LAS PIRAMIDES, STONEHENGE Y TEMPLO DE BAALBEK

 

La sociedad moderna tropieza a cada paso con la antigua. Nuestros poetas imitan a Homero, Virgilio, Sófocles, Eurípides, Plauto y Terencio; nuestros filósofos se inspiran en Sócrates, Pitágoras, Platón y Aristóteles; nuestros historiadores toman por modelo a Tito Livio, Salustio y Tácito; nuestros oradores remedan a Demóstenes y Cicerón; nuestros médicos estudian a Hipócrates, y nuestros jurisconsultos transcriben a Justiniano. Pero también la antigüedad tuvo a su vez otra anterior que le sirvió de modelo. ¿Hay algo más lógico y sencillo? ¿No se suceden los pueblos unos a otros? ¿Acaso la sabiduría penosamente adquirida por una nación o raza ha de quedar recluida en su propio territorio y morir con la generación que la engendrara? ¿No podemos afirmar, sin pecar de absurdos, que la esplendorosa, culta y populosa India de hace miles de años estampó en Egipto, Persia, India, Grecia y Roma tan indeleble sello y tan profundas huellas como en Occidente estamparon estas otras naciones? Ya es hora de desechar el prejuicio que nos representa a los antiguos como si de manera espontánea hubiesen nacido en su intelecto las más sublimes ideas filosóficas, religiosas y morales, o como si a la intuición de unos pocos sabios se debiera todo en los dominios de la ciencia, del arte y de la literatura, y a la revelación e iluminación se debiese remitir todo cuanto aparece en el orden religioso.

Independientemente del conocimiento relativo al desarrollo espiritual de la Humanidad, que es primordial para la humanidad, se pueden obtener de ella informes y datos, imposibles de adquirir de otro modo, referentes a la historia externa del mundo que nos rodea. La investigación literaria muy pronto alcanza en tales materias el límite de sus poderes. Al referirse al remoto pasado, queda paralizada por la necesidad de documentos escritos, y, todo lo más, puede suplir su falta por la interpretación de algunas inscripciones sobre piedra. Con su ayuda nos es posible alcanzar, en la dirección de lo que Samuel Laing llama “Origen del hombre”, a unos cinco mil años antes de la Era cristiana. Pero evidencias no menos ciertas que las de los jeroglíficos egipcios, nos muestran que el hombre existió sobre la tierra en periodos que la Geología no puede estimar con exactitud, pero que ciertamente se extienden a millones de años. Al respecto, nos hallamos frente a un problema que, en sus aspectos más salientes, solo admite dos hipótesis alternativas: o durante aquellos enormes periodos la Humanidad vivió sobre la tierra en estado salvaje, sin elevarse nunca sobre el uso de los bárbaros utensilios de piedra que vemos asociados con sus restos fósiles, o bien alcanzó periodos de civilización en remotas épocas, cuyas huellas históricas, como veremos más adelante, no se han perdido.

Comparando estos dos puntos de vista, razonando solamente sobre evidencias al alcance de todos, llegaremos a conclusiones que apoyan la creencia en civilizaciones prehistóricas. En Egipto, el testimonio de los monumentos y papiros ya traducidos nos llevan a una fecha de cinco mil años A.C. Pero en aquel tiempo nos encontramos en presencia de una civilización tan avanzada como la relativamente reciente de la grandeza egipcia, la de la XVIII dinastía.  Según el egiptólogo alemán Brugsch Bey, Menes, el primer rey de la primera dinastía mencionada por Manethon, alteró el curso del Nilo, construyendo un enorme dique para facilitar la fundación de Menfis. Fue, además, un legislador, y se dice que aumentó enormemente la pompa y lujo de la monarquía, mostrándose así no solamente como gobernante civilizado, sino como alguien que ha contraído ya algunos vicios inherentes a la civilización, indicación segura de que pertenecía a una época de declinación más bien que a una de elevación del progreso de su país. En general, la ciencia ha llegado a considerarle como personaje primitivo, sencillamente porque con él comienza la lista de reyes de Manethon, en cuanto esa lista nos ha sido conservada por las citas de algunos escritores clásicos. La obra original de Manethon se perdió probablemente en el incendio de la Biblioteca de Alejandría. Se sabe, por otros escritores, que Manethon habló de largas épocas egipcias anteriores a la tercera dinastía; y aunque no hubiera sido así, la situación fielmente retratada del tiempo de Menes es bastante para mostrar que es la resultante del desarrollo de un progreso social que se extendía por el pasado en edades previas casi incalculables. Según algunos egiptólogos dedicados ahora a traducir papiros, es preciso remontarse a quince mil años atrás, y no a cinco mil, si queremos formarnos una idea del comienzo de la civilización egipcia.

Volviendo ahora a otra serie de investigaciones más modernas, tenemos que reconocer que gradualmente se ha ido acumulando un gran número de testimonios en apoyo de la leyenda clásica concerniente al perdido continente de la Atlántida. Los sacerdotes egipcios dieron muchos detalles a Solón, antepasado de Platón que los visitara. Por largo tiempo los eruditos se han inclinado a tratar esta historia como fábula, no se sabe bien porqué, puesto que el cambio incesante comprobado en la corteza terrestre nos dice bien a las claras que la mayor parte de lo que hoy es tierra seca, fue en un tiempo lecho de los mares y viceversa.  Existe, pues, a priori, una probabilidad de que pueda haber existido algún continente como el “fabuloso” de la Atlántida. Existen abundantes pruebas, derivadas del estudio de los fondos del Atlántico durante los últimos años, para mostrar que el sitio asignado a la Atlántida era probablemente el que ocupan grandes elevaciones, durante alguna anterior configuración de la superficie terrestre. Además, la Arqueología comparada nos muestra identidades entre el simbolismo prehistórico y las ruinas de Méjico y América Central, por un lado, y del Egipto y Siria por el otro. Esto nos lleva a un origen común que solo la Atlántida puede proporcionarnos.

La cuestión de la Atlántida es inmensamente importante, y hasta ahora me estoy refiriendo a los razonamientos que prueban su anterior existencia para el hombre moderno. Un examen detenido de las pruebas meramente exotéricas sobre el asunto sería en sí mismo muy largo. Todos los estudiantes de teosofía, y aun los lectores de libros teosóficos, saben que la enseñanza que se ha dado al mundo, concerniente a los orígenes de la especie humana y en relación con los comienzos del movimiento teosófico, está ligada con esa creencia en la anterior existencia de la Atlántida que, como acabo de mostrar, está abriéndose camino entre quienes nada tienen que ver con la Teosofía. La Humanidad, según todas las autoridades teosóficas, evoluciona a través de una serie de grandes razas-raíces, de las cuales la raza atlante fue la que precedió inmediatamente a la nuestra. No hago esta afirmación de un modo rotundo, porque el carácter de las enseñanzas teosóficas, en cuanto se refiere a sus más caracterizados exponentes, es opuesto al principio de toda afirmación categórica. El método regular de instrucción adoptado por los Maestros de ciencia oculta, consiste en mostrar al estudiante como sus propias facultades internas durmientes pueden despertarse y conducirle al descubrimiento de la verdad, sea que investigue lo concerniente a los planos de la Naturaleza y a la conciencia superior a la nuestra, o a periodos de la historia del mundo anteriores al nuestro. Hasta que el discípulo se halla lo suficientemente avanzado para tener el poder de aplicar sus propias percepciones directas a las distintas cuestiones que pueda desear investigar, se le indica que no es preciso que acepte con confianza las afirmaciones de otros que se hallen más adelantados. Pero, al mismo tiempo, debemos conservar un término medio entre la actitud de servilismo mental y la de incredulidad propia del espíritu limitado. Para el estudiante teosófico razonable, que ha encontrado motivos para confiar en el conocimiento y buena intención de los Maestros ocultos de quien se ha recibido nuestra enseñanza teosófica corriente, las afirmaciones que ellos hacen referentes a asuntos tales como el carácter y lugar que ocupó en la Naturaleza la raza atlante, tendrán necesariamente un gran peso.

