LA HUMANIDAD ACTUAL Y SUS PROBLEMAS
José Manuel Fernández Outeiral
A continuación, podéis leer un resumen de la visión de
la humanidad actual a través de los ojos y la mente de un maestro de sabiduría.
Todas las ideas fundamentales que aquí se exponen son suyas, ya que, como
aclaré en comunicaciones previas, en este y otros temas siempre procuro
apoyarme en testimonios cuya autoridad sea difícil de cuestionar.
También me remito a las palabras de Michel de
Montaigne: “Es inútil y absurdo decir peor lo que otro ha dicho antes mejor”.
Es crucial que todas las personas preocupadas por el
futuro de la humanidad dediquen parte de su tiempo a reflexionar y analizar los
principales problemas globales que enfrentamos hoy. Algunos de estos problemas
pueden resolverse con relativa rapidez si prevalecen el sentido común y el
interés general; otros, sin embargo, requerirán una planificación prudente y
una gran paciencia, mientras se avanzan paso a paso hacia un reajuste de los
valores humanos y la adopción de nuevas actitudes mentales en lo que respecta a
las relaciones humanas correctas.
Si reconocemos la expansión de la conciencia humana y
comprendemos la evidente diferencia entre el ser humano primitivo y nuestra
moderna y avanzada humanidad, tendremos las bases para un optimismo
inquebrantable en cuanto al destino de la misma.
Los lentos y restringidos movimientos de las razas primitivas del género
humano han dado paso a la velocidad y al movimiento increíblemente rápido que
ofrecen los modernos medios de transporte, cuya relativa facilidad de uso los
ha popularizado. Los sonidos inarticulados y el reducido vocabulario de las
razas salvajes se han transformado en los complejos idiomas que hoy
caracterizan a las naciones actuales.
Los rudimentarios métodos de comunicación, como tambores y fogatas, han
sido reemplazados por el teléfono y la internet; las canoas de los antiguos
isleños han evolucionado hasta convertirse en enormes trasatlánticos que,
impulsados por la fuerza mecánica, conectan puertos en cuestión de días. Los
lentos desplazamientos a pie, a caballo o en carruaje han sido sustituidos por
trenes que recorren continentes a más de 200 kilómetros por hora y por aviones
que nos llevan de un continente a otro en solo unas horas.
A las simples y rudimentarias civilizaciones han seguido complejas y bien
organizadas sociedades modernas en los ámbitos social, económico y político. La
cultura, las artes, la literatura, la música y la filosofía de todas las épocas
están ahora al alcance de toda la humanidad, gracias a los avances de nuestra
era.
Aunque existen muchos problemas menores, en esta comunicación se abordan
los principales desafíos que enfrenta la humanidad hoy en día y que necesitan
ser resueltos con urgencia. Esto solo podrá lograrse mediante el sencillo
—aunque difícil de implementar— método de establecer relaciones humanas
correctas, tanto entre las personas como entre las naciones.
El problema espiritual inmediato que todos enfrentamos es contrarrestar, de
manera gradual, el odio y comenzar a implementar una nueva técnica basada en la
buena voluntad: una buena voluntad entrenada, ingeniosa, creativa y práctica.
La buena voluntad es el primer paso que cada uno de nosotros puede dar para
expresar el amor, y su práctica traerá como resultado la tan anhelada paz en la
tierra. Es tan sencilla y práctica que, a menudo, no sabemos valorar su poder
ni su efecto científico y dinámico. Quien practica sinceramente la buena
voluntad dentro de su propio hogar puede transformar por completo las actitudes
familiares. Y cuando esta sea realmente ejercida entre los grupos de cualquier
nación, entre los partidos políticos, las comunidades religiosas y entre las
propias naciones, el mundo experimentará una revolución.
La clave de las dificultades que atraviesa la humanidad radica en el
desequilibrio entre recibir y dar: hemos recibido sin dar, aceptado sin
compartir, acumulado sin distribuir.
Las guerras han sido, y siguen siendo, el alto precio que la humanidad debe
pagar por el grave problema del separatismo y la división. Este problema es
mucho más complejo de lo que parece a simple vista. Su trasfondo psicológico
tiene raíces de siglos, es inherente al alma de cada nación y, hoy en día,
condiciona profundamente la mente colectiva de los pueblos. Aquí se encuentra
la mayor dificultad.
El trabajo necesario para superar esta situación es urgente, y el riesgo de
no llevarlo a cabo es tan alarmante que ya señala, de forma clara, las
peligrosas líneas de tensión y ciertas actitudes nacionales que constituyen una
seria amenaza para la paz mundial.
Estos problemas pueden dividirse en dos grandes categorías:
Los problemas psicológicos internos de
cada nación.
Los problemas globales, como las
relaciones entre naciones, las cuestiones económicas y las fuerzas laborales.
La mayoría de las personas hoy en día piensan principalmente en términos de
su propia nación o grupo, que representa el concepto más amplio que han
desarrollado hasta ahora. Han superado la etapa de preocuparse únicamente por
su bienestar físico y mental individual y comienzan a visualizar la posibilidad
de contribuir con su esfuerzo al bienestar y la estabilidad de su nación.
Intentan colaborar, comprender y trabajar para el beneficio de la comunidad.
Aunque esto no es inusual, describe la actitud que han adoptado miles de
personas en cada país.
Este espíritu y actitud algún día caracterizarán la relación entre las
naciones, pero actualmente no es así. Hoy predomina una psicología muy
distinta: las naciones buscan y exigen lo mejor para sí mismas, sin importar
las consecuencias que ello pueda tener para otras. Esta actitud se considera
correcta y como una muestra de buena ciudadanía. Sin embargo, está marcada por
odios y prejuicios que, en muchos casos, ya no tienen justificación, del mismo
modo que no sería aceptable usar lenguaje obsceno en una reunión religiosa.
Además, las naciones suelen estar divididas internamente por barreras
raciales, diferencias partidarias y conflictos religiosos. Estas divisiones
traen inevitablemente desorden y, en última instancia, provocan desastres, como
queda patente a diario en los medios de comunicación.
Un intenso espíritu nacionalista —afirmativo y jactancioso— caracteriza a
los ciudadanos de la mayoría de los países, especialmente en sus relaciones
mutuas. Este nacionalismo genera antipatía y desconfianza, lo que interfiere
con el establecimiento de correctas relaciones humanas. Todas las naciones, en
mayor o menor medida, son culpables de estas actitudes y comportamientos, que
se expresan según el nivel cultural e ingenio particular de cada una.
En todas las naciones, al igual que en las familias, existen grupos o
individuos que son reconocidos como fuentes de dificultades por personas
bienintencionadas. De manera similar, en la comunidad internacional algunos
países han sido, y continúan siendo, agentes perturbadores durante largos
períodos de tiempo.
Los efectos del alma de una nación son profundamente influyentes. La forma
mental nacional —creada a lo largo de los siglos a través del pensamiento
colectivo, los objetivos y las ambiciones de una nación— constituye su ideal
aspiracional y ejerce un poderoso efecto para condicionar y manipular a su
pueblo.
Un polaco, un francés, un americano, un hindú, un británico, un español o
un alemán son fácilmente reconocibles dondequiera que estén. Este
reconocimiento no se basa únicamente en su apariencia física, acento o hábitos,
sino principalmente en la expresión de su actitud mental, su sentido de lo
relativo y la afirmación de su nacionalidad. Estas señales reflejan la
influencia de una forma mental nacional bajo la cual esa persona se ha
desarrollado.
Si esta influencia lo convierte en un buen ciudadano que coopera dentro de
los límites de su nación, esto es algo positivo y deseable. Sin embargo, si
dicha influencia fomenta en él una actitud prepotente, orgullosa y separatista,
criticando a ciudadanos de otras comunidades dentro de su propio país o de
otras naciones, entonces contribuye a la división y al desorden tanto en su
propia nación como a nivel mundial, poniendo en peligro la paz global. Por lo
tanto, este problema se convierte en una preocupación que compete a todos los
pueblos.
Las naciones pueden ser, y a menudo son, antisociales, ya que albergan
dentro de sí mismas elementos que fomentan la discordia.
El interés propio, junto con las habilidades inherentes al ser humano, es
la característica predominante en la mayoría de las personas hoy en día. Sin
embargo, en todos los países hay quienes han superado estas actitudes
egocéntricas y se preocupan más por el bienestar cívico y nacional que por sus
propios intereses. Solo unos pocos, y realmente son muy pocos en comparación
con el resto de la humanidad, piensan en términos internacionales y se
preocupan por el bienestar de la humanidad como un todo.
La importancia otorgada a las
posesiones materiales y a la expansión de territorios no es un signo de
madurez. Luchar por conservarlos o ampliarlos es una manifestación de inmadurez
propia de una etapa adolescente.
La última guerra mundial fue un claro síntoma de la inmadurez de la
humanidad, de un pensamiento adolescente, de emociones incontroladas propias de
la infancia y de las demandas injustificadas (por parte de naciones
antisociales) de aquello que no les pertenecía, como niños malcriados que
siempre exigen más. El intenso aislamiento y la política de no intervención de
ciertos grupos en los Estados Unidos, el imperialismo británico y las
constantes exigencias de Francia por ser reconocida son ejemplos de este comportamiento.
Todo esto evidencia la incapacidad de pensar en términos más amplios, una falta
de responsabilidad global y un infantilismo colectivo que impide comprender la
idea del todo, del cual cada nación debería formar parte.
La guerra y la constante lucha por fronteras territoriales, basadas en
hechos históricos, así como el apego a posesiones materiales y nacionales a
costa de otros pueblos, algún día serán vistas por una humanidad más madura
como simples riñas infantiles por un juguete favorito. Dentro de mil años, la
historia calificará estas acciones como el colmo del egoísmo infantil, iniciado
por naciones codiciosas cuyos métodos agresivos no pudieron ser detenidos, ya
que el resto de las naciones también eran demasiado inmaduras para actuar con
firmeza ante los primeros indicios de conflicto.
Cuando Alemania invadió Polonia y, como consecuencia, Francia y Gran
Bretaña le declararon la guerra, ¿no es lógico pensar que, si todas las
naciones del mundo civilizado hubieran hecho lo mismo sin excepción y se
hubieran unido para derrotar al agresor, la guerra no habría durado tanto? La
política interna, la envidia internacional, la desconfianza, los antiguos
rencores, el temor y la negativa a reconocer los hechos provocaron una desunión
que prolongó el conflicto. Si las naciones hubieran actuado con claridad de
pensamiento y hubieran renunciado a su egoísmo individual, la guerra podría
haber terminado mucho antes. Del mismo modo, si se hubiera tomado una postura
firme cuando Japón invadió Manchuria o Italia ocupó Etiopía, la devastadora
guerra mundial no habría sido posible. En este sentido, ninguna nación puede
declararse libre de culpa. Pero nada hemos aprendido, pues el problema se
repite actualmente con la invasión de Ucrania por parte de Rusia, ¿O deberíamos
más bien decir por parte de Putin?
La Sociedad de las Naciones, creada por el Tratado de Versalles el 28 de
junio de 1919 para establecer las bases de la paz y reorganizar las relaciones
internacionales tras la Primera Guerra Mundial, fue un fracaso rotundo, como lo
demuestra el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Pero la humanidad parece
no haber aprendido nada, ya que la ONU, establecida con los mismos propósitos
después de la Segunda Guerra Mundial, sigue un camino que parece llevarla al
mismo escandaloso fracaso.
Las naciones más poderosas, aquellas que deberían asumir la responsabilidad
de promover la paz mundial, están divididas en vergonzosos e inadmisibles
bloques y bandos, lo que socava cualquier intento genuino de unidad y progreso
global.
Esto debe ser enfrentado por todas las naciones, no solo por las más
poderosas, con un sentido de culpabilidad individual y con la conciencia de un
fracaso psicológico intrínseco. Es difícil admitir que ninguna nación, incluida
la propia, tiene las manos completamente limpias. Casi todas son culpables de
codicia y saqueo, de separatismo, orgullo, prejuicios, así como de odios
nacionales y raciales. Todas las naciones deben realizar una limpieza interna,
paralelamente a sus esfuerzos externos, para lograr un mundo más justo y
habitable. Hago este llamado especialmente a los líderes mundiales actuales.
Sería útil analizar brevemente algunos de los reajustes psicológicos que
las naciones deben realizar dentro de sus propias fronteras, ya que la reforma
debe comenzar por casa. La antigua afirmación bíblica "Donde no hay
visión, los pueblos perecen" tiene una sólida base científica.
La historia nos muestra un largo pasado de conflictos, guerras, cambios de
fronteras, descubrimientos y rápidas anexiones de nuevos territorios, donde los
nativos fueron subyugados, a veces con ciertos beneficios para ellos, pero
generalmente de manera injustificable. El espíritu nacionalista y su difusión
han sido el trasfondo de la historia moderna, tal como se enseña en nuestras
escuelas, alimentando así el orgullo nacional, fomentando enemistades
nacionales y engendrando odio y envidia raciales.
La historia se centra en las líneas de demarcación entre países y en los
regímenes que cada uno ha desarrollado. Estas líneas se defienden de manera
rígida, y la adopción del pasaporte en el siglo pasado refuerza esta idea. La
historia relata la firme determinación de cada país de preservar sus fronteras
a toda costa, de mantener intactas su civilización y cultura y, cuando es
posible, de ampliarlas, evitando compartir con otras naciones cualquier cosa
que no implique un beneficio económico. Para estos fines, se establecen
legislaciones internacionales que regulan los intercambios.
Sin embargo, la humanidad es, y siempre será, una sola, y los recursos de
la tierra pertenecen a todos. Esta actitud errónea de separatismo ha fomentado
no solo la división, sino también la explotación de los grupos más débiles por
los más fuertes y el colapso de la vida económica de millones de personas,
causado por un pequeño grupo de poderosos.
Como mencioné en una comunicación anterior (El Estado prostituido y el
Individuo degradado), un número cada vez menor de corporaciones
multinacionales controla absolutamente la economía mundial. “Nunca antes la
injusticia social había sido tan brutal, ni tan aplastante la apropiación de
los recursos naturales, la riqueza social y la inteligencia colectiva por unos
pocos. El 1% más rico posee tanto patrimonio como todo el resto del mundo
combinado.”
Actualmente, los países recurren nuevamente a modos de conducta y
pensamiento profundamente arraigados que han caracterizado a las naciones
durante generaciones.
En beneficio del interés general, es imprescindible enfrentar nuestro
pasado, reconocer las nuevas tendencias y abandonar los viejos patrones de
pensamiento, sentimiento y acción, si deseamos evitar que la humanidad caiga
aún más profundamente que durante la última guerra.
No encuentro otra forma de abordar este problema que no sea a través de la
educación. Debemos comenzar reconociendo que nuestros sistemas educativos han
sido inadecuados y no han preparado a los niños para vivir de manera correcta.
Tampoco han fomentado los modos de pensamiento y acción necesarios para
establecer relaciones humanas correctas, las cuales son esenciales para
alcanzar la felicidad, el éxito y una experiencia plena en cualquier ámbito de
la actividad humana.
Aunque las mentes más brillantes y los pensadores destacados en el campo
educativo han apoyado consistentemente estas ideas, y algunos movimientos
educativos han contribuido a eliminar viejos abusos e introducir nuevas
técnicas, estos representan una minoría tan pequeña que su impacto sigue siendo
limitado. Cabe recordar que, si la enseñanza impartida a los jóvenes en siglos
pasados hubiera sido diferente, tal vez las guerras mundiales no habrían tenido
lugar.
El hecho de que la educación estuviera controlada durante décadas por
algunas iglesias fue un completo desastre. Esto fomentó el espíritu sectario y
las actitudes reaccionarias y conservadoras, apoyadas fuertemente por
fundamentalistas de todas las confesiones. Este enfoque produjo fanáticos,
levantó barreras entre las personas y, con el tiempo, alejó de las religiones a
aquellos que, al alcanzar la madurez, aprendieron a pensar por sí mismos.
Muchos de los líderes actuales fueron educados en colegios religiosos, y los
resultados están a la vista.
No se trata de una acusación a la religión en sí, sino a los métodos
antiguos de las iglesias y a las teologías que no lograron transmitir el amor a
Dios en su esencia. Tampoco es una crítica a quienes trabajaron para acumular
riqueza, prestigio o poder político, buscando aumentar sus afiliados y
controlar el espíritu libre del hombre, como ya denuncié en otras ocasiones.
Sin embargo, hoy contamos con sabios y buenos líderes religiosos que han
reconocido estos errores y trabajan arduamente por un acercamiento auténtico a
Dios, aunque son todavía una minoría.
En resumen, la historia de la humanidad es, fundamentalmente, la historia
del desarrollo de las ideas, comprendidas y aplicadas progresivamente, y del
esfuerzo humano por vivir conforme a ellas. Este proceso refleja la capacidad
innata del hombre para intuir lo desconocido, creer en lo improbable, explorar,
investigar y exigir la revelación de lo oculto. Este poder espiritual impulsa a
reconocer lo bello, lo verdadero y lo bueno, y a expresarlo a través de las
artes creativas. Es esta facultad inherente la que ha producido a las personas
verdaderamente espirituales, a los grandes artistas, científicos, humanistas y
filósofos, así como a quienes aman y se sacrifican por sus semejantes.
Pasemos ahora al problema de la juventud actual. El mundo que conocimos
quienes superamos los 60 años ha colapsado y está desapareciendo rápidamente.
