LA HUMANIDAD ACTUAL Y SUS PROBLEMAS

José Manuel Fernández Outeiral

A continuación, podéis leer un resumen de la visión de la humanidad actual a través de los ojos y la mente de un maestro de sabiduría. Todas las ideas fundamentales que aquí se exponen son suyas, ya que, como aclaré en comunicaciones previas, en este y otros temas siempre procuro apoyarme en testimonios cuya autoridad sea difícil de cuestionar.

También me remito a las palabras de Michel de Montaigne: “Es inútil y absurdo decir peor lo que otro ha dicho antes mejor”.

Es crucial que todas las personas preocupadas por el futuro de la humanidad dediquen parte de su tiempo a reflexionar y analizar los principales problemas globales que enfrentamos hoy. Algunos de estos problemas pueden resolverse con relativa rapidez si prevalecen el sentido común y el interés general; otros, sin embargo, requerirán una planificación prudente y una gran paciencia, mientras se avanzan paso a paso hacia un reajuste de los valores humanos y la adopción de nuevas actitudes mentales en lo que respecta a las relaciones humanas correctas.

Si reconocemos la expansión de la conciencia humana y comprendemos la evidente diferencia entre el ser humano primitivo y nuestra moderna y avanzada humanidad, tendremos las bases para un optimismo inquebrantable en cuanto al destino de la misma.

Los lentos y restringidos movimientos de las razas primitivas del género humano han dado paso a la velocidad y al movimiento increíblemente rápido que ofrecen los modernos medios de transporte, cuya relativa facilidad de uso los ha popularizado. Los sonidos inarticulados y el reducido vocabulario de las razas salvajes se han transformado en los complejos idiomas que hoy caracterizan a las naciones actuales.

Los rudimentarios métodos de comunicación, como tambores y fogatas, han sido reemplazados por el teléfono y la internet; las canoas de los antiguos isleños han evolucionado hasta convertirse en enormes trasatlánticos que, impulsados por la fuerza mecánica, conectan puertos en cuestión de días. Los lentos desplazamientos a pie, a caballo o en carruaje han sido sustituidos por trenes que recorren continentes a más de 200 kilómetros por hora y por aviones que nos llevan de un continente a otro en solo unas horas.

A las simples y rudimentarias civilizaciones han seguido complejas y bien organizadas sociedades modernas en los ámbitos social, económico y político. La cultura, las artes, la literatura, la música y la filosofía de todas las épocas están ahora al alcance de toda la humanidad, gracias a los avances de nuestra era.

Aunque existen muchos problemas menores, en esta comunicación se abordan los principales desafíos que enfrenta la humanidad hoy en día y que necesitan ser resueltos con urgencia. Esto solo podrá lograrse mediante el sencillo —aunque difícil de implementar— método de establecer relaciones humanas correctas, tanto entre las personas como entre las naciones.

El problema espiritual inmediato que todos enfrentamos es contrarrestar, de manera gradual, el odio y comenzar a implementar una nueva técnica basada en la buena voluntad: una buena voluntad entrenada, ingeniosa, creativa y práctica.

La buena voluntad es el primer paso que cada uno de nosotros puede dar para expresar el amor, y su práctica traerá como resultado la tan anhelada paz en la tierra. Es tan sencilla y práctica que, a menudo, no sabemos valorar su poder ni su efecto científico y dinámico. Quien practica sinceramente la buena voluntad dentro de su propio hogar puede transformar por completo las actitudes familiares. Y cuando esta sea realmente ejercida entre los grupos de cualquier nación, entre los partidos políticos, las comunidades religiosas y entre las propias naciones, el mundo experimentará una revolución.

La clave de las dificultades que atraviesa la humanidad radica en el desequilibrio entre recibir y dar: hemos recibido sin dar, aceptado sin compartir, acumulado sin distribuir.

Las guerras han sido, y siguen siendo, el alto precio que la humanidad debe pagar por el grave problema del separatismo y la división. Este problema es mucho más complejo de lo que parece a simple vista. Su trasfondo psicológico tiene raíces de siglos, es inherente al alma de cada nación y, hoy en día, condiciona profundamente la mente colectiva de los pueblos. Aquí se encuentra la mayor dificultad.

El trabajo necesario para superar esta situación es urgente, y el riesgo de no llevarlo a cabo es tan alarmante que ya señala, de forma clara, las peligrosas líneas de tensión y ciertas actitudes nacionales que constituyen una seria amenaza para la paz mundial.

Estos problemas pueden dividirse en dos grandes categorías:

      Los problemas psicológicos internos de cada nación.

Los problemas globales, como las relaciones entre naciones, las cuestiones económicas y las fuerzas laborales.

La mayoría de las personas hoy en día piensan principalmente en términos de su propia nación o grupo, que representa el concepto más amplio que han desarrollado hasta ahora. Han superado la etapa de preocuparse únicamente por su bienestar físico y mental individual y comienzan a visualizar la posibilidad de contribuir con su esfuerzo al bienestar y la estabilidad de su nación. Intentan colaborar, comprender y trabajar para el beneficio de la comunidad. Aunque esto no es inusual, describe la actitud que han adoptado miles de personas en cada país.

Este espíritu y actitud algún día caracterizarán la relación entre las naciones, pero actualmente no es así. Hoy predomina una psicología muy distinta: las naciones buscan y exigen lo mejor para sí mismas, sin importar las consecuencias que ello pueda tener para otras. Esta actitud se considera correcta y como una muestra de buena ciudadanía. Sin embargo, está marcada por odios y prejuicios que, en muchos casos, ya no tienen justificación, del mismo modo que no sería aceptable usar lenguaje obsceno en una reunión religiosa.

Además, las naciones suelen estar divididas internamente por barreras raciales, diferencias partidarias y conflictos religiosos. Estas divisiones traen inevitablemente desorden y, en última instancia, provocan desastres, como queda patente a diario en los medios de comunicación.

Un intenso espíritu nacionalista —afirmativo y jactancioso— caracteriza a los ciudadanos de la mayoría de los países, especialmente en sus relaciones mutuas. Este nacionalismo genera antipatía y desconfianza, lo que interfiere con el establecimiento de correctas relaciones humanas. Todas las naciones, en mayor o menor medida, son culpables de estas actitudes y comportamientos, que se expresan según el nivel cultural e ingenio particular de cada una.

En todas las naciones, al igual que en las familias, existen grupos o individuos que son reconocidos como fuentes de dificultades por personas bienintencionadas. De manera similar, en la comunidad internacional algunos países han sido, y continúan siendo, agentes perturbadores durante largos períodos de tiempo.

Los efectos del alma de una nación son profundamente influyentes. La forma mental nacional —creada a lo largo de los siglos a través del pensamiento colectivo, los objetivos y las ambiciones de una nación— constituye su ideal aspiracional y ejerce un poderoso efecto para condicionar y manipular a su pueblo.

Un polaco, un francés, un americano, un hindú, un británico, un español o un alemán son fácilmente reconocibles dondequiera que estén. Este reconocimiento no se basa únicamente en su apariencia física, acento o hábitos, sino principalmente en la expresión de su actitud mental, su sentido de lo relativo y la afirmación de su nacionalidad. Estas señales reflejan la influencia de una forma mental nacional bajo la cual esa persona se ha desarrollado.

Si esta influencia lo convierte en un buen ciudadano que coopera dentro de los límites de su nación, esto es algo positivo y deseable. Sin embargo, si dicha influencia fomenta en él una actitud prepotente, orgullosa y separatista, criticando a ciudadanos de otras comunidades dentro de su propio país o de otras naciones, entonces contribuye a la división y al desorden tanto en su propia nación como a nivel mundial, poniendo en peligro la paz global. Por lo tanto, este problema se convierte en una preocupación que compete a todos los pueblos.

Las naciones pueden ser, y a menudo son, antisociales, ya que albergan dentro de sí mismas elementos que fomentan la discordia.

El interés propio, junto con las habilidades inherentes al ser humano, es la característica predominante en la mayoría de las personas hoy en día. Sin embargo, en todos los países hay quienes han superado estas actitudes egocéntricas y se preocupan más por el bienestar cívico y nacional que por sus propios intereses. Solo unos pocos, y realmente son muy pocos en comparación con el resto de la humanidad, piensan en términos internacionales y se preocupan por el bienestar de la humanidad como un todo.

La importancia otorgada a las posesiones materiales y a la expansión de territorios no es un signo de madurez. Luchar por conservarlos o ampliarlos es una manifestación de inmadurez propia de una etapa adolescente.

La última guerra mundial fue un claro síntoma de la inmadurez de la humanidad, de un pensamiento adolescente, de emociones incontroladas propias de la infancia y de las demandas injustificadas (por parte de naciones antisociales) de aquello que no les pertenecía, como niños malcriados que siempre exigen más. El intenso aislamiento y la política de no intervención de ciertos grupos en los Estados Unidos, el imperialismo británico y las constantes exigencias de Francia por ser reconocida son ejemplos de este comportamiento. Todo esto evidencia la incapacidad de pensar en términos más amplios, una falta de responsabilidad global y un infantilismo colectivo que impide comprender la idea del todo, del cual cada nación debería formar parte.

La guerra y la constante lucha por fronteras territoriales, basadas en hechos históricos, así como el apego a posesiones materiales y nacionales a costa de otros pueblos, algún día serán vistas por una humanidad más madura como simples riñas infantiles por un juguete favorito. Dentro de mil años, la historia calificará estas acciones como el colmo del egoísmo infantil, iniciado por naciones codiciosas cuyos métodos agresivos no pudieron ser detenidos, ya que el resto de las naciones también eran demasiado inmaduras para actuar con firmeza ante los primeros indicios de conflicto.

Cuando Alemania invadió Polonia y, como consecuencia, Francia y Gran Bretaña le declararon la guerra, ¿no es lógico pensar que, si todas las naciones del mundo civilizado hubieran hecho lo mismo sin excepción y se hubieran unido para derrotar al agresor, la guerra no habría durado tanto? La política interna, la envidia internacional, la desconfianza, los antiguos rencores, el temor y la negativa a reconocer los hechos provocaron una desunión que prolongó el conflicto. Si las naciones hubieran actuado con claridad de pensamiento y hubieran renunciado a su egoísmo individual, la guerra podría haber terminado mucho antes. Del mismo modo, si se hubiera tomado una postura firme cuando Japón invadió Manchuria o Italia ocupó Etiopía, la devastadora guerra mundial no habría sido posible. En este sentido, ninguna nación puede declararse libre de culpa. Pero nada hemos aprendido, pues el problema se repite actualmente con la invasión de Ucrania por parte de Rusia, ¿O deberíamos más bien decir por parte de Putin?

La Sociedad de las Naciones, creada por el Tratado de Versalles el 28 de junio de 1919 para establecer las bases de la paz y reorganizar las relaciones internacionales tras la Primera Guerra Mundial, fue un fracaso rotundo, como lo demuestra el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Pero la humanidad parece no haber aprendido nada, ya que la ONU, establecida con los mismos propósitos después de la Segunda Guerra Mundial, sigue un camino que parece llevarla al mismo escandaloso fracaso.

Las naciones más poderosas, aquellas que deberían asumir la responsabilidad de promover la paz mundial, están divididas en vergonzosos e inadmisibles bloques y bandos, lo que socava cualquier intento genuino de unidad y progreso global.

 Esto debe ser enfrentado por todas las naciones, no solo por las más poderosas, con un sentido de culpabilidad individual y con la conciencia de un fracaso psicológico intrínseco. Es difícil admitir que ninguna nación, incluida la propia, tiene las manos completamente limpias. Casi todas son culpables de codicia y saqueo, de separatismo, orgullo, prejuicios, así como de odios nacionales y raciales. Todas las naciones deben realizar una limpieza interna, paralelamente a sus esfuerzos externos, para lograr un mundo más justo y habitable. Hago este llamado especialmente a los líderes mundiales actuales.