Ahora puedo dar un paso más para explicar por qué algunos estudiantes de teosofía consideran para todo la existencia de la Atlántida, y la luz que puede arrojar la investigación oculta en la remota historia de Egipto, cosas ambas que le son más asequibles que el conocimiento de sus instructores más elevados.

Los estudiantes con suficiente desarrollo, tienen a su mano un instrumento de investigación que pone a su alcance una gran parte de la Historia antigua. Tal es la facultad de ver, con un sentido interno adaptado al proceso, anteriores estados y condiciones de cualquier lugar u objeto con los que puede hallarse en contacto el clarividente. Muchas personas de nuestros días están tan mal informadas respecto de los progresos más interesantes de la ciencia progresiva, que se muestran incrédulos en lo referente a la clarividencia. Para aquellos de nosotros que conocen el fenómeno, esto es como mostrarse incrédulo de la existencia del cálculo diferencial; actitud mental absurda ante los hechos observados y la experiencia. Los clarividentes pueden ser uno por mil, uno por diez mil, de la población total, pero son suficientemente numerosos para que nos aparezca tan cierta la realidad de sus capacidades como la capacidad ocasional de la mente humana para comprender las matemáticas superiores. La neurociencia avanza cada día en este terreno.

Para cualquiera que tenga la paciencia de estudiar los resultados de las investigaciones psíquicas que se han publicado durante los últimos ciento cincuenta años, debe quedar establecida en fundamentos inquebrantables la realidad de la clarividencia como un fenómeno posible de la inteligencia humana. Así, las experiencias de la clarividencia acumuladas por los que han estudiado en relación con el magnetismo, prueban que existe en la naturaleza humana la facultad de conocer los fenómenos físicos por alejados que estén, ya con respecto al espacio, ya con respecto al tiempo, de un modo que nada tiene que ver con los sentidos físicos.

La clarividencia tiene muchas variedades y ramificaciones, pero la variedad a que me refiero en este momento ha sido llamada Psicometría por los escritores que se han ocupado de tal asunto, quizá de un modo poco racional. No es rara tal facultad en su más sencilla manifestación. He conocido a varias personas, aparte de las que han pasado por una educación regular oculta, que tienen la facultad de obtener impresiones de la persona que ha escrito una carta, con solo tocar esta o ponerla sobre su frente sin mirarla ni leerla, extendiéndose a veces hasta dar una descripción detallada de su apariencia externa y carácter. Ahora bien: esta facultad depende de hechos de la Naturaleza que son de una importancia enorme en sus manifestaciones completas. El psicometrizar cartas nos lleva a la ley bajo la cual este fenómeno puede producirse, de igual modo que el experimento de frotar un bolígrafo Bic para que atraiga trocitos de papel, conduce a toda la ciencia de la electricidad. Existe un medio natural en el cual los cuadros, por decirlo así, de todo lo que ha tenido lugar sobre la tierra, quedan preservados para siempre de un modo indestructible. Este medio se llama en la literatura oculta del Oriente “Akasa”. Los ocultistas europeos medievales indican la misma cosa cuando hablan de la luz astral. Esta luz astral lleva en sí un registro para los que pueden percibirlo e interpretarlo, que reduce a valor insignificante, desde el punto de vista histórico, todos los documentos escritos existentes en el mundo.

Para la completa exploración de la luz astral se necesitan facultades psíquicas de un orden muy elevado, educadas además con precisión científica y apoyadas en un carácter altamente espiritualizado. Tales cualidades están en posesión de los más elevados instructores teosóficos, y a su ejercicio se debe parcialmente el conocimiento que poseen del remoto pasado del mundo. Todos tenemos esa facultad en potencia; es nuestra herencia mágica, nuestra chispa divina. Digo “parcialmente” porque, en realidad, los más altos iniciados del Ocultismo poseen documentos escritos que han heredado de un largo linaje de predecesores, y sus propias facultades internas les capacitan para comprobarlos en cualquier momento. Hay etapas de desarrollo que alcanzan muchos de sus discípulos, y de las cuales puede alcanzarse una amplia información histórica procedente de la luz astral.  Esta se ha llamado a veces la memoria de la Naturaleza. Todo recuerdo –hasta el de la clase más familiar– es, en verdad, una lectura en la luz astral. Pero las facultades que no se han desarrollado por métodos ocultos, solo sirven para leer los registros de aquellos hechos en que estuvo presente la persona. Solo con ellos, sus sentidos astrales han estado en contacto bastante intimo para volver a entrar a voluntad en idéntico contacto. El ocultista, cuyos sentidos astrales son mucho más delicados, puede seguir otros medios de asociación, otras corrientes magnéticas, para usar la expresión técnica, dándonos este vislumbre el hilo que nos puede conducir a la comprensión de la facultad psicométrica.

Los objetos tangibles, así como los vehículos internos de la conciencia humana, están unidos por corrientes magnéticas permanentes con los registros astrales que se han establecido originalmente en su vecindad. El ocultista educado, al tocar o coger tales objetos, puede alcanzar aquellas corrientes, poner sus sentidos astrales en la misma relación con los registros astrales a que tales corrientes conducen, que la que existe entre su propio yo astral y las escenas pasadas de su propia vida, de que ha sido testigo. Tomemos el caso de los recuerdos que cualquiera de nosotros puede tener de algún distante lugar que ha visitado anteriormente. Deseosos de recordarlo, volvemos nuestros pensamientos hacia aquella página de nuestra memoria, y por un camino interior se puede decir que vemos de nuevo la escena en la que pensamos. El ocultista, de igual modo, pone su mano sobre las piedras de una construcción, o puede bastarle aproximarse a ella, y sigue el hilo magnético de conexión, que conduce su conciencia a los acontecimientos pretéritos con que aquellos materiales estuvieron asociados.

De este modo, el ocultista puede hacer que las Pirámides de Egipto le cuenten su historia mucho más completa que lo que de ella se pueda reconstituir con ayuda de inscripciones fragmentarias o documentos que accidentalmente sobreviven de la destructora influencia del tiempo. La confianza que se pueda tener en la facultad psicométrica de las personas que se hallan a un nivel inferior al del adeptado, es una cuestión que sólo puede considerarse en cada caso particular. En este caso lo considero de una confianza tal, que no dudo de que su relato sobre los atlantes se aproxima mucho a lo que en realidad han sido para la historia de la humanidad. Ellos, la cuarta raza, son nuestros antepasados, que constituimos la quinta raza o raza aria. Todos los hechos que se refieren en esta comunicación, han sido recogidos trozo a trozo con extremado cuidado en el curso de una investigación en la que ha tomado parte más de una persona competente, en los intervalos de otras ocupaciones, y durante algunos años.