Los valores antiguos se desvanecen, y lo que llamamos civilización, considerada
alguna vez maravillosa, está desapareciendo. Algunos, como yo, consideran esto
una bendición; otros, un desastre. Sin embargo, todos lamentamos que los medios
empleados para esta transformación hayan provocado tanto sufrimiento y agonía a
la humanidad.
Podemos definir la civilización como la reacción de la humanidad ante el
propósito y las actividades de un período histórico determinado, y su forma de
pensar. Cada época ha sido moldeada por una idea central, que se manifiesta
como idealismo racial y nacional. A lo largo de los siglos, esta tendencia
fundamental ha producido nuestro mundo moderno, profundamente materialista.
Este mundo ha priorizado la comodidad física, degradando las ciencias y las
artes para crear un entorno confortable, y, si es posible, bello. Los recursos
naturales se han explotado principalmente para producir bienes para la
humanidad.
La educación, en general, ha tenido como objetivo entrenar al niño para
competir con sus conciudadanos en “la lucha por la vida”, acumular posesiones,
vivir cómodamente y alcanzar el mayor éxito posible.
La educación actual también ha sido predominantemente competitiva,
nacionalista y, en consecuencia, separatista. Ha entrenado al niño para valorar
en exceso los bienes materiales, creer que su nación es superior a las demás y
considerar a otras naciones como secundarias. Este enfoque ha fomentado el
orgullo, el prejuicio y la creencia errónea de que el individuo, su grupo o su
nación son inherentemente superiores a otras personas y pueblos.
Como resultado, los niños son formados con una visión limitada y sesgada
del mundo, con conceptos erróneos sobre los valores globales, parcialidad y
prejuicios en sus actitudes hacia la vida. Aunque el nivel cultural pedagógico
es relativamente alto, está distorsionado y contaminado por prejuicios
religiosos y nacionalistas que se inculcan desde la infancia, ya que no son
innatos. No se enseña la ciudadanía mundial ni se fomenta la responsabilidad
hacia los semejantes. En cambio, se desarrolla la memoria mediante la enseñanza
de hechos aislados, muchos de los cuales carecen de relevancia para la vida
cotidiana.
Nuestra civilización actual será recordada como la más burdamente
materialista de la historia. Si bien ha habido épocas materialistas en el
pasado, ninguna ha sido tan universal y abarcado a tantos millones de personas
como la presente. Es común escuchar que la causa de las guerras es económica, y
esto es cierto hasta cierto punto. Sin embargo, la verdadera raíz del problema
reside en que hemos llegado a demandar una cantidad desproporcionada de
comodidades y bienes materiales para vivir de manera aceptable. Requerimos
mucho más de lo que necesitaron nuestros antepasados y hemos llegado a preferir
una vida cómoda y fácil. El espíritu precursor, que fue la base de muchas
naciones, se ha transformado, en la mayoría de los casos, en una civilización
indolente, particularmente en la sociedad occidental.
Nuestro nivel de vida, desde el punto de vista de las posesiones
materiales, es excesivamente alto, mientras que desde el ángulo de los valores
espirituales y de un sentido inteligente de proporción, es lamentablemente
bajo.
Hoy en día, una nación es considerada "civilizada" cuando otorga
un valor desmedido al desarrollo intelectual, recompensa el pensamiento
analítico y crítico, y dirige todos sus recursos hacia la satisfacción de los
deseos físicos, la producción de bienes materiales y la persecución de
objetivos materialistas. Esta mentalidad se enfoca en dominar competitivamente
el mundo, acumular riquezas, adquirir propiedades, alcanzar un alto nivel de
vida materialista y apropiarse de los productos de la tierra, generalmente en
beneficio de un pequeño grupo de hombres ambiciosos y acaudalados.
Ésta es una generalización drástica, aunque básicamente correcta en sus
implicaciones principales, aunque incorrecta cuando se aplica a individuos. A
causa de esta triste y lamentable situación —creada por la propia humanidad—,
sufrimos el castigo de las guerras. Ni las iglesias ni nuestros sistemas
educativos han sido lo suficientemente sólidos como para presentar una verdad
capaz de contrarrestar esta tendencia materialista.
La tragedia reside en que los niños de todo el mundo están pagando el
precio de nuestra equivocada actuación. ¿Qué culpa tienen los niños palestinos,
judíos, ucranianos, rusos y de tantos otros lugares, de la estupidez y las
ambiciones expansionistas de los adultos? Las guerras tienen sus raíces en la
codicia; la ambición material ha sido el motor principal de todas las naciones,
sin excepción. Nuestros planes y objetivos se han centrado en organizar la vida
nacional para que predominen las posesiones materiales, el espíritu de
competencia y los intereses egoístas individuales y nacionales.
Todas las naciones han contribuido a esta situación a su manera y medida;
ninguna tiene las manos limpias, y de ahí surgen las guerras. La humanidad ha
desarrollado un hábito profundamente arraigado de egoísmo y un amor innato por
las posesiones materiales.
El factor cultural de toda civilización radica en la preservación y
apreciación de lo mejor que el pasado ha producido: las artes, la literatura,
la música y la vida creativa de todas las naciones, tanto en el pasado como en
el presente. Esto se relaciona con la refinada influencia que estas expresiones
culturales ejercen sobre una nación y sobre los individuos que, gracias a su
situación económica, pueden disfrutar de ellas y beneficiarse de su impacto.
El conocimiento y la comprensión obtenidos de estas experiencias permiten
al hombre culto conectar el mundo de los significados —heredado del pasado— con
el mundo de las apariencias en el que vive, percibiéndolos como un solo mundo
que, en muchos casos, considera exclusivamente para su beneficio individual.
Sin embargo, cuando al valor de nuestra herencia planetaria y racial —tanto
creativa como histórica— se sume una comprensión genuina de los valores morales
y espirituales, tendremos una idea más clara de lo que el hombre verdaderamente
espiritual está destinado a ser. Aunque en relación con la población mundial
estos individuos son pocos y están muy dispersos, constituyen el fermento y la
garantía de una verdadera posibilidad para el futuro.
¿Podrán las personas cultas e influyentes, junto con nuestros gobernantes,
reconocer esta oportunidad? ¿Nuestros ciudadanos “civilizados” aprovecharán
esta ocasión para construir no una civilización materialista, sino un mundo de
belleza y de correctas relaciones humanas? ¿Un mundo donde los niños puedan
realmente crecer a semejanza del Creador? ¿Un mundo donde los hombres puedan
regresar a la sencillez de los valores espirituales, de la belleza, de la
verdad y de la bondad?
Sinceramente, al menos en lo que respecta a nuestro país, no parece ser
así. El separatismo, el egoísmo y la construcción de muros —sean físicos o
mentales— para impedir o proteger no se sabe qué, predominan. Los responsables
deberían ser severamente castigados, aunque sólo sea en las urnas.
¿Cómo podemos construir un comienzo sólido ante tantos odios y prejuicios
profundamente arraigados? Como ya he señalado en otras ocasiones, se estima que
hay más de cincuenta millones de personas en campos de refugiados, la mitad de
ellos niños, y estas cifras no hacen más que aumentar. Mientras tanto, somos
testigos de cómo cientos de miles de millones se destinan a las guerras.
Alguien podría considerar esto simple demagogia materialista, pero a mí me
parece desolador y una vergüenza para la humanidad.
Los valores éticos y morales entre los niños, y especialmente entre los
adolescentes, han sufrido un grave deterioro, y es urgente despertar en ellos
valores espirituales. La inundación de contenido nocivo en las redes sociales
no ha hecho más que agravar esta situación, ante la pasividad criminal de los
dirigentes mundiales.
Todos los niños poseen un acervo inherente que comparten con toda la
humanidad, sin importar su raza o nacionalidad, y necesitan aprender a
aplicarlo. Por lo tanto, los educadores deberían enfocar sus esfuerzos en
desarrollar los siguientes aspectos:
- El control mental sobre la naturaleza
emocional.
La falta de control emocional es una de las principales causas del acoso
escolar y del alarmante número de suicidios entre los jóvenes.
- La visión o capacidad de imaginar lo que
podría ser, más allá de lo que ya es.
Este enfoque ayuda a cultivar el pensamiento creativo y a inspirar cambios
positivos.
- El conocimiento efectivo heredado.
Este conocimiento, proveniente del pasado, debe servir como base sobre la
cual se pueda construir la sabiduría del futuro.
- La capacidad inteligente para gestionar
relaciones y asumir responsabilidades.
Es crucial enseñar a los niños a manejar sus interacciones con los demás y
a ser responsables de sus acciones en el contexto de su comunidad.
- El poder para usar la mente de dos maneras
fundamentales:
- Como “sentido común”,
entendiendo este término en su significado original, que implica la
capacidad de analizar y sintetizar la información proporcionada por los
cinco sentidos.
- Como faro que ilumina el
mundo de las ideas y la verdad abstracta, fomentando la reflexión
profunda y la búsqueda de significado más allá de lo inmediato.
El conocimiento llega desde dos direcciones complementarias:
- Como resultado del uso inteligente de los
cinco sentidos, lo que implica observar y comprender el entorno físico.
- Mediante la intención de captar y entender
ideas abstractas, fomentadas por la curiosidad innata y el espíritu de
investigación.
Estas habilidades y valores son esenciales no solo para el desarrollo
individual de cada niño, sino también para construir una sociedad más
equilibrada y justa.
La educación debería estructurarse en tres tipos fundamentales, todos ellos
imprescindibles para llevar a la humanidad al nivel de desarrollo necesario:
- El conocimiento de los hechos.
Este primer tipo consiste en adquirir información sobre los hechos, tanto
pasados como presentes, y luego aprender a deducir y extraer de este conjunto
acumulado lo que pueda ser de aplicación práctica en cualquier situación dada.
Este proceso constituye la base de los sistemas educativos actuales.
- La adquisición de la sabiduría.
Este segundo tipo de educación implica ir más allá del conocimiento de los
hechos para comprender el significado subyacente de los mismos. Se trata de
captar la esencia y el propósito detrás de los datos y las experiencias.
- La aplicación del conocimiento.
El tercer tipo consiste en utilizar el conocimiento de manera que conduzca
a una vida sensata, a un punto de vista comprensivo y a una técnica inteligente
de conducta. Esto incluye, además, el entrenamiento en actividades
especializadas que se basen en las tendencias innatas, el talento o el genio
individual.
Es posible que a este tema de la educación le dediquemos una comunicación
monográfica más amplia en el futuro.
Ahora es momento de cambiar el enfoque hacia los temas del capital, el
trabajo y la ocupación. Nos encontramos en un punto en el que deberíamos estar
entrando en una era económica completamente nueva. Gracias a los avances
científicos, como la liberación de la energía del átomo y el desarrollo de la
inteligencia artificial, nos encontramos ante un panorama radicalmente
distinto.
Sin embargo, lo que debería ser motivo de celebración y esperanza para la
humanidad, como el acceso a la energía atómica o los beneficios potenciales de
la inteligencia artificial, se ha convertido en una fuente de temor casi
generalizado.
Los cambios que se avecinan son tan trascendentales que los antiguos
valores económicos y las normas de vida conocidas inevitablemente
desaparecerán, y nadie puede predecir con certeza qué los reemplazará. Estamos
en un momento de incertidumbre, pero también de grandes oportunidades para
redefinir el rumbo de nuestra civilización.
Las condiciones están cambiando, especialmente en lo que respecta al uso
del carbón y el petróleo como combustibles. ¿Llegará el momento en que estos
dos recursos naturales sean innecesarios para el planeta? Si esto sucede, las
condiciones cambiarán profundamente, y este es solo uno de los muchos ejemplos
de los cambios fundamentales que se avecinan. El uso de la energía atómica
podría ofrecer a la civilización futura una solución a los problemas de
contaminación causados por los combustibles fósiles, si no fuera por la
irracionalidad y la insensatez humanas.
Dos problemas principales pueden surgir de estos descubrimientos. Uno es
inmediato, y el otro será necesario resolverlo en el futuro.
- El problema inmediato afecta a las personas y corporaciones cuyos grandes intereses
financieros están vinculados a los productos que deberán ser reemplazados
por nuevas fuentes de energía. Estas entidades lucharán ferozmente hasta
el final para evitar que otros se beneficien de estas nuevas fuentes de
riqueza, y ya están en ese proceso.
- El problema a largo plazo será la constante necesidad de liberar a los seres humanos de las
agotadoras tareas laborales y de las largas jornadas necesarias para
satisfacer las necesidades básicas de la vida. Esto plantea dos cuestiones
clave:
- Por un lado, el problema
del capital, que implica superar el control establecido por intereses
esencialmente egoístas que han dominado la vida de la humanidad durante
tanto tiempo.
- Por otro lado, el problema
del trabajo, que consiste en gestionar el tiempo libre de manera
constructiva.
Un problema está relacionado con la civilización y su
funcionamiento, mientras que el otro se vincula a la cultura y al uso
creativo del tiempo libre.
No tiene sentido predecir cómo se empleará esta poderosa energía liberada
hasta ahora para ayudar a la humanidad. Su primer uso verdaderamente
constructivo fue para poner fin a la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, ese
uso también trajo consigo una devastación sin precedentes.
Después de seis meses de intensos bombardeos sobre otras 67 ciudades, la
bomba nuclear Little Boy fue lanzada sobre Hiroshima el lunes 6 de
agosto de 1945, seguida por la detonación de Fat Man en Nagasaki el
jueves 9 de agosto. Entre 105,000 y 120,000 personas murieron, y 130,000
resultaron heridas. Fue una auténtica hecatombe. Sin embargo, la rendición de
Japón, que fue consecuencia de esa masacre, puso fin a la guerra.
Las preguntas que surgen son: ¿Cuántas vidas podrían haberse salvado si
este desenlace hubiera ocurrido antes? ¿Cuántas vidas se salvaron al poner fin
a la guerra en ese momento? Hasta ahora, estos bombardeos nucleares son los
únicos en la historia, y ojalá sigan siendo los últimos.
La aplicación constructiva de la energía nuclear debería estar en manos de
los hombres de ciencia, pero también controlada por personas de buena voluntad
de todas las naciones. Esta energía debe protegerse de los intereses económicos
y utilizarse exclusivamente para actividades de paz y para construir un mundo
más justo.
La ciencia tiene ahora ante sí un campo de investigación completamente
nuevo, en el que ha deseado trabajar desde hace mucho tiempo. Este nuevo poder
está mucho más seguro en manos de la ciencia que en las del capital o en las de
quienes solo buscan explotar este descubrimiento para aumentar sus ingresos.
También está más seguro en manos de las grandes democracias que en las de
pequeñas o grandes dictaduras.
Sin embargo, la realidad es diferente. Otras naciones y razas han
descubierto el "secreto de la liberación de esta energía", lo que
plantea serios desafíos para la seguridad futura de la humanidad.
La seguridad futura de la humanidad depende de dos aspectos fundamentales:
La educación constante y metódica de los pueblos en las correctas
relaciones humanas y en la práctica del espíritu de buena voluntad.
Esto conducirá a una transformación completa de los actuales regímenes
políticos, que en su mayoría son esencialmente nacionalistas y egoístas en su
planificación y objetivos. La verdadera democracia, que hoy es solo un sueño,
estará basada en la enseñanza de la buena voluntad.
La educación de los niños y jóvenes para inculcarles el principio de la
unidad humana.
Es esencial enseñarles que los recursos del mundo deben ser empleados para el
beneficio de todos y no de unos pocos.
Algunos naciones, debido a su carácter internacional y a la multiplicidad
de razas que las componen, son normalmente más incluyentes que otras en su
modo de pensar y planear, es decir, que están más propensas que otras a pensar
en términos de la humanidad como un todo. El problema está en sus dirigentes,
elegidos o no por sus respectivos pueblos. Las grandes naciones que deberían
servir de faro y sostén de las más pequeñas y débiles, como Estados Unidos,
Gran Bretaña, Rusia y Francia, están, han estado, o corren el riesgo de estar
en un futuro próximo, en manos de populistas de irresponsabilidad criminal y
con mentalidad infantil. China, que debería ser otro faro, juega en una liga
diferente y enfrentada al bloque de Occidente, gobernada por la dictadura impuesta
por el Partido Comunista Chino, lo cual agrava la situación. Desgraciadamente,
Rusia ha elegido ese bando.
Todos los países, sin excepción, contienen elementos buenos y malos;
existen grupos progresistas y reaccionarios y hombres ambiciosos y crueles en
todas partes, que gustosos explotarían al mundo en beneficio propio y tratarían
de imponer su voluntad sobre todas las clases y castas del mundo civilizado,
pero en todos los países hay también pensadores y hombres de visión que se
oponen a ello. En todos los países hay personas reaccionarias y conscientes de
las clases sociales que detestan el acrecentado poder de las masas y se
aferran desesperadamente al prestigio y a la posición heredados; ellos
evitarían, si pudieran, el progreso del pueblo y verían con agrado la
restauración de los viejos sistemas jerárquicos, paternales y feudales; pero
el pueblo no está de acuerdo. En los Estados Unidos, faro mayor del mundo
actual, tenemos el aislacionismo, la persecución de las minorías, como sucede
con la raza negra, y un nacionalismo ignorante y orgulloso, manifestado en los
odios raciales, la actitud separatista y los nefastos métodos políticos de
muchos de sus senadores y congresistas.