Sería útil analizar brevemente algunos de los reajustes psicológicos que las naciones deben realizar dentro de sus propias fronteras, ya que la reforma debe comenzar por casa. La antigua afirmación bíblica "Donde no hay visión, los pueblos perecen" tiene una sólida base científica.

La historia nos muestra un largo pasado de conflictos, guerras, cambios de fronteras, descubrimientos y rápidas anexiones de nuevos territorios, donde los nativos fueron subyugados, a veces con ciertos beneficios para ellos, pero generalmente de manera injustificable. El espíritu nacionalista y su difusión han sido el trasfondo de la historia moderna, tal como se enseña en nuestras escuelas, alimentando así el orgullo nacional, fomentando enemistades nacionales y engendrando odio y envidia raciales.

La historia se centra en las líneas de demarcación entre países y en los regímenes que cada uno ha desarrollado. Estas líneas se defienden de manera rígida, y la adopción del pasaporte en el siglo pasado refuerza esta idea. La historia relata la firme determinación de cada país de preservar sus fronteras a toda costa, de mantener intactas su civilización y cultura y, cuando es posible, de ampliarlas, evitando compartir con otras naciones cualquier cosa que no implique un beneficio económico. Para estos fines, se establecen legislaciones internacionales que regulan los intercambios.

Sin embargo, la humanidad es, y siempre será, una sola, y los recursos de la tierra pertenecen a todos. Esta actitud errónea de separatismo ha fomentado no solo la división, sino también la explotación de los grupos más débiles por los más fuertes y el colapso de la vida económica de millones de personas, causado por un pequeño grupo de poderosos.

Como mencioné en una comunicación anterior (El Estado prostituido y el Individuo degradado), un número cada vez menor de corporaciones multinacionales controla absolutamente la economía mundial. “Nunca antes la injusticia social había sido tan brutal, ni tan aplastante la apropiación de los recursos naturales, la riqueza social y la inteligencia colectiva por unos pocos. El 1% más rico posee tanto patrimonio como todo el resto del mundo combinado.”

Actualmente, los países recurren nuevamente a modos de conducta y pensamiento profundamente arraigados que han caracterizado a las naciones durante generaciones.

En beneficio del interés general, es imprescindible enfrentar nuestro pasado, reconocer las nuevas tendencias y abandonar los viejos patrones de pensamiento, sentimiento y acción, si deseamos evitar que la humanidad caiga aún más profundamente que durante la última guerra.

No encuentro otra forma de abordar este problema que no sea a través de la educación. Debemos comenzar reconociendo que nuestros sistemas educativos han sido inadecuados y no han preparado a los niños para vivir de manera correcta. Tampoco han fomentado los modos de pensamiento y acción necesarios para establecer relaciones humanas correctas, las cuales son esenciales para alcanzar la felicidad, el éxito y una experiencia plena en cualquier ámbito de la actividad humana.

Aunque las mentes más brillantes y los pensadores destacados en el campo educativo han apoyado consistentemente estas ideas, y algunos movimientos educativos han contribuido a eliminar viejos abusos e introducir nuevas técnicas, estos representan una minoría tan pequeña que su impacto sigue siendo limitado. Cabe recordar que, si la enseñanza impartida a los jóvenes en siglos pasados hubiera sido diferente, tal vez las guerras mundiales no habrían tenido lugar.

El hecho de que la educación estuviera controlada durante décadas por algunas iglesias fue un completo desastre. Esto fomentó el espíritu sectario y las actitudes reaccionarias y conservadoras, apoyadas fuertemente por fundamentalistas de todas las confesiones. Este enfoque produjo fanáticos, levantó barreras entre las personas y, con el tiempo, alejó de las religiones a aquellos que, al alcanzar la madurez, aprendieron a pensar por sí mismos. Muchos de los líderes actuales fueron educados en colegios religiosos, y los resultados están a la vista.

No se trata de una acusación a la religión en sí, sino a los métodos antiguos de las iglesias y a las teologías que no lograron transmitir el amor a Dios en su esencia. Tampoco es una crítica a quienes trabajaron para acumular riqueza, prestigio o poder político, buscando aumentar sus afiliados y controlar el espíritu libre del hombre, como ya denuncié en otras ocasiones. Sin embargo, hoy contamos con sabios y buenos líderes religiosos que han reconocido estos errores y trabajan arduamente por un acercamiento auténtico a Dios, aunque son todavía una minoría.

En resumen, la historia de la humanidad es, fundamentalmente, la historia del desarrollo de las ideas, comprendidas y aplicadas progresivamente, y del esfuerzo humano por vivir conforme a ellas. Este proceso refleja la capacidad innata del hombre para intuir lo desconocido, creer en lo improbable, explorar, investigar y exigir la revelación de lo oculto. Este poder espiritual impulsa a reconocer lo bello, lo verdadero y lo bueno, y a expresarlo a través de las artes creativas. Es esta facultad inherente la que ha producido a las personas verdaderamente espirituales, a los grandes artistas, científicos, humanistas y filósofos, así como a quienes aman y se sacrifican por sus semejantes.

Pasemos ahora al problema de la juventud actual. El mundo que conocimos quienes superamos los 60 años ha colapsado y está desapareciendo rápidamente. Los valores antiguos se desvanecen, y lo que llamamos civilización, considerada alguna vez maravillosa, está desapareciendo. Algunos, como yo, consideran esto una bendición; otros, un desastre. Sin embargo, todos lamentamos que los medios empleados para esta transformación hayan provocado tanto sufrimiento y agonía a la humanidad.

Podemos definir la civilización como la reacción de la humanidad ante el propósito y las actividades de un período histórico determinado, y su forma de pensar. Cada época ha sido moldeada por una idea central, que se manifiesta como idealismo racial y nacional. A lo largo de los siglos, esta tendencia fundamental ha producido nuestro mundo moderno, profundamente materialista. Este mundo ha priorizado la comodidad física, degradando las ciencias y las artes para crear un entorno confortable, y, si es posible, bello. Los recursos naturales se han explotado principalmente para producir bienes para la humanidad.

La educación, en general, ha tenido como objetivo entrenar al niño para competir con sus conciudadanos en “la lucha por la vida”, acumular posesiones, vivir cómodamente y alcanzar el mayor éxito posible.

La educación actual también ha sido predominantemente competitiva, nacionalista y, en consecuencia, separatista. Ha entrenado al niño para valorar en exceso los bienes materiales, creer que su nación es superior a las demás y considerar a otras naciones como secundarias. Este enfoque ha fomentado el orgullo, el prejuicio y la creencia errónea de que el individuo, su grupo o su nación son inherentemente superiores a otras personas y pueblos.

Como resultado, los niños son formados con una visión limitada y sesgada del mundo, con conceptos erróneos sobre los valores globales, parcialidad y prejuicios en sus actitudes hacia la vida. Aunque el nivel cultural pedagógico es relativamente alto, está distorsionado y contaminado por prejuicios religiosos y nacionalistas que se inculcan desde la infancia, ya que no son innatos. No se enseña la ciudadanía mundial ni se fomenta la responsabilidad hacia los semejantes. En cambio, se desarrolla la memoria mediante la enseñanza de hechos aislados, muchos de los cuales carecen de relevancia para la vida cotidiana.

Nuestra civilización actual será recordada como la más burdamente materialista de la historia. Si bien ha habido épocas materialistas en el pasado, ninguna ha sido tan universal y abarcado a tantos millones de personas como la presente. Es común escuchar que la causa de las guerras es económica, y esto es cierto hasta cierto punto. Sin embargo, la verdadera raíz del problema reside en que hemos llegado a demandar una cantidad desproporcionada de comodidades y bienes materiales para vivir de manera aceptable. Requerimos mucho más de lo que necesitaron nuestros antepasados y hemos llegado a preferir una vida cómoda y fácil. El espíritu precursor, que fue la base de muchas naciones, se ha transformado, en la mayoría de los casos, en una civilización indolente, particularmente en la sociedad occidental.

Nuestro nivel de vida, desde el punto de vista de las posesiones materiales, es excesivamente alto, mientras que desde el ángulo de los valores espirituales y de un sentido inteligente de proporción, es lamentablemente bajo.

Hoy en día, una nación es considerada "civilizada" cuando otorga un valor desmedido al desarrollo intelectual, recompensa el pensamiento analítico y crítico, y dirige todos sus recursos hacia la satisfacción de los deseos físicos, la producción de bienes materiales y la persecución de objetivos materialistas. Esta mentalidad se enfoca en dominar competitivamente el mundo, acumular riquezas, adquirir propiedades, alcanzar un alto nivel de vida materialista y apropiarse de los productos de la tierra, generalmente en beneficio de un pequeño grupo de hombres ambiciosos y acaudalados.

Ésta es una generalización drástica, aunque básicamente correcta en sus implicaciones principales, aunque incorrecta cuando se aplica a individuos. A causa de esta triste y lamentable situación —creada por la propia humanidad—, sufrimos el castigo de las guerras. Ni las iglesias ni nuestros sistemas educativos han sido lo suficientemente sólidos como para presentar una verdad capaz de contrarrestar esta tendencia materialista.

La tragedia reside en que los niños de todo el mundo están pagando el precio de nuestra equivocada actuación. ¿Qué culpa tienen los niños palestinos, judíos, ucranianos, rusos y de tantos otros lugares, de la estupidez y las ambiciones expansionistas de los adultos? Las guerras tienen sus raíces en la codicia; la ambición material ha sido el motor principal de todas las naciones, sin excepción. Nuestros planes y objetivos se han centrado en organizar la vida nacional para que predominen las posesiones materiales, el espíritu de competencia y los intereses egoístas individuales y nacionales.

Todas las naciones han contribuido a esta situación a su manera y medida; ninguna tiene las manos limpias, y de ahí surgen las guerras. La humanidad ha desarrollado un hábito profundamente arraigado de egoísmo y un amor innato por las posesiones materiales.

El factor cultural de toda civilización radica en la preservación y apreciación de lo mejor que el pasado ha producido: las artes, la literatura, la música y la vida creativa de todas las naciones, tanto en el pasado como en el presente. Esto se relaciona con la refinada influencia que estas expresiones culturales ejercen sobre una nación y sobre los individuos que, gracias a su situación económica, pueden disfrutar de ellas y beneficiarse de su impacto.

El conocimiento y la comprensión obtenidos de estas experiencias permiten al hombre culto conectar el mundo de los significados —heredado del pasado— con el mundo de las apariencias en el que vive, percibiéndolos como un solo mundo que, en muchos casos, considera exclusivamente para su beneficio individual.

Sin embargo, cuando al valor de nuestra herencia planetaria y racial —tanto creativa como histórica— se sume una comprensión genuina de los valores morales y espirituales, tendremos una idea más clara de lo que el hombre verdaderamente espiritual está destinado a ser. Aunque en relación con la población mundial estos individuos son pocos y están muy dispersos, constituyen el fermento y la garantía de una verdadera posibilidad para el futuro.

¿Podrán las personas cultas e influyentes, junto con nuestros gobernantes, reconocer esta oportunidad? ¿Nuestros ciudadanos “civilizados” aprovecharán esta ocasión para construir no una civilización materialista, sino un mundo de belleza y de correctas relaciones humanas? ¿Un mundo donde los niños puedan realmente crecer a semejanza del Creador? ¿Un mundo donde los hombres puedan regresar a la sencillez de los valores espirituales, de la belleza, de la verdad y de la bondad?