Desde los tiempos de Grecia y Roma se han escrito miles de volúmenes acerca de los pueblos que han alternado en el escenario de la Historia; se han analizado y clasificado sus instituciones políticas, sus creencias religiosas, sus usos y costumbres sociales y domésticas, y obras sin cuento escritas en todas las lenguas consignan para provecho nuestro la marcha detallada del progreso.

 Sin embargo, debe recordarse que solo poseemos un fragmento de la Historia de nuestra quinta raza, es decir, los anales de las últimas familias de la sub-raza celta, y los de la primera familia de nuestro propio tronco: el teutónico.

 Pero los cientos de miles de años que transcurrieron desde que nuestros antepasados primitivos arios dejaron sus moradas en las orillas del mar central de Asia, hasta los tiempos de Grecia y Roma, fueron testigos del nacimiento y caída de innumerables civilizaciones.

 De la primera sub-raza de nuestra raza aria, la cual habitó en la India y colonizó el Egipto en edades prehistóricas, nada sabemos en verdad; y lo mismo puede decirse de las naciones caldea,  babilónica y asiria, que compusieron la segunda sub-raza, pues los pocos conocimientos deducidos de  los jeroglíficos de las tumbas egipcias, y de las inscripciones cuneiformes de los ladrillos de Babilonia, apenas puede asegurarse que constituyan historia.

 Los persas, que pertenecieron a la tercera sub-raza, la irania, han dejado algunas huellas; pero de las primitivas civilizaciones de la cuarta sub-raza o celta, no tenemos anales de ninguna clase.

 Solo al nacer los últimos brotes de este tronco céltico, es decir, los pueblos griego y romano, entramos realmente en el período histórico.

Corre pareja con la ignorancia sobre este período pasado la ignorancia sobre el porvenir, pues de las siete sub-razas que son necesarias para completar la historia de una gran raza raíz, sólo cinco han existido hasta ahora.

 Nuestra propia sub-raza teutónica, que es la quinta, ha producido ya muchas naciones, pero aún no ha terminado su carrera; mientras que las sub-razas sexta y séptima que han de desarrollarse en los continentes Norte y Sur de América, habrán de dar miles de años a la historia.

Durante el desarrollo de esta raza, la atlante, ocurrieron catástrofes de tal magnitud que todavía no las ha experimentado nuestra quinta raza.

La destrucción de la Atlántida se realizó por una serie de catástrofes cuyo carácter varió desde los grandes cataclismos, en los que perecieron poblaciones y territorios enteros, hasta los hundimientos de terreno relativamente sin importancia, iguales a los que hoy suceden en nuestras costas. Lo más sonado actualmente se refiere a las islas Salomón, un archipiélago de seis islas grandes y más de 1.000 pequeñas, con medio millón de habitantes, uno de los menos poblados de los países del Pacífico. Cinco islas ya se han hundido y otras seis se están hundiendo.

Digo hundidas y no inundadas, porque es la tierra la que se hunde, no el nivel del mar el que aumenta.

Volviendo a la Atlántida, hubo cuatro grandes catástrofes superiores a las demás en intensidad.

 La primera acaeció en la edad miocena, hace 800.000 años poco más o menos.

 La segunda, que fue de menos importancia, sucedió hace cosa de 200.000 años.

 La tercera, ocurrida hace 80.000 años, fue muy grande; destruyó todo lo que quedaba del continente atlante, a excepción de la isla a la que Platón dio el nombre de Poseidón, la cual, a su vez, se sumergió en la cuarta y última gran catástrofe, 9.564 años antes de la Era cristiana.

Desde luego, la investigación sobre los comienzos de la civilización egipcia nos pone en relación con la raza atlante. Si nos remontamos lo suficiente en la historia de la Humanidad, si nos remontamos, aproximadamente, a un millón de años atrás, nos encontramos en un periodo en que la población de la tierra era insignificante, a excepción de los núcleos de la raza atlante que habitaba varias regiones de la tierra, tal como estaba configurada su superficie, además de las que formaban el continente de la Atlántida, así como actualmente nuestra raza caucásica habita muchas regiones de la tierra además del Cáucaso. Pero las diferentes ramificaciones de la misma raza-raíz pueden diferir por completo; y de este modo, cuando las varias fracciones de  la raza atlante, que habitaban en la Atlántida propiamente dicha, habían alcanzado  un muy alto grado de civilización y poder, el Egipto, entre otros países, estaba  ocupado por un pueblo relativamente primitivo, de quien no debemos creer que  fuera salvaje o bárbaro en el peor sentido de esas palabras, pero para el cual las artes y costumbres de la civilización eran aun un libro cerrado. Véase el siguiente mapa, señalado con el nº 1.



Este primer mapa representa la superficie de la tierra tal como era hace un millón de años, cuando la raza atlante estaba en su apogeo, antes del primer gran hundimiento acaecido, aproximadamente, 800.000 años atrás.

 El continente de la Atlántida, como puede observarse, se extendía desde un punto algunos grados al Este de Islandia, hasta poco más o menos el sitio que hoy ocupa Río de Janeiro, en América del Sur.

 Desde Texas, cuyo territorio comprendía, así como el golfo de México y los Estados meridionales y orientales de América hasta el Labrador inclusive, se alargaba a través del Océano hasta las islas británicas -Escocia e Irlanda y una pequeña porción del Norte de Inglaterra formaban uno de sus promontorios- mientras sus tierras ecuatoriales abarcaban el Brasil y toda la extensión del Océano hasta la costa de Oro, en África.

Hace unos ochocientos mil años, el continente de la Atlántida, habiendo cumplido sus destinos en la educación de la especie humana, comenzó a desaparecer. Este proceso se inauguró por una catástrofe geológica en escala estupenda, pero no hizo más que comenzar la desaparición, por hundimiento, de la Atlántida. El continente se sostuvo contra las destructoras fuerzas de Neptuno hasta hace unos ochenta mil años, en que algunas porciones considerables restantes desaparecieron, quedando solo una grande isla –la Atlántida de la tradición clásica–, que pereció en una gran convulsión natural hace unos once mil quinientos años.

Durante el enorme periodo transcurrido desde el principio de la gradual inmersión de los grandes territorios del continente original, se realizaron extensas emigraciones desde la Atlántida entonces existente, a otras regiones. En estas emigraciones quedaron incluidos los representantes más avanzados espiritualmente de la raza. La destrucción de la Atlántida, como proceso físico, fue paralela a la degradación moral del pueblo. Los adeptos de la raza se apartaron tanto de la incurable degeneración de sus compatriotas, como del ruinoso continente, cuyo destino conocían de antemano. En aquella decadente y corrompida civilización su influencia ya no podía ejercerse por más tiempo. Tenían que descubrir un núcleo humano más joven y vigoroso sobre el cual injertar el espiritual impulso que les estaba confiado.