Sin embargo, Estados Unidos, Gran Bretaña y resto del mundo Occidental
constituyen, básicamente, la esperanza del mundo y forman el núcleo espiritual
fundamental que respalda los planes y delineamientos de los acontecimientos
futuros. Las otras naciones poderosas, aunque se resistan a creerlo, no ocupan
una posición tan sólida, ni están inspiradas por el mismo idealismo; tampoco
poseen recursos nacionales tan vastos, pues su preocupación nacional limita su
visión del mundo; están condicionadas por ideologías más estrechas, por la
intensa lucha en pro de su existencia nacional, por sus problemas de fronteras
y de ganancias materiales y por no colaborar plenamente con toda la humanidad.
Las naciones más pequeñas no adoptan la misma actitud; sus regímenes políticos
son relativamente más limpios, y constituyen básicamente el núcleo del mundo
federado que inevitablemente tomó forma alrededor de las Grandes Potencias.
Las federaciones están fundadas sobre ideas culturales; se forman para garantizar
correctas relaciones humanas; no deberían basarse en el poder político ni
constituir una combinación de naciones unidas para ir en contra de otra
combinación de naciones unidas, ambas con fines egoístas.
Ante todo, debe reconocerse que la causa de la inquietud permanente
mundial, de las guerras que han destrozado a la humanidad y de la miseria que
se ha extendido por buena parte del planeta, puede atribuirse en gran parte a
un grupo de hombres egoístas que, con fines materialistas ha explotado, durante
siglos, a las masas y ha aprovechado el trabajo humano para sus propios fines
egoístas. Desde los señores feudales de Europa en la Edad Media, pasando por
los poderosos grupos comerciales de la era Victoriana, hasta ese puñado de
multimillonarios –nacionales e internacionales— que hoy controla los recursos
del mundo, ha surgido el sistema capitalista que ha destrozado a la humanidad.
Este grupo de capitalistas monopoliza y explota los recursos del mundo y los
productos necesarios para vivir en forma civilizada, y lo ha podido hacer
porque posee y controla la riqueza del mundo y la retiene en sus manos mediante
consejos de administración entrelazados. Ellos hicieron posible la enorme
división entre los muy ricos y los muy pobres, como ya expuse antes; aman el
dinero y el poder que el dinero da; apoyan a gobiernos políticos; controlan al
electorado; hacen posible los objetivos estrechos y nacionalistas de políticos
egoístas; financian y presionan los negociados mundiales; controlan la energía,
los transportes, los medios de comunicación y, pública y anónimamente, el mundo
financiero. En un viaje superficial por internet salta a la vista, para
cualquier persona medianamente formada, el cruce de acciones entre los fondos
de inversión más potentes del mundo, básicamente norteamericanos, y el control
total sobre las mayores empresas del globo, abarcando todos los sectores de la
economía. Todo esto ocurre con la colaboración, consciente o inconsciente, de
todos los gobernantes del mundo. Estos gobernantes reciben las precisas
instrucciones del capital en los famosos foros económicos en los que se reúnen
a lo largo del año. Ya no se esconden como antaño.
La responsabilidad de la inmensa miseria que hoy prevalece en todos los
países del mundo recae principalmente sobre ciertos grupos interrelacionados de
hombres de negocios, banqueros, ejecutivos de cárteles internacionales,
consorcios, fondos de inversión, monopolios y directores de grandes
corporaciones. Estos individuos y organizaciones buscan únicamente su propio
beneficio o el de sus empresas, sin ningún interés real en beneficiar al
público, excepto cuando las demandas de mejores condiciones de vida incrementan
la demanda de bienes y servicios, lo cual, según la ley de oferta y demanda,
aumenta sus ganancias.
Las características de los métodos empleados por estos grupos incluyen:
- La explotación del potencial humano.
- La manipulación de los principales recursos
planetarios.
- La promoción de guerras para beneficios
comerciales y personales.
En todas las naciones existen hombres y organizaciones responsables de
perpetuar este sistema capitalista. Las redes de negocios y su dominio
financiero sobre la humanidad existían incluso antes de las grandes guerras.
Estas organizaciones han operado y siguen operando en todos los países,
formando un grupo internacional estrechamente interconectado que trabaja en
completa unidad de ideas e intenciones.
En el pasado, sus miembros pertenecían tanto a las Naciones Aliadas como a
las Potencias del Eje. Colaboraban antes, durante, e incluso después de la
guerra, utilizando directorios entrelazados, nombres falsos y organizaciones
encubiertas. Contaron con el apoyo de naciones neutrales que compartían su
ideología. A pesar de las catástrofes que provocaron en el mundo, se
reorganizaron, renovaron sus métodos y continuaron sin alterar sus objetivos ni
romper sus relaciones internacionales.
Hoy, estos grupos representan la mayor amenaza para la humanidad. Controlan
la política, compran a figuras prominentes de cualquier nación a través del
sistema de puertas giratorias y aseguran el silencio mediante amenazas, dinero
y temor. Acumulan riquezas, compran una falsa popularidad mediante actividades
filantrópicas, y llevan una vida cómoda y lujosa, ajenos a la pobreza, el
sufrimiento y la miseria que afectan a millones de personas.
Antiguamente, contribuían a obras de caridad y a la Iglesia; hoy lo hacen a
través de una supuesta filantropía, como campañas de vacunación, en gran parte
para aliviar su conciencia y evadir impuestos. Proporcionan empleo a millones,
pero con salarios tan bajos que impiden a los trabajadores disfrutar de
comodidades básicas, descanso, cultura o viajes.
Denuncié anteriormente que, junto a la lista de las personas más ricas del
mundo, debería figurar el número de “esclavos” que han hecho posible su
riqueza. Resulta aterrador constatar cómo el capital ha tomado el control de
todos los principales medios de comunicación que, en lugar de informar, se han
convertido en herramientas de adoctrinamiento. La independencia de los medios
ha desaparecido, facilitada por los gobernantes que utilizan estos medios para
su propio beneficio y perpetúan el sistema.
Esto es, sin duda, una acusación grave. Sin embargo, cualquiera puede
comprobar su veracidad con un mínimo de atención y análisis.
Sin embargo, existen aquellos que, dentro del sistema capitalista, son
conscientes del peligro que enfrentan los intereses económicos, y cuya
tendencia natural es pensar con criterio más amplio y humanitario. Estos forman
dos grupos importantes:
Primero, los que son verdaderos
humanitarios, buscan el bien de sus semejantes y no desean explotar a las masas
ni beneficiarse con la miseria ajena. Han alcanzado posiciones de poder e
influencia, ya sea por su capacidad o porque han heredado posiciones financieras
que les imponen la responsabilidad de manejar los millones puestos bajo su
control. Con frecuencia, se ven entorpecidos por sus socios empresariales y
están limitados por reglamentos debido a su responsabilidad hacia los
accionistas. Comprenden que, independientemente de lo que hagan, luchen o
renuncien, la situación general permanecerá igual. Esta tarea es demasiado
pesada para un solo individuo, lo que genera en ellos una profunda impotencia.
Son nobles y justos, honrados y bondadosos, sencillos en sus modos de vivir,
poseen un claro sentido de los valores, pero muy poco pueden hacer de manera
decisiva.
Segundo, los que son suficientemente
hábiles para interpretar los acontecimientos de la época y comprender que el
sistema capitalista no puede sostenerse indefinidamente ante las crecientes
demandas de la humanidad y la constante aparición de valores espirituales. Como
consecuencia, han cambiado sus métodos, universalizado sus negocios e
instituido ciertos beneficios económicos y sociales para sus empleados. Su
egoísmo inherente los impulsa a introducir cambios, y su instinto de
conservación determina sus actitudes.
Entre estos dos grupos se encuentran aquellos que no encajan en ninguno de
ellos, quienes constituyen un terreno fértil tanto para la propaganda de los
capitalistas egoístas como para las ideas de los humanitarios altruistas.
Sería de valor agregar que, además del pensamiento egoísta y los móviles
separatistas que caracterizan al sistema capitalista, también existen
comerciantes que hacen todo lo posible para explotar a sus empleados y
proveedores, y que, si tienen la oportunidad, no dudan en engañar a sus
clientes. Tampoco se puede ignorar el rol de los intermediarios y
especuladores.
Tenemos que luchar contra el espíritu egoísta universal y el ansia de poder
de estas élites mundiales. Las guerras han sido una especie de depuración que
ha abierto los ojos de la humanidad en todas partes, haciéndole ver la
verdadera causa subyacente: el malestar económico que resulta de la explotación
de los recursos del planeta por parte de un grupo internacional de personas
egoístas y con ambiciones desmedidas.
Pero hoy tenemos la oportunidad de cambiar las cosas.
Veamos ahora el grupo opuesto: el trabajo.
Frente al poderoso grupo que representa el sistema capitalista, tanto a
nivel nacional como internacional, se encuentra otro grupo igualmente
influyente: los Sindicatos Obreros y sus dirigentes. Ambos tienen alcance
global. Queda por ver cuál de los dos dominará con el tiempo y eventualmente en
el planeta, o si surgirá un tercer grupo, formado por idealistas prácticos, que
logre hacerse cargo de la situación. Mi posición no está a favor ni del
capitalismo ni del trabajo tal como actualmente operan; mi postura es
simplemente a favor de la humanidad.
Si nos remitimos a la historia de miles de años, los ricos terratenientes,
los jefes tribales, los señores feudales, los propietarios de esclavos, los
mercaderes y los ejecutivos han ejercido el poder explotando al pobre y
buscando la máxima producción al menor coste posible. Esto no es nada nuevo.
En la Edad Media, los trabajadores explotados, los artesanos hábiles y los
constructores de catedrales comenzaron a formar gremios y logias para
protegerse entre sí, intercambiar conocimientos y perfeccionar su oficio. Estos
grupos adquirieron poder con el paso de los siglos, pero la situación de
millones de hombres, mujeres y niños trabajadores sigue siendo lamentable.
Con la invención de la maquinaria durante los siglos XVIII y XIX, las
condiciones de los trabajadores se deterioraron drásticamente. Las vidas de los
obreros se tornaron abominables, insalubres y peligrosas para la salud debido
al crecimiento acelerado y desordenado de las zonas urbanas alrededor de las
fábricas. En muchos lugares del mundo, estas condiciones aún persisten.
La explotación de los niños se intensificó; los talleres clandestinos
prosperaron, y el capitalismo moderno alcanzó su apogeo. La enorme brecha entre
los muy pobres y los muy ricos se convirtió en la característica predominante.
Desde la perspectiva del desarrollo evolutivo y espiritual planeado para la
familia humana, capaz de proporcionar un modo de vida civilizado, justo y
equitativo, esta situación no podía haber sido peor.
El egoísmo comercial creció, al igual que el descontento de las masas. Los
muy ricos ostentaban sus riquezas frente a los pobres y adoptaban un
paternalismo que no hacía más que exacerbar las tensiones. Entre las masas
extenuadas, que con su trabajo habían contribuido a la riqueza de las clases
privilegiadas, se desarrolló un espíritu revolucionario.
Gradualmente, empleados y obreros comenzaron a unirse para protegerse
mutuamente y defender sus derechos legítimos. Surgió la Unión Obrera, equipada
con dos formidables herramientas: la huelga y la educación como medios para
alcanzar la libertad. Muchos trabajadores descubrieron que la unión hacía la
fuerza y que, al estar unidos, podían desafiar a los patronos y exigir salarios
dignos, mejores condiciones de vida y más horas de descanso, derechos
inalienables de cualquier ser humano.
El constante aumento del poder de los trabajadores y su fuerza
internacional es un fenómeno bien conocido y ha transformado significativamente
el panorama laboral y social en muchas partes del mundo.
Entre los dirigentes de las uniones obreras surgieron individuos poderosos.
Algunos patronos, interesados sinceramente en el bienestar de sus empleados,
apoyaron y ayudaron a estos líderes. Sin embargo, esta fue una minoría
relativamente pequeña que debilitó la confianza y el poder de la mayoría.
La lucha de los trabajadores continúa; constantemente logran mejoras,
exigen menos horas de trabajo y mejores salarios, y cuando sus demandas son
rechazadas, recurren al derecho de huelga. Si bien la huelga fue benéfica y
útil en sus inicios, se está convirtiendo en una herramienta tiránica en manos
de individuos sin escrúpulos que buscan su propio interés.
Actualmente, algunos líderes sindicales han acumulado tanto poder que se
han convertido en dictadores, explotando a las masas obreras a las que antes
servían. Ejemplos de esta situación pueden observarse en Argentina y otros
países. El movimiento obrero se ha enriquecido excesivamente, y las grandes
organizaciones nacionales, en todas partes, han acumulado vastas riquezas. En
nuestro país, estas organizaciones son motivo de escándalo constante, y los
poderes públicos, utilizando los impuestos de la ciudadanía, continúan
fortaleciendo su poder.
A pesar de estos problemas, los trabajadores y los gremios obreros han
realizado una labor noble. Han elevado el trabajo al lugar que merece en la
vida de muchas naciones y resaltado la dignidad esencial del ser humano. Sin
embargo, no todo está bien en el movimiento obrero, y surge la necesidad de una
posible limpieza drástica.
Es fundamental considerar si pueden implementarse métodos diferentes y
mejores para consolidar las libertades y garantizar correctas relaciones
humanas. Si aceptamos que deben existir correctas relaciones humanas entre las
naciones, también es evidente que tales relaciones deben establecerse entre el
capital y el trabajo, así como entre las organizaciones obreras en conflicto.
Actualmente, algunas organizaciones de trabajadores se han convertido en
dictaduras que utilizan amenazas, miedo y fuerza para lograr sus objetivos.
Muchos de sus líderes son hombres poderosos y ambiciosos, profundamente
atraídos por el dinero y decididos a ejercer el poder.
La principal ventaja del movimiento obrero sobre el capital radica en que
actúa en nombre de millones de personas, mientras que el capitalismo opera
principalmente en beneficio de unos pocos.
Preguntas fundamentales:
- ¿Debe mantenerse en el poder el sistema
capitalista?
- ¿Es totalmente malo?
- ¿No son los capitalistas
también seres humanos?
- ¿No se convertirá el trabajo en una tiranía?
- ¿Qué sucede con el creciente
poder de los sindicatos y sus dirigentes?
- ¿Pueden trabajo y capital llegar a un
entendimiento práctico o una combinación?
- ¿Estamos frente a otra forma
de guerra entre ambos grupos?
- ¿Cómo puede aplicarse la ley de oferta y
demanda para garantizar justicia y abundancia para todos?
- ¿Deben los gobiernos adoptar alguna forma de
control totalitario?
- ¿Es necesario este control
para satisfacer las demandas de oferta y consumo?
- ¿Deben implementarse leyes
dirigidas al bienestar y a objetivos materialistas?
- ¿Qué norma de vida será esencial para el
futuro de la humanidad?
- ¿Tendremos una civilización
puramente materialista o una orientación espiritual global?
- ¿Qué puede hacerse para evitar que los
intereses capitalistas vuelvan a explotar el mundo?
- ¿Qué subyace realmente en las dificultades
materialistas actuales?
Esta última pregunta puede responderse con una conocida afirmación: “El
amor al dinero es la raíz de todo mal”. Esto nos lleva a la debilidad
fundamental de la humanidad: el deseo. El dinero es tanto el resultado
como el símbolo de ese deseo.
Este deseo es la causa subyacente tanto en el simple proceso de trueque e
intercambio —como lo practicaban los primitivos salvajes— como en la complicada
y formidable estructura financiera y económica del mundo moderno. Este deseo
exige satisfacer necesidades, adquirir objetos y posesiones, alcanzar la
comodidad material, y buscar la acumulación de bienes, poder y supremacía que
sólo el dinero puede proporcionar.
El deseo por el dinero controla y domina el pensamiento humano,
convirtiéndose en la esencia de nuestra civilización moderna. Es también el
pulpo que lentamente sofoca la vida, el esfuerzo y la decencia humanas; es la
“piedra de molino” que cuelga del cuello de la humanidad, arrastrándola hacia
abajo.
Competir por la supremacía y buscar poseerla ha sido el principio
fundamental del ser humano común. Este principio se manifiesta de diversas
maneras:
- Un hombre contra otro.
- Un propietario contra otro.
- Un negocio contra otro.
- Una organización contra otra.
- Un partido político contra otro.
- Una nación contra otra.
- El trabajo contra el capital.
Hoy en día, es ampliamente reconocido que el problema de la paz y la
felicidad está relacionado principalmente con los recursos del mundo y con la
propiedad y distribución de esos recursos.
En nuestros medios de comunicación —controlados y secuestrados por
intereses económicos— predominan palabras relacionadas con la estructura
financiera de la economía humana, como: interés bancario, salarios, deuda
nacional, reparaciones, cárteles y consorcios, finanzas e impuestos. Estas
palabras no sólo controlan nuestros planes, sino que también despiertan
envidia, alimentan odio y antipatía hacia otras naciones, y nos enfrentan unos
contra otros.
Sin embargo, existe un gran número de personas cuyas vidas no están
dominadas por el amor al dinero y que son capaces de pensar en términos de
valores más elevados. Estas personas representan la esperanza para el futuro.
A pesar de ello, estas personas están individualmente atrapadas dentro del
sistema. Aunque no aman el dinero, lo necesitan y deben poseerlo. Los
tentáculos del mundo comercial las envuelven; deben trabajar y ganar lo
suficiente para vivir, y las obras que desean realizar en beneficio de la
humanidad no pueden llevarse a cabo sin fondos.
La tarea que enfrentan hoy los hombres y mujeres de buena voluntad de todas
partes parece demasiado pesada, y los problemas a resolver son casi insolubles.
Dichas personas se formulan las siguientes preguntas: ¿Podrá terminar el
conflicto entre el capital y el trabajo y, con ello, renacer un nuevo mundo?
