyenda. Hace mucho tiempo, un pájaro de fuego vivía
con sus antepasados; su calor era tan intenso que hacía crecer árboles gigantes
y alimentaba a extraños animales. Pero un ladrón lo robó, y entonces llegó un
frío devastador acompañado de vientos huracanados. Los árboles y los animales
extraños perecieron.
No se trata en absoluto de un mito,
sino de un hecho científico, ya que en la tundra siberiana se encuentran
fósiles de esos árboles y animales prehistóricos. Los relatos transmitidos
oralmente de generación en generación son a menudo sorprendentemente precisos.
En esta comunicación hemos prestado
gran atención a los mitos. Generalmente, se los considera producto de la
fantasía, pero no siempre es así. La tradición, como memoria colectiva de la
raza humana, contiene numerosos recuerdos de acontecimientos pasados, a menudo
embellecidos por el narrador e inevitablemente distorsionados al pasar de una
generación a otra. Frecuentemente, los mitos no son sino fósiles históricos.
Sería una actitud poco científica descartar la mitología como un conjunto de
fábulas; la realidad de ayer es el mito de hoy. El mundo en que vivimos no será
más que un mito dentro de decenas de miles de años. En ese futuro lejano, los
sabios discutirán acaloradamente sobre el carácter mítico de las leyendas que
narren nuestra civilización desaparecida.
Hasta hace unos 250 años, las
ciudades de Pompeya y Herculano no eran más que mitos. Sin embargo, cuando
fueron redescubiertas y sacadas a la luz, pasaron a formar parte de la
Historia. Al visitar Pompeya, tuve la impresión de estar en una ciudad cuyos habitantes
simplemente estaban dormidos.
Entre las fábulas de Heródoto se
encuentra la historia de un lejano país donde varios grifos montaban guardia
sobre un tesoro de oro. Los arqueólogos soviéticos han descubierto ese lugar:
es el Altái, conocido en chino como Kin Shan, que significa "la montaña de
oro". Desde tiempos antiguos, había allí minas de oro. Los arqueólogos han
hallado en el valle de Pazyrka vestigios de una civilización avanzada, en
especial magníficos adornos que representan grifos. Así, un mito confuso que
hablaba de grifos guardianes del oro ha dejado de ser una simple leyenda.
Aunque la altura fortificada de
Petra, perdida en el desierto al sur del Mar Muerto, fue descrita por
Eratóstenes, Plinio, Eusebio y muchos otros, se convirtió con el tiempo en una
ciudad legendaria. No fue sino hasta principios del siglo XIX que Burckhardt
encontró la entrada de la garganta, descubriendo allí un edificio tallado en la
roca, un anfiteatro y numerosas cavernas. Una vez más, la fábula se convirtió
en realidad.
Cuando, en 1870, Heinrich Schliemann
inició sus excavaciones en los cerros de Hissarlik, en Asia Menor, con el
objetivo de encontrar la legendaria ciudad de Troya, los eruditos lo
consideraron loco. Sin embargo, la Ilíada de Homero resultó ser cierta; Troya
no era un mito. Schliemann descubrió las ruinas de una ciudad incluso más
antigua que Troya y, tras su gran triunfo, fueron identificados los vestigios
de la mítica ciudad.
La historia de Diego de Landa,
escrita en 1566, sobre el pozo sagrado de sacrificio donde los habitantes del
Yucatán arrojaban víctimas humanas y joyas, fue considerada por los
historiadores como una simple leyenda. No obstante, en el siglo XIX, E. H. Thomson,
diplomático y arqueólogo estadounidense, confirmó el antiguo relato al
descubrir el pozo en Chichén Itzá.
Hace seis siglos, un embajador chino
llamado Chow-Ta-Kwan relató al emperador la descripción de una ciudad
fantástica, rodeada de murallas y perdida en la jungla, que habría sido el
centro de un reino próspero en el sur de China. Cuando este documento fue
publicado en 1858, los estudiosos occidentales lo descartaron como producto de
la imaginación. Sin embargo, poco tiempo después, un naturalista francés, A. H.