En aquel periodo una gran parte de Europa, especialmente de la Europa oriental, era una marisma inhabitable, apenas elevada de las aguas del Océano, al que la Atlántida volvía. Pero el Egipto, aunque muy diferente en su geografía del Egipto de hoy, ya estaba habitado, como también lo estaban las comarcas que limitaban el Mediterráneo oriental. Sobre la mitad del enorme periodo asignado a la inmersión de la Atlántida, una gran cantidad de adeptos atlantes, acompañados por un considerable número de sus contemporáneos no iniciados, se estableció en esas tierras, como también gradualmente, más tarde, en las regiones occidentales de nuestra presente Europa, así como en muchas partes del mundo oriental.  Sobre el territorio que es ahora parte de las Islas británicas, aunque en aquel tiempo no estaba separado del resto del continente principal, los adeptos atlantes dejaron huellas de su presencia, algunas de las cuales subsisten hoy. En Stonehenge poseemos un recuerdo de la dispersión atlante, aunque su construcción sea más reciente que la de las Pirámides de Egipto.



Durante un tiempo muy largo, los adeptos inmigrantes que se establecieron en el país que se conoce hoy por el nombre de Egipto, no realizaron tentativas para educar al pueblo en las artes de la civilización. Vivian ellos sencillamente en el país, y allí, sin duda, tuvieron algunos discípulos individuales y mantuvieron el más elevado conocimiento espiritual que, por poco preparada para asimilárselo que se halle la masa de la Humanidad en cualquier época, nunca puede morir totalmente, aunque sus conservadores disminuyan y se reduzcan a unos pocos en número, como a veces puede ocurrir en las crisis de la evolución humana. Cual pueda haber sido la naturaleza de la influencia espiritual invisible que ellos llevaron al pueblo en que vivían, es cuestión que no cabe tratar aquí. La raza que les rodeaba se elevaba poco a poco por las enseñanzas de una civilización superior, e indudablemente fue enormemente aumentada y mejorada etnológicamente por la infusión de sangre inmigrante, porque, como ya he dicho, un gran número de personas atlantes, además de los que representaban al adeptado en este periodo, acompañaron a sus maestros y guías espirituales en sus emigraciones, y se mezclaron sus descendientes con los habitantes originales de la nueva patria.  Llegó un tiempo en que la semilla sembrada germinó. Los adeptos comenzaron a enseñar y a gobernar, así como a residir en Egipto. Las vagas tradiciones referentes a las largas líneas de Reyes Divinos, que precedieron a las dinastías que dio Manethon, no son meras fabulas de una humanidad infantil, como el espíritu limitado de los críticos materialistas ha supuesto con frecuencia. Los Reyes Divinos de Egipto fueron los primeros gobernantes adeptos,  y la edad de oro de Egipto fue aquella sobre la cual ellos presidieron, durante  milenios, en un pasado tan remoto que se sienten escrúpulos de mencionar la  existencia de esas figuras reales, ante gentes de las que, solo unos pocos, se han  emancipado por completo de las cadenas mentales relativas a la duración de la  historia del Mundo, que forjaron los modernos europeos a causa de la  interpretación que diera la Teología medieval a la cronología de la Biblia.  Siguiendo hacia atrás la historia de los primeros monumentos de la civilización egipcia, con ayuda de aquellos imperecederos archivos que pueden consultarse, tan vívidos como siempre en la Memoria de la Naturaleza, por aquellos que saben cómo penetrar en este ilimitado museo de pinturas, no tendremos que añadir al azar algunos milenios más a las fechas convencionales de los modernos egiptólogos, sino que nos será preciso medir sus edades sobre la escala de la historia atlante. Las pirámides fueron realmente construidas en un periodo medio entre la primera inmigración de adeptos atlantes en Egipto y la etapa del progreso del Mundo que hemos alcanzado, o, en otras palabras, hace algo más de doscientos mil años. Relacionadas estrechamente como se hallaban en su origen e intento con los misterios ocultos, es imposible obtener de los informantes iniciados del presente ninguna explicación precisa respecto del designio que perseguían en el principio. He podido inferir, que, aunque sin duda fueron templos o lugares de iniciación (la gran pirámide, por ejemplo, contiene ciertamente más cámaras que las tres descubiertas), uno de los objetos de la gran pirámide fue la protección de algunos objetos tangibles de gran importancia, relacionados con los misterios. Esos objetos fueron sepultados en la roca, se dice, y se erigió la pirámide sobre ellos, siendo su forma y magnitud las adecuadas para asegurarla contra los temblores de tierra, y de la inmersión bajo el mar durante las grandes ondulaciones seculares de la superficie de la Tierra.

Esto nos presenta uno de los hechos más notables sobre las pirámides, entre los que la investigación moderna no ha sospechado jamás. En los enormes periodos de su existencia, ha habido tiempo, más de una vez, para uno de esos grandes cambios en la superficie de la Tierra, que algunos geólogos reconocen como una necesidad de su constitución. Las alternativas elevaciones y depresiones de continentes y lechos del océano, son debidas a una lenta pulsación del cuerpo de la Tierra, que pueden compararse, en cuanto a la superficie, a las ondulaciones de un mar que se halla en calma casi perfecta, pero que se eleva lentamente bajo la influencia de una oscilación imperceptible. Probablemente existirán corrientes oblicuas en tales ondulaciones, que pueden ocasionalmente intensificarlas y hacerlas mínimas; pero, en todo caso, no pueden ser excluidas de ninguna hipótesis científica razonable referente al progreso de las teorías geológicas, por muy débiles que sean los indicios de tales manifestaciones.

 


La información oculta sobre el asunto que tratamos, nos trae el registro de algunas de dichas ondulaciones. Después de la construcción de las primeras pirámides, una ondulación (relacionada con la que produjo la inmersión final del último trozo del continente atlante), deprimió la región que es ahora el valle del bajo Nilo, bajo el nivel del mar, que cubría la parte norte de África excepto los terrenos montañosos próximos a la costa mediterránea. La costa occidental era también tierra firme en el periodo en cuestión, pero el presente desierto del Sahara era un mar, y ese mar se extendió por todo el país ahora fertilizado por el bajo Nilo, en cuanto la enorme ondulación deprimió su nivel.

El país del alto Nilo no quedó sumergido, y allí se refugió sin duda una gran parte de la población de Egipto, aunque la inmersión tuvo un carácter de cataclismo que llevo consigo la destrucción de la vida de aquellos que se apegaron más a la región amenazada. De todos modos, se me dice que hubo una considerable emigración del pueblo hacia el Oriente y el Occidente, así como hacia el Sur, y por algún tiempo (no sé exactamente cuánto, aunque sí que fue muy poco comparado con el curso general de las ondulaciones de la gran corteza rocosa de la Tierra), las pirámides y el territorio que las rodea permanecieron bajo el agua.  Incidentalmente esto sugerirá la idea de que el presente curso del río Nilo no es el que seguía antes de la convulsión natural en cuestión. El curso de hoy difiere, se me dice positivamente, del que siguió en la época de la construcción de la gran pirámide, desde la altura de Tebas. El templo de Karnak es un monumento egipcio de enorme antigüedad, aunque no tan viejo como la pirámide mayor, y nunca estuvo sumergido; pero en lo referente al curso del Nilo, fue diferente del de hoy desde la altura de Tebas, en tiempo de la construcción del templo de Karnak.