¿Cambiarán las condiciones de vida tan radicalmente que las correctas
relaciones humanas puedan ser establecidas en forma permanente?
Estas relaciones pueden establecerse por las siguientes razones:
- La humanidad, que ha sufrido tan
terriblemente durante los últimos doscientos cincuenta años, pudo haber
hecho los cambios necesarios, y en parte los hizo, antes de que el dolor y
la agonía fuesen olvidados y sus efectos hubiesen desaparecido de la conciencia
del hombre.
Tales pasos debieron darse inmediatamente, mientras los males del pasado
eran todavía evidentes, pero no se dieron.
- La liberación de la energía del átomo debió
ser considerada como la inauguración definitiva de una nueva era.
Todavía estamos a tiempo y debería cambiar tan completamente nuestro modo
de vivir que muchos de los proyectos formulados hasta ahora serán de carácter
provisional. Estos ayudarán a la humanidad a hacer la gran transición del
sistema materialista que hoy predomina a otro sistema que tendrá como
característica básica las correctas relaciones humanas. Este nuevo y mejor modo
de vivir se implantará por dos principales razones:
- La estrictamente espiritual
de la hermandad humana.
Esto podría ser considerado como una razón mística y visionaria, pero sus
efectos están controlando ya más de lo que se cree.
- La del móvil puramente
egoísta de la autoconservación.
El descubrimiento de la liberación de la energía atómica no solo ha puesto
en las manos humanas una poderosa fuerza que trajo inevitablemente nuevos y
mejores modos de vivir, sino también una terrible arma, capaz de borrar a la
familia humana de la faz de la tierra.
- El constante y abnegado trabajo de los
hombres y mujeres de buena voluntad en todos los países.
Debido al descubrimiento de la energía nuclear, el capital y el trabajo
enfrentan un problema cada uno, problemas que alcanzarán un punto máximo de
crisis en los próximos años. Ojalá solo se quede en eso.
El dinero, la acumulación del capital y el monopolio de los recursos de la
tierra para la explotación organizada, serían inútiles y triviales, siempre que
tales fuentes de energía, y su modo de liberarla, permaneciesen en manos de los
representantes elegidos por el pueblo, y no fuesen la posesión secreta de
ciertos grupos de hombres poderosos o de determinada nación.
La energía atómica pertenece a la entera humanidad. La responsabilidad de
su control debería residir en manos de los hombres de buena voluntad. Pero no
ha sido así y ahora ya vemos las funestas consecuencias de tan descomunal
descuido. Naciones prácticamente insignificantes, en el contexto mundial, son
una constante amenaza global.
Sin embargo, hasta que la humanidad no llegue a comprender plenamente las
correctas relaciones humanas, será necesario que un grupo internacional de
hombres y mujeres de buena voluntad —dignos de confianza y elegidos por el
pueblo— se encarguen de resguardar este potencial. Está claro que el Organismo
Internacional de Energía Atómica ha sido otro fracaso más de nuestra humanidad.
La liberación de la energía atómica representa, en todos los reinos de la
naturaleza, la primera de muchas grandes liberaciones por venir. La gran
liberación que aguarda a la humanidad permitirá la expresión plena de los
poderes creadores de la raza, las potencias espirituales y los desarrollos
psíquicos que demostrarán y evidenciarán la divinidad y la inmortalidad del ser
humano.
La clave que debe enfatizarse y la palabra que debe resonar es: humanidad.
Solo la fuerza de un concepto predominante puede salvar al mundo de la
inminente y mortal lucha económica. Este concepto es necesario para impedir
tanto el resurgimiento de los antiguos sistemas materialistas como el control
sutil ejercido por los intereses financieros y el violento descontento de las
masas.
Se debe fomentar la creencia en la unidad humana. Debemos considerar
esta unidad como un valor digno de lucha e incluso sacrificio, y debe
convertirse en el nuevo fundamento para todas nuestras organizaciones
políticas, religiosas y sociales, así como en el tema principal de nuestros
sistemas educativos. Unidad humana, comprensión humana, relaciones humanas,
justicia humana y la unidad esencial de todos los hombres son los únicos
conceptos sobre los que podemos construir un nuevo mundo. Estos principios son
indispensables para abolir la competencia, poner fin a la explotación de un
sector de la humanidad por otro y superar la actual injusta distribución de la
riqueza del planeta.
Mientras persistan los extremos de riqueza y pobreza, los seres humanos no
podrán alcanzar su verdadero destino.
Es hora de dejar de lado las disputas entre el Capital y el Trabajo y echar
un vistazo, aunque sea breve, al problema de las minorías. Al iniciar este
análisis, es útil recordar que el problema que estamos considerando puede
rastrearse hasta una de las debilidades humanas más destacadas: la desunión.
No existe pecado mayor que este, pues es responsable de una amplia gama de
males humanos. La desunión fomenta la lucha entre hermanos, prioriza
exclusivamente los intereses personales y egoístas, conduce inevitablemente al
crimen y la crueldad, y constituye el mayor obstáculo para la felicidad global.
Pone a un hombre contra otro, a un grupo contra otro, a una clase contra otra y
a una nación contra otra.
Este sentido destructivo de superioridad engendra la perniciosa doctrina de
razas y naciones superiores e inferiores, promueve el egoísmo económico, genera
barreras económicas y la explotación de seres humanos, y perpetúa la condición
de los que poseen frente a los desposeídos. La desunión da una importancia
desmedida a las adquisiciones materiales, las fronteras y la peligrosa doctrina
de la soberanía nacional con sus diversas implicaciones egoístas.
Además, fomenta la desconfianza entre los pueblos y el odio en todo el
mundo, lo que ha conducido desde los inicios de la humanidad a crueles y
destructoras guerras.
En el presente, esta desunión nos ha llevado a un estado de enfrentamiento
global tan generalizado que las personas de todas partes comienzan a reconocer
que, sin un cambio fundamental, la humanidad podría ser destruida.
Pero, ¿quién llevará a cabo este cambio necesario? ¿Dónde está el líder
capaz de guiarlo? ¿Es posible identificar su figura en algún lugar de esta
bendita tierra?
La humanidad debe enfrentar esta situación en toda su magnitud. Si afronta
esta expresión fundamental del mal universal —la desunión—, podrá realizar el
cambio necesario y darse a sí misma la oportunidad de actuar correctamente.
Este paso permitirá el establecimiento de correctas relaciones humanas y
allanará el camino hacia un futuro mejor.
Desde el punto de vista de este tema, el problema de las minorías, ese
sentido de desunión —en sus numerosos y amplios efectos— se divide en dos
categorías principales, las cuales se hallan tan íntimamente relacionadas que
es casi imposible considerarlas por separado.
Primero, existe el espíritu de nacionalismo con su sentido de soberanía y
sus deseos y aspiraciones egoístas. Uno de sus peores aspectos es poner a una
nación contra otra y, dentro de la misma nación, unas regiones contra otras.
Fomenta el sentido de superioridad nacional y conduce a los ciudadanos de una
nación a considerarse, ellos y sus instituciones, superiores a los de otra
nación; cultiva el orgullo de raza, la historia, las posesiones y el progreso
cultural; fomenta arrogancia, jactancia y desprecio por otras civilizaciones y
culturas, lo cual es dañino y denigrante. También engendra la tendencia a
sacrificar los intereses de otros en bien de los propios, y a no querer admitir
que “Dios ha hecho iguales a todos los hombres”.
Este tipo de nacionalismo es universal y predomina en todas partes; ninguna
nación está libre de él. Indica ceguera, crueldad y falta de proporción, por lo
cual el género humano está pagando ya un excesivo precio, y si esto persiste
llevará a la humanidad a la ruina.
Es innecesario decir que existe un nacionalismo ideal, que es lo contrario
de todo esto, pero aún solo existe en las mentes de unos pocos iluminados de
cada nación. No es todavía un aspecto efectivo y constructivo de nación alguna;
continúa siendo un sueño, una esperanza y, queremos creer, una intención fija.
Este tipo de nacionalismo fomenta en forma correcta su civilización individual,
pero como contribución al bien general de la comunidad de naciones y no como
medio de su propia gloria. Defiende su constitución, sus territorios y su
pueblo a través de la rectitud de su expresión viviente, la belleza de su modo
de vivir y el altruismo de sus actitudes. No infringe, bajo ningún pretexto,
los derechos de otros pueblos o naciones. Aspira a mejorar y a perfeccionar su
propio modo de vivir, para que todo el mundo se beneficie. Es un organismo
viviente, vital y espiritual, y no una organización materialista y egoísta.
Segundo, tenemos el problema de las minorías raciales, que constituye hoy
un problema, aunque menor que en el pasado reciente, debido a su relación con
esas naciones dentro de y entre las cuales se encuentran. En gran parte es el
problema de la relación entre los débiles y los fuertes, los pocos y los
muchos, los desarrollados y los subdesarrollados, un credo religioso y otro más
poderoso y dominante. Está estrechamente vinculado con el problema del
nacionalismo, del color, del proceso histórico y del propósito futuro, siendo
en la actualidad y en todo el mundo, uno de los mayores problemas.
Al considerar el tema debemos hacer dos cosas: primero, saber qué es lo que
hace que un pueblo, una raza o una nación se conviertan en una minoría; y
luego, cómo llegar a una solución. El mundo está invadido por el clamor de las
minorías que, correcta o erróneamente, acusan a las mayorías. Algunas mayorías
se preocupan sinceramente de que se haga justicia a las minorías que luchan y
reclaman; otras las utilizan como “puntos de debate” para sus propios fines, o
apoyan la causa de las naciones pequeñas y débiles, no por razones
humanitarias, sino por poder político.
Existen minorías nacionales e internacionales. Hoy en día, a escala
internacional, continúa la lucha de las minorías. La Federación Rusa busca
ejercer su influencia en todas direcciones y, como si eso fuera poco, está
empeñada en un expansionismo bélico. Estados Unidos intenta mantener su
posición de máximo control en Centro y Sudamérica, así como en el Lejano
Oriente, tanto comercial como políticamente, siendo calificado en esos países
(con razón o sin ella) de imperialista. Gran Bretaña se esfuerza por proteger
su "línea vital" hacia Oriente mediante movimientos políticos en el
Cercano Oriente. Francia, por su parte, trata de recuperar el poder perdido,
apoyando la causa de las pequeñas naciones europeas.
Mientras estas grandes potencias se ocupan de sus políticas y de afirmarse
en su lugar en el mundo, las masas en todos los países, grandes y pequeños,
están llenas de temores e incertidumbres. Están hartas de guerras, cansadas de
la incertidumbre y atemorizadas por las perspectivas del futuro. Estas masas
están agotadas hasta en sus almas por tanta lucha y discusión. Solo desean
vivir con seguridad, contar con lo necesario para subsistir, educar a sus hijos
dentro de una medida razonable de cultura civilizada y habitar en un país con
una economía sana, una religión activa y un sistema educativo adecuado.
Hoy, igual que en el pasado, los problemas de dos minorías atraen la
atención pública. Si estos problemas se resolvieran, se daría un gran paso
hacia la comprensión mundial:
- El problema judío.
Los judíos constituyen una minoría internacional muy emprendedora y
notablemente bulliciosa. Son una minoría en prácticamente todas las naciones
del mundo, lo que hace que su problema sea excepcional.
- El problema de los negros.
Este es otro problema excepcional. Los negros son mayoría en el gran
continente africano, que sigue subdesarrollado, y una minoría en los Estados
Unidos, donde la situación es especialmente preocupante. Este problema es único
en el sentido de que esencialmente es un problema de los blancos, quienes lo
han creado y perpetuado, y serán ellos quienes tendrán que resolverlo.
Si se tuviera una idea clara de la significación de estos problemas, tanto
en el plano material como espiritual, y de las responsabilidades implicadas,
sería de gran utilidad.
En el caso de los judíos, el pecado del separatismo es profundamente innato
en su raza, así como en los pueblos entre quienes viven. Sin embargo, los
judíos son en gran parte responsables de perpetuar esta separación. En el caso
de los negros, el instinto de separatividad proviene de los blancos. Los negros
luchan por poner fin a esta separación, y por ello las fuerzas espirituales del
mundo están de su lado.
El problema judío es muy antiguo y ampliamente conocido. Resulta difícil
abordarlo sin correr el riesgo de parecer vulgar, prejuicioso o provocar una
reacción de rechazo por parte de los judíos. Sin embargo, no sirve de nada
limitarse a repetir lo que es aceptable para todos o lo que coincide con puntos
de vista generalizados. Hay cosas que deben decirse, aunque no sean conocidas o
hayan sido planteadas previamente con un espíritu crítico o antisemita, en
lugar de con un espíritu de amor, como se intenta hacer aquí.
Antes del encarnizado e imperdonable ataque de Hitler y el nazismo contra
ellos durante la Segunda Guerra Mundial, los judíos vivían en todos los países
y eran ciudadanos de dichos países. Mantenían intactas su identidad racial, su
modo de vida y su religión nacional —un privilegio al que todos tienen
derecho—, junto con una peculiar y estrecha adhesión a su raza.
Aunque otros grupos también han preservado su identidad racial y cultural,
lo han hecho en menor grado y, con el tiempo, fueron absorbidos y asimilados
por las naciones de las que formaban parte. Sin embargo, los judíos siempre han
constituido una nación dentro de otra. Esto no ha ocurrido tanto en países como
Gran Bretaña, Holanda, Francia e Italia, donde no existe un fuerte sentimiento
antisemita.
La complejidad del problema judío y su particularidad histórica requieren
ser abordadas con un espíritu constructivo y sin prejuicios, entendiendo tanto
sus raíces como sus implicaciones actuales.
En todos los países y a lo largo de las épocas, los judíos se han dedicado
al comercio y a la gestión del dinero; son personas esencialmente comerciantes
y solidarias entre sí, que han mostrado poco interés por la agricultura,
excepto en los últimos tiempos en Israel. A sus marcadas tendencias
materialistas han añadido un gran sentido de la belleza y un concepto artístico
que han aportado mucho al mundo del arte. Siempre han sido protectores de la
belleza y están entre los grandes filántropos del mundo. Sin embargo, sus
métodos comerciales, en algunos casos dudosos, han provocado una notable
desconfianza y antipatía en el mundo de los negocios.
Siguen siendo un pueblo esencialmente oriental, algo que los occidentales a
menudo olvidamos. Si lo recordáramos, entenderíamos que los conceptos
orientales sobre la verdad, la honestidad, el uso y la posesión del dinero son
muy diferentes de los occidentales. Aquí radica parte de la dificultad. No se
trata de juzgar lo correcto o incorrecto, sino de reconocer las diferencias en
las normas y actitudes raciales inherentes compartidas por todo Oriente.
El judío moderno es también el producto de siglos de persecución y
emigración. Ha vivido errante de un país a otro y de una ciudad a otra, y esta
experiencia ha desarrollado en él hábitos de vida y pensamiento que los
occidentales no suelen entender ni considerar. Por ejemplo, los judíos, como
consecuencia de vivir en tiendas durante siglos, tienden a ser percibidos como
menos meticulosos en sus comunidades, algo que ni siquiera los occidentales
menos organizados suelen aceptar fácilmente.
Además, debido a la necesidad de sobrevivir durante siglos a costa de los
pueblos entre los que han peregrinado, los judíos han desarrollado una
habilidad para aprovechar oportunidades y garantizar lo mejor para sus hijos,
independientemente de lo que ello pudiera costar a los demás. Han mantenido su
identidad en medio de razas extranjeras, conservando en lo posible su religión,
tabúes y antiguas tradiciones nacionales. Esto les ha permitido sobrevivir a
persecuciones, pero también les ha llevado a ser la raza más conservadora y
reaccionaria del mundo.
Durante siglos, los judíos ortodoxos han enfatizado la pureza racial y han
contraído matrimonio dentro de su comunidad. Sin embargo, los judíos jóvenes y
modernos han relajado esta práctica, aceptando con más frecuencia los
matrimonios con gentiles, aunque esta actitud no es compartida por las
generaciones mayores ni por algunos gentiles.
Los judíos, en general, son buenos ciudadanos, respetuosos de la ley,
bondadosos y decentes en sus maneras. Están ansiosos por participar en la vida
comunitaria y dispuestos a contribuir con su dinero cuando se les solicita. Sin
embargo, tienden a mantenerse separados. A lo largo de la historia, han tendido
a agruparse como medida de protección y tranquilidad comunitaria. Esta
tendencia también fue fomentada por los gentiles, quienes en muchos países
impusieron restricciones que limitaban dónde podían residir, comprar
propiedades o establecerse.
Debido a su capacidad para prosperar y vivir dentro de una nación mientras
mantenían su identidad y evitaban una asimilación completa, los judíos han sido
objeto de constantes persecuciones.
A pesar de todo, en cada nación hay judíos respetados y queridos por
quienes los conocen, sean judíos o gentiles. Estos individuos pertenecen a la
gran aristocracia espiritual de la humanidad y, aunque actúan dentro de cuerpos
judíos y llevan nombres judíos, han trascendido las características nacionales
y raciales. Estos hombres y mujeres, cuyo número sigue creciendo, son la
esperanza de la humanidad y la garantía de un mundo nuevo y mejor.
El principal factor que ha llevado al judío al separatismo y a desarrollar
un característico complejo de superioridad (oculto bajo una apariencia de
inferioridad) es su fe religiosa. Su credo, uno de los más antiguos del mundo,
es varios siglos más antiguo que el budismo, la mayoría de los credos hindúes y
el cristianismo.
Es una religión diseñada cuidadosamente para proteger al judío errante.