Mouhot, descubrió en Indochina las ruinas de Angkor Thom, cuyo aspecto
correspondía sorprendentemente a la descripción del mandarín sobre la ciudad
perdida en la selva.
Cuando Marco Polo regresó a Europa y
describió las piedras negras que ardían en China, calentando los baños diarios,
sus compatriotas en Venecia se rieron de él. En primer lugar, las piedras no
podían arder y, además, ¿quién podía permitirse el lujo de bañarse todos los
días? Como mis lectores habrán adivinado, la "piedra negra" era
simplemente carbón. También se burlaron de su mención de un aceite negro
extraído en grandes cantidades del suelo en la región del Mar Caspio. Los
ciudadanos venecianos se regocijaban con estos relatos, considerados hoy en día
como hechos científicos incluso por los niños.
A veces resulta difícil determinar
dónde termina el mito y dónde comienza la Historia, y viceversa. En la
actualidad, incluso en los medios científicos, se extiende cada vez más la
tendencia a considerar la mitología y el folklore como fuentes históricas. El
doctor Carl Sagan, eminente astrofísico estadounidense, ha apoyado esta
perspectiva al referirse a un viaje realizado por Lapérouse en 1786 al noroeste
de América. Las leyendas transmitidas por los indios, que habían visto los
barcos de los navegantes, incluían detalles sorprendentemente precisos sobre la
apariencia de la flota francesa que los visitó. Esto demuestra cómo el recuerdo
de un acontecimiento puede preservarse, transmitido verbalmente, a lo largo de
generaciones.
Los indios de Guatemala narran
leyendas curiosas cuyo origen se remonta al siglo XVI. Sin embargo, cuando esos
relatos, que hablan de la milagrosa aparición de seres divinos y su forma de
vida, fueron analizados por la Universidad de Oklahoma, se descubrió que
aquellos seres mitológicos no eran otros que los invasores españoles.
Por supuesto, es necesario tener en
cuenta las inexactitudes, exageraciones y distorsiones que inevitablemente se
cuelan en cualquier historia transmitida a través de los siglos. Pero esto no
invalida que estos relatos contengan un núcleo de verdad, un reflejo de la vida
de antaño. Desde esta perspectiva, no deberíamos descartar las leyendas que nos
hablan de una civilización altamente evolucionada destruida por una catástrofe
planetaria.
La ciencia actual regresa
gradualmente a la sabiduría de la Antigüedad. A los niños de la antigua Grecia
se les enseñaba que la Tierra era una esfera que flotaba en el espacio
infinito. Sus maestros sabían acerca de las dimensiones relativas del Sol y la
Luna y la distancia aproximada que los separaba de la Tierra. En las plazas
públicas, los filósofos daban conferencias en las que describían la Vía Láctea
como un conglomerado de estrellas, cada una de ellas un sol. Bajo las columnas
de sus templos, hombres vestidos con togas y túnicas discutían la posibilidad
de vida en otros planetas.
Dos mil años después, a los escolares
europeos se les enseñaba que la Tierra, centro de la creación, era plana, y que
las estrellas eran agujeros en el firmamento. Entonces, ¿con qué derecho
miramos con desdén a estos sabios del mundo clásico, cuya sabiduría era más
profunda que la de los teólogos medievales?
Todas esas tradiciones que hablan de
tesoros sepultados hace milenios no provienen necesariamente del mito. Si nos
atreviéramos a utilizarlas como hipótesis de trabajo, podríamos alcanzar
grandes descubrimientos en el transcurso de este siglo.