Sinceramente, al menos en lo que respecta a nuestro país, no parece ser así. El separatismo, el egoísmo y la construcción de muros —sean físicos o mentales— para impedir o proteger no se sabe qué, predominan. Los responsables deberían ser severamente castigados, aunque sólo sea en las urnas.

¿Cómo podemos construir un comienzo sólido ante tantos odios y prejuicios profundamente arraigados? Como ya he señalado en otras ocasiones, se estima que hay más de cincuenta millones de personas en campos de refugiados, la mitad de ellos niños, y estas cifras no hacen más que aumentar. Mientras tanto, somos testigos de cómo cientos de miles de millones se destinan a las guerras.

Alguien podría considerar esto simple demagogia materialista, pero a mí me parece desolador y una vergüenza para la humanidad.

Los valores éticos y morales entre los niños, y especialmente entre los adolescentes, han sufrido un grave deterioro, y es urgente despertar en ellos valores espirituales. La inundación de contenido nocivo en las redes sociales no ha hecho más que agravar esta situación, ante la pasividad criminal de los dirigentes mundiales.

Todos los niños poseen un acervo inherente que comparten con toda la humanidad, sin importar su raza o nacionalidad, y necesitan aprender a aplicarlo. Por lo tanto, los educadores deberían enfocar sus esfuerzos en desarrollar los siguientes aspectos:

  1. El control mental sobre la naturaleza emocional.

La falta de control emocional es una de las principales causas del acoso escolar y del alarmante número de suicidios entre los jóvenes.

  1. La visión o capacidad de imaginar lo que podría ser, más allá de lo que ya es.

Este enfoque ayuda a cultivar el pensamiento creativo y a inspirar cambios positivos.

  1. El conocimiento efectivo heredado.

Este conocimiento, proveniente del pasado, debe servir como base sobre la cual se pueda construir la sabiduría del futuro.

  1. La capacidad inteligente para gestionar relaciones y asumir responsabilidades.

Es crucial enseñar a los niños a manejar sus interacciones con los demás y a ser responsables de sus acciones en el contexto de su comunidad.

  1. El poder para usar la mente de dos maneras fundamentales:
    • Como “sentido común”, entendiendo este término en su significado original, que implica la capacidad de analizar y sintetizar la información proporcionada por los cinco sentidos.
    • Como faro que ilumina el mundo de las ideas y la verdad abstracta, fomentando la reflexión profunda y la búsqueda de significado más allá de lo inmediato.

El conocimiento llega desde dos direcciones complementarias:

  • Como resultado del uso inteligente de los cinco sentidos, lo que implica observar y comprender el entorno físico.
  • Mediante la intención de captar y entender ideas abstractas, fomentadas por la curiosidad innata y el espíritu de investigación.

Estas habilidades y valores son esenciales no solo para el desarrollo individual de cada niño, sino también para construir una sociedad más equilibrada y justa.

La educación debería estructurarse en tres tipos fundamentales, todos ellos imprescindibles para llevar a la humanidad al nivel de desarrollo necesario:

  1. El conocimiento de los hechos.

Este primer tipo consiste en adquirir información sobre los hechos, tanto pasados como presentes, y luego aprender a deducir y extraer de este conjunto acumulado lo que pueda ser de aplicación práctica en cualquier situación dada. Este proceso constituye la base de los sistemas educativos actuales.

  1. La adquisición de la sabiduría.

Este segundo tipo de educación implica ir más allá del conocimiento de los hechos para comprender el significado subyacente de los mismos. Se trata de captar la esencia y el propósito detrás de los datos y las experiencias.

  1. La aplicación del conocimiento.

El tercer tipo consiste en utilizar el conocimiento de manera que conduzca a una vida sensata, a un punto de vista comprensivo y a una técnica inteligente de conducta. Esto incluye, además, el entrenamiento en actividades especializadas que se basen en las tendencias innatas, el talento o el genio individual.

Es posible que a este tema de la educación le dediquemos una comunicación monográfica más amplia en el futuro.

Ahora es momento de cambiar el enfoque hacia los temas del capital, el trabajo y la ocupación. Nos encontramos en un punto en el que deberíamos estar entrando en una era económica completamente nueva. Gracias a los avances científicos, como la liberación de la energía del átomo y el desarrollo de la inteligencia artificial, nos encontramos ante un panorama radicalmente distinto.

Sin embargo, lo que debería ser motivo de celebración y esperanza para la humanidad, como el acceso a la energía atómica o los beneficios potenciales de la inteligencia artificial, se ha convertido en una fuente de temor casi generalizado.

Los cambios que se avecinan son tan trascendentales que los antiguos valores económicos y las normas de vida conocidas inevitablemente desaparecerán, y nadie puede predecir con certeza qué los reemplazará. Estamos en un momento de incertidumbre, pero también de grandes oportunidades para redefinir el rumbo de nuestra civilización.

Las condiciones están cambiando, especialmente en lo que respecta al uso del carbón y el petróleo como combustibles. ¿Llegará el momento en que estos dos recursos naturales sean innecesarios para el planeta? Si esto sucede, las condiciones cambiarán profundamente, y este es solo uno de los muchos ejemplos de los cambios fundamentales que se avecinan. El uso de la energía atómica podría ofrecer a la civilización futura una solución a los problemas de contaminación causados por los combustibles fósiles, si no fuera por la irracionalidad y la insensatez humanas.

Dos problemas principales pueden surgir de estos descubrimientos. Uno es inmediato, y el otro será necesario resolverlo en el futuro.

  1. El problema inmediato afecta a las personas y corporaciones cuyos grandes intereses financieros están vinculados a los productos que deberán ser reemplazados por nuevas fuentes de energía. Estas entidades lucharán ferozmente hasta el final para evitar que otros se beneficien de estas nuevas fuentes de riqueza, y ya están en ese proceso.
  2. El problema a largo plazo será la constante necesidad de liberar a los seres humanos de las agotadoras tareas laborales y de las largas jornadas necesarias para satisfacer las necesidades básicas de la vida. Esto plantea dos cuestiones clave:
    • Por un lado, el problema del capital, que implica superar el control establecido por intereses esencialmente egoístas que han dominado la vida de la humanidad durante tanto tiempo.
    • Por otro lado, el problema del trabajo, que consiste en gestionar el tiempo libre de manera constructiva.

Un problema está relacionado con la civilización y su funcionamiento, mientras que el otro se vincula a la cultura y al uso creativo del tiempo libre.

No tiene sentido predecir cómo se empleará esta poderosa energía liberada hasta ahora para ayudar a la humanidad. Su primer uso verdaderamente constructivo fue para poner fin a la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, ese uso también trajo consigo una devastación sin precedentes.

Después de seis meses de intensos bombardeos sobre otras 67 ciudades, la bomba nuclear Little Boy fue lanzada sobre Hiroshima el lunes 6 de agosto de 1945, seguida por la detonación de Fat Man en Nagasaki el jueves 9 de agosto. Entre 105,000 y 120,000 personas murieron, y 130,000 resultaron heridas. Fue una auténtica hecatombe. Sin embargo, la rendición de Japón, que fue consecuencia de esa masacre, puso fin a la guerra.

Las preguntas que surgen son: ¿Cuántas vidas podrían haberse salvado si este desenlace hubiera ocurrido antes? ¿Cuántas vidas se salvaron al poner fin a la guerra en ese momento? Hasta ahora, estos bombardeos nucleares son los únicos en la historia, y ojalá sigan siendo los últimos.

La aplicación constructiva de la energía nuclear debería estar en manos de los hombres de ciencia, pero también controlada por personas de buena voluntad de todas las naciones. Esta energía debe protegerse de los intereses económicos y utilizarse exclusivamente para actividades de paz y para construir un mundo más justo.

La ciencia tiene ahora ante sí un campo de investigación completamente nuevo, en el que ha deseado trabajar desde hace mucho tiempo. Este nuevo poder está mucho más seguro en manos de la ciencia que en las del capital o en las de quienes solo buscan explotar este descubrimiento para aumentar sus ingresos. También está más seguro en manos de las grandes democracias que en las de pequeñas o grandes dictaduras.

Sin embargo, la realidad es diferente. Otras naciones y razas han descubierto el "secreto de la liberación de esta energía", lo que plantea serios desafíos para la seguridad futura de la humanidad.

La seguridad futura de la humanidad depende de dos aspectos fundamentales:

La educación constante y metódica de los pueblos en las correctas relaciones humanas y en la práctica del espíritu de buena voluntad.

Esto conducirá a una transformación completa de los actuales regímenes políticos, que en su mayoría son esencialmente nacionalistas y egoístas en su planificación y objetivos. La verdadera democracia, que hoy es solo un sueño, estará basada en la enseñanza de la buena voluntad.

La educación de los niños y jóvenes para inculcarles el principio de la unidad humana.
Es esencial enseñarles que los recursos del mundo deben ser empleados para el beneficio de todos y no de unos pocos.

Algunos naciones, debido a su carácter internacional y a la multiplicidad de razas que las componen, son normal­mente más incluyentes que otras en su modo de pensar y planear, es decir, que están más propensas que otras a pensar en términos de la humanidad como un todo. El problema está en sus dirigentes, elegidos o no por sus respectivos pueblos. Las grandes naciones que deberían servir de faro y sostén de las más pequeñas y débiles, como Estados Unidos, Gran Bretaña, Rusia y Francia, están, han estado, o corren el riesgo de estar en un futuro próximo, en manos de populistas de irresponsabilidad criminal y con mentalidad infantil. China, que debería ser otro faro, juega en una liga diferente y enfrentada al bloque de Occidente, gobernada por la dictadura impuesta por el Partido Comunista Chino, lo cual agrava la situación. Desgraciadamente, Rusia ha elegido ese bando.

Todos los países, sin excepción, contienen elementos buenos y malos; existen grupos progresistas y reaccionarios y hombres ambiciosos y crueles en todas partes, que gustosos explotarían al mundo en beneficio propio y tratarían de imponer su voluntad sobre todas las clases y castas del mundo civilizado, pero en todos los países hay también pensadores y hombres de visión que se oponen a ello. En todos los países hay personas reaccionarias y cons­cientes de las clases sociales que detestan el acrecen­tado poder de las masas y se aferran desesperadamente al prestigio y a la posición heredados; ellos evitarían, si pudieran, el progreso del pueblo y verían con agrado la restauración de los viejos sistemas jerárquicos, pater­nales y feudales; pero el pueblo no está de acuerdo. En los Estados Unidos, faro mayor del mundo actual, tene­mos el aislacionismo, la persecución de las minorías, como sucede con la raza negra, y un nacionalismo ignorante y orgulloso, manifestado en los odios raciales, la actitud sepa­ratista y los nefastos métodos políticos de muchos de sus senadores y congresistas.

Sin embargo, Estados Unidos, Gran Bretaña y resto del mundo Occidental constituyen, básicamente, la esperanza del mundo y forman el núcleo espiritual fundamental que respalda los planes y delineamientos de los acontecimientos futuros. Las otras naciones poderosas, aunque se resistan a creerlo, no ocupan una posición tan sólida, ni están inspi­radas por el mismo idealismo; tampoco poseen recursos nacionales tan vastos, pues su preocupación nacional limita su visión del mundo; están condicionadas por ideologías más estrechas, por la intensa lucha en pro de su existencia nacional, por sus problemas de fronteras y de ganancias materiales y por no colaborar plenamente con toda la humanidad. Las naciones más pequeñas no adoptan la misma actitud; sus regímenes políticos son relativamente más limpios, y constituyen básicamente el núcleo del mundo fede­rado que inevitablemente tomó forma alrededor de las Grandes Potencias. Las federaciones están fundadas sobre ideas culturales; se forman para ga­rantizar correctas relaciones humanas; no deberían basarse en el poder político ni constituir una combinación de naciones unidas para ir en contra de otra combinación de naciones unidas, ambas con fines egoístas.