De nuevo se retiró el mar del bajo Egipto tras un intervalo, cuya exacta duración no me ha sido comunicada, y las pirámides quedaron de nuevo en seco.  Rápidamente, en comparación con los cambios geológicos ocurridos, se repobló otra vez y los adeptos gobernaron. Me inclino a considerar el periodo que ahora viene como la verdadera edad de oro de la civilización egipcia. La decadencia solo se manifiesta mucho más tarde. Pero el destino tenía reservado otro golpe al antiguo Estado. Cuando la última isla restante de la Atlántida se sumergió con enorme violencia hace unos 11.500 años, una ondulación del lecho de los océanos produjo inundaciones terribles, y sin que de nuevo el territorio pasara a ser fondo del Océano, el país egipcio fue afligido por una inmensa inundación que por segunda vez dispersó sus habitantes. No he comprendido que está fuera de tal entidad empero, que llegara a sumergir las pirámides, pero, en cierta escala, la población se ahogó o huyó del país circundante, por algún tiempo. Cuando, a su vez cesó la inundación y la población se implantó de nuevo en el país, comenzó ese movimiento descendente de espiritualidad y cultura que, desde el punto de vista oculto, es el breve periodo final de la decadencia de la civilización del Egipto, aunque, para el egiptólogo moderno, en él vaya incluido el comienzo de la historia egipcia, tras del cual algunos investigadores empiezan a buscar las huellas del hombre primitivo.

Probablemente, al comenzar el periodo de decadencia, o después de haber avanzado este un tanto, los objetos tangibles, cualesquiera que ellos fuesen, que la gran pirámide debía conservar, fueron extraídos y llevados a algún otro país elegido como residencia central del adeptado del Mundo. Y, aunque en cuanto la antigua sabiduría-religión sobrevivió en Egipto, las antiguas pirámides siguieron conservando su valor como templos iniciáticos, gradualmente sin duda, el conocimiento pleno concerniente a su uso, en este respecto, se desvaneció entre el pueblo. Sólo los adeptos iniciados practicaban en las cámaras las ceremonias secretas, y, con la dispersión del elemento adepto de la población, debido a la degeneración de esta, las arcaicas tradiciones se perdieron, naturalmente. Esta consideración da cuenta, entre otras, de la multiplicación de pirámides en edades comparativamente recientes, cuando, ciertamente no pensaban los constructores usarlas para iniciar a los neófitos en los misterios de la ciencia oculta. En los últimos milenios, se han erigido pirámides a lo largo del valle del Nilo. Al paso que la enseñanza oculta niega la teoría convencional de que las pirámides sirvieran de tumbas a los monarcas que las hicieron construir, abre las puertas a conjeturas de esta clase en lo referente a las más modernas. Desde una antigüedad con la que las dinastías decadentes habían perdido contacto, el ejemplo de las primeras pirámides, como estilo arquitectónico, había sido evidentemente copiado. Con respeto a la construcción de la primera pirámide cabe señalar que, con mediciones modernas por satélite, se ha descubierto que la exactitud de los cuatro ángulos de su base tiene un coeficiente de error menor que el que actualmente se usa en nuestros aparatos de óptica. Eso da una idea de la sabiduría de los constructores. Pero si visitamos el museo egipcio de El Cairo, y vemos las herramientas que allí se exhiben, enseguida nos damos cuenta que esa pirámide no pudo ser construida con tan primitivos utensilios.

Ciertamente el Sarcófago de la gran pirámide no fue una tumba ni, como conjetura Piazzi Smyth, un tipo o patrón de las medidas de capacidad, sino una pila en que se cumplían ciertas ceremonias bautismales relacionadas con las iniciaciones. En él quedó grabada, hasta nuestros días, la fantástica tecnología empleada en su construcción: el medio usado para perforarlo, pues contiene un agujero de drenaje o vaciado, tiene un paso de broca, o lo que fuese, tan amplio que nuestra tecnología actual no cuenta con medios para reproducirlo. Es posible, sin embargo, que en el último periodo degenerado de la historia egipcia (al que pertenecen las dinastías de Manethon), algunos de los reyes, habiendo perdido la noción del uso a que fueron destinadas las pirámides en el principio, puedan haber seguido construyendo parecidos monumentos, sin conocer el empleo original de ellos, y destinarlos a tumbas suyas. Se me dice que tal ha sido el caso positivamente, pero este hecho no desmiente en modo alguno las explicaciones dadas con respecto a las dos primeras pirámides.

La construcción de la gran pirámide ha sido asignada por la mayor parte de los egiptólogos a un Rey de la cuarta dinastía, generalmente conocido por el nombre de Cheops, o más correctamente, para los estudiantes de jeroglíficos, por el de Khufu. Se supone que ese monarca la construyó y que fue aumentando su tamaño durante toda su vida. Como su reinado fue muy largo, la enorme magnitud del monumento se explica por esta causa. Mis noticias respecto a este extremo son de que Khufu solo restauró algunas porciones de la pirámide que se habían deteriorado, y cerró, por razones que se me escapan, algunas de las cámaras que antes eran accesibles. Los egiptólogos modernos admiten que las pruebas de que Khufu fuera el constructor son poco sólidas, aunque la conjetura original se ha citado tan frecuentemente, que la mayor parte de los que escriben o hablan sobre ella la aceptan como un hecho cierto.

La manipulación de las enormes piedras usadas en este monumento, así como la construcción misma de la gran pirámide, solo pueden explicarse por la aplicación a tales trabajos de algún conocimiento de las fuerzas de la Naturaleza, que se perdió para la humanidad durante la decadencia de la civilización egipcia y la barbarie medieval, no habiendo sido aún recobrado por la ciencia moderna.  Esta parte del asunto que trato, se revisara convenientemente en relación con otras ruinas procedentes de las edades en que los adeptos dispersados desde la Atlántida, tomaban aun parte en la vida externa de Egipto y de algunos otros países que forman ahora parte del continente europeo. En la misma Inglaterra tenemos algunos restos del tiempo de los adeptos atlantes, cuya interpretación ha estado obscurecida tanto por teorías fantásticas, como por el transcurso de las edades transcurridas desde su construcción: STONEHENGE.