Su impacto en nuestra vida sería más
profundo de lo que podríamos imaginar. La prueba de un cataclismo geológico que
destruyó la Atlántida de manera súbita exigiría que ajustáramos nuestras ideas
científicas y aceptar la posibilidad de catástrofes planetarias abruptas. La
Historia, con tantos capítulos faltantes, finalmente podría trazar un cuadro
más completo de la evolución humana. Nuestros sociólogos descubrirían sistemas
sociales y económicos del mundo anterior al cataclismo y podrían estudiar su desarrollo,
algo de incalculable valor para quienes buscan entender los conflictos de las
ideologías modernas. Instrumentos y maquinarias arcaicas, construidos según
principios que desconocemos, podrían encaminar nuestra ciencia hacia nuevos
horizontes. Las creencias de una raza desaparecida nos harían comprender mejor
el desarrollo de la conciencia humana. El hallazgo de un mundo perdido en el
tiempo sería tan significativo como el descubrimiento de vida en otro planeta;
ambos trastornarían profundamente todas nuestras concepciones actuales.
Al cuestionar ciertas opiniones
aceptadas del pasado, a veces se han revelado grandes verdades. Roger Bacon
diagnosticó acertadamente las causas de los errores humanos cuando escribió en
su Opus Majus: "Porque toda persona, en cualquier condición de la vida,
llega a las mismas conclusiones aplicadas a los estudios y a toda forma de
investigación mediante tres argumentos, cada uno peor que el otro: este es un
modelo establecido por nuestros mayores; esta es la costumbre; esta es la
creencia popular; por lo tanto, debemos atenernos a ello."
A semejanza de nuestros predecesores,
seguimos viviendo en una sociedad mentalmente condicionada, donde cualquier
desviación de los modos de pensamiento aceptados es vista como una rebelión
contra los ídolos de nuestro tiempo. Sin embargo, miles y miles de personas
están comenzando a pensar por sí mismas. Para ellas, esta comunicación
representará mucho más que una simple ficción.
Esperemos, pues, la llegada de una
nueva era de progreso científico, que podría traer consigo el más
revolucionario de todos los descubrimientos arqueológicos: el hallazgo de los
tesoros de la Atlántida.
Algunos críticos a menudo dicen: "Necesitamos
más hechos." Pero no debemos olvidar que la simple acumulación de
hechos no es suficiente; no somos simples coleccionistas de sellos. Lo que
realmente importa es evaluar esos hechos y aplicar nuestro conocimiento de
manera práctica.
Esta obrita presenta una serie de
teorías. Sugerimos que la Atlántida fue destruida por un cataclismo mundial.
También planteamos la hipótesis de que filósofos y sabios en desacuerdo con la
política bélica de los líderes atlantes pudieron haberse retirado a regiones
inaccesibles de la Tierra para vivir en aislamiento y seguridad.
Cuando, tras el desastre planetario,
los elementos se calmaron, y la flora y la fauna volvieron a poblar la Tierra,
aparecieron "semidioses" para ayudar en la rehabilitación de la
humanidad. Esa fue la edad de oro, la era de los héroes y portadores de
cultura, cuando los dioses caminaban por la Tierra.
Con la intención de demostrar la
existencia de una civilización arcaica que ha sido ignorada por los
historiadores, hemos presentado numerosos hechos que indican la existencia de
una ciencia prehistórica. Luego, basándonos en la mitología y en datos históricos
antiguos, formulamos la hipótesis de que los atlantes habrían ocultado en
museos y bibliotecas subterráneas sus conocimientos antes del Gran Diluvio o de
la Gran Catástrofe, fuese esta de cualquier índole.
Mientras una teoría no cuenta con
pruebas absolutas, solo los especialistas pueden decidir sobre su validez.
Pero, ¿tienen siempre razón los eruditos? La ruta del pasado está llena de
ídolos derribados.
Hay numerosos ejemplos históricos en
los que la verdad fue temporalmente eclipsada por errores, que solo fueron
reconocidos siglos más tarde. Según Diógenes Laercio, Bión de Abdera (siglo III
a.C.) afirmaba conocer "países donde el día duraba seis meses y la noche
otros seis". Esta antigua noción sobre la inclinación del eje terrestre,
responsable de las estaciones y los climas, se olvidó al inicio de la Edad
Media. ¿Y en la actualidad no estará ocurriendo lo mismo?