Ante todo, debe reconocerse que la causa de la inquie­tud permanente mundial, de las guerras que han destrozado a la huma­nidad y de la miseria que se ha extendido por buena parte del planeta, puede atribuirse en gran parte a un grupo de hombres egoístas que, con fines materialistas ha explotado, durante siglos, a las masas y ha aprovechado el trabajo humano para sus propios fines egoístas. Desde los señores feudales de Europa en la Edad Media, pasando por los poderosos grupos comerciales de la era Victoriana, hasta ese puñado de multimillonarios –nacionales e internacionales— que hoy controla los recursos del mun­do, ha surgido el sistema capitalista que ha destrozado a la humanidad. Este grupo de capitalistas monopoliza y explota los recursos del mundo y los productos necesarios para vivir en forma civilizada, y lo ha podido hacer porque posee y controla la riqueza del mundo y la retiene en sus manos mediante consejos de administración entrelazados. Ellos hicieron po­sible la enorme división entre los muy ricos y los muy pobres, como ya expuse antes; aman el dinero y el poder que el dinero da; apoyan a gobiernos políticos; controlan al electorado; hacen po­sible los objetivos estrechos y nacionalistas de políticos egoístas; financian y presionan los negociados mundiales; controlan la energía, los transportes, los medios de comunicación y, pública y anónimamente, el mundo financiero. En un viaje superficial por internet salta a la vista, para cualquier persona medianamente formada, el cruce de acciones entre los fondos de inversión más potentes del mundo, básicamente norteamericanos, y el control total sobre las mayores empresas del globo, abarcando todos los sectores de la economía. Todo esto ocurre con la colaboración, consciente o inconsciente, de todos los gobernantes del mundo. Estos gobernantes reciben las precisas instrucciones del capital en los famosos foros económicos en los que se reúnen a lo largo del año. Ya no se esconden como antaño. 

La responsabilidad de la inmensa miseria que hoy prevalece en todos los países del mundo recae principalmente sobre ciertos grupos interrelacionados de hombres de negocios, banqueros, ejecutivos de cárteles internacionales, consorcios, fondos de inversión, monopolios y directores de grandes corporaciones. Estos individuos y organizaciones buscan únicamente su propio beneficio o el de sus empresas, sin ningún interés real en beneficiar al público, excepto cuando las demandas de mejores condiciones de vida incrementan la demanda de bienes y servicios, lo cual, según la ley de oferta y demanda, aumenta sus ganancias.

Las características de los métodos empleados por estos grupos incluyen:

  • La explotación del potencial humano.
  • La manipulación de los principales recursos planetarios.
  • La promoción de guerras para beneficios comerciales y personales.

En todas las naciones existen hombres y organizaciones responsables de perpetuar este sistema capitalista. Las redes de negocios y su dominio financiero sobre la humanidad existían incluso antes de las grandes guerras. Estas organizaciones han operado y siguen operando en todos los países, formando un grupo internacional estrechamente interconectado que trabaja en completa unidad de ideas e intenciones.

En el pasado, sus miembros pertenecían tanto a las Naciones Aliadas como a las Potencias del Eje. Colaboraban antes, durante, e incluso después de la guerra, utilizando directorios entrelazados, nombres falsos y organizaciones encubiertas. Contaron con el apoyo de naciones neutrales que compartían su ideología. A pesar de las catástrofes que provocaron en el mundo, se reorganizaron, renovaron sus métodos y continuaron sin alterar sus objetivos ni romper sus relaciones internacionales.

Hoy, estos grupos representan la mayor amenaza para la humanidad. Controlan la política, compran a figuras prominentes de cualquier nación a través del sistema de puertas giratorias y aseguran el silencio mediante amenazas, dinero y temor. Acumulan riquezas, compran una falsa popularidad mediante actividades filantrópicas, y llevan una vida cómoda y lujosa, ajenos a la pobreza, el sufrimiento y la miseria que afectan a millones de personas.

Antiguamente, contribuían a obras de caridad y a la Iglesia; hoy lo hacen a través de una supuesta filantropía, como campañas de vacunación, en gran parte para aliviar su conciencia y evadir impuestos. Proporcionan empleo a millones, pero con salarios tan bajos que impiden a los trabajadores disfrutar de comodidades básicas, descanso, cultura o viajes.

Denuncié anteriormente que, junto a la lista de las personas más ricas del mundo, debería figurar el número de “esclavos” que han hecho posible su riqueza. Resulta aterrador constatar cómo el capital ha tomado el control de todos los principales medios de comunicación que, en lugar de informar, se han convertido en herramientas de adoctrinamiento. La independencia de los medios ha desaparecido, facilitada por los gobernantes que utilizan estos medios para su propio beneficio y perpetúan el sistema.

Esto es, sin duda, una acusación grave. Sin embargo, cualquiera puede comprobar su veracidad con un mínimo de atención y análisis.

Sin embargo, existen aquellos que, dentro del sistema capitalista, son conscientes del peligro que enfrentan los intereses económicos, y cuya tendencia natural es pensar con criterio más amplio y humanitario. Estos forman dos grupos importantes:

Primero, los que son verdaderos humanitarios, buscan el bien de sus semejantes y no desean explotar a las masas ni beneficiarse con la miseria ajena. Han alcanzado posiciones de poder e influencia, ya sea por su capacidad o porque han heredado posiciones financieras que les imponen la responsabilidad de manejar los millones puestos bajo su control. Con frecuencia, se ven entorpecidos por sus socios empresariales y están limitados por reglamentos debido a su responsabilidad hacia los accionistas. Comprenden que, independientemente de lo que hagan, luchen o renuncien, la situación general permanecerá igual. Esta tarea es demasiado pesada para un solo individuo, lo que genera en ellos una profunda impotencia. Son nobles y justos, honrados y bondadosos, sencillos en sus modos de vivir, poseen un claro sentido de los valores, pero muy poco pueden hacer de manera decisiva.

Segundo, los que son suficientemente hábiles para interpretar los acontecimientos de la época y comprender que el sistema capitalista no puede sostenerse indefinidamente ante las crecientes demandas de la humanidad y la constante aparición de valores espirituales. Como consecuencia, han cambiado sus métodos, universalizado sus negocios e instituido ciertos beneficios económicos y sociales para sus empleados. Su egoísmo inherente los impulsa a introducir cambios, y su instinto de conservación determina sus actitudes.

Entre estos dos grupos se encuentran aquellos que no encajan en ninguno de ellos, quienes constituyen un terreno fértil tanto para la propaganda de los capitalistas egoístas como para las ideas de los humanitarios altruistas.

Sería de valor agregar que, además del pensamiento egoísta y los móviles separatistas que caracterizan al sistema capitalista, también existen comerciantes que hacen todo lo posible para explotar a sus empleados y proveedores, y que, si tienen la oportunidad, no dudan en engañar a sus clientes. Tampoco se puede ignorar el rol de los intermediarios y especuladores.

Tenemos que luchar contra el espíritu egoísta universal y el ansia de poder de estas élites mundiales. Las guerras han sido una especie de depuración que ha abierto los ojos de la humanidad en todas partes, haciéndole ver la verdadera causa subyacente: el malestar económico que resulta de la explotación de los recursos del planeta por parte de un grupo internacional de personas egoístas y con ambiciones desmedidas.

Pero hoy tenemos la oportunidad de cambiar las cosas.

Veamos ahora el grupo opuesto: el trabajo.

Frente al poderoso grupo que representa el sistema capitalista, tanto a nivel nacional como internacional, se encuentra otro grupo igualmente influyente: los Sindicatos Obreros y sus dirigentes. Ambos tienen alcance global. Queda por ver cuál de los dos dominará con el tiempo y eventualmente en el planeta, o si surgirá un tercer grupo, formado por idealistas prácticos, que logre hacerse cargo de la situación. Mi posición no está a favor ni del capitalismo ni del trabajo tal como actualmente operan; mi postura es simplemente a favor de la humanidad.

Si nos remitimos a la historia de miles de años, los ricos terratenientes, los jefes tribales, los señores feudales, los propietarios de esclavos, los mercaderes y los ejecutivos han ejercido el poder explotando al pobre y buscando la máxima producción al menor coste posible. Esto no es nada nuevo.

En la Edad Media, los trabajadores explotados, los artesanos hábiles y los constructores de catedrales comenzaron a formar gremios y logias para protegerse entre sí, intercambiar conocimientos y perfeccionar su oficio. Estos grupos adquirieron poder con el paso de los siglos, pero la situación de millones de hombres, mujeres y niños trabajadores sigue siendo lamentable.

Con la invención de la maquinaria durante los siglos XVIII y XIX, las condiciones de los trabajadores se deterioraron drásticamente. Las vidas de los obreros se tornaron abominables, insalubres y peligrosas para la salud debido al crecimiento acelerado y desordenado de las zonas urbanas alrededor de las fábricas. En muchos lugares del mundo, estas condiciones aún persisten.

La explotación de los niños se intensificó; los talleres clandestinos prosperaron, y el capitalismo moderno alcanzó su apogeo. La enorme brecha entre los muy pobres y los muy ricos se convirtió en la característica predominante. Desde la perspectiva del desarrollo evolutivo y espiritual planeado para la familia humana, capaz de proporcionar un modo de vida civilizado, justo y equitativo, esta situación no podía haber sido peor.

El egoísmo comercial creció, al igual que el descontento de las masas. Los muy ricos ostentaban sus riquezas frente a los pobres y adoptaban un paternalismo que no hacía más que exacerbar las tensiones. Entre las masas extenuadas, que con su trabajo habían contribuido a la riqueza de las clases privilegiadas, se desarrolló un espíritu revolucionario.

Gradualmente, empleados y obreros comenzaron a unirse para protegerse mutuamente y defender sus derechos legítimos. Surgió la Unión Obrera, equipada con dos formidables herramientas: la huelga y la educación como medios para alcanzar la libertad. Muchos trabajadores descubrieron que la unión hacía la fuerza y que, al estar unidos, podían desafiar a los patronos y exigir salarios dignos, mejores condiciones de vida y más horas de descanso, derechos inalienables de cualquier ser humano.

El constante aumento del poder de los trabajadores y su fuerza internacional es un fenómeno bien conocido y ha transformado significativamente el panorama laboral y social en muchas partes del mundo.

Entre los dirigentes de las uniones obreras surgieron individuos poderosos. Algunos patronos, interesados sinceramente en el bienestar de sus empleados, apoyaron y ayudaron a estos líderes. Sin embargo, esta fue una minoría relativamente pequeña que debilitó la confianza y el poder de la mayoría.

La lucha de los trabajadores continúa; constantemente logran mejoras, exigen menos horas de trabajo y mejores salarios, y cuando sus demandas son rechazadas, recurren al derecho de huelga. Si bien la huelga fue benéfica y útil en sus inicios, se está convirtiendo en una herramienta tiránica en manos de individuos sin escrúpulos que buscan su propio interés.

Actualmente, algunos líderes sindicales han acumulado tanto poder que se han convertido en dictadores, explotando a las masas obreras a las que antes servían. Ejemplos de esta situación pueden observarse en Argentina y otros países. El movimiento obrero se ha enriquecido excesivamente, y las grandes organizaciones nacionales, en todas partes, han acumulado vastas riquezas. En nuestro país, estas organizaciones son motivo de escándalo constante, y los poderes públicos, utilizando los impuestos de la ciudadanía, continúan fortaleciendo su poder.