STONEHENGE es un enigma que ha dejado tan perplejos a los estudiosos como las mismas Pirámides. La mayor parte de los arqueólogos han afirmado que fue erigido por los druidas de la antigua Bretaña, que estaban ya desapareciendo como casta sacerdotal en tiempo de la invasión romana, aunque celebraban todavía los ritos secretos y sanguinarios a que se han referido algunos historiadores romanos. Esta sencilla conjetura, no explica los métodos que pudieran emplear las razas incivilizadas que habitaban la gran Bretaña conquistada por Julio César para manejar los enormes monolitos que constituyen las ruinas de Stonehenge. Casi todos los estudiosos tienen el prejuicio de querer descubrir un origen reciente a todos los restos de la antigüedad, y a favor de la obscuridad reinante sobre doscientos o trescientos años de la historia inglesa, los que siguen al abandono de las islas por los romanos, han desarrollado una hipótesis según la cual Stonehenge fue erigido en tiempo del Rey Arturo para celebrar una de las doce grandes batallas en que se dice que aquel héroe destrozó a los paganos. Algunos, como Fergusson no tienen nada que oponer a los previos argumentos que habían asignado un designio religioso a las grandes reliquias de Salisbury Plain, y las convierten en meras piedras erigidas para conmemorar una victoria. Ningún esfuerzo intencional suyo nos hubiera proporcionado una reducción absurda y más grotesca de esa concepción general del mundo, que considera a la civilización que se desarrolla ahora a nuestro alrededor como procedente de una condición inmediata de humanidad primitiva infantil. Una de las razones de  que Fergusson rechace la teoría druídica, se deriva de la imposibilidad de  suponer que una mera raza de salvajes como la que los romanos encontraron en  las islas británicas, pudiera manejar las masas de piedra que forman las ruinas en  cuestión; pero se contenta con pasar a la ligera sobre la dificultad que presenta  también su teoría, afirmando que, después de la ocupación romana, los bretones  pudieron haber adquirido muchos conocimientos de ingeniería de sus  conquistadores. Pero yo digo que los mismos romanos no hubieran sido más habilidosos que los bretones para manipular los materiales de Stonehenge. Las piedras superiores de los trilitos pesan sobre once toneladas cada una, y las piedras verticales pesan treinta toneladas por pieza. Es insensato decir que tales masas fueron movidas, elevadas y puestas en su lugar con gran exactitud por constructores que emplearan sencillamente en su trabajo la fuerza humana. Los recursos mecánicos actuales tendrían que emplearse a fondo para erigir un segundo Stonehenge al lado del primero. Lo absurdo de tal hipótesis no se mide meramente por el peso de los monolitos de Salisbury Plain. Debemos incluir en nuestra mirada sobre el pasado los restos de Stonehenge y Avebury, así como los innumerables dólmenes que se encuentran en las Islas británicas y, en mayor numero, en Francia, España y Escandinavia. Es inútil esforzarse en explicar un hecho de un modo inaplicable a los monumentos de igual naturaleza. Y hay dólmenes cuyo peso deja en la sombra el de los materiales de Stonehenge. Los dólmenes son sencillas construcciones en que una masa de piedra, la cubierta, se eleva sobre tres o más soportes; uno medido en Cornualles, en el término municipal de Constantine, tiene un peso evaluado en 750.000 kilogramos. Otro, de Pembrokeshire, es una gran piedra tabular, bastante grande para que cinco hombres a caballo se cobijen bajo ella. ¿Cómo fueron los usos de esos extraños monumentos?

La hipótesis del rey Arturo deja la respuesta tan en la oscuridad como la teoría druídica. Y la idea de que los bretones puedan haberse capacitado para elevar piedras de 750 toneladas, meramente por haber podido aprender algunos conocimientos de ingeniería facilitados por los romanos, por otra parte, constructores de caminos, es demasiado infantil para que se la considere con seriedad.

Los que pretenden, con Fergusson, que los monumentos de piedra tosca deben haber sido construidos en los siglos tercero y cuarto, porque saben bien que después no se han construido, y creen que no han podido ser erigidos por las primitivas poblaciones salvajes, están inconscientemente tratando de borrar el sendero que puede conducirnos, al buscar alguna explicación, a una poderosa civilización anterior.

Como idea de la habilidad de los antiguos para manejar enormes moles de piedra, recuérdese la traslación a París del obelisco de la Plaza de la Concordia, procedente de Luksor (Egipto). Dicho obelisco es de granito, de un grueso medio de 2 metros, y de una longitud de 21,60 metros, con un volumen sencillo de 84 metros cúbicos y un peso de cerca de 230.000 kilogramos. El abatimiento sencillo del obelisco en Luksor y su colocación en Paris requirieron todo el talento de los ingenieros Lebas y Mimerel. Para el transporte fue preciso construir un barco especial. La Atlántida es la única clave racional para la comprensión de Stonehenge, así como la única solución satisfactoria, no solo del antiguo Egipto, sino de Göbekli Tepe, en Turquía, Ggantija, Hagar Qim, Mnajdra y Tarxien, en Malta; Tikal en Guatemala, etc.

Los informes que he obtenido sobre el asunto, de aquellos para quienes la “memoria de la Naturaleza” es un libro abierto, nos muestran a los dispersos adeptos de la Atlántida como fundadores en la Europa occidental de los ritos religiosos que Stonehenge debía albergar. En un periodo muy posterior al de la emigración atlante a Egipto, algunos representantes del ocultismo más elevado de la Atlántida se establecieron en el país que estaba destinado a ser las islas británicas en los sucesivos cambios de la geografía física. Su influencia estableció civilizaciones que no probaron tener el carácter fuerte y consistente de la egipcia, pero que dieron, sin embargo, origen a considerables ciudades, cuyos restos se han desvanecido ahora. Stonehenge se erigió como templo para enseñar al pueblo el culto exotérico. Nunca estuvo cubierto. Su tosca estructura se adoptó intencionadamente por los desterrados de la Atlántida como muda protesta contra la corrupción y el refinamiento de la decadente civilización que dejaban tras de sí.  En la Atlántida, propiamente dicha, la familia humana había llegado al punto medio de la materialidad. Los grandes progresos del conocimiento científico se habían puesto exclusivamente al servicio de la vida física, y las aspiraciones espirituales habían quedado ahogadas en la persecución de los bienes materiales. Los goces personales cultivados por aquellos que eran bastante fuertes para procurárselos, eran el objetivo a que se dirigían todas las energías de la raza. Muchos secretos de la Naturaleza, que la ciencia de la quinta raza no ha recobrado aun, fueron degradados para el exclusivo servicio del goce físico por las clases dominantes (porque también habitaba el país una raza inferior y servil), y los adeptos espirituales de aquel periodo se apartaron con disgusto de una comunidad que no estaba en su poder redimir. Se impusieron a sí mismos la tarea de implantar entre aquellos bárbaros relativos, cuyos descendientes estaban destinados en el progreso del tiempo a mezclarse con la próxima gran raza, el entusiasmo espiritual que podría a su tiempo conducirles a un futuro ennoblecido. Por eso, las ceremonias externas de la religión que enseñaban, fueron celebradas bajo su dirección con intencionada sencillez. Construyeron su gran templo con rocas sin labrar. No buscaban ellos efectos arquitectónicos que apartaran la atención de la Naturaleza. No dotaron a su catedral de otros títulos arquitectónicos de admiración que los que dependían de su maciza grandeza. Sin duda lo consiguieron, pues todavía hoy nos impresionan.

¿Cómo vencieron la dificultad de manipular las enormes moles de piedra, cuya mera superposición parece haber exigido recursos mecánicos que pueden apenas asociarse en la imaginación con otro periodo distinto del nuestro? Para esto, en la Atlántida, propiamente dicha, pudo apreciarse, al examinar detenidamente su historia, que poseían recursos mecánicos de orden muy avanzado para cualquier obra que precisaran; pero los constructores de entonces no recurrían exclusivamente a las aplicaciones de tal clase al manejar pesados materiales. En la madurez de la civilización atlante, algunas fuerzas de la Naturaleza que ahora están solo bajo el dominio de los adeptos de la ciencia oculta, eran entonces de uso general. Los adeptos de entonces no tenían el deber de guardar el secreto de su existencia celosamente, y entre esos conocimientos poseían el poder tan raramente ejercitado ahora, que su misma existencia se toma a risa desdeñosamente, de modificar la fuerza que nosotros llamamos gravedad.