La inclinación del eje de la Tierra,
conocida como oblicuidad, tiene un impacto significativo en los patrones
climáticos globales. La oblicuidad de la Tierra varía entre 22,1° y 24,5° en
ciclos de aproximadamente 41,000 años. Esta variación forma parte de los ciclos
de Milankovitch, que incluyen la excentricidad orbital y la precesión. Estos
ciclos influyen en la cantidad de energía solar que llega a diferentes partes
del planeta, provocando cambios climáticos a largo plazo como las glaciaciones.
Yo pregunto: ¿Y si se ha producido una pequeña variación por cataclismos
acaecidos fuera de nuestro planeta?
Por ejemplo, el sol. Los fenómenos
solares tienen un impacto significativo en el clima de la Tierra al influir en
la radiación solar que llega al planeta. El Sol atraviesa ciclos de aproximadamente 11
años, durante los cuales aumenta y disminuye su actividad. Durante los máximos
solares, hay más manchas solares y erupciones solares, lo que incrementa la
radiación ultravioleta y puede influir en los patrones climáticos de la
atmósfera superior. Los mínimos solares, como el conocido Mínimo de Maunder
(siglo XVII), se han asociado con períodos de enfriamiento global, como la
"Pequeña Edad de Hielo".
Las erupciones solares son
explosiones de energía en la superficie solar que liberan grandes cantidades de
radiación electromagnética. Pueden afectar la ionosfera terrestre, alterar las
comunicaciones y contribuir a cambios temporales en los patrones climáticos.
Por su parte, las eyecciones de masa coronal
son grandes expulsiones de plasma solar y campos magnéticos hacia el espacio. Pueden
afectar el campo magnético de la Tierra, generando tormentas geomagnéticas, que
a su vez pueden alterar la atmósfera superior y los sistemas de navegación.
La irradiancia solar es la cantidad
de energía del Sol que llega a la Tierra. Aunque las variaciones son pequeñas
(aproximadamente un 0.1% durante el ciclo solar), pueden tener impactos
acumulativos en el clima a largo plazo.
El viento solar es un flujo constante
de partículas cargadas emitidas por el Sol. Durante períodos de alta actividad
solar, el viento solar puede intensificarse, impactando la magnetosfera
terrestre y la dinámica climática de la alta atmósfera.
Las explosiones solares que liberan
protones de alta energía hacia la Tierra. Estos eventos pueden causar
reacciones químicas en la atmósfera superior, como la reducción del ozono, que
afecta indirectamente el clima.
Durante períodos de alta actividad
solar, el aumento del viento solar y los campos magnéticos solares reducen la
entrada de rayos cósmicos galácticos a la atmósfera terrestre. Los rayos
cósmicos están vinculados a la formación de nubes; menos rayos cósmicos podrían
significar menos formación de nubes, afectando la temperatura global.
¿Se tiene en cuenta todo esto a la
hora de determinar un cambio climático y la autoría del mismo?
En una obra titulada La doctrina
herética de una forma esférica de la Tierra, Firmiano Lactancio [13]
escribe, cinco siglos después de Bión: "¿Es posible que haya hombres
tan estúpidos como para creer en la existencia de cosechas y árboles en el otro
lado de la Tierra, suspendidos hacia abajo, y para admitir que los seres vivos
caminen allí con los pies más altos que la cabeza?"
Yo he estado unas cuantas veces en
Ciudad del Cabo, Sudáfrica, y efectivamente tenía allí "los pies más altos
que la cabeza", pero, contrariamente a la opinión de Lactancio, no
experimenté ninguna molestia por ello.