Tiene una base materialista que enfatiza "la tierra de abundante leche y
miel", un objetivo literal en aquellos tiempos. Su religión exige
separatismo:
- Dios es el Dios de los judíos.
- Los judíos son el pueblo elegido por Dios.
- Deben mantener su pureza física y
espiritual.
- Su bienestar es primordial para Jehová.
- Poseen un fuerte sentido mesiánico.
La obediencia a estos principios ha definido su situación en el mundo
moderno y ha perpetuado su condición de pueblo separado, influyendo
significativamente en su posición histórica y cultural.
La palabra “amor”, en lo que concierne a la relación con otros pueblos, ha
sido omitida en esta religión, aunque se enseña el amor a Jehová con las
debidas amenazas. El concepto de una vida futura que dependa de la conducta,
del comportamiento respecto a los demás y de la correcta acción en el mundo de
los hombres ha sido totalmente omitido en el Antiguo Testamento. En ninguna
parte se resalta la inmortalidad, y aparentemente la salvación depende del
respeto a numerosas leyes y reglas físicas relacionadas con la limpieza
corporal. Estos factores, y otros de menor importancia, son los que mantienen
apartados a los judíos, quienes los cumplen sin importar cuán anticuados o
inconvenientes sean para los demás.
Estos factores reflejan la complejidad del problema desde el punto de vista
judío y su antagónica y enervante relación con los gentiles, un factor que el
judío rara vez reconoce. El gentil de hoy no recuerda ni se preocupa por el
hecho de que los judíos fueron quienes, según el Nuevo Testamento, crucificaron
a Cristo. Más bien, tiende a recordar que Cristo fue judío y se sorprende de
que los judíos no sean los primeros en aclamarlo y amarlo. El gentil suele
fijarse en los métodos marcadamente comerciales de los judíos, así como en el
hecho de que un judío ortodoxo considere impuro el alimento del gentil y
priorice sus obligaciones raciales sobre su ciudadanía. Además, considera que
la religión judía está obsoleta, siente una intensa antipatía por el cruel y
celoso Jehová de los judíos y percibe el Antiguo Testamento como la historia de
un pueblo muy cruel y agresivo, salvo por los Salmos de David, que son amados
por todos quienes los conocen.
Estos son puntos a los que el judío nunca ha prestado atención y que, sin
embargo, lo han separado del mundo en el que desea vivir y ser feliz, quedando
atrapado en una herencia que podría ser muy beneficioso modernizar.
Durante siglos, el gentil no ha querido a su hermano judío, quien ha sido
perseguido de un lugar a otro, viéndose constantemente obligado a seguir su
camino a través del desierto, desde Egipto hasta la Tierra Santa, y siglos
después al valle de Mesopotamia. Desde entonces, grandes corrientes de judíos
errantes han emigrado ininterrumpidamente al norte, sur, oeste, y una pequeña
parte al este, siendo expulsados de ciudades y países, entre ellos España
durante la Edad Media. Después de un período de relativa tranquilidad,
nuevamente fueron desplazados, viéndose obligados a vagar por Europa sin hogar,
junto con miles de personas de otras nacionalidades, inermes y en manos de un
cruel destino. Algunos no estaban desamparados, sino organizados por ciertos
grupos políticos con fines internacionales y egoístas.
Incluso en países donde el sentimiento antisemita había sido prácticamente
inexistente durante décadas, dicho antagonismo está resurgiendo. En Gran
Bretaña, se puede observar cómo levanta su maligna cabeza, y en Estados Unidos
representa una amenaza creciente. A los gentiles les corresponde poner fin, de
una vez por todas, a este ciclo de persecuciones. Por su parte, los judíos
deben dar los pasos necesarios para no despertar la antipatía de los ciudadanos
entre quienes viven.
La necesidad actual de los judíos es resolver este antiguo problema que ha
perturbado la paz de los países a lo largo de los siglos. La responsabilidad de
los gentiles, a la luz de las demandas humanitarias, es vital. El historial de
persecución de los judíos es una historia cruel y terrible, cuyo único paralelo
se encuentra en el trato que ellos mismos dieron a sus enemigos, según lo
relata el Antiguo Testamento. El destino de los judíos durante la última guerra
mundial es un relato de crueldad, tortura y asesinato en masa; el trato que han
recibido a lo largo de las épocas es uno de los capítulos más oscuros de la
historia humana, sin justificación ni excusa. Las personas con pensamiento
correcto, presentes en todas partes, claman para que terminen tales
persecuciones.
Esto solo se solucionará cuando los mismos judíos busquen hallar una
solución y abandonen sus exigencias de que los gentiles y cristianos hagan
todas las concesiones, solucionen el problema y, sin la ayuda de los judíos,
pongan fin a la situación. (El sionismo y la creación del estado de Israel son
asuntos políticos que no se abordan aquí). Los judíos claman constantemente por
justicia y ayuda, culpando de sus desdichas a las naciones no judías. Sin
embargo, rara vez reconocen que hay condiciones de su parte que justifican la
antipatía general que despiertan. Tampoco consideran las civilizaciones y
culturas en las que viven, e insisten en permanecer separados. Culpan a otros
de su aislamiento, pero lo cierto es que, como ciudadanos, se les ha dado
iguales oportunidades en todos los países de mente abierta.
Han establecido antiguas normas de vida dentro de otras naciones y, como
ciudadanos con todos los derechos que confiere la ciudadanía, han levantado una
muralla física y cultural de prohibiciones, hábitos y costumbres religiosas que
los separa de su entorno e impide su asimilación. No existe otro problema igual
en el mundo: es un pueblo con raza, religión, objetivos, características y
cultura bien definidas; una civilización excepcionalmente antigua y muy
conservadora, diseminada como minoría en todas las naciones. Aunque se trató de
abordar el problema con la creación del estado de Israel, las consecuencias
actuales son claras. Este pueblo posee grandes riquezas e influencias y crea
disensiones continuas entre las naciones, pero no parece buscar una solución
armoniosa, ni demuestra una comprensión psicológica del entorno gentil al que
debe apelar constantemente. Presentan solo soluciones materialistas y exigen
casi abusivamente que los gentiles asuman toda la culpa y terminen con las
dificultades.
Este problemático hijo dentro de la familia humana es, no obstante, un hijo
del Padre Uno, espiritualmente identificado con todos los hombres. Lo que aquí
se expone nace del amor por todos. Los pueblos saben que no hay “ni judío ni
gentil”, como lo expresó San Pablo al enfrentar este mismo penoso problema hace
2.000 años. Ojalá todos los judíos de hoy puedan verlo de esa manera y actúen
en consecuencia, antes de que el "ojo por ojo y diente por diente"
nos deje a todos ciegos y desdentados.
El problema de la raza negra es completamente distinto al de los judíos. En
el caso de los judíos, tenemos un pueblo extraordinariamente antiguo que,
durante miles de años, ha desempeñado un papel importante en la historia del
mundo. Ha desarrollado una cultura propia y se ha identificado con una
civilización que le ha permitido ocupar un lugar en igualdad de condiciones con
los llamados “pueblos civilizados”.
Por otro lado, el caso de los negros puede considerarse como el de un
pueblo que, en los últimos doscientos cincuenta años, ha comenzado a ascender
en la escala de las realizaciones humanas. Durante este tiempo, ha logrado un
progreso sorprendente, enfrentando enormes dificultades y oposiciones. Hace
doscientos cincuenta años, todos los negros vivían en África, donde aún reside
una gran parte de ellos. En aquel entonces, eran considerados por europeos y
americanos como "salvajes", divididos en innumerables tribus. Vivían
en un estado primitivo, natural y guerrero, sin educación en el sentido
moderno, regidos por caciques, guiados por los dioses de la tribu y dominados
por tabúes.
Sus características eran muy diversas: el pigmeo y el guerrero de Botsuana,
por ejemplo, no compartían semejanza alguna, salvo el color de su piel. Las
tribus luchaban constantemente entre sí e invadían mutuamente sus territorios.
Durante siglos, los negros han sido explotados y esclavizados, primero por
los árabes y luego por quienes los compraban a los tratantes de esclavos para
llevarlos a los Estados Unidos o a las Antillas. También fueron explotados por
las naciones europeas, que se apoderaron de vastos territorios en África y se
enriquecieron con los productos de esos países y el trabajo de sus habitantes.
Los franceses lo hicieron en el Sudán francés, los belgas en el Congo Belga,
los holandeses y británicos en Sudáfrica, y los alemanes e italianos en el
África Oriental. Actualmente, China también desempeña un papel significativo en
esta explotación en prácticamente todos los países africanos.
Es una penosa historia de crueldad, saqueo y explotación por parte de la
raza blanca y, más recientemente, de los chinos. Sin embargo, a pesar de todo
esto, también ha aportado ciertos beneficios a la raza negra.
La historia de estas relaciones no ha terminado y, a menos que en el futuro
se actúe con rectitud y justicia —algo que no parece cercano—, esta relación
terminará de forma trágica. Así lo demuestran los innumerables enfrentamientos
dentro de las propias naciones, siempre alentados por intereses materialistas.
La tragedia de Ruanda es un ejemplo paradigmático: el genocidio de Ruanda
fue un intento de exterminio de la población tutsi por parte del gobierno
hegemónico hutu entre el 7 de abril y el 15 de julio de 1994. En apenas cien
días, se asesinó aproximadamente al 70 % de los tutsis; 800.000 personas fueron
brutalmente asesinadas y otros dos millones huyeron del país. Este evento
representa un fracaso total y absoluto de las Naciones Unidas y añade una nueva
vergüenza a la humanidad.
A esto se suma el drama del sida. Se estima que, a nivel mundial, 33,3
millones de personas están infectadas con el VIH o viven con el virus, de las
cuales 22,5 millones se encuentran en el África Subsahariana. Además, de los
2,5 millones de niños afectados en todo el mundo, 2,3 millones viven en esta
región. Este es otro holocausto que la humanidad debe añadir a su vergonzosa
lista.
A pesar de todos los males derivados de la explotación por parte de los
blancos, el impacto de las razas blancas en el continente africano ha traído
consigo un gran desarrollo evolutivo y beneficios como: educación, asistencia
médica, el fin de las incesantes guerras tribales, mejoras en la sanidad y un
sistema religioso más iluminado que reemplazó los cultos bárbaros y las crueles
prácticas religiosas. El explorador, el misionero y el traficante han causado
mucho daño, pero también han aportado mucho bien, especialmente los misioneros.
El negro, por naturaleza, es religioso y tiene una marcada tendencia
mística. Los principales dogmas de la fe cristiana ejercen un gran atractivo
sobre él; los aspectos emocionales de esta enseñanza, que enfatizan el amor, la
bondad y la vida después de la muerte, son fácilmente comprendidos porque el
negro tiene un temperamento emocional. Detrás de los diversos cultos religiosos
separatistas del continente africano emerge un misticismo fundamental y puro,
que abarca desde el culto a la naturaleza y el animismo primitivo hasta un
profundo conocimiento oculto y una comprensión esotérica. Esto podría, algún
día, convertir a África en el lugar donde se asentará la forma más pura de
enseñanza y vida ocultista, aunque esto tardará varios siglos en materializarse.
Las facultades innatas de los negros contienen un enorme potencial. El
negro es creador, artista y capaz del desarrollo mental más elevado si recibe
la educación adecuada, tan capaz como el hombre blanco. Esto ha sido comprobado
repetidamente por artistas y científicos de origen negro, así como por las
aspiraciones y ambiciones de la raza.
El problema de la minoría negra en el hemisferio occidental es una historia
trágica que compromete y deshonra seriamente al hombre blanco. Los negros
fueron llevados a los Estados Unidos y a las Antillas hace más de dos siglos y
esclavizados por la fuerza. Nunca recibieron un trato justo ni tuvieron
oportunidades equitativas. Según la Constitución de los Estados Unidos, todos
los hombres son considerados libres e iguales; sin embargo, el negro todavía no
es libre ni igual.
El trato hacia los negros en los Estados del sur es una mancha para el
país. Se les ha negado, y se les sigue negando, igualdad de oportunidades.
Deben luchar por cada uno de los privilegios que les corresponden.
El negro, por naturaleza, es sencillo, adaptable, bondadoso y tiene un
deseo innato de agradar y ser agradable. Si hoy vemos a muchos negros
arrogantes, vengativos, llenos de odio y ansiosos de imponerse, es porque los
blancos los han hecho así. Los blancos tienen una grave responsabilidad, y en
sus manos está cambiar las condiciones. Cuando lo hagan, verán que el negro
responde positivamente a un trato justo, a la igualdad de oportunidades y a
condiciones de vida dignas, tal como a veces responde negativamente a la mala
educación, la política y las precarias condiciones bajo las cuales trabaja.
No es posible seguir discriminando contra el negro. No se le puede pedir
que defienda su país y luego negarle los derechos comunes de la ciudadanía. La
opinión pública está cada vez más a favor de los negros, y existe una creciente
determinación entre los ciudadanos blancos decentes del hemisferio occidental
de que se les concedan a los negros los derechos constitucionales, iguales
oportunidades comerciales, acceso a la educación y condiciones de vida
adecuadas.
El pueblo estadounidense debe hablar con claridad y exigir que se otorguen
a los negros sus derechos. Cada estadounidense blanco debe asumir su
responsabilidad hacia esta minoría, estudiar su problema, conocer personalmente
al negro como amigo y hermano, y esforzarse por contribuir, aunque sea
modestamente, al cambio de la situación actual.
Encontrar una solución al problema de las minorías es, sencillamente,
hallar una solución a la gran herejía de la desunión. Esto es inmensamente
difícil, no solo por la tendencia natural de la humanidad hacia la separación,
sino porque la naturaleza humana no puede cambiarse fácilmente ni de forma
rápida. Sin embargo, este cambio y la eliminación del espíritu de separatividad
se lograrán, a pesar de las desconfianzas y temores actuales, siempre y cuando
se entienda y aplique lo que realmente se necesita para dicho cambio: buena
voluntad.
Aunque la legislación ha otorgado plenos derechos constitucionales a la
minoría negra, el problema persiste, porque los corazones y las mentes de las
personas no han cambiado, y las soluciones aplicadas hasta ahora han sido
superficiales.
Aunque los judíos obtuvieron lo que deseaban al concedérseles Palestina, el
sentimiento antisemita actual, prácticamente sin excepción en todas las
naciones, sigue siendo el mismo que antes, acompañado de un continuo
derramamiento de sangre en Palestina.
El problema es mucho más profundo de lo que comúnmente se cree. Está
profundamente arraigado en la naturaleza humana, producto de siglos de
desarrollo y de un tipo de educación errónea. Aún hoy, una nación se opone a
otra, un grupo lucha contra otro, un partido enfrenta a otro, y un hombre está
contra otro hombre.
Los seres inteligentes y previsores, aquellos guiados por un sentido común
sano y altruista, junto con idealistas y hombres y mujeres de buena voluntad,
trabajan en todo el mundo para encontrar soluciones y construir una nueva
estructura global basada en la ley, el orden y la paz. Buscan asegurar las
correctas relaciones humanas. Sin embargo, estos grupos son una ínfima minoría
en comparación con la vasta población de la humanidad, y su tarea es ardua,
enfrentándose a dificultades que a menudo parecen casi insuperables.
Ciertas preguntas surgen inevitablemente en las mentes de estas personas de
buena voluntad:
- ¿Cuáles son los primeros pasos que deben
tomarse para fomentar los esfuerzos que permitan establecer una base
segura para la buena voluntad mundial?
- ¿Qué puede hacerse para despertar la opinión
pública y lograr que los legisladores y políticos adopten las medidas
necesarias para establecer correctas relaciones humanas?
- ¿Qué deberían hacer las minorías para
obtener la satisfacción de sus justas demandas sin provocar nuevas
disensiones ni alimentar el fuego del odio?
- ¿Cómo podrían eliminarse las grandes líneas
divisorias entre razas, naciones y grupos, así como las separaciones
existentes en todas partes, para que surja la “Humanidad Una” en los
asuntos mundiales?
- ¿Qué podría hacerse para desarrollar la
conciencia de que lo que es bueno para una parte también debe serlo para
el todo, y que el mayor bien de la unidad garantiza el bien del todo?
Estas preguntas exigen respuestas. La solución reside en una idea
aparentemente trivial pero profundamente importante: el establecimiento de
correctas relaciones humanas mediante el desarrollo del espíritu de buena
voluntad.
Aunque esta afirmación pueda parecer una obviedad, su simplicidad no le
resta importancia. El desafío radica en convencer a la humanidad de que esta
posibilidad es realizable. La buena voluntad, como expresión más simple y
accesible del verdadero amor, puede derribar las barreras de la separación y la
incomprensión.
La humanidad, sin embargo, tiende a esperar milagros, deseando que Dios o
alguna fuerza externa intervengan para liberarla de su responsabilidad. No
obstante, los milagros verdaderos solo ocurrirán cuando las personas creen el
clima propicio mediante sus propias acciones y esfuerzos conscientes.
Hoy en día, por primera vez en la historia, a una escala planetaria, las
personas se están dando cuenta de la necesidad de eliminar el mal. En todas
partes se discute, se planea y se organizan reuniones, desde grandes
deliberaciones de las Naciones Unidas hasta pequeñas asambleas en aldeas
remotas.
Incluso en las comunidades más pequeñas se ofrecen oportunidades para
aplicar en la práctica los principios necesarios a nivel global. Las
diferencias entre familias, iglesias, municipios, ciudades, naciones y razas
claman por el mismo objetivo: el establecimiento de correctas relaciones
humanas.