A pesar de estos problemas, los trabajadores y los gremios obreros han realizado una labor noble. Han elevado el trabajo al lugar que merece en la vida de muchas naciones y resaltado la dignidad esencial del ser humano. Sin embargo, no todo está bien en el movimiento obrero, y surge la necesidad de una posible limpieza drástica.

Es fundamental considerar si pueden implementarse métodos diferentes y mejores para consolidar las libertades y garantizar correctas relaciones humanas. Si aceptamos que deben existir correctas relaciones humanas entre las naciones, también es evidente que tales relaciones deben establecerse entre el capital y el trabajo, así como entre las organizaciones obreras en conflicto.

Actualmente, algunas organizaciones de trabajadores se han convertido en dictaduras que utilizan amenazas, miedo y fuerza para lograr sus objetivos. Muchos de sus líderes son hombres poderosos y ambiciosos, profundamente atraídos por el dinero y decididos a ejercer el poder.

La principal ventaja del movimiento obrero sobre el capital radica en que actúa en nombre de millones de personas, mientras que el capitalismo opera principalmente en beneficio de unos pocos.

Preguntas fundamentales:

  1. ¿Debe mantenerse en el poder el sistema capitalista?
    • ¿Es totalmente malo?
    • ¿No son los capitalistas también seres humanos?
  2. ¿No se convertirá el trabajo en una tiranía?
    • ¿Qué sucede con el creciente poder de los sindicatos y sus dirigentes?
  3. ¿Pueden trabajo y capital llegar a un entendimiento práctico o una combinación?
    • ¿Estamos frente a otra forma de guerra entre ambos grupos?
  4. ¿Cómo puede aplicarse la ley de oferta y demanda para garantizar justicia y abundancia para todos?
  5. ¿Deben los gobiernos adoptar alguna forma de control totalitario?
    • ¿Es necesario este control para satisfacer las demandas de oferta y consumo?
    • ¿Deben implementarse leyes dirigidas al bienestar y a objetivos materialistas?
  6. ¿Qué norma de vida será esencial para el futuro de la humanidad?
    • ¿Tendremos una civilización puramente materialista o una orientación espiritual global?
  7. ¿Qué puede hacerse para evitar que los intereses capitalistas vuelvan a explotar el mundo?
  8. ¿Qué subyace realmente en las dificultades materialistas actuales?

Esta última pregunta puede responderse con una conocida afirmación: “El amor al dinero es la raíz de todo mal”. Esto nos lleva a la debilidad fundamental de la humanidad: el deseo. El dinero es tanto el resultado como el símbolo de ese deseo.

Este deseo es la causa subyacente tanto en el simple proceso de trueque e intercambio —como lo practicaban los primitivos salvajes— como en la complicada y formidable estructura financiera y económica del mundo moderno. Este deseo exige satisfacer necesidades, adquirir objetos y posesiones, alcanzar la comodidad material, y buscar la acumulación de bienes, poder y supremacía que sólo el dinero puede proporcionar.

El deseo por el dinero controla y domina el pensamiento humano, convirtiéndose en la esencia de nuestra civilización moderna. Es también el pulpo que lentamente sofoca la vida, el esfuerzo y la decencia humanas; es la “piedra de molino” que cuelga del cuello de la humanidad, arrastrándola hacia abajo.

Competir por la supremacía y buscar poseerla ha sido el principio fundamental del ser humano común. Este principio se manifiesta de diversas maneras:

  • Un hombre contra otro.
  • Un propietario contra otro.
  • Un negocio contra otro.
  • Una organización contra otra.
  • Un partido político contra otro.
  • Una nación contra otra.
  • El trabajo contra el capital.

Hoy en día, es ampliamente reconocido que el problema de la paz y la felicidad está relacionado principalmente con los recursos del mundo y con la propiedad y distribución de esos recursos.

En nuestros medios de comunicación —controlados y secuestrados por intereses económicos— predominan palabras relacionadas con la estructura financiera de la economía humana, como: interés bancario, salarios, deuda nacional, reparaciones, cárteles y consorcios, finanzas e impuestos. Estas palabras no sólo controlan nuestros planes, sino que también despiertan envidia, alimentan odio y antipatía hacia otras naciones, y nos enfrentan unos contra otros.

Sin embargo, existe un gran número de personas cuyas vidas no están dominadas por el amor al dinero y que son capaces de pensar en términos de valores más elevados. Estas personas representan la esperanza para el futuro.

A pesar de ello, estas personas están individualmente atrapadas dentro del sistema. Aunque no aman el dinero, lo necesitan y deben poseerlo. Los tentáculos del mundo comercial las envuelven; deben trabajar y ganar lo suficiente para vivir, y las obras que desean realizar en beneficio de la humanidad no pueden llevarse a cabo sin fondos.

La tarea que enfrentan hoy los hombres y mujeres de buena voluntad de todas partes parece demasiado pesada, y los problemas a resolver son casi insolubles. Dichas personas se formulan las siguientes preguntas: ¿Podrá terminar el conflicto entre el capital y el trabajo y, con ello, renacer un nuevo mundo? ¿Cambiarán las condiciones de vida tan radicalmente que las correctas relaciones humanas puedan ser establecidas en forma permanente?

Estas relaciones pueden establecerse por las siguientes razones:

  1. La humanidad, que ha sufrido tan terriblemente durante los últimos doscientos cincuenta años, pudo haber hecho los cambios necesarios, y en parte los hizo, antes de que el dolor y la agonía fuesen olvidados y sus efectos hubiesen desaparecido de la conciencia del hombre.

Tales pasos debieron darse inmediatamente, mientras los males del pasado eran todavía evidentes, pero no se dieron.

  1. La liberación de la energía del átomo debió ser considerada como la inauguración definitiva de una nueva era.

Todavía estamos a tiempo y debería cambiar tan completamente nuestro modo de vivir que muchos de los proyectos formulados hasta ahora serán de carácter provisional. Estos ayudarán a la humanidad a hacer la gran transición del sistema materialista que hoy predomina a otro sistema que tendrá como característica básica las correctas relaciones humanas. Este nuevo y mejor modo de vivir se implantará por dos principales razones:

    • La estrictamente espiritual de la hermandad humana.

Esto podría ser considerado como una razón mística y visionaria, pero sus efectos están controlando ya más de lo que se cree.

    • La del móvil puramente egoísta de la autoconservación.

El descubrimiento de la liberación de la energía atómica no solo ha puesto en las manos humanas una poderosa fuerza que trajo inevitablemente nuevos y mejores modos de vivir, sino también una terrible arma, capaz de borrar a la familia humana de la faz de la tierra.

  1. El constante y abnegado trabajo de los hombres y mujeres de buena voluntad en todos los países.

Debido al descubrimiento de la energía nuclear, el capital y el trabajo enfrentan un problema cada uno, problemas que alcanzarán un punto máximo de crisis en los próximos años. Ojalá solo se quede en eso.

El dinero, la acumulación del capital y el monopolio de los recursos de la tierra para la explotación organizada, serían inútiles y triviales, siempre que tales fuentes de energía, y su modo de liberarla, permaneciesen en manos de los representantes elegidos por el pueblo, y no fuesen la posesión secreta de ciertos grupos de hombres poderosos o de determinada nación.

La energía atómica pertenece a la entera humanidad. La responsabilidad de su control debería residir en manos de los hombres de buena voluntad. Pero no ha sido así y ahora ya vemos las funestas consecuencias de tan descomunal descuido. Naciones prácticamente insignificantes, en el contexto mundial, son una constante amenaza global.

Sin embargo, hasta que la humanidad no llegue a comprender plenamente las correctas relaciones humanas, será necesario que un grupo internacional de hombres y mujeres de buena voluntad —dignos de confianza y elegidos por el pueblo— se encarguen de resguardar este potencial. Está claro que el Organismo Internacional de Energía Atómica ha sido otro fracaso más de nuestra humanidad.

La liberación de la energía atómica representa, en todos los reinos de la naturaleza, la primera de muchas grandes liberaciones por venir. La gran liberación que aguarda a la humanidad permitirá la expresión plena de los poderes creadores de la raza, las potencias espirituales y los desarrollos psíquicos que demostrarán y evidenciarán la divinidad y la inmortalidad del ser humano.

La clave que debe enfatizarse y la palabra que debe resonar es: humanidad. Solo la fuerza de un concepto predominante puede salvar al mundo de la inminente y mortal lucha económica. Este concepto es necesario para impedir tanto el resurgimiento de los antiguos sistemas materialistas como el control sutil ejercido por los intereses financieros y el violento descontento de las masas.

Se debe fomentar la creencia en la unidad humana. Debemos considerar esta unidad como un valor digno de lucha e incluso sacrificio, y debe convertirse en el nuevo fundamento para todas nuestras organizaciones políticas, religiosas y sociales, así como en el tema principal de nuestros sistemas educativos. Unidad humana, comprensión humana, relaciones humanas, justicia humana y la unidad esencial de todos los hombres son los únicos conceptos sobre los que podemos construir un nuevo mundo. Estos principios son indispensables para abolir la competencia, poner fin a la explotación de un sector de la humanidad por otro y superar la actual injusta distribución de la riqueza del planeta.

Mientras persistan los extremos de riqueza y pobreza, los seres humanos no podrán alcanzar su verdadero destino.

Es hora de dejar de lado las disputas entre el Capital y el Trabajo y echar un vistazo, aunque sea breve, al problema de las minorías. Al iniciar este análisis, es útil recordar que el problema que estamos considerando puede rastrearse hasta una de las debilidades humanas más destacadas: la desunión.

No existe pecado mayor que este, pues es responsable de una amplia gama de males humanos. La desunión fomenta la lucha entre hermanos, prioriza exclusivamente los intereses personales y egoístas, conduce inevitablemente al crimen y la crueldad, y constituye el mayor obstáculo para la felicidad global. Pone a un hombre contra otro, a un grupo contra otro, a una clase contra otra y a una nación contra otra.

Este sentido destructivo de superioridad engendra la perniciosa doctrina de razas y naciones superiores e inferiores, promueve el egoísmo económico, genera barreras económicas y la explotación de seres humanos, y perpetúa la condición de los que poseen frente a los desposeídos. La desunión da una importancia desmedida a las adquisiciones materiales, las fronteras y la peligrosa doctrina de la soberanía nacional con sus diversas implicaciones egoístas.

Además, fomenta la desconfianza entre los pueblos y el odio en todo el mundo, lo que ha conducido desde los inicios de la humanidad a crueles y destructoras guerras.

En el presente, esta desunión nos ha llevado a un estado de enfrentamiento global tan generalizado que las personas de todas partes comienzan a reconocer que, sin un cambio fundamental, la humanidad podría ser destruida.

Pero, ¿quién llevará a cabo este cambio necesario? ¿Dónde está el líder capaz de guiarlo? ¿Es posible identificar su figura en algún lugar de esta bendita tierra?

La humanidad debe enfrentar esta situación en toda su magnitud. Si afronta esta expresión fundamental del mal universal —la desunión—, podrá realizar el cambio necesario y darse a sí misma la oportunidad de actuar correctamente. Este paso permitirá el establecimiento de correctas relaciones humanas y allanará el camino hacia un futuro mejor.

Desde el punto de vista de este tema, el problema de las minorías, ese sentido de desunión —en sus numerosos y amplios efectos— se divide en dos categorías principales, las cuales se hallan tan íntimamente relacionadas que es casi imposible considerarlas por separado.

Primero, existe el espíritu de nacionalismo con su sentido de soberanía y sus deseos y aspiraciones egoístas. Uno de sus peores aspectos es poner a una nación contra otra y, dentro de la misma nación, unas regiones contra otras. Fomenta el sentido de superioridad nacional y conduce a los ciudadanos de una nación a considerarse, ellos y sus instituciones, superiores a los de otra nación; cultiva el orgullo de raza, la historia, las posesiones y el progreso cultural; fomenta arrogancia, jactancia y desprecio por otras civilizaciones y culturas, lo cual es dañino y denigrante. También engendra la tendencia a sacrificar los intereses de otros en bien de los propios, y a no querer admitir que “Dios ha hecho iguales a todos los hombres”.