Las más altas autoridades, incluso
las más respetadas, no están exentas de cometer errores. Tal vez algo similar
esté ocurriendo con la teoría del cambio climático atribuida a la acción
humana. A mis años, con el peso de una vida considerable a cuestas, he repasado
mis días con detenimiento y no encuentro en ellos un solo acto que pueda
calificarse como una grave contribución a la contaminación. Y lo mismo podría
decir de las personas que me rodean, aquellos cuya vida he observado de cerca.
Por ello, me resulta difícil aceptar mi responsabilidad, o la de mi entorno, en
cualquier forma de cambio climático. Lo cual no significa que esté exento de
responsabilidad, por más que haya procurado, a lo largo de mi existencia,
respetar con esmero al ser que me otorga la vida. A pesar de mi cuidado y
reverencia por este mundo, quizás mi huella, inadvertida o sutil, forme parte
del entramado que alimenta el cambio climático. Es una reflexión incómoda, pero
necesaria, reconocer que incluso el más prudente puede ser partícipe de aquello
que tanto desea evitar.
La historia del descubrimiento de
América es un ejemplo claro. Cuando Colón buscó financiamiento para su viaje,
enfrentó la oposición de los sabios de su tiempo. Según su hijo Fernando: "Algunos
razonaban así: durante los miles de años desde que Dios creó el mundo, esas
tierras han permanecido desconocidas para innumerables hombres sabios y
navegantes. Por tanto, es absolutamente improbable que el Almirante supiera de
ellas más que todos los demás."
Sin embargo, Colón sabía más, ya que
no compartía los prejuicios de sus contemporáneos y tuvo el valor de pensar por
sí mismo.
Para demostrar que ninguna autoridad
es infalible, consideremos el caso de Leonardo da Vinci. Cuando propuso
construir su "vehículo aéreo", los sabios lo recibieron con
escepticismo. En El discurso sobre la imposibilidad de vuelos mecánicos,
escrito en 1613 por Tito Ticinelli, se argumentaba: "He decidido
refutar otro error ampliamente extendido, según el cual sería posible que el
hombre, en siglos futuros, volara por medios mecánicos. Leonardo da Vinci
quiere hacernos creer que, al reunir un montón de materiales en una especie de
carro aéreo, el hombre que lo tome o se monte en él no caerá, sino que volará.
No soy un hombre obstinado, pero afirmo que ningún lector en su sano juicio
aceptará el razonamiento de Leonardo."
En nuestra era de aviones supersónicos,
no podemos evitar sonreír ante el razonamiento de Ticinelli.
Cuando Galileo construyó su
telescopio y comenzó a observar los cielos, Francesco Sizzi, astrónomo
florentino, fue invitado a observar los satélites de Júpiter. Sizzi se negó a
mirar por el telescopio, argumentando: "Los satélites de Júpiter son
invisibles a simple vista, y por tanto no pueden influir en la Tierra; no
tienen ninguna utilidad y, por tanto, no existen."
Sizzi temía que los descubrimientos
de Galileo destruyeran su sistema cosmológico, diciendo que "un hecho
feo puede destruir una hermosa teoría".
La Iglesia compartía las opiniones de
Sizzi, y en 1615 Galileo fue denunciado a la Inquisición por apoyar la
"herejía" de Copérnico. La sentencia contra él (Índice, 1633) rezaba:
"Afirmar que el Sol, inmóvil, ocupa el centro del mundo es una
proposición absurda, falsa en filosofía y, además, herética, ya que contradice
las Escrituras. Es igualmente absurdo y falso en filosofía afirmar que la
Tierra no está inmóvil en el centro del mundo; y desde el punto de vista
teológico, constituye al menos un error de fe."
Al igual que la Iglesia de antaño,
nuestra jerarquía científica contemporánea ha intentado ser infalible; sin
embargo, los sabios a menudo olvidan que también ellos pueden equivocarse. Un
ejemplo de esto ocurrió en 1878, cuando Bouilland presentó el fonógrafo de
Edison ante la Academia de Ciencias de París. Su distinguido colega Du Moncel
lo acusó de ser un simple ventrílocuo, y los académicos franceses se negaron
incluso a escuchar las explicaciones del mecanismo del nuevo invento,
declarando que Bouilland y Edison eran unos impostores.