La técnica para lograrlo es siempre la misma: el empleo del espíritu de
buena voluntad. Esta actitud libera la inteligencia para la acción constructiva
y permite superar las barreras que dividen a las personas.
Aunque el verdadero amor como factor predominante en la vida planetaria
pueda estar aún muy lejos, la buena voluntad es una posibilidad inmediata y una
necesidad urgente que debe ser organizada y promovida en este momento.
Es necesario que las personas de buena voluntad de todo el mundo
desarrollen de manera inmediata una campaña para que el significado de la buena
voluntad sea plenamente comprendido y se destaque su carácter práctico. Deben
trabajar para reunir un grupo mundial eficaz y activo de hombres y mujeres de
buena voluntad, no con el objetivo de crear una superorganización, sino para
convencer a los desdichados, deprimidos o maltratados de que tienen a su
disposición una ayuda inteligente y enorme. Este esfuerzo debe buscar
establecer, en cada nación, ciudad y pueblo, un núcleo de personas
comprensivas, con sentido común práctico, comprometidas a difundir la buena
voluntad y a identificar en su entorno a aquellos que comparten sus ideales.
El trabajo de las personas de buena voluntad consiste en educar. No ofrecen
ni promueven soluciones milagrosas a los problemas, pero comprenden que el
espíritu de buena voluntad, especialmente cuando está entrenado y acompañado
por el conocimiento, puede generar un clima y una actitud propicia para
resolver los problemas. Cuando hombres de buena voluntad se reúnen,
independientemente de su partido político, nación o religión, no hay problema
que no puedan solucionar satisfactoriamente para todas las partes involucradas.
El objetivo principal de los hombres de buena voluntad es crear este clima
y fomentar esta actitud, en lugar de proporcionar soluciones preestablecidas.
El espíritu de buena voluntad debe prevalecer incluso cuando existan
desacuerdos fundamentales entre las partes. Sin embargo, esto rara vez sucede
en el mundo actual, lleno de odio y egoísmo, como podemos observar diariamente.
Para cualquier persona con prejuicios, ya sea por fanatismo religioso o
nacionalismo extremo, resulta difícil despertar la buena voluntad. Sin embargo,
es posible lograrlo si realmente se ama al prójimo y se evita coartar su
libertad. Esto requiere identificar esa "zona oscura" en la propia
mente donde reside el muro del separatismo y derribarlo. Es necesario
desarrollar intencionadamente la verdadera buena voluntad (y no solo la
tolerancia) hacia aquellos que son objeto de prejuicio, ya sea por motivos religiosos,
raciales o culturales.
Un prejuicio es el primer ladrillo en la construcción de una pared
separatista. La mayoría de los dirigentes políticos actuales, tanto a nivel
nacional como mundial, son una carga para la humanidad. Sin embargo, pasarán, y
habrá quienes sean más responsables y comprometidos.
Los hombres de buena voluntad se encuentran en medio de grupos opuestos,
trabajando para crear condiciones que permitan el debate y la reconciliación.
Cuando la buena voluntad sea plenamente expresada, organizada, reconocida y
utilizada, todos los problemas mundiales podrán resolverse con el tiempo.
La buena voluntad traerá una comprensión más amplia y profunda,
estableciendo correctas relaciones humanas y fomentando en el género humano una
renovada confianza, fe y comprensión.
Existen miles de hombres y mujeres de buena voluntad en todas las naciones,
que deben ser identificados, contactados y organizados para trabajar en la
creación de un entorno favorable tanto en los asuntos globales como en sus
propias comunidades. Unidos, estos individuos son una fuerza formidable que
puede educar y orientar a la opinión pública, promoviendo una actitud justa y
correcta hacia los problemas mundiales.
La solución a los problemas cruciales que enfrenta la humanidad no vendrá
mediante la imposición de determinadas líneas de acción a través de campañas y
propaganda, sino promoviendo y desarrollando el espíritu de buena voluntad.
Esto dará lugar a un entorno más saludable y a una actitud más receptiva,
además de cultivar corazones comprensivos.
Es momento de abordar el papel de las Iglesias y Confesiones. Este es un
terreno extremadamente delicado, dado el sectarismo y fanatismo que rodea a
muchas de ellas.
La necesidad inmediata del género humano y los pasos que las iglesias deben
tomar para satisfacerla surgen con claridad en el panorama actual. Por ello, es
de vital importancia abordar la situación exactamente como es, identificando
las verdades esenciales que pueden contribuir al progreso y esclarecimiento de
las personas, mientras se eliminan aquellos elementos que generan controversia
o resultan irrelevantes. Asimismo, es crucial definir el camino que las
iglesias deben seguir para cumplir su misión de salvación; si trabajan de
manera comprometida y los líderes religiosos reflexionan de forma crítica, la
humanidad tendrá asegurada su salvación.
Por encima de todo, resulta fundamental presentar una visión común de los
hechos, válida para todas las personas, sin limitarse a ser una esperanza
particular para algún grupo sectario o una organización fanática satisfecha
consigo misma. Es imprescindible volver al mensaje de Cristo, a su ejemplo de
vida y a su enseñanza, que trascienden cualquier credo o dogma.
El cristianismo, en su esencia, es la manifestación del amor de Dios,
inmanente en Su universo creado. Sin embargo, la humanidad aún no lo practica
en su plenitud. El clero, a menudo criticado, debe asumir su parte de
responsabilidad. Aunque hay personas reflexivas que reconocen esto,
lamentablemente representan una minoría. Para abordar este complejo tema con
claridad, delinearemos los puntos esenciales en las siguientes partes,
comenzando con los aspectos más críticos y culminando con una visión esperanzadora:
- El fracaso de las iglesias. ¿Podemos afirmar sinceramente, a la luz de los acontecimientos
mundiales, que las iglesias han cumplido su misión?
- La oportunidad de las iglesias. ¿Son conscientes de la oportunidad que tienen ante sí?
- Las verdades esenciales que la humanidad
necesita y acepta intuitivamente. ¿Cuáles
son estas verdades?
- La regeneración de las iglesias. ¿Es posible esta transformación?
Es fundamental que los líderes eclesiásticos recuerden que el espíritu
humano trasciende todas las iglesias y sus enseñanzas. Cristo no necesita
prelados ni jerarcas, sino humildes instructores de la verdad, capaces de vivir
y ejemplificar una vida espiritual.
Nada podrá detener el progreso del alma humana en su viaje desde la
oscuridad hacia la luz, desde lo irreal hacia lo real, desde la muerte hacia la
inmortalidad, y desde la ignorancia hacia la sabiduría. Si las iglesias
organizadas, independientemente de su credo, no ofrecen guía y ayuda
espiritual, la humanidad encontrará otros caminos. El espíritu humano está
intrínsecamente vinculado a Dios y nada puede romper esa conexión.
Cristo no ha fracasado. Ha sido el elemento humano el que ha defraudado sus
intenciones, tergiversando la Verdad que Él enseñó. La teología, el dogma, la
doctrina, el materialismo, la política y el dinero han generado una densa nube
que oscurece la relación entre la iglesia y Dios. Esta nube ha bloqueado la
verdadera visión del amor divino, y es urgente volver a esta visión clara y
revitalizadora.
La gran pregunta es: ¿existe una posibilidad real de renovar la fe en
Cristo tal como Él la presentó? ¿Hay suficientes hombres y mujeres de visión
dentro de las iglesias que puedan salvar esta situación? La respuesta es que
sí, existen, pero lamentablemente son muy pocos.
Dentro de cada organización religiosa hay personas con visión, capaces de
liderar un renacimiento espiritual. Sin embargo, deben enfocar sus esfuerzos en
satisfacer las verdaderas necesidades del ser humano, en lugar de priorizar las
ambiciones de crecimiento y poder de las instituciones religiosas.
El llamado es claro: regresar al mensaje de amor y servicio que Cristo
enseñó, dejando atrás el peso de las ambiciones humanas y los errores
acumulados a lo largo de los siglos. Solo así podrán las iglesias cumplir su
propósito espiritual y ofrecer una guía genuina en estos tiempos de crisis.
Las tribunas religiosas, los púlpitos, los periódicos y las revistas de
carácter religioso, de cualquier confesión, hacen un llamado a los hombres para
que vuelvan a Dios y encuentren en la religión una solución a la caótica
situación actual. Sin embargo, la humanidad nunca ha estado tan inclinada
espiritualmente ni tan consciente y decididamente orientada hacia los valores
espirituales, así como hacia la necesidad de poner en práctica estos valores en
su vida cotidiana. Este llamado debería dirigirse, en cambio, a los líderes de
las iglesias y a los eclesiásticos de todos los credos, así como a quienes
trabajan para las instituciones religiosas en todas partes. Son ellos quienes
necesitan regresar a la simplicidad de la fe que está en Cristo. Son ellos quienes
necesitan regenerarse. Por todas partes, la humanidad clama por luz. ¿Quién
puede proporcionársela?
Existen dos factores principales que explican el fracaso de las iglesias:
- Las interpretaciones teológicas estrechas de
las Escrituras.
- Las ambiciones materiales y políticas.
A lo largo del tiempo y en todas las culturas, los hombres han tratado de
imponer a las masas sus interpretaciones personales sobre la Verdad, las
Escrituras y Dios. Han tomado las escrituras sagradas del mundo y han intentado
explicarlas, filtrando sus ideas a través de sus propias mentes y contextos
culturales. Este proceso inevitablemente ha diluido el significado original.
Cada religión —el budismo, el hinduismo en sus distintas formas, el islam y
el cristianismo— ha producido una pléyade de mentes prominentes que, por lo
general con absoluta sinceridad, trataron de entender lo que supuestamente Dios
comunicó. A partir de sus interpretaciones, formularon doctrinas y dogmas
basados en lo que creyeron que Dios quiso decir. Como resultado, sus ideas y
palabras se convirtieron en leyes religiosas y verdades inquebrantables para
millones de personas.
En última instancia, ¿qué tenemos? Tenemos las ideas de alguna mente humana
—ideas moldeadas por el contexto de su época, sus tradiciones y su trasfondo
cultural— acerca de lo que Dios dijo en un texto sagrado. Estos textos, a lo
largo de los siglos, han estado sujetos a los inconvenientes y errores propios
de la enseñanza oral, las transcripciones y las traducciones sucesivas.
Es bien sabido que todas las escrituras sagradas del mundo se basan en
traducciones imperfectas. Ninguna de sus partes, después de miles de años y
múltiples versiones, puede considerarse como era originalmente, si es que
alguna vez existió un manuscrito original. Incluso si ese manuscrito existió,
podría haberse basado en lo que alguien recordó de lo que se dijo.
Por tanto, los dogmas, doctrinas y afirmaciones teológicas y sectarias no
representan necesariamente la verdad tal como existe en la mente de Dios, a
pesar de que la gran mayoría de los intérpretes dogmáticos aseguren estar
familiarizados con ella.
La teología, en esencia, no es más que lo que los hombres creen que
contiene la mente de Dios. Es una
construcción humana, moldeada por interpretaciones, traducciones y tradiciones,
y no debería ser considerada como una representación inmutable de la verdad
divina.
Cuanto más antigua sea una Escritura, mayor será, lógicamente, su
tergiversación. La doctrina de un Dios vengativo y del castigo en algún
mitológico infierno, la enseñanza de que Dios ama únicamente a quienes lo
interpretan según una determinada escuela de pensamiento teológico, el
simbolismo del sacrificio de sangre, la adopción de la cruz como símbolo del
cristianismo, la enseñanza sobre el nacimiento virginal y la representación de
una Deidad iracunda que solo se aplaca con la muerte, son los desoladores
resultados del pensamiento humano, de su naturaleza inferior, de su aislamiento
sectario (fomentado por el Antiguo Testamento hebreo, que por lo general no se
encuentra en los credos orientales) y del temor heredado de su naturaleza
animal. Todo esto ha sido inculcado por la teología, pero no por Cristo, ni por
Buddha, ni por Shri Krishna.
Las limitadas mentes humanas, tanto en la etapa pasada como en la actual de
la evolución, nunca han podido ni podrán comprender la Mente y los propósitos
de Aquel en quien vivimos, nos movemos y existimos. Los hombres han
interpretado a Dios según su propio criterio; en consecuencia, cuando alguien
acepta irreflexivamente un dogma, solo está aceptando el punto de vista de otro
ser humano falible, y no una verdad divina. Esta es la verdad que deberían
empezar a enseñar los seminarios teológicos, entrenando a los estudiantes para
que piensen por sí mismos y recordándoles que la clave de la verdad reside en
la fuerza unificadora de la Religión Comparada. Solo los principios y verdades
reconocidas universalmente, que son compartidas por todas las religiones, son
realmente necesarios para la salvación. Las verdades secundarias y accesorias
son generalmente innecesarias, o solo tienen significado en la medida en que
fortalecen las verdades fundamentales.
Esta deformación de la verdad llevó a la humanidad a formular un conjunto
de doctrinas que Cristo nunca conoció. A Cristo solo le interesaba que los
hombres reconocieran que Dios es Amor, que todos los hombres son hijos de un
solo Padre y, por lo tanto, hermanos; que el espíritu humano es eterno y que la
muerte no existe. Su mayor anhelo era que el espíritu de Amor que mora en cada
ser humano (la innata conciencia Crística que nos une a todos y también con Él)
floreciera en toda su gloria. Enseñó que el servicio es la esencia de la vida
espiritual y que la voluntad de Dios se revelaría a través de la práctica del
amor y el servicio.
Estas no son cuestiones que hayan sido el foco de los comentaristas e
intérpretes, quienes, en cambio, han debatido hasta la saciedad sobre temas
como cuán divino y humano fue Cristo, la naturaleza del nacimiento virginal, el
papel de San Pablo como instructor de la verdad cristiana, la naturaleza del
infierno, la salvación por el sacrificio de sangre y la autenticidad histórica
de la Biblia.
Las mentes actuales están comenzando a liberarse de la teología,
reconociendo un nuevo amanecer de libertad. Comprenden que cada persona debe
ser libre para adorar a Dios a su manera, confiando en que su propia mente,
iluminada por Dios, buscará e interpretará la verdad sin necesidad de
intermediarios. Los días de la teología están contados, aunque las iglesias
ortodoxas se resistan a aceptarlo. La verdad no produce controversias y, por lo
tanto, no necesita intérpretes.
Hemos avanzado mucho al rechazar dogmas y doctrinas, lo cual es un signo de
progreso. Sin embargo, las iglesias no han reconocido en este avance la acción
de la divinidad. La libertad de pensamiento, las verdades discutibles que se
presentan, la negativa a aceptar la enseñanza de las iglesias basada en la
antigua teología y el rechazo a la imposición de la autoridad eclesiástica son
características del pensamiento espiritual creativo de la época.
Los clérigos ortodoxos suelen interpretar estos cambios como indicios de
tendencias peligrosas y de un alejamiento de Dios, lo cual, desde su
perspectiva, implica la pérdida del sentido de lo divino. Pero, en realidad,
todo esto indica exactamente lo contrario: un renovado impulso hacia la
verdadera espiritualidad.
Quizás lo más preocupante de todo sea la ambición materialista y política
de las iglesias, que influye sobre incontables millones de personas ignorantes.
Esta tendencia, que prevalece marcadamente en el mundo occidental, está
llevando a la degeneración de las iglesias y al alejamiento de sus fieles.
En las religiones orientales, en cambio, ha predominado una desastrosa
negatividad. Las verdades impartidas por estas religiones han tenido poco
impacto en la mejora de la vida diaria de los creyentes. Las doctrinas
orientales tienden a tener un efecto subjetivo y negativo en lo que respecta a
la vida cotidiana. Las interpretaciones teológicas del budismo y el hinduismo
han mantenido a sus seguidores en un estado de pasividad, del cual están
comenzando a salir lentamente.
El credo mahometano, al igual que el cristianismo, presenta una visión
positiva de la verdad, aunque ambos credos han sido marcados por una
inclinación materialista, además de ser militantes y políticos en sus
actividades.
El gran credo occidental, el cristianismo, expone la verdad de manera
claramente objetiva, algo que fue necesario en su tiempo. Ha sido militante,
fanático, materialista y ambicioso. Ha mezclado objetivos políticos con pompa,
ceremonias, grandes edificios de piedra, poder y la imposición de una autoridad
rígida y limitada.
La iglesia cristiana primitiva, que inicialmente era relativamente pura en
su exposición de la verdad y en su práctica vital, se dividió con el tiempo en
tres ramas principales: la Iglesia Católica Romana, que aún hoy presume de ser
la "Madre Iglesia"; la Iglesia Bizantina o Griega Ortodoxa; y las
Iglesias Protestantes. Todas estas divisiones se basaron en cuestiones
doctrinales. En sus inicios, todas fueron sinceras, honestas, relativamente
puras y benéficas. Sin embargo, con el paso del tiempo, estas ramas han
experimentado un deterioro continuo. Hoy enfrentamos la triste y preocupante
situación siguiente:
1. La Iglesia Católica Romana
La Iglesia Católica Romana se caracteriza por aspectos que van en contra
del espíritu de Cristo:
- Su enfoque intensamente materialista.
La Iglesia de Roma se presenta a través de grandes estructuras de piedra,
como catedrales, iglesias, instituciones, conventos y monasterios. Estas
edificaciones se lograron durante siglos vaciando los bolsillos tanto de ricos
como de pobres. La Iglesia Católica Romana es fundamentalmente capitalista. El
dinero acumulado en sus arcas sostiene una poderosa jerarquía eclesiástica y
mantiene una multitud de instituciones y escuelas.