Este tipo de nacionalismo es universal y predomina en todas partes; ninguna nación está libre de él. Indica ceguera, crueldad y falta de proporción, por lo cual el género humano está pagando ya un excesivo precio, y si esto persiste llevará a la humanidad a la ruina.

Es innecesario decir que existe un nacionalismo ideal, que es lo contrario de todo esto, pero aún solo existe en las mentes de unos pocos iluminados de cada nación. No es todavía un aspecto efectivo y constructivo de nación alguna; continúa siendo un sueño, una esperanza y, queremos creer, una intención fija. Este tipo de nacionalismo fomenta en forma correcta su civilización individual, pero como contribución al bien general de la comunidad de naciones y no como medio de su propia gloria. Defiende su constitución, sus territorios y su pueblo a través de la rectitud de su expresión viviente, la belleza de su modo de vivir y el altruismo de sus actitudes. No infringe, bajo ningún pretexto, los derechos de otros pueblos o naciones. Aspira a mejorar y a perfeccionar su propio modo de vivir, para que todo el mundo se beneficie. Es un organismo viviente, vital y espiritual, y no una organización materialista y egoísta.

Segundo, tenemos el problema de las minorías raciales, que constituye hoy un problema, aunque menor que en el pasado reciente, debido a su relación con esas naciones dentro de y entre las cuales se encuentran. En gran parte es el problema de la relación entre los débiles y los fuertes, los pocos y los muchos, los desarrollados y los subdesarrollados, un credo religioso y otro más poderoso y dominante. Está estrechamente vinculado con el problema del nacionalismo, del color, del proceso histórico y del propósito futuro, siendo en la actualidad y en todo el mundo, uno de los mayores problemas.

Al considerar el tema debemos hacer dos cosas: primero, saber qué es lo que hace que un pueblo, una raza o una nación se conviertan en una minoría; y luego, cómo llegar a una solución. El mundo está invadido por el clamor de las minorías que, correcta o erróneamente, acusan a las mayorías. Algunas mayorías se preocupan sinceramente de que se haga justicia a las minorías que luchan y reclaman; otras las utilizan como “puntos de debate” para sus propios fines, o apoyan la causa de las naciones pequeñas y débiles, no por razones humanitarias, sino por poder político.

Existen minorías nacionales e internacionales. Hoy en día, a escala internacional, continúa la lucha de las minorías. La Federación Rusa busca ejercer su influencia en todas direcciones y, como si eso fuera poco, está empeñada en un expansionismo bélico. Estados Unidos intenta mantener su posición de máximo control en Centro y Sudamérica, así como en el Lejano Oriente, tanto comercial como políticamente, siendo calificado en esos países (con razón o sin ella) de imperialista. Gran Bretaña se esfuerza por proteger su "línea vital" hacia Oriente mediante movimientos políticos en el Cercano Oriente. Francia, por su parte, trata de recuperar el poder perdido, apoyando la causa de las pequeñas naciones europeas.

Mientras estas grandes potencias se ocupan de sus políticas y de afirmarse en su lugar en el mundo, las masas en todos los países, grandes y pequeños, están llenas de temores e incertidumbres. Están hartas de guerras, cansadas de la incertidumbre y atemorizadas por las perspectivas del futuro. Estas masas están agotadas hasta en sus almas por tanta lucha y discusión. Solo desean vivir con seguridad, contar con lo necesario para subsistir, educar a sus hijos dentro de una medida razonable de cultura civilizada y habitar en un país con una economía sana, una religión activa y un sistema educativo adecuado.

Hoy, igual que en el pasado, los problemas de dos minorías atraen la atención pública. Si estos problemas se resolvieran, se daría un gran paso hacia la comprensión mundial:

  1. El problema judío.

Los judíos constituyen una minoría internacional muy emprendedora y notablemente bulliciosa. Son una minoría en prácticamente todas las naciones del mundo, lo que hace que su problema sea excepcional.

  1. El problema de los negros.

Este es otro problema excepcional. Los negros son mayoría en el gran continente africano, que sigue subdesarrollado, y una minoría en los Estados Unidos, donde la situación es especialmente preocupante. Este problema es único en el sentido de que esencialmente es un problema de los blancos, quienes lo han creado y perpetuado, y serán ellos quienes tendrán que resolverlo.

Si se tuviera una idea clara de la significación de estos problemas, tanto en el plano material como espiritual, y de las responsabilidades implicadas, sería de gran utilidad.

En el caso de los judíos, el pecado del separatismo es profundamente innato en su raza, así como en los pueblos entre quienes viven. Sin embargo, los judíos son en gran parte responsables de perpetuar esta separación. En el caso de los negros, el instinto de separatividad proviene de los blancos. Los negros luchan por poner fin a esta separación, y por ello las fuerzas espirituales del mundo están de su lado.

El problema judío es muy antiguo y ampliamente conocido. Resulta difícil abordarlo sin correr el riesgo de parecer vulgar, prejuicioso o provocar una reacción de rechazo por parte de los judíos. Sin embargo, no sirve de nada limitarse a repetir lo que es aceptable para todos o lo que coincide con puntos de vista generalizados. Hay cosas que deben decirse, aunque no sean conocidas o hayan sido planteadas previamente con un espíritu crítico o antisemita, en lugar de con un espíritu de amor, como se intenta hacer aquí.

Antes del encarnizado e imperdonable ataque de Hitler y el nazismo contra ellos durante la Segunda Guerra Mundial, los judíos vivían en todos los países y eran ciudadanos de dichos países. Mantenían intactas su identidad racial, su modo de vida y su religión nacional —un privilegio al que todos tienen derecho—, junto con una peculiar y estrecha adhesión a su raza.

Aunque otros grupos también han preservado su identidad racial y cultural, lo han hecho en menor grado y, con el tiempo, fueron absorbidos y asimilados por las naciones de las que formaban parte. Sin embargo, los judíos siempre han constituido una nación dentro de otra. Esto no ha ocurrido tanto en países como Gran Bretaña, Holanda, Francia e Italia, donde no existe un fuerte sentimiento antisemita.

La complejidad del problema judío y su particularidad histórica requieren ser abordadas con un espíritu constructivo y sin prejuicios, entendiendo tanto sus raíces como sus implicaciones actuales.

En todos los países y a lo largo de las épocas, los judíos se han dedicado al comercio y a la gestión del dinero; son personas esencialmente comerciantes y solidarias entre sí, que han mostrado poco interés por la agricultura, excepto en los últimos tiempos en Israel. A sus marcadas tendencias materialistas han añadido un gran sentido de la belleza y un concepto artístico que han aportado mucho al mundo del arte. Siempre han sido protectores de la belleza y están entre los grandes filántropos del mundo. Sin embargo, sus métodos comerciales, en algunos casos dudosos, han provocado una notable desconfianza y antipatía en el mundo de los negocios.

Siguen siendo un pueblo esencialmente oriental, algo que los occidentales a menudo olvidamos. Si lo recordáramos, entenderíamos que los conceptos orientales sobre la verdad, la honestidad, el uso y la posesión del dinero son muy diferentes de los occidentales. Aquí radica parte de la dificultad. No se trata de juzgar lo correcto o incorrecto, sino de reconocer las diferencias en las normas y actitudes raciales inherentes compartidas por todo Oriente.

El judío moderno es también el producto de siglos de persecución y emigración. Ha vivido errante de un país a otro y de una ciudad a otra, y esta experiencia ha desarrollado en él hábitos de vida y pensamiento que los occidentales no suelen entender ni considerar. Por ejemplo, los judíos, como consecuencia de vivir en tiendas durante siglos, tienden a ser percibidos como menos meticulosos en sus comunidades, algo que ni siquiera los occidentales menos organizados suelen aceptar fácilmente.

Además, debido a la necesidad de sobrevivir durante siglos a costa de los pueblos entre los que han peregrinado, los judíos han desarrollado una habilidad para aprovechar oportunidades y garantizar lo mejor para sus hijos, independientemente de lo que ello pudiera costar a los demás. Han mantenido su identidad en medio de razas extranjeras, conservando en lo posible su religión, tabúes y antiguas tradiciones nacionales. Esto les ha permitido sobrevivir a persecuciones, pero también les ha llevado a ser la raza más conservadora y reaccionaria del mundo.

Durante siglos, los judíos ortodoxos han enfatizado la pureza racial y han contraído matrimonio dentro de su comunidad. Sin embargo, los judíos jóvenes y modernos han relajado esta práctica, aceptando con más frecuencia los matrimonios con gentiles, aunque esta actitud no es compartida por las generaciones mayores ni por algunos gentiles.

Los judíos, en general, son buenos ciudadanos, respetuosos de la ley, bondadosos y decentes en sus maneras. Están ansiosos por participar en la vida comunitaria y dispuestos a contribuir con su dinero cuando se les solicita. Sin embargo, tienden a mantenerse separados. A lo largo de la historia, han tendido a agruparse como medida de protección y tranquilidad comunitaria. Esta tendencia también fue fomentada por los gentiles, quienes en muchos países impusieron restricciones que limitaban dónde podían residir, comprar propiedades o establecerse.

Debido a su capacidad para prosperar y vivir dentro de una nación mientras mantenían su identidad y evitaban una asimilación completa, los judíos han sido objeto de constantes persecuciones.

A pesar de todo, en cada nación hay judíos respetados y queridos por quienes los conocen, sean judíos o gentiles. Estos individuos pertenecen a la gran aristocracia espiritual de la humanidad y, aunque actúan dentro de cuerpos judíos y llevan nombres judíos, han trascendido las características nacionales y raciales. Estos hombres y mujeres, cuyo número sigue creciendo, son la esperanza de la humanidad y la garantía de un mundo nuevo y mejor.

El principal factor que ha llevado al judío al separatismo y a desarrollar un característico complejo de superioridad (oculto bajo una apariencia de inferioridad) es su fe religiosa. Su credo, uno de los más antiguos del mundo, es varios siglos más antiguo que el budismo, la mayoría de los credos hindúes y el cristianismo.

Es una religión diseñada cuidadosamente para proteger al judío errante. Tiene una base materialista que enfatiza "la tierra de abundante leche y miel", un objetivo literal en aquellos tiempos. Su religión exige separatismo:

  • Dios es el Dios de los judíos.
  • Los judíos son el pueblo elegido por Dios.
  • Deben mantener su pureza física y espiritual.
  • Su bienestar es primordial para Jehová.
  • Poseen un fuerte sentido mesiánico.

La obediencia a estos principios ha definido su situación en el mundo moderno y ha perpetuado su condición de pueblo separado, influyendo significativamente en su posición histórica y cultural.

La palabra “amor”, en lo que concierne a la relación con otros pueblos, ha sido omitida en esta religión, aunque se enseña el amor a Jehová con las debidas amenazas. El concepto de una vida futura que dependa de la conducta, del comportamiento respecto a los demás y de la correcta acción en el mundo de los hombres ha sido totalmente omitido en el Antiguo Testamento. En ninguna parte se resalta la inmortalidad, y aparentemente la salvación depende del respeto a numerosas leyes y reglas físicas relacionadas con la limpieza corporal. Estos factores, y otros de menor importancia, son los que mantienen apartados a los judíos, quienes los cumplen sin importar cuán anticuados o inconvenientes sean para los demás.