El célebre Lavoisier, uno de los
pilares de la ciencia del Siglo de las Luces, creía haber demostrado la
inexistencia de los meteoritos con la sencilla fórmula: «Es imposible que
caigan piedras del cielo porque en el cielo no hay piedras».
En un discurso pronunciado en 1838
ante la British Association, el doctor Lardner sentenció: «Los hombres
podrían hacer cualquier proyecto: imaginar un viaje a la Luna e incluso la
navegación a vapor a través del Atlántico Norte». Hoy, cuando soberbios
transatlánticos cruzan diariamente el océano y el hombre ha pisado la Luna, sus
palabras suenan ridículas.
Otro caso notable es el del
naturalista Cuvier (1769-1832), quien afirmó: «Jamás han existido sobre la
Tierra hombres prehistóricos físicamente distintos de los de hoy».
En 1875, el director de la Oficina de
Patentes de los Estados Unidos presentó su dimisión, alegando que ya no había
nada más por inventar. ¡Un cómico ejemplo de los límites de la inteligencia
humana!
Cuando Marcelino de Santuola presentó
en el Congreso Internacional de Arqueólogos de Lisboa en 1880 su descubrimiento
de las pinturas rupestres de Altamira, fue acusado de fraude por los eruditos.
A pesar de que señaló que ningún artista contemporáneo podría representar
animales extintos con tal realismo, los científicos no se dejaron convencer.
Hoy, todos los que hemos visitado Altamira, y los que no, sabemos hasta qué
punto estaban equivocados aquellos expertos.
Cuando se habló de la invención del
teléfono por un estadounidense, el físico británico P. G. Tait (1831-1901)
exclamó: «Es una patraña, pues semejante invento es imposible».
El profesor Simón Newcomb, eminente
astrónomo estadounidense, declaró en 1903 que volar en máquinas más pesadas que
el aire era imposible. Afirmó categóricamente: "La demostración de que
ninguna combinación de sustancias, instrumentos y formas de fuerza conocidas
podrían ser reunidas en una máquina práctica para volar largas distancias me
parece tan convincente como cualquier otro hecho físico real."
Afortunadamente, los hermanos Wright
no prestaron atención a sus palabras y terminaron construyendo el primer avión.
Resulta increíble que a principios del siglo XX existieran personas que aún
pensaran como Ticinelli. Pero no fue el único.
En 1926, el profesor A. W. Bickerton
afirmó que lanzar un cohete a la Luna era una idea estúpida e irrealizable.
Después, los diversos Apolo y otros proyectos de la URSS, China, India o Japón,
y otros más recientes como el programa Artemis de EEUU, demostraron lo
contrario.
Estos proyectos buscan no solo
explorar la Luna como destino científico, sino también prepararse para su
utilización como base para misiones más profundas, como las dirigidas a Marte.
En 1935, el astrónomo F. R. Moulton
escribió que el hombre no tenía la menor posibilidad de viajar por el espacio.
El doctor Richard van der Riet Wooley, antiguo astrónomo real, compartía este
escepticismo cuando, en enero de 1957, declaraba que el viaje espacial era una
completa paparrucha. Ocho meses después, el Sputnik I se colocaba en órbita.
Hasta 1938, ningún científico había
observado un celacanto [14]
vivo en el océano Índico, ya que se creía que esta especie había desaparecido
hace 75 millones de años. Sin embargo, entre 1938 y 1955, este pez prehistórico
fue capturado y estudiado.
Frente a todas estas anécdotas
históricas, ¿podemos realmente tomar en serio el escepticismo que aún
demuestran ciertos científicos? Quizás deberíamos más bien seguir la regla
propuesta por Arthur C. Clarke, experto británico en exploración espacial: "Cuando
un sabio ilustre, pero de cierta edad, declara que algo es posible,
probablemente tiene razón. Pero cuando afirma que algo es imposible,
seguramente está equivocado."