Es apenas útil en una publicación de hoy, en estos tiempos en que la inteligencia sigue aun caminos alejados de los ocultos, hablar de poderes de adeptos que no pueden alcanzarse con la experimentación moderna de las posibilidades naturales. Pero refiriéndonos al peculiar poder a que acabo de aludir, la verdad es  que la modificación de la fuerza de la gravedad por métodos que el espíritu  humano puede poner en práctica, pueden parecer absurdos únicamente a gentes  que ignoran ciertos hechos sugestivos que se encuentran ya dentro de la  experiencia de la investigación científica, y al mismo tiempo se muestran  obstinadamente ciegos a la evidencia de hechos misteriosos que tienen lugar  notoriamente, aunque estén completamente inexplicados, en el campo de las  experiencias espiritualistas. Es absolutamente necesario para la debida comprensión del mundo, tal como lo vemos, comprender el aspecto precedente atlante. Sin este conocimiento, toda especulación referente a la etnología es fútil y errónea.

 El curso del desarrollo de las razas es un caos y una confusión sin la clave que proporcionan el carácter de la civilización atlante y la configuración de la tierra en aquellos tiempos.

Que la mente actúa sobre la materia es un hecho demostrado ya por la ciencia actual.

Ejemplo muy notorio de lo que digo es el de JOHN WORRELL KEELY. Keely mostró al mundo ideas que no eran de su tiempo, y quizás tampoco de éste; él creía en conceptos que pueden sonar irreales a muchas personas. Veamos: John Ernst Worrell Keely (3-9-1827 – 18-9-1898) fue un investigador estadounidense de Filadelfia, descubrió entre otras cosas el "Keely Motor", un motor que, sin estar unido a ningún cable o cualquier fuente de energía, se desplazaba con el solo sonido de un instrumento musical, tocado únicamente por él. La clave de su conocimiento fue el descubrimiento de la Sympathetic Vibratory Physics o Física de la Vibración Simpática. Mediante la manipulación de las ondas sonoras se dio cuenta de que en algunos casos era posible crear efectos asombrosos. Anunció haber descubierto un nuevo principio para la producción de energía eléctrica, y las vibraciones de un diapasón simple le habían dado la idea y los medios para usar la energía etérica. Algunos de sus hallazgos en aquel tiempo parecían casi increíbles, pero actualmente se usan comercialmente:

- Reportó efectos de desintegración de la piedra con ondas sonoras (que hoy en día es un proceso comúnmente utilizado).

- Produjo efectos luminosos con el agua, hoy conocidos como Sonoluminiscencias.

- Reportó efectos de levitación acústica, es decir, a través de ondas sonoras (experimento replicado con éxito por la NASA, levantando pequeñas piedras).

- Notó que algunas geometrías intensificaban la presión sonora sin añadir energía extra, hoy patente en uso por la Macro Sonics.

- Observó un efecto de disminución de la temperatura en presencia de ciertas vibraciones, hoy en día patentado como refrigeración acústica, etc.

El enfoque de Keely se basaba en el uso del sonido con el fin de poner en resonancia el éter que forma parte de la materia, transformándola para acumular energía o para polarizarla y poder controlar la gravedad. Deberán pasar no miles, sino cientos de miles de años antes de que la humanidad actual pueda usar esa fuerza que los Atlantes usaban y conocían como Mash–mak.

Pero eso que ocurre ahora y ocurría entonces –importa poco la frecuencia–, debe referirse, cuando se conozca suficientemente, a la operación de alguna ley tan natural como la expansión de los gases. En el hecho de que los objetos puedan algunas veces ser repelidos por la tierra, o elevados, no hay nada más de misterioso que en el hecho de que generalmente sean atraídos. Cuestión de polaridad. Ningún físico moderno ha expuesto aun una concepción luminosa sobre el porqué o cómo opera la gravedad. En este momento, no sabemos más que Newton cuando se preguntaba por qué cae la manzana. Podemos en cierto modo medir la fuerza que la mueve; pero no sabemos lo que es esa fuerza. Lo mismo ocurre con el magnetismo. En este podemos observar en acción los dos procesos: de atracción y de repulsión. Estimulad un electroimán en cierto modo y atraerá el hierro; estimuladlo de otro modo y repelerá el cobre, de modo que una masa de este metal puede ser visiblemente levitada y conservada en suspensión sin apoyo aparente a alguna altura sobre el aparato que lo repele. Los electricistas observan y pueden reproducir el hecho; pero no lo entienden. La levitación de mesas y de seres humanos en sesiones espiritistas solo puede ser observada ocasionalmente y no puede reproducirse a voluntad (por observadores ordinarios en todo caso); pero el hecho hay que tomarlo en consideración y relacionarlo con nuestras ideas corrientes. Es estúpido tratar de salvar la dificultad de no comprenderlo declarando, a pesar de la evidencia, que el hecho no existe.

Los adeptos custodios de ese conocimiento concerniente a las fuerzas misteriosas de la Naturaleza, que se está infiltrando en el mundo a medida que la ciencia avanza, pueden y siempre han estado capacitados para dirigir las atracciones de la materia de modo conveniente para alterar a voluntad el peso efectivo de los cuerpos densos. Yo mismo lo hago en mis charlas sobre biomagnetismo y bioenergética. Esta es la explicación de las maravillas de la arquitectura megalítica. Trabajando bajo la guía y con la ayuda de los adeptos de la Atlántida, los constructores de Stonehenge y de los antiguos altares “dólmenes” encontraban ligeras las masas de piedra, que se manejaban con facilidad. Los observadores clarividentes de Stonehenge han visto en obra el proceso de su construcción. Los cuadros de tal trabajo están todos impresos de un modo indeleble en la Memoria de la Naturaleza; son ahora visibles tan claramente como lo fueron las actuales transacciones para los que estaban presentes. Y la visión nos muestra las enormes masas de los trilitos colocadas en sus lugares con ayuda de andamiajes no más sólidos que los que pudieran usarse hoy en la construcción de una casa de ladrillo.

Desde luego, y volviendo a las Pirámides, diré que las grandes piedras que las forman fueron manejadas de igual modo que los materiales de Stonehenge. Los adeptos que dirigían su construcción facilitaron el proceso por medio de la levitación parcial de las piedras empleadas. En el templo de Baalbek, en Siria, hay piedras empleadas en los muros cada una de las cuales se calcula que pesa sobre 1.500 toneladas.

Buscando una explicación de tales restos, y prefiriendo la  única que les parece razonable, por no necesitar que se eche mano de fuerzas y  poderes desconocidos, los arqueólogos se han contentado hasta ahora con  afirmar que, pudiendo haber recurrido a un número ilimitado de trabajadores, los  constructores de templos como el de Baalbek han podido colocar esas piedras  haciéndolas arrastrar a lo largo de las calzadas sobre rodillos, y pueden de un  modo o de otro haberlas elevado hasta colocarlas en sus lugares con la ayuda de  planos inclinados. Tales hipótesis requieren una mayor dosis de credulidad que mis afirmaciones atribuyéndolas a poderes ocultos. Nos dicen que creamos lo que es físicamente imposible; pero la imposibilidad parece aceptable porque se la disfraza con vulgar fraseología. Stonehenge y Baalbek realmente se levantan ante nosotros como imperecederas pruebas de que, en la época de su construcción, cualquiera que esta pueda haber sido, el mundo tenía a su disposición una ingeniería que no triunfaba por la fuerza bruta, sino por la aplicación de un conocimiento superior al que ha adquirido la moderna ingeniería.