- Un programa político ambicioso.
El objetivo no parece ser el bienestar de los humildes, sino el poder
temporal. Las actividades políticas de la Iglesia Católica no buscan realmente
establecer la paz, independientemente de cómo puedan presentarlas.
La Iglesia Católica Romana permanece arraigada en el pasado, atrincherada
contra cualquier presentación de una verdad nueva y evolutiva. Sus vastos
recursos financieros la convierten en una amenaza para el progreso de la
humanidad. Bajo una fachada paternalista y una apariencia colorida, se oculta
un estancamiento y una rigidez intelectual que, inevitablemente, será su ruina
con el tiempo. Continúan explicando e interpretando la vida de Cristo en lugar
de practicar los principios del cristianismo.
2. La Iglesia Griega Ortodoxa
La Iglesia Bizantina o Griega Ortodoxa llegó a tal nivel de corrupción,
soborno, ambición y sensualismo que fue temporalmente abolida por la revolución
rusa. Su énfasis era completamente materialista, aunque nunca manejó ni
manejará el mismo poder que en el pasado ha tenido la Iglesia Católica Romana.
La decisión del partido revolucionario ruso de no reconocer esta iglesia
corrompida fue saludable y beneficiosa. El sentido de Dios no puede ser
eliminado del corazón humano, y la espiritualidad de los pueblos de la extinta
Unión Soviética no decayó a pesar de la ausencia de la Iglesia. Si las iglesias
desaparecieran y luego resurgieran, el sentido de Dios y la relación con Cristo
se manifestarían con mayor fortaleza. Sin embargo, las recientes declaraciones
del patriarca de esta iglesia en relación con la invasión de Ucrania no
inspiran ninguna esperanza respecto a su espiritualidad o utilidad en el
progreso del mundo.
3. Las Iglesias Protestantes
Las Iglesias Protestantes, en su conjunto, se caracterizan por su
fragmentación y divisiones constantes. Aunque relativamente libres de los
prejuicios políticos que condicionan a la Iglesia Católica Romana, son un grupo
de creyentes belicosos, fanáticos e intolerantes.
El espíritu de diferenciación prevalece en ellas, junto con la falta de
unidad y coherencia. Este constante espíritu de rechazo ha dado lugar a la
creación de innumerables cultos y sectas protestantes, muchos de los cuales
presentan una teología limitada que no ofrece nada nuevo, sino que genera más
conflictos sobre doctrinas y procedimientos organizativos.
A pesar de estos problemas, se han realizado recientemente esfuerzos para
lograr cierta unidad y cooperación entre estas iglesias.
Surge la pregunta: ¿Se sentiría Cristo cómodo en las iglesias actuales si
regresara a caminar entre los hombres? Los rituales, ceremonias, vestiduras,
candelabros, jerarquías y toda la pompa seguramente no tendrían interés para el
sencillo Hijo de Dios, quien en su vida terrenal no tenía donde recostar su
cabeza.
Dentro del clericalismo existen hombres profundamente espirituales,
verdaderos hijos de Dios, que luchan contra el materialismo, el fanatismo, la
ambición y la estrechez mental que los rodea. Ellos saben que la salvación no
se logra a través de la teología, sino mediante la presencia viva de Cristo en
el corazón humano.
Estos hombres y mujeres espirituales aspiran a conducir a las personas
hacia una relación consciente con Cristo y la Jerarquía Espiritual. No buscan
aumentar el número de fieles ni reforzar la autoridad eclesiástica, sino
construir un Reino de Dios en el que Cristo sea el único regente, lejos de los
intereses temporales y materiales que las iglesias han promovido.
Tales hombres se encuentran en todas las grandes organizaciones religiosas,
tanto en Oriente como en Occidente, y en todos los grupos espirituales
ostensiblemente dedicados a objetivos espirituales. Son personas sencillas y
santas que no buscan nada para sí mismas, pero representan a Dios con verdad y
vida. Sin embargo, su influencia dentro de la Iglesia donde actúan es mínima;
para no perder prestigio y poder, las Iglesias rara vez les permiten ocupar
posiciones destacadas, lo que contribuye a su propio desprestigio. Aunque su
ejemplo espiritual ilumina y fortalece a las personas, su poder temporal es
nulo. Ellos son la verdadera esperanza de la humanidad, pues están en contacto
con Cristo y forman parte del Reino de Dios. Representan a la Deidad de una manera
que pocas veces lo hacen los grandes eclesiásticos y los llamados
"Príncipes de la Iglesia".
Hace apenas setenta años, algo de trascendental importancia ocurrió en el
mundo: el espíritu de destrucción, en una forma incontrolable, arrasó la
tierra, dejando en ruinas la civilización y el modo de vida del pasado.
Ciudades y hogares fueron destruidos; reinos y gobernantes desaparecieron como
consecuencia de la guerra; las ideologías y creencias más apreciadas fracasaron
al intentar satisfacer las necesidades de los pueblos y se derrumbaron bajo la
prueba del tiempo. En todas partes prevalecieron el hambre y la inseguridad;
las familias y los grupos sociales se desintegraron; la muerte se cobró su
tributo en todas las naciones, y millones de seres humanos murieron como
resultado del inhumano proceso de la guerra.
En términos generales, todos experimentaron el terror, el miedo y el
desaliento al enfrentarse al futuro. Se preguntaban qué les depararía el
mañana, sin encontrar seguridad en ningún lado. La voz de la humanidad clamaba
por luz, paz y estabilidad. Sin embargo, casi todas aquellas personas que
vivieron ese horror ya no están entre nosotros. Algunos apenas recuerdan las
consecuencias de aquella locura, y todos, sin excepción, hemos olvidado las
razones que llevaron a aquel infierno. Basta con observar el nivel de
materialismo y egoísmo actuales.
La guerra no se habría producido si la ambición, el odio y el separatismo
no hubieran dominado la tierra y los corazones de los hombres. Estos errores
funestos fueron consecuencia de la ausencia de valores espirituales en la vida
de los pueblos, y esa ausencia se debió a que estos valores no han tenido
cabida en las Iglesias durante siglos. La responsabilidad recae directamente
sobre ellas.
Sin embargo, la humanidad ha avanzado tanto en su camino evolutivo que sus
demandas y expectativas ya no se limitan únicamente a mejoras materiales, sino
que también incluyen la búsqueda de visión espiritual, valores auténticos y
relaciones humanas correctas. Los pueblos no solo exigen alimento, ropa y
oportunidades de trabajo en libertad, sino también enseñanza y guía espiritual.
Sienten el hambre del cuerpo en muchas regiones del mundo, pero también el
hambre del alma, y su mayor tragedia es que no saben a dónde acudir ni a quién
escuchar. Su esperanza, de carácter espiritual, nunca desaparecerá.
Ahora bien, ¿cuál es la solución a esta compleja y difícil relación a nivel
mundial? Es necesaria una nueva forma de presentar la verdad, pues Dios no es
un fundamentalista; un nuevo acercamiento a la divinidad, ya que Dios siempre
es accesible y no necesita intermediarios externos; y una nueva interpretación
de las antiguas enseñanzas espirituales, porque la humanidad ha evolucionado, y
lo que era adecuado para una humanidad infantil ya no lo es para una humanidad
adulta. Estos cambios son imprescindibles.
La Iglesia Católica enfrenta hoy su mayor oportunidad, pero también su
mayor crisis. El catolicismo, fundamentado en antiguas tradiciones, se sustenta
en la autoridad eclesiástica, rituales externos y una filantropía amplia pero
insuficiente, que no ofrece libertad de acción a sus fieles. Si esta Iglesia
cambiara sus métodos, renunciara a su autoridad sobre las almas (que en
realidad nunca tuvo) y siguiera el camino del humilde carpintero de Nazaret,
podría prestar un servicio mundial ejemplar que iluminaría a los seguidores de
todos los credos y sectas cristianas.
El espíritu humano es inmortal, como ya mencioné en mi libro Peregrinos
de la Eternidad; progresa eternamente, ascendiendo de un nivel a otro en el
sendero de la evolución y desarrollando constante y correlativamente los
atributos y aspectos divinos. Esta verdad implica necesariamente el
reconocimiento de dos grandes leyes naturales: la Ley de Renacimiento y la Ley
de Causa y Efecto. Las Iglesias de Occidente han rechazado reconocer
oficialmente la Ley de Renacimiento, quedando atrapadas en un callejón
teológico sin salida. Por otro lado, las Iglesias de Oriente han enfatizado
excesivamente estas leyes, fomentando en las personas una actitud de
conformismo hacia la vida, basada en la constante renovación de oportunidades:
"Si no lo hago en esta vida, lo haré en la próxima".
El cristianismo insiste en la inmortalidad, pero sostiene que la felicidad
eterna depende de la aceptación de un dogma teológico: profesa la verdadera fe
cristiana y vivirás eternamente en un cielo glorioso; recházala y sufrirás
eternamente en un infierno indescriptible. Este infierno surge de la teología
del Antiguo Testamento y la imagen de un Dios vengativo y celoso. Ambos
conceptos son rechazados hoy por cualquier persona sensata y sincera. Nadie que
crea en un Dios de Amor puede aceptar la idea de un cielo tal como lo presentan
los eclesiásticos, ni desear ir allí. Tampoco aceptan el "lago de fuego y
azufre" ni la tortura eterna, que supuestamente un Dios de amor impondría
a quienes no crean en las interpretaciones teológicas medievales, de fundamentalistas
o de talibanes modernos.
Es hora de que estas doctrinas arcaicas sean superadas y que las enseñanzas
espirituales reflejen la verdadera naturaleza divina de amor y unidad.
La verdad esencial reside en otro lugar. "El hombre cosecha lo que
siembra", una verdad que debe reafirmarse constantemente. Con estas
palabras, San Pablo define la antigua y verdadera enseñanza de la Ley de Causa
y Efecto, conocida en Oriente como la Ley del Karma. Además, añade en otra
parte el mandamiento: "Logra tu propia salvación". Esto, al
contradecir la enseñanza teológica tradicional y, sobre todo, al no poder
lograrse en una sola vida, respalda implícitamente la Ley de Renacimiento y
convierte la escuela de la vida en una experiencia que se repite hasta que el
hombre cumpla el mandato del Cristo cuando dice: "Sed perfectos, como
vuestro Padre en el Cielo es perfecto". Reconociendo el resultado de las
acciones, buenas o malas, y mediante el constante renacimiento, el hombre
llega, con el tiempo, a alcanzar "la medida de la estatura de la plenitud
del Cristo".
La realidad de esta divinidad innata explica el anhelo presente en el
corazón de cada hombre por superarse, adquirir experiencia, progresar, ampliar
su comprensión y esforzarse constantemente por conquistar las altas cimas que
vislumbra. No hay otra explicación para la capacidad del espíritu humano de
salir de la oscuridad, del mal y de la muerte, y entrar en la vida y el bien.
Tal progreso ha sido, infaliblemente, la historia de la humanidad. Siempre
ocurre algo al alma humana que la impulsa hacia la Fuente de todo Bien. Nada en
la tierra puede detener este acercamiento a Dios.
Las iglesias han puesto el énfasis, y aún lo hacen, en el Cristo muerto. No
se da la debida importancia a Su vivencia y a Su presencia hoy, aquí y ahora en
la tierra, salvo en términos vagos y superficiales. Los hombres han olvidado
que el Cristo vive entre nosotros en la tierra, rodeado por Sus discípulos, los
Maestros de Sabiduría, quienes también inspiran y supervisan estas palabras. Él
es accesible para todos los que se acercan a Él de manera correcta.
La verdadera religión debería destacar estas verdades; proclamar la vida en
lugar de la muerte; enseñar cómo alcanzar la realización del estado espiritual
a través de la vida espiritual; y evidenciar la realidad de la existencia de
aquellos que ya lo han logrado y trabajan junto al Cristo para ayudar a la
humanidad. La verdadera religión demostrará la realidad de la existencia de la
Jerarquía espiritual de nuestro planeta, la capacidad del género humano para
ponerse en contacto con Sus miembros y colaborar con Ellos, y la existencia de
Aquellos que comprenden la Voluntad de Dios y pueden trabajar inteligentemente
con Ella.
La realidad de la existencia de esta Jerarquía y de su Guía Supremo, el
Cristo, es reconocida conscientemente por centenares de miles de personas,
aunque sea negada por los ortodoxos. Tantas son las personas que conocen esta
verdad y tantas las que, con integridad y dignidad, colaboran conscientemente
con los Miembros de la Jerarquía, que los antagonismos eclesiásticos y los
comentarios despectivos de quienes poseen una mentalidad estrecha carecen de
importancia. Muchas personas ya se están liberando de la autoridad doctrinaria,
entrando en una experiencia directa, personal y espiritual, bajo la autoridad
que confiere el contacto con el Cristo y Sus discípulos, los Maestros.
No es mi caso. Por ahora, clamo como San Agustín: “Señor, hazme puro, pero
todavía no”.
El Cristo siempre ha estado con nosotros durante estos dos mil años,
vigilando a Su pueblo, inspirando a Sus discípulos activos, los Maestros de
Sabiduría, aquellos “hombres justos hechos perfectos”, como los denomina la
Biblia. El Cristo nos demuestra la posibilidad de una conciencia viviente y
espiritual en constante desarrollo (a la que se le ha dado el nombre de
“conciencia Crística”), que conduce a cada ser humano, bajo las Leyes de
Renacimiento y de Causa y Efecto, a la perfección final.
Estas son las verdades que, con el tiempo, la Iglesia apoyará, enseñará y
manifestará mediante el ejemplo de las vidas y palabras de sus representantes.
Este cambio en la presentación doctrinal llevará a la humanidad a ser muy
diferente de lo que es hoy; producirá una humanidad que reconocerá la divinidad
en todos los hombres, en sus distintas etapas de manifestación. Será una
humanidad que no solo espera el retorno del Cristo, sino que está segura de Su
advenimiento y reaparición; no desde algún cielo lejano, sino desde ese lugar
en la tierra donde siempre ha estado. Este lugar ha sido alcanzado y conocido
por miles de personas, aunque la teología y la táctica de las Iglesias de
infundir temor lo hayan mantenido alejado de la mayoría.
A todas las verdades mencionadas, esenciales para el desarrollo humano,
debe sumarse otra verdad que apenas es percibida, porque es la más grande que
se ha presentado hasta ahora a la conciencia de la humanidad. Es más grande
porque está relacionada con el Todo y no únicamente con el hombre individual y
su salvación personal. Representa una expansión del acercamiento individual
hacia la verdad. Podríamos decir que se trata de la verdad sobre los grandes
Acercamientos cíclicos de lo divino hacia lo humano. Todos los salvadores e
instructores del mundo son símbolo y garantía de estos Acercamientos. Desde la
perspectiva de Dios, que actúa a través del Guía de la Jerarquía espiritual y
de sus Miembros, estos esfuerzos han sido intencionales, conscientes y deliberados;
en lo que respecta a la humanidad, estos esfuerzos fueron en el pasado
mayoritariamente inconscientes, y las circunstancias trágicas, la desesperación
y el impulso de la conciencia crística inmanente obligaron al ser humano a
realizarlos.
Estos grandes Acercamientos han ocurrido a lo largo de los siglos y siempre
han traído una comprensión más clara del propósito divino, una nueva y fresca
revelación de la cualidad divina, la instauración de algún aspecto de un nuevo
credo mundial, la emisión de una nota que dio lugar a una nueva civilización y
cultura, o el reconocimiento renovado de la relación entre Dios y el hombre, o
entre el hombre y su hermano.
En el remoto pasado de la historia (según lo sugieren los símbolos y las
escrituras del mundo) tuvo lugar el primer gran Acercamiento. Este Acercamiento
trajo consigo el desarrollo de la facultad mental, implantando en el hombre el
poder rudimentario de pensar, razonar y conocer. La Mente Universal de Dios se
reflejó en la diminuta mente del ser humano.
Se dice que más tarde, cuando el desarrollo de las capacidades mentales de
la humanidad primitiva lo permitió, fue posible otro Acercamiento entre Dios y
el hombre, entre la Jerarquía espiritual y la humanidad. El hombre aprendió que
a través del amor podía entrar en el camino que conduce al Lugar Sagrado. Al
principio mental se le añadió, mediante la fuerza de la invocación y la
respuesta evocada, otro atributo divino: el amor.
Estos dos grandes Acercamientos hicieron posible que el alma humana
expresara o manifestara dos aspectos de la divinidad: Inteligencia y Amor. La
inteligencia florece hoy a través del conocimiento y la ciencia; sin embargo,
la latente belleza de la sabiduría aún no se ha desarrollado completamente. El
amor comienza ahora a captar la atención de la humanidad; su aspecto más
básico, la buena voluntad, está siendo reconocida como energía divina, aunque
todavía sea una teoría y una esperanza.
El Buddha vino y personificó en sí mismo la cualidad divina de la
sabiduría; fue la manifestación de la luz, el Instructor del camino de la
iluminación. Demostró en su vida los procesos de la iluminación y llegó a ser
"El Iluminado". Luz, sabiduría y razón, como atributos tanto divinos
como humanos, se enfocaron en el Buddha. Exhortó al pueblo a seguir el Sendero
de la Iluminación, cuyos aspectos evidentes son la sabiduría, la percepción
mental y la intuición.
Después vino el siguiente gran Instructor, el Cristo. Personificó en sí
mismo un principio divino aún mayor que la Mente: el Amor, pero abarcó también
toda la Luz del Buddha. El Cristo fue la expresión de la Luz y del Amor.