Con los errores cometidos a lo largo
de los siglos, las autoridades científicas han demostrado, a veces, ser como un
ciego haciendo de lazarillo.
El progreso científico ha sido
obstaculizado por una actitud negativa y conservadora en un campo donde esta
postura está particularmente fuera de lugar: el de las nuevas investigaciones.
Una mentalidad que nos ancla en el pasado es incompatible con un movimiento
orientado al futuro. Lo que hoy parece imposible, será realidad mañana. Una
dialéctica valiente nos llevará inevitablemente a grandes descubrimientos.
Mientras tanto, la teoría de las
"cápsulas del tiempo" atlantes probablemente recibirá la misma
acogida escéptica que las ideas sobre la evolución, el fonógrafo, el teléfono,
el avión y el cohete espacial recibieron en su tiempo.
En esta era de reacciones en cadena en la ciencia, el conocimiento humano se enriquecerá en los próximos quince años tanto como en toda la historia anterior. Tal vez no necesitemos esperar mucho para ver confirmada la hipótesis de la Atlántida.
PAZ A TODOS
POSDATA. Te invito a compartir el enlace de mi blog con tus seres queridos y amigos. Cada comunicación está pensada para inspirar, reflexionar y apoyar el crecimiento personal de quienes lo lean. Si con ello logramos mejorar una sola vida, el propósito estará cumplido. ¡Gracias de corazón por ser parte de este viaje y por ayudarme a expandir el mensaje!
[1] Ver
vídeo en el siguiente enlace: https://www.youtube.com/watch?v=NyTUhItr1xI
[2] El grupo de islas a la altura de las costas siberianas descubiertas por el explorador Nordeneskjol del "Vega", se encontró que estaban sembradas de fósiles de caballos, ovejas, bueyes, etc., entre huesos gigantescos de elefantes, mamuts, rinocerontes y otros monstruos pertenecientes a los períodos en los que el hombre—dice la ciencia— todavía no había hecho su aparición en la tierra. ¿Y cómo es que se encontraron juntos caballos y ovejas en compañía de gigantes "antediluvianos"? En las escuelas se nos ha enseñado que el caballo es una invención bastante moderna de la naturaleza y que ningún hombre vio nunca a su antepasado pedáctil. El grupo de las islas siberianas puede dar un mentís a tan cómoda teoría.
[3]
John Ernst Worrell Keely (3 septiembre 1827 - 18 noviembre 1898) fue un
investigador estadounidense de Filadelfia, descubrió entre otras cosas el
"Keely Motor", un motor que, sin estar unido a ningún cable o
cualquier fuente de energía, se desplazaba con el sólo sonido de un instrumento
musical, tocado únicamente por él. La clave de su conocimiento
fue el descubrimiento de la Sympathetic Vibratory Physics o Física de
la Vibración Simpática, mediante la manipulación de las ondas sonoras se dio
cuenta de que en algunos casos era posible crear efectos poco menos que
asombrosos. La mayoría del trabajo de Keely en el campo de la
SVP recayó en el descubrimiento de dos propiedades básicas inherentes a
todos los agregados de masa. La más importante de estas dos
propiedades es la comprensión de que todos los flujos de fuerza se
componen de corrientes triples. Estas corrientes triples tienen relaciones
específicas de fase que pueden ser manipuladas para generar efectos
inusuales en la mente y en la materia.
Aunque Keely utilizó diapasones y barras vibratorias, habló de la eventual utilización de la fuerza mental para establecer control práctico de los tres flujos de fuerza que están presentes en toda materia. En las últimas etapas de su investigación, creyó que el cerebro humano pudiera equilibrarse como para formar una concordancia perfecta entre estos "flujos triples."