He dicho que fue en un periodo muy posterior a aquel en que los adeptos atlantes que primero emigraron, se fijaran en Egipto, cuando los que vinieron al Occidente de Europa elaboraron el culto espiritual que tenía como grande y sencillo templo, al principio, el propio Stonehenge. Ocurrió esto en periodo muy posterior a la misma construcción de las Pirámides. No sé si los adeptos de la Atlántida residirían largo tiempo en la Europa occidental antes de comenzar a introducir su enseñanza entre el pueblo. Probablemente así ocurriría; pero sea lo que fuera, lo cierto es que las piedras que ahora se elevan en Salisbury Plain fueron colocadas, en donde están, hacia el final de la inmersión del continente atlante, hace unos cien mil años. Entre los hechos que con ellas se relacionan, y que los sustentadores de la grotesca teoría de Fergusson tienen que pasar por alto, está el que se relaciona con el carácter geológico de las piedras empleadas. El recinto exterior y las piedras de los grandes trilitos son de una composición que parece indicar fueron extraídas de las canteras de las inmediaciones. Pero el recinto interno y el altar de piedra son de una formación totalmente diferente, y las piedras no pueden identificarse con ninguno de los estratos rocosos de esa parte de Inglaterra. Esta piedra sólo se encuentra en Cornualles, en Gales y en Irlanda, pero no más cerca. De modo que es cierto que los materiales del círculo interno fueron traídos de alguna de esas regiones. Los  que razonan de modo tal que no se asombran ante ningún absurdo, pero en  cambio se ofenden ante la suposición de que el conocimiento moderno no  abarque todas las capacidades de la Naturaleza, ni de aquellos tiempos, pueden suponer  complacientemente que los constructores de Stonehenge trajeron los macizos  materiales en cuestión a través de muchos cientos de kilómetros de terreno –cubierto  entonces de selvas vírgenes–, o por mar (todo con objeto de conmemorar una  batalla en Salisbury Plain), cuando en los alrededores hay piedra abundante tan  buena y tan duradera. La naturaleza de los materiales de Stonehenge es suficiente para ridiculizar la teoría que asigna la construcción al rey Arturo, aunque pudiera sostenerse ante otros ataques. En cambio, para templo místico, todo el que tiene un vislumbre de conocimiento oculto, se dará cuenta de que pueden haber existido consideraciones relativas a los sutiles atributos de las diferentes clases de piedra (que los ocultistas llaman su magnetismo) que podrían aconsejar el empleo de dos calidades de piedra diferentes.

El culto de los primitivos druidas, para dar ese nombre a los Maestros ocultos que se fijaron en Stonehenge, era grandioso y sencillo. Había procesiones, cánticos y ceremonias simbólicas relativas a acontecimientos astronómicos, especialmente a la salida del Sol en la mitad del verano, cuando grandes multitudes se reunían para contemplar cómo los rayos del Sol en el momento de su salida pasaban a través de una abertura opuesta al altar e iluminaban la piedra sagrada. En aquellos días no se ofrecían sacrificios impíos, y la única ceremonia externa de naturaleza sacrificial que tenía lugar, debía hacerse con una libación de leche que se vertía sobre la piedra. De acuerdo con el simbolismo de los primitivos ritos ocultos, se concedía una gran importancia a la serpiente como emblema de múltiple significado, y como los druidas adeptos podían fácilmente dominar a estas criaturas, una serpiente viva se llevaba para que se deslizara hasta la piedra del altar, en la ceremonia de la salida del Sol, y bebiera la leche. Hay algo de verdad, pero muchos conceptos erróneos, en las nociones corrientes respecto de lo que se ha llamado “Culto de la Serpiente”, de la antigüedad. La torpeza de los modernos estudiantes de religión para discernir entre el culto y el uso de símbolos, es la causa de graves errores, aún más importantes que los que se han mezclado con las interpretaciones vulgares del Culto de la Serpiente. Como si las generaciones futuras dijesen de nosotros que adorábamos a las palomas al ver el símbolo del Espíritu Santo.

El principal druida de las ceremonias de Stonehenge, en los días del culto puro del principio, acostumbraba a marchar en algunas de las procesiones con una serpiente viva alrededor de su cuello. Más tarde, cuando la influencia de los adeptos desapareció –varios milenios después–, los degradados jefes de la decadencia druida la usaban por tradición en cuanto de ellas dependía el conservarla; pero por razones de prudencia llevaban una serpiente muerta, emblema más adecuado de lo que suponían, de la fe que representaban. Sus prácticas degeneraron más y más, hasta que un día la piedra del altar fue inundada no ya con leche, sino con sangre de víctimas humanas, siendo esta la única clase de religión druídica que registraron en sus escritos los historiadores romanos. ¿Cómo pudo ocurrir un cambio tan terrible? No se había evolucionado lo suficiente para que los primeros adeptos pudieran contar con una línea continua de sucesores. Llegó un momento, es presumible, en que sin duda los primeros adeptos dejaron de encarnar uno a uno entre aquel pueblo que no podían conducir por la senda del verdadero progreso espiritual. En Egipto, el injerto que habían intentado, prendió en el tronco en que se implantara. En las islas británicas, no; y así, mientras Egipto permaneció como centro de alta civilización hasta un periodo comparativamente reciente, y al par uno de los principales centros del adeptado de la quinta Raza-raíz, los habitantes de las islas británicas volvieron a la barbarie.  Hasta algunos milenios antes de la conquista por Roma, permanecieron aun débilmente impregnados de las remotas tradiciones de su decadente civilización, y luego se hundieron en la condición más baja de degradación, anterior al comienzo de su moderno ciclo de progreso en el periodo histórico.

Göbekli Tepe, en Turquía, cerca de la frontera con Siria, es otra prueba más de la antigüedad de nuestros antepasados. Probablemente fue construido unos 6.000 años antes que Stonehenge. Al leer sobre este yacimiento en la Wikipedia no puedes disimular una sonrisa al leer que fue levantado por agricultores-recolectores. Eso a pesar del maravilloso libro de cosmogonía y cosmología que lo descubierto hasta ahora representa. La civilización que lo levantó representó el universo con un conocimiento tal que produce escalofríos. Todo el complejo, unos 300 X 300 metros, fue enterrado de manera deliberada, como si lo hubiesen guardado y empaquetado para entregarlo como muestra de su sabiduría a sus descendientes: nosotros.

Los templos megalíticos de Malta son otra prueba del gran adelanto de la civilización atlante.

Los más importantes: Ggantija, Hagar Qim, Mnajdra y Tarxien, están construidos con enormes megalitos que demuestran, una vez más, que aquella civilización de antepasados nuestros, nos adelantaban, en cuanto a manejo de energías, en miles y quizás decenas de miles de años.


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