Estos factores reflejan la complejidad del problema desde el punto de vista judío y su antagónica y enervante relación con los gentiles, un factor que el judío rara vez reconoce. El gentil de hoy no recuerda ni se preocupa por el hecho de que los judíos fueron quienes, según el Nuevo Testamento, crucificaron a Cristo. Más bien, tiende a recordar que Cristo fue judío y se sorprende de que los judíos no sean los primeros en aclamarlo y amarlo. El gentil suele fijarse en los métodos marcadamente comerciales de los judíos, así como en el hecho de que un judío ortodoxo considere impuro el alimento del gentil y priorice sus obligaciones raciales sobre su ciudadanía. Además, considera que la religión judía está obsoleta, siente una intensa antipatía por el cruel y celoso Jehová de los judíos y percibe el Antiguo Testamento como la historia de un pueblo muy cruel y agresivo, salvo por los Salmos de David, que son amados por todos quienes los conocen.

Estos son puntos a los que el judío nunca ha prestado atención y que, sin embargo, lo han separado del mundo en el que desea vivir y ser feliz, quedando atrapado en una herencia que podría ser muy beneficioso modernizar.

Durante siglos, el gentil no ha querido a su hermano judío, quien ha sido perseguido de un lugar a otro, viéndose constantemente obligado a seguir su camino a través del desierto, desde Egipto hasta la Tierra Santa, y siglos después al valle de Mesopotamia. Desde entonces, grandes corrientes de judíos errantes han emigrado ininterrumpidamente al norte, sur, oeste, y una pequeña parte al este, siendo expulsados de ciudades y países, entre ellos España durante la Edad Media. Después de un período de relativa tranquilidad, nuevamente fueron desplazados, viéndose obligados a vagar por Europa sin hogar, junto con miles de personas de otras nacionalidades, inermes y en manos de un cruel destino. Algunos no estaban desamparados, sino organizados por ciertos grupos políticos con fines internacionales y egoístas.

Incluso en países donde el sentimiento antisemita había sido prácticamente inexistente durante décadas, dicho antagonismo está resurgiendo. En Gran Bretaña, se puede observar cómo levanta su maligna cabeza, y en Estados Unidos representa una amenaza creciente. A los gentiles les corresponde poner fin, de una vez por todas, a este ciclo de persecuciones. Por su parte, los judíos deben dar los pasos necesarios para no despertar la antipatía de los ciudadanos entre quienes viven.

La necesidad actual de los judíos es resolver este antiguo problema que ha perturbado la paz de los países a lo largo de los siglos. La responsabilidad de los gentiles, a la luz de las demandas humanitarias, es vital. El historial de persecución de los judíos es una historia cruel y terrible, cuyo único paralelo se encuentra en el trato que ellos mismos dieron a sus enemigos, según lo relata el Antiguo Testamento. El destino de los judíos durante la última guerra mundial es un relato de crueldad, tortura y asesinato en masa; el trato que han recibido a lo largo de las épocas es uno de los capítulos más oscuros de la historia humana, sin justificación ni excusa. Las personas con pensamiento correcto, presentes en todas partes, claman para que terminen tales persecuciones.

Esto solo se solucionará cuando los mismos judíos busquen hallar una solución y abandonen sus exigencias de que los gentiles y cristianos hagan todas las concesiones, solucionen el problema y, sin la ayuda de los judíos, pongan fin a la situación. (El sionismo y la creación del estado de Israel son asuntos políticos que no se abordan aquí). Los judíos claman constantemente por justicia y ayuda, culpando de sus desdichas a las naciones no judías. Sin embargo, rara vez reconocen que hay condiciones de su parte que justifican la antipatía general que despiertan. Tampoco consideran las civilizaciones y culturas en las que viven, e insisten en permanecer separados. Culpan a otros de su aislamiento, pero lo cierto es que, como ciudadanos, se les ha dado iguales oportunidades en todos los países de mente abierta.

Han establecido antiguas normas de vida dentro de otras naciones y, como ciudadanos con todos los derechos que confiere la ciudadanía, han levantado una muralla física y cultural de prohibiciones, hábitos y costumbres religiosas que los separa de su entorno e impide su asimilación. No existe otro problema igual en el mundo: es un pueblo con raza, religión, objetivos, características y cultura bien definidas; una civilización excepcionalmente antigua y muy conservadora, diseminada como minoría en todas las naciones. Aunque se trató de abordar el problema con la creación del estado de Israel, las consecuencias actuales son claras. Este pueblo posee grandes riquezas e influencias y crea disensiones continuas entre las naciones, pero no parece buscar una solución armoniosa, ni demuestra una comprensión psicológica del entorno gentil al que debe apelar constantemente. Presentan solo soluciones materialistas y exigen casi abusivamente que los gentiles asuman toda la culpa y terminen con las dificultades.

Este problemático hijo dentro de la familia humana es, no obstante, un hijo del Padre Uno, espiritualmente identificado con todos los hombres. Lo que aquí se expone nace del amor por todos. Los pueblos saben que no hay “ni judío ni gentil”, como lo expresó San Pablo al enfrentar este mismo penoso problema hace 2.000 años. Ojalá todos los judíos de hoy puedan verlo de esa manera y actúen en consecuencia, antes de que el "ojo por ojo y diente por diente" nos deje a todos ciegos y desdentados.

El problema de la raza negra es completamente distinto al de los judíos. En el caso de los judíos, tenemos un pueblo extraordinariamente antiguo que, durante miles de años, ha desempeñado un papel importante en la historia del mundo. Ha desarrollado una cultura propia y se ha identificado con una civilización que le ha permitido ocupar un lugar en igualdad de condiciones con los llamados “pueblos civilizados”.

Por otro lado, el caso de los negros puede considerarse como el de un pueblo que, en los últimos doscientos cincuenta años, ha comenzado a ascender en la escala de las realizaciones humanas. Durante este tiempo, ha logrado un progreso sorprendente, enfrentando enormes dificultades y oposiciones. Hace doscientos cincuenta años, todos los negros vivían en África, donde aún reside una gran parte de ellos. En aquel entonces, eran considerados por europeos y americanos como "salvajes", divididos en innumerables tribus. Vivían en un estado primitivo, natural y guerrero, sin educación en el sentido moderno, regidos por caciques, guiados por los dioses de la tribu y dominados por tabúes.

Sus características eran muy diversas: el pigmeo y el guerrero de Botsuana, por ejemplo, no compartían semejanza alguna, salvo el color de su piel. Las tribus luchaban constantemente entre sí e invadían mutuamente sus territorios.

Durante siglos, los negros han sido explotados y esclavizados, primero por los árabes y luego por quienes los compraban a los tratantes de esclavos para llevarlos a los Estados Unidos o a las Antillas. También fueron explotados por las naciones europeas, que se apoderaron de vastos territorios en África y se enriquecieron con los productos de esos países y el trabajo de sus habitantes. Los franceses lo hicieron en el Sudán francés, los belgas en el Congo Belga, los holandeses y británicos en Sudáfrica, y los alemanes e italianos en el África Oriental. Actualmente, China también desempeña un papel significativo en esta explotación en prácticamente todos los países africanos.

Es una penosa historia de crueldad, saqueo y explotación por parte de la raza blanca y, más recientemente, de los chinos. Sin embargo, a pesar de todo esto, también ha aportado ciertos beneficios a la raza negra.

La historia de estas relaciones no ha terminado y, a menos que en el futuro se actúe con rectitud y justicia —algo que no parece cercano—, esta relación terminará de forma trágica. Así lo demuestran los innumerables enfrentamientos dentro de las propias naciones, siempre alentados por intereses materialistas.

La tragedia de Ruanda es un ejemplo paradigmático: el genocidio de Ruanda fue un intento de exterminio de la población tutsi por parte del gobierno hegemónico hutu entre el 7 de abril y el 15 de julio de 1994. En apenas cien días, se asesinó aproximadamente al 70 % de los tutsis; 800.000 personas fueron brutalmente asesinadas y otros dos millones huyeron del país. Este evento representa un fracaso total y absoluto de las Naciones Unidas y añade una nueva vergüenza a la humanidad.

A esto se suma el drama del sida. Se estima que, a nivel mundial, 33,3 millones de personas están infectadas con el VIH o viven con el virus, de las cuales 22,5 millones se encuentran en el África Subsahariana. Además, de los 2,5 millones de niños afectados en todo el mundo, 2,3 millones viven en esta región. Este es otro holocausto que la humanidad debe añadir a su vergonzosa lista.

A pesar de todos los males derivados de la explotación por parte de los blancos, el impacto de las razas blancas en el continente africano ha traído consigo un gran desarrollo evolutivo y beneficios como: educación, asistencia médica, el fin de las incesantes guerras tribales, mejoras en la sanidad y un sistema religioso más iluminado que reemplazó los cultos bárbaros y las crueles prácticas religiosas. El explorador, el misionero y el traficante han causado mucho daño, pero también han aportado mucho bien, especialmente los misioneros.

El negro, por naturaleza, es religioso y tiene una marcada tendencia mística. Los principales dogmas de la fe cristiana ejercen un gran atractivo sobre él; los aspectos emocionales de esta enseñanza, que enfatizan el amor, la bondad y la vida después de la muerte, son fácilmente comprendidos porque el negro tiene un temperamento emocional. Detrás de los diversos cultos religiosos separatistas del continente africano emerge un misticismo fundamental y puro, que abarca desde el culto a la naturaleza y el animismo primitivo hasta un profundo conocimiento oculto y una comprensión esotérica. Esto podría, algún día, convertir a África en el lugar donde se asentará la forma más pura de enseñanza y vida ocultista, aunque esto tardará varios siglos en materializarse.

Las facultades innatas de los negros contienen un enorme potencial. El negro es creador, artista y capaz del desarrollo mental más elevado si recibe la educación adecuada, tan capaz como el hombre blanco. Esto ha sido comprobado repetidamente por artistas y científicos de origen negro, así como por las aspiraciones y ambiciones de la raza.

El problema de la minoría negra en el hemisferio occidental es una historia trágica que compromete y deshonra seriamente al hombre blanco. Los negros fueron llevados a los Estados Unidos y a las Antillas hace más de dos siglos y esclavizados por la fuerza. Nunca recibieron un trato justo ni tuvieron oportunidades equitativas. Según la Constitución de los Estados Unidos, todos los hombres son considerados libres e iguales; sin embargo, el negro todavía no es libre ni igual.

El trato hacia los negros en los Estados del sur es una mancha para el país. Se les ha negado, y se les sigue negando, igualdad de oportunidades. Deben luchar por cada uno de los privilegios que les corresponden.

El negro, por naturaleza, es sencillo, adaptable, bondadoso y tiene un deseo innato de agradar y ser agradable. Si hoy vemos a muchos negros arrogantes, vengativos, llenos de odio y ansiosos de imponerse, es porque los blancos los han hecho así. Los blancos tienen una grave responsabilidad, y en sus manos está cambiar las condiciones. Cuando lo hagan, verán que el negro responde positivamente a un trato justo, a la igualdad de oportunidades y a condiciones de vida dignas, tal como a veces responde negativamente a la mala educación, la política y las precarias condiciones bajo las cuales trabaja.

No es posible seguir discriminando contra el negro. No se le puede pedir que defienda su país y luego negarle los derechos comunes de la ciudadanía. La opinión pública está cada vez más a favor de los negros, y existe una creciente determinación entre los ciudadanos blancos decentes del hemisferio occidental de que se les concedan a los negros los derechos constitucionales, iguales oportunidades comerciales, acceso a la educación y condiciones de vida adecuadas.

El pueblo estadounidense debe hablar con claridad y exigir que se otorguen a los negros sus derechos. Cada estadounidense blanco debe asumir su responsabilidad hacia esta minoría, estudiar su problema, conocer personalmente al negro como amigo y hermano, y esforzarse por contribuir, aunque sea modestamente, al cambio de la situación actual.

Encontrar una solución al problema de las minorías es, sencillamente, hallar una solución a la gran herejía de la desunión. Esto es inmensamente difícil, no solo por la tendencia natural de la humanidad hacia la separación, sino porque la naturaleza humana no puede cambiarse fácilmente ni de forma rápida. Sin embargo, este cambio y la eliminación del espíritu de separatividad se lograrán, a pesar de las desconfianzas y temores actuales, siempre y cuando se entienda y aplique lo que realmente se necesita para dicho cambio: buena voluntad.

Aunque la legislación ha otorgado plenos derechos constitucionales a la minoría negra, el problema persiste, porque los corazones y las mentes de las personas no han cambiado, y las soluciones aplicadas hasta ahora han sido superficiales.

Aunque los judíos obtuvieron lo que deseaban al concedérseles Palestina, el sentimiento antisemita actual, prácticamente sin excepción en todas las naciones, sigue siendo el mismo que antes, acompañado de un continuo derramamiento de sangre en Palestina.

El problema es mucho más profundo de lo que comúnmente se cree. Está profundamente arraigado en la naturaleza humana, producto de siglos de desarrollo y de un tipo de educación errónea. Aún hoy, una nación se opone a otra, un grupo lucha contra otro, un partido enfrenta a otro, y un hombre está contra otro hombre.

Los seres inteligentes y previsores, aquellos guiados por un sentido común sano y altruista, junto con idealistas y hombres y mujeres de buena voluntad, trabajan en todo el mundo para encontrar soluciones y construir una nueva estructura global basada en la ley, el orden y la paz. Buscan asegurar las correctas relaciones humanas. Sin embargo, estos grupos son una ínfima minoría en comparación con la vasta población de la humanidad, y su tarea es ardua, enfrentándose a dificultades que a menudo parecen casi insuperables.

Ciertas preguntas surgen inevitablemente en las mentes de estas personas de buena voluntad:

  1. ¿Cuáles son los primeros pasos que deben tomarse para fomentar los esfuerzos que permitan establecer una base segura para la buena voluntad mundial?
  2. ¿Qué puede hacerse para despertar la opinión pública y lograr que los legisladores y políticos adopten las medidas necesarias para establecer correctas relaciones humanas?
  3. ¿Qué deberían hacer las minorías para obtener la satisfacción de sus justas demandas sin provocar nuevas disensiones ni alimentar el fuego del odio?
  4. ¿Cómo podrían eliminarse las grandes líneas divisorias entre razas, naciones y grupos, así como las separaciones existentes en todas partes, para que surja la “Humanidad Una” en los asuntos mundiales?
  5. ¿Qué podría hacerse para desarrollar la conciencia de que lo que es bueno para una parte también debe serlo para el todo, y que el mayor bien de la unidad garantiza el bien del todo?

Estas preguntas exigen respuestas. La solución reside en una idea aparentemente trivial pero profundamente importante: el establecimiento de correctas relaciones humanas mediante el desarrollo del espíritu de buena voluntad.

Aunque esta afirmación pueda parecer una obviedad, su simplicidad no le resta importancia. El desafío radica en convencer a la humanidad de que esta posibilidad es realizable. La buena voluntad, como expresión más simple y accesible del verdadero amor, puede derribar las barreras de la separación y la incomprensión.

La humanidad, sin embargo, tiende a esperar milagros, deseando que Dios o alguna fuerza externa intervengan para liberarla de su responsabilidad. No obstante, los milagros verdaderos solo ocurrirán cuando las personas creen el clima propicio mediante sus propias acciones y esfuerzos conscientes.

Hoy en día, por primera vez en la historia, a una escala planetaria, las personas se están dando cuenta de la necesidad de eliminar el mal. En todas partes se discute, se planea y se organizan reuniones, desde grandes deliberaciones de las Naciones Unidas hasta pequeñas asambleas en aldeas remotas.

Incluso en las comunidades más pequeñas se ofrecen oportunidades para aplicar en la práctica los principios necesarios a nivel global. Las diferencias entre familias, iglesias, municipios, ciudades, naciones y razas claman por el mismo objetivo: el establecimiento de correctas relaciones humanas.

La técnica para lograrlo es siempre la misma: el empleo del espíritu de buena voluntad. Esta actitud libera la inteligencia para la acción constructiva y permite superar las barreras que dividen a las personas.

Aunque el verdadero amor como factor predominante en la vida planetaria pueda estar aún muy lejos, la buena voluntad es una posibilidad inmediata y una necesidad urgente que debe ser organizada y promovida en este momento.

Es necesario que las personas de buena voluntad de todo el mundo desarrollen de manera inmediata una campaña para que el significado de la buena voluntad sea plenamente comprendido y se destaque su carácter práctico. Deben trabajar para reunir un grupo mundial eficaz y activo de hombres y mujeres de buena voluntad, no con el objetivo de crear una superorganización, sino para convencer a los desdichados, deprimidos o maltratados de que tienen a su disposición una ayuda inteligente y enorme. Este esfuerzo debe buscar establecer, en cada nación, ciudad y pueblo, un núcleo de personas comprensivas, con sentido común práctico, comprometidas a difundir la buena voluntad y a identificar en su entorno a aquellos que comparten sus ideales.

El trabajo de las personas de buena voluntad consiste en educar. No ofrecen ni promueven soluciones milagrosas a los problemas, pero comprenden que el espíritu de buena voluntad, especialmente cuando está entrenado y acompañado por el conocimiento, puede generar un clima y una actitud propicia para resolver los problemas. Cuando hombres de buena voluntad se reúnen, independientemente de su partido político, nación o religión, no hay problema que no puedan solucionar satisfactoriamente para todas las partes involucradas.

El objetivo principal de los hombres de buena voluntad es crear este clima y fomentar esta actitud, en lugar de proporcionar soluciones preestablecidas. El espíritu de buena voluntad debe prevalecer incluso cuando existan desacuerdos fundamentales entre las partes. Sin embargo, esto rara vez sucede en el mundo actual, lleno de odio y egoísmo, como podemos observar diariamente.

Para cualquier persona con prejuicios, ya sea por fanatismo religioso o nacionalismo extremo, resulta difícil despertar la buena voluntad. Sin embargo, es posible lograrlo si realmente se ama al prójimo y se evita coartar su libertad. Esto requiere identificar esa "zona oscura" en la propia mente donde reside el muro del separatismo y derribarlo. Es necesario desarrollar intencionadamente la verdadera buena voluntad (y no solo la tolerancia) hacia aquellos que son objeto de prejuicio, ya sea por motivos religiosos, raciales o culturales.

Un prejuicio es el primer ladrillo en la construcción de una pared separatista. La mayoría de los dirigentes políticos actuales, tanto a nivel nacional como mundial, son una carga para la humanidad. Sin embargo, pasarán, y habrá quienes sean más responsables y comprometidos.

Los hombres de buena voluntad se encuentran en medio de grupos opuestos, trabajando para crear condiciones que permitan el debate y la reconciliación. Cuando la buena voluntad sea plenamente expresada, organizada, reconocida y utilizada, todos los problemas mundiales podrán resolverse con el tiempo.

La buena voluntad traerá una comprensión más amplia y profunda, estableciendo correctas relaciones humanas y fomentando en el género humano una renovada confianza, fe y comprensión.

Existen miles de hombres y mujeres de buena voluntad en todas las naciones, que deben ser identificados, contactados y organizados para trabajar en la creación de un entorno favorable tanto en los asuntos globales como en sus propias comunidades. Unidos, estos individuos son una fuerza formidable que puede educar y orientar a la opinión pública, promoviendo una actitud justa y correcta hacia los problemas mundiales.

La solución a los problemas cruciales que enfrenta la humanidad no vendrá mediante la imposición de determinadas líneas de acción a través de campañas y propaganda, sino promoviendo y desarrollando el espíritu de buena voluntad. Esto dará lugar a un entorno más saludable y a una actitud más receptiva, además de cultivar corazones comprensivos.

Es momento de abordar el papel de las Iglesias y Confesiones. Este es un terreno extremadamente delicado, dado el sectarismo y fanatismo que rodea a muchas de ellas.

La necesidad inmediata del género humano y los pasos que las iglesias deben tomar para satisfacerla surgen con claridad en el panorama actual. Por ello, es de vital importancia abordar la situación exactamente como es, identificando las verdades esenciales que pueden contribuir al progreso y esclarecimiento de las personas, mientras se eliminan aquellos elementos que generan controversia o resultan irrelevantes. Asimismo, es crucial definir el camino que las iglesias deben seguir para cumplir su misión de salvación; si trabajan de manera comprometida y los líderes religiosos reflexionan de forma crítica, la humanidad tendrá asegurada su salvación.

Por encima de todo, resulta fundamental presentar una visión común de los hechos, válida para todas las personas, sin limitarse a ser una esperanza particular para algún grupo sectario o una organización fanática satisfecha consigo misma. Es imprescindible volver al mensaje de Cristo, a su ejemplo de vida y a su enseñanza, que trascienden cualquier credo o dogma.

El cristianismo, en su esencia, es la manifestación del amor de Dios, inmanente en Su universo creado. Sin embargo, la humanidad aún no lo practica en su plenitud. El clero, a menudo criticado, debe asumir su parte de responsabilidad. Aunque hay personas reflexivas que reconocen esto, lamentablemente representan una minoría. Para abordar este complejo tema con claridad, delinearemos los puntos esenciales en las siguientes partes, comenzando con los aspectos más críticos y culminando con una visión esperanzadora:

  1. El fracaso de las iglesias. ¿Podemos afirmar sinceramente, a la luz de los acontecimientos mundiales, que las iglesias han cumplido su misión?
  2. La oportunidad de las iglesias. ¿Son conscientes de la oportunidad que tienen ante sí?
  3. Las verdades esenciales que la humanidad necesita y acepta intuitivamente. ¿Cuáles son estas verdades?
  4. La regeneración de las iglesias. ¿Es posible esta transformación?

Es fundamental que los líderes eclesiásticos recuerden que el espíritu humano trasciende todas las iglesias y sus enseñanzas. Cristo no necesita prelados ni jerarcas, sino humildes instructores de la verdad, capaces de vivir y ejemplificar una vida espiritual.

Nada podrá detener el progreso del alma humana en su viaje desde la oscuridad hacia la luz, desde lo irreal hacia lo real, desde la muerte hacia la inmortalidad, y desde la ignorancia hacia la sabiduría. Si las iglesias organizadas, independientemente de su credo, no ofrecen guía y ayuda espiritual, la humanidad encontrará otros caminos. El espíritu humano está intrínsecamente vinculado a Dios y nada puede romper esa conexión.

Cristo no ha fracasado. Ha sido el elemento humano el que ha defraudado sus intenciones, tergiversando la Verdad que Él enseñó. La teología, el dogma, la doctrina, el materialismo, la política y el dinero han generado una densa nube que oscurece la relación entre la iglesia y Dios. Esta nube ha bloqueado la verdadera visión del amor divino, y es urgente volver a esta visión clara y revitalizadora.

La gran pregunta es: ¿existe una posibilidad real de renovar la fe en Cristo tal como Él la presentó? ¿Hay suficientes hombres y mujeres de visión dentro de las iglesias que puedan salvar esta situación? La respuesta es que sí, existen, pero lamentablemente son muy pocos.

Dentro de cada organización religiosa hay personas con visión, capaces de liderar un renacimiento espiritual. Sin embargo, deben enfocar sus esfuerzos en satisfacer las verdaderas necesidades del ser humano, en lugar de priorizar las ambiciones de crecimiento y poder de las instituciones religiosas.

El llamado es