[4] Se refiere al mecanismo de Anticitera que se detalla más adelante.
[5] En el siguiente enlace puede verse un magnífico programa de Jiménez del Oso dedicado a la Gran Pirámide: https://www.youtube.com/watch?v=mY8m4HY6f9s
[6] Ya hemos citado anteriormente los descubrimientos de JOHN WORRELL KEELY en el siglo XIX.
[7] Edward Bulwer-Lytton describe estas naves con precisión en su novela La Raza Venidera (The Coming Race), y también la energía usada para moverlas, el Vril, posiblemente una definición fantástica para representar el Ākāśa o energía universal, el más etéreo de los cinco elementos y término profundamente ligado a las filosofías orientales. En términos modernos, el Akasa se relaciona con conceptos como: Energía cuántica, campos de información universal, etc., tratados ya en otra entrada de este mismo blog titulada como Secretos.
[8] El misterio de los “Círculos de las Cosechas” (agroglifos), mencionados al principio de esta comunicación, fueron documentados en Europa y América apareciendo en épocas diferentes, pero las primeras menciones datan de siglos atrás: La referencia más temprana sobre un fenómeno similar proviene de Inglaterra en 1678, en un panfleto titulado "The Mowing Devil" (El Diablo Segador), pero el fenómeno moderno comenzó en Inglaterra durante la década de 1970, especialmente en los condados de Wiltshire y Hampshire. Se empezaron a reportar formaciones más complejas en los años 80 y 90, lo que generó un aumento en el interés público y la especulación sobre su origen. En América del Norte, los primeros reportes de agroglifos surgieron también en la década de 1970, principalmente en Canadá y los Estados Unidos. Estos patrones no tenían la complejidad de los observados en Inglaterra, pero despertaron un interés similar. En América Latina, las primeras menciones de agroglifos se dieron en Brasil en los años 2000, con reportes de círculos apareciendo en campos de trigo y maíz. En particular, en el estado de Santa Catarina y São Paulo se han registrado varios. En este mismo Blog tenéis una entrada relacionada con el tema, titulado "Códigos de la Eternidad".
Las abejas también tienen un lugar especial en la cosmología védica. Se cree que son portadoras de la vida y están asociadas con la fertilidad y la abundancia. Las abejas son consideradas mensajeras divinas que transmiten la esencia de las flores y la naturaleza. En este contexto esotérico, se sugiere que las abejas también podrían haber sido traídas a la Tierra desde Venus, debido a su papel vital en la polinización y la creación de armonía ecológica. Los sabios veían a las abejas como una manifestación de las energías creativas del universo.
[11] Los que estéis interesados en profundizar sobre este tema, podéis ver la entrada de este mismo blog titulada Las Pirámides, Stonehenge y Templo de Baalbek.
[12] Netflix
tiene una magnífica, y para mí fascinante, serie titulada Los Apocalipsis del
Pasado.
[13] Lucio Cecilio Firmiano Lactancio (c. 245–c. 325) fue un escritor y apologista cristiano de origen norteafricano, conocido por su elocuencia en latín, lo que le valió el apodo de "el Cicerón cristiano".
[14] El celacanto es un pez de aletas lobuladas perteneciente al orden Coelacanthiformes, considerado un "fósil viviente" debido a su antigüedad y a la creencia de que se había extinguido hace millones de años, hasta su redescubrimiento en 1938. Investigaciones recientes han revelado que los celacantos pueden vivir hasta 100 años. Además, tienen un crecimiento y maduración lentos, alcanzando la madurez sexual alrededor de los 55 años, y se estima que su periodo de gestación dura aproximadamente cinco años. Aunque se creía que los celacantos se habían extinguido junto con los dinosaurios, en 1938 se capturó un ejemplar vivo en la costa oriental de Sudáfrica, lo que sorprendió a la comunidad científica. Posteriormente, en 1998, se descubrió otra especie en Indonesia, conocida como Latimeria menadoensis.
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