Hemos tenido cuatro grandes Acercamientos de lo divino hacia lo humano: dos
mayores y dos menores. Los menores ayudaron a aclarar la verdadera naturaleza
de los mayores y demostraron que lo que fue dado a la humanidad en tiempos
remotos constituye una herencia divina y la semilla de la perfección final. Si
el Buddha y el Cristo pudieron alcanzar esa realización, todos los humanos
podemos lograrlo; ese es el mensaje. Es nuestra herencia divina; solo es
cuestión de tiempo.
Ahora es posible un quinto Acercamiento; ocurrirá cuando la humanidad haya
puesto en orden su casa. Una nueva revelación se avecina para el género humano,
y los cuatro Acercamientos anteriores han preparado el terreno. Un nuevo cielo
y una nueva tierra están en camino. Las palabras "un nuevo cielo"
sugieren una concepción completamente renovada del mundo de las realidades
espirituales y quizás de la propia naturaleza de Dios. ¿No es posible que
nuestras actuales ideas sobre Dios como Mente Universal, Amor y Voluntad sean
enriquecidas con alguna nueva idea o cualidad para la que todavía no tenemos
nombre, término o siquiera la más leve noción? Cada uno de los tres conceptos
sobre la naturaleza de la divinidad –Mente, Amor y Voluntad– era completamente
nuevo cuando fue presentado por primera vez a la humanidad.
Lo que este quinto Acercamiento aportará a la humanidad no lo sabemos ni
podemos imaginarlo. Seguramente traerá resultados tan significativos para la
conciencia humana como los Acercamientos anteriores. Solo podemos estar seguros
de que este quinto Acercamiento demostrará de alguna manera –profundamente
espiritual pero totalmente real– la verdad de la esencia de Dios.
La pregunta que surge es: ¿Pueden las iglesias de Oriente y Occidente
regenerarse, purificarse y alinearse con la verdad divina? ¿Pueden realmente
asumir la tarea que proclaman como propia y convertirse en genuinas
dispensadoras de la verdad y representantes del Reino de Dios en la tierra? La
respuesta es sí. Estos cambios son factibles, y su posibilidad puede
demostrarse reconociendo ciertos factores que a menudo se pasan por alto.
Es posible mantener un profundo y saludable optimismo, incluso en medio de
las condiciones más desalentadoras. El corazón de la humanidad es esencialmente
sano; Dios, en Su verdadera naturaleza y con todo Su poder, está presente en la
esencia de cada ser humano. Aunque no se manifieste en la mayoría de las
personas, esta presencia está eternamente activa y avanzando hacia su plena
expresión. Nada puede impedir, ni nunca ha impedido, que la humanidad progrese
firmemente de la ignorancia al conocimiento y de la oscuridad a la luz. La
primera gran cláusula de la plegaria más antigua del mundo, "Condúcenos de
la oscuridad a la luz", se ha cumplido en gran medida. Hoy estamos al
borde de recibir la respuesta a la segunda cláusula: "Condúcenos de lo
irreal a lo real". Este podría ser, de hecho, el destacado efecto del
próximo quinto Acercamiento.
Dios no es como ha sido tradicionalmente presentado; la salvación tampoco
se alcanza de la manera en que las iglesias la enseñan, ni el hombre es el
miserable pecador que el clero insiste en que debe creer que es. Todo esto es
irreal, pero lo real existe. Existe tanto para las iglesias y sus
representantes, como para cualquier ser humano o grupo. Los eclesiásticos son,
en esencia, tan divinos como cualquier otra persona; también están en el camino
hacia la iluminación. La salvación de las iglesias depende de la humanidad de
sus representantes, de su divinidad inherente, y de la salvación de las masas
humanas. Estas son palabras duras para las instituciones religiosas.
Hombres grandes y virtuosos, santos y humildes, ofician como sacerdotes en
cada iglesia, esforzándose por vivir en el silencio y la tranquilidad que el
Cristo espera de ellos. Dan ejemplo de conciencia crística y demuestran su
íntima y reconocida conexión con Dios. Las iglesias proclamarán entonces que
los hombres pueden acercarse a Dios no por mediación, absolución o intercesión
de algún sacerdote o clérigo, sino por derecho de la divinidad inherente en el
ser humano. El deber de cada clérigo será inspirar, mediante el ejemplo, la
energía del amor aplicado y práctico (no expresado en un paternalismo
insustancial) y fomentar el esfuerzo unificado del sacerdocio de todos los
credos del mundo.
Cuando la distribución de la riqueza mundial es tan desigual y algunas
naciones acaparan todo mientras otras carecen de lo más esencial para la vida,
es evidente que existe un factor que fomenta dificultades y que algo debe
hacerse al respecto.
Al final de la Segunda Guerra Mundial, se presentó una oportunidad para
inaugurar un nuevo y mejor modo de vivir, estableciendo la seguridad y la paz
que todos los hombres anhelan incesantemente. Tres grupos emergieron en el
escenario mundial:
- Los grupos conservadores, reaccionarios y
poderosos, que desean preservar, en la medida de lo
posible, las estructuras y condiciones del pasado. Poseen un gran poder,
pero carecen de visión.
- Los idealistas fanáticos de todos los países, ya sean comunistas, demócratas o fascistas, que
intentan imponer sus ideologías con vehemencia.
- Las masas inactivas de los pueblos de todos
los países, en su mayoría ignorantes de lo que
realmente ocurre, pero que anhelan la paz tras la tormenta y buscan
seguridad en lugar de enfrentar desastres económicos. Estas masas son las
víctimas de sus gobernantes y de las condiciones establecidas, que les
impiden conocer la verdad de la situación mundial.
Todos estos factores generan los desórdenes actuales y condicionan las
deliberaciones de las Naciones Unidas, que solo tienen de unidas el nombre.
Aunque no hay una guerra global, tampoco existe paz, seguridad ni esperanza
inmediata de alcanzarlas.
En este contexto, la Conferencia de Seguridad de Múnich, fundada
hace seis décadas por Ewald von Kleist, vuelve a reunir este febrero de 2024 a
altos responsables de la toma de decisiones y líderes de opinión de todo el
mundo. El propósito es debatir sobre las preocupaciones más apremiantes en
materia de seguridad internacional. Este año, además, el MSC (Munich
Security Conference) celebra su 60º aniversario, consolidándose como un
foro clave para abordar los retos globales más críticos.
Así comienza el informe de seguridad de este año, disponible en la web del
propio Organismo:
"En medio de crecientes tensiones geopolíticas y una creciente
incertidumbre económica, muchos gobiernos ya no se centran en los beneficios
absolutos de la cooperación global, sino que están cada vez más preocupados por
estar ganando menos que otros”.
El concepto de win-win (beneficio mutuo), que había guiado las
relaciones internacionales durante las siete décadas posteriores al término de
la Segunda Guerra Mundial, ha sido reemplazado por el lose-lose, que
podríamos traducir como pérdida mutua.
La encuesta de opinión que acompaña al informe revela que esta antipatía o
aversión no se limita a las decisiones de los gobiernos, sino que se extiende a
la opinión pública. Los encuestados de los Estados del G7 (Estados Unidos,
Canadá, Francia, Alemania, Reino Unido, Italia y Japón) son mucho más reacios a
que sus respectivos países cooperen con China, Rusia y otros países no
democráticos.
"Desde la perspectiva de la mayoría de los europeos, la seguridad ya
no se puede lograr junto con Rusia, sino solo contra ella. En Estados Unidos,
políticos de ambos partidos han llegado a la conclusión de que la disuasión
ahora debe prevalecer sobre la confianza en las relaciones con Pekín”, señala el documento.
Este año, como en los últimos 59, la conferencia contará con la presencia
de decenas de jefes de Estado y ministros de Defensa y Asuntos Exteriores. Este
foro ha sido escenario de algunos de los debates más importantes en la
geopolítica de los últimos dos siglos. Fue aquí donde, en 2007, Vladímir Putin
anunció al mundo el rechazo de Rusia a la arquitectura de seguridad liderada
por Estados Unidos. Ese discurso marcó el inicio de una nueva era de
confrontación entre Moscú y Occidente. Diecisiete años después, nos encontramos
con la invasión de Ucrania por parte de Rusia. ¿O deberíamos decir por parte de
Putin?
A la vista de este pesimista informe, podríamos afirmar que nos encontramos
en una situación peor que al final de la Segunda Guerra Mundial. Es necesario
analizar las condiciones erróneas que han llevado a la humanidad al presente
estado. Estas condiciones son el resultado de varios factores:
- Credos religiosos estancados: Modos de pensamiento que no han evolucionado durante siglos. Un
ejemplo de ello son las declaraciones del patriarca ortodoxo de Moscú
sobre la invasión de Ucrania, entre otros.
- Sistemas económicos injustos: Modelos que enfatizan la acumulación de riquezas y posesiones
materiales, dejando el poder y los recursos en manos de una exigua
minoría, mientras el resto de la humanidad lucha por sobrevivir. Esto ya
fue señalado en la comunicación titulada El estado prostituido y el
individuo degradado.
- Regímenes políticos deficientes: Gobernados por políticos mediocres, corruptos o ambas cosas; por
personas de mentalidad totalitaria, especuladores y quienes ambicionan
posiciones ventajosas y poder, priorizando esto sobre el bienestar de sus
semejantes.
El tiempo en que se podía trazar una línea divisoria entre los mundos
religioso, político y económico ha quedado atrás. Hoy, estos tres aspectos
están profundamente interrelacionados. La corrupción política y los planes
ambiciosos de la mayoría de los líderes más destacados del mundo tienen su raíz
en un hecho clave: las personas espiritualmente orientadas no han asumido –como
un deber y responsabilidad espiritual– la dirección de los pueblos. Han dejado
el poder en malas manos, permitiendo que los egoístas y los indeseables tomen
las riendas del destino humano.
La palabra "espiritual" no pertenece exclusivamente a las
iglesias ni a las religiones del mundo. Las propias iglesias son, en su
mayoría, grandes sistemas capitalistas que demuestran muy poco de la verdadera
mente del Cristo. Han tenido su oportunidad, pero han hecho muy poco por
cambiar el corazón de los hombres y beneficiar a los pueblos. La espiritualidad
es, esencialmente, el establecimiento de correctas relaciones humanas, la
promoción de la buena voluntad y, finalmente, el logro de la verdadera paz en
la tierra como resultado de estas dos expresiones de la divinidad.
El mundo está actualmente lleno de voces beligerantes; por todas partes se
protesta contra las condiciones mundiales; todo se expone a la luz del día, y
los abusos se denuncian públicamente, tal como el Cristo profetizó que
ocurriría. La razón de estas protestas, discusiones y ensordecedoras críticas
radica en que, a medida que las personas despiertan a los hechos y empiezan a
reflexionar, se dan cuenta de que la culpa recae, en gran parte, en ellos
mismos, lo que les remuerde la conciencia. Son conscientes de las
desigualdades, de los graves abusos, de las profundas divisiones entre los
hombres y de la discriminación racial y nacional. También comienzan a dudar de
sus propias metas individuales y de los planes nacionales. Las multitudes, en
todos los países, empiezan a comprender que su inercia, falta de acción y de
pensamientos correctos han contribuido al estado actual de los asuntos
mundiales. Este desafío no siempre es bien recibido.
Sobre las actuales agendas mundiales, ya lo he tratado en otra
comunicación: “Y el sistema socioeconómico, dirigido por una élite cada vez
más minoritaria, funciona con base en automatismos técnico-económicos -pronto
será la inteligencia artificial- ajenos a cualquier consideración no ya ética,
sino simplemente humana. Esa es la Agenda 2030”. Estas agendas son
elaboradas por mega millonarios con la colaboración activa de gobernantes,
tanto corruptos como no corruptos.
También señalé en la misma comunicación: “Y esta es la realidad: lo
humano ya no cuenta para nada en la toma de decisiones de ninguna de las
grandes corporaciones que dominan la economía y la sociedad mundial. El ‘Big
Data’, al servicio de estas élites, no hará sino empeorar lo que acabo de mencionar.
Y a esto habrá que añadir, en un futuro próximo, la manipulación genética”.
No es que lo espiritual y la buena voluntad en las relaciones hayan
desaparecido; es que, para estas élites, ya ni siquiera cuenta el factor
humano.
La unidad, la paz y la seguridad de las naciones, grandes y pequeñas, no se
alcanzarán siguiendo las directrices de los capitalistas codiciosos, ni de los
ambiciosos de cualquier nación, por muchas reuniones que celebren al año,
aunque sean aceptadas en muchos casos. Tampoco se lograrán siguiendo ciegamente
una ideología particular, por muy buena que parezca a quienes están
condicionados por ella. Se alcanzarán mediante el reconocimiento,
inteligentemente fundamentado, de los males que han traído la situación mundial
actual, que son idénticos a los del pasado. A partir de ahí, deberán tomarse
medidas inteligentes y comprensivas que conduzcan a establecer correctas
relaciones humanas, a sustituir el sistema actual de competencia por uno de
colaboración, y a educar a las poblaciones de todos los países sobre el
verdadero significado de la buena voluntad y su poder aún no utilizado. Esto es
lo espiritual y lo importante, y por ello debemos luchar todos.
¿O permitiremos, con nuestra pasividad, que el destino de la humanidad sea
un nuevo ciclo de aniquilamiento, una nueva guerra planetaria, una nueva era de
hambre y pestes mundiales, de una nación contra otra, y de un colapso total de
todo aquello que hace la vida digna de ser vivida? Todo esto puede suceder si
no se realizan cambios fundamentales inspirados en la buena voluntad y la
comprensión mutua.
¿Qué es lo que, en estos momentos, parece obstaculizar la unidad mundial e
impide a las naciones, grandes y pequeñas, llegar a las soluciones que el
ciudadano común espera tan ansiosamente? No es difícil encontrar la respuesta,
e implica a todas las naciones: nacionalismo, capitalismo, competencia, codicia
ciega y estúpida. Por otro lado, la sociedad en todos los países debe despertar
y darse cuenta de que el bien es para todos los hombres, no exclusivamente para
unos pocos grupos privilegiados. También debe enseñar que “el odio no cesa
por el odio, sino que cesa por el amor”. Este amor no es un sentimiento
infantil ni de catequesis, sino una buena voluntad práctica que se exprese en
comunidades y naciones a través de los individuos.
A pesar de todo, en la actualidad hay hombres y mujeres en todas partes –de
posición encumbrada o humilde, en cada nación, comunidad y grupo– que muestran
una visión de correctas relaciones humanas y que deben constituir el modelo
para la humanidad futura. En política, tarde o temprano, surgirán grandes
estadistas inteligentes que intentarán guiar sabiamente a sus pueblos, aunque
enfrentando numerosos obstáculos. Franklin D. Roosevelt fue un ejemplo
destacado, pues dio lo mejor de sí mismo y murió sirviendo a la humanidad. Hay
educadores, escritores y conferenciantes con ideas claras en todos los países
que tratan de demostrar cuán práctico es el ideal, cuán abundante es la buena
voluntad en la humanidad y cuán factible es aplicar estos ideales, porque hay
hombres y mujeres de buena voluntad en el mundo en número suficiente para
hacerlo. Éste es el factor importante. También hay científicos, médicos y
agricultores que han dedicado su vida a mejorar las condiciones de vida de la
humanidad. Además, hay eclesiásticos de todos los credos que sinceramente
siguen los pasos del Cristo (aunque no ocupen posiciones de liderazgo) y
repudian el materialismo que ha arruinado a las iglesias. Y, en general, hay
millones de hombres y mujeres que ven con claridad, piensan con lucidez y
trabajan incansablemente en sus comunidades para establecer correctas
relaciones humanas.
Estas personas de buena voluntad deben encontrarse y organizarse
para descubrir su fuerza numérica, porque existe. Deben constituir un grupo
mundial que fomente las correctas relaciones humanas y eduque sobre la
naturaleza y el poder de la buena voluntad. De esta manera, podrán generar una
opinión pública mundial tan potente y tan clara en favor del bienestar humano,
que los dirigentes, estadistas, políticos, empresarios y eclesiásticos se verán
obligados a escuchar y atender esta demanda. Es imprescindible enseñar, de
manera firme y constante, al público en general, un internacionalismo y una
unidad mundial basados en la buena voluntad simple y en la interdependencia
cooperativa.
Esto no es un programa místico ni utópico; no se desarrolla
mediante acusaciones, socavando ni atacando, sino destacando una nueva
política, como aquella que se base en el principio de establecer correctas
relaciones humanas. Cuando este grupo de hombres y mujeres de buena voluntad
esté formado por millones de personas, se ubicará entre los fabricantes y
traficantes de armamentos y los pacifistas, entre el pueblo y sus dirigentes,
entre empresarios y trabajadores. No se inclinará hacia ningún lado, no manifestará
un espíritu partidista, no fomentará perturbaciones políticas ni religiosas, ni
alimentará odios. Hoy ya existen mediadores familiares, de conflictos, y otras
profesiones diseñadas para resolver relaciones interpersonales. Este es un
indicio del tipo de acción que puede emprenderse.
No es necesario tener una gran imaginación para darse cuenta de
que si se difunde la buena voluntad y se educa a la opinión pública para que
desarrolle su pleno poder, y si los hombres y mujeres de buena voluntad son
descubiertos y organizados en todos los países, se puede lograr un gran cambio
en un corto plazo. Millares de personas podrían unirse a las filas de hombres y
mujeres de buena voluntad. Esta es la tarea inicial. El poder de un grupo así,
respaldado por la opinión pública, será inmenso y producirá resultados
extraordinarios.
Paz y amor para todos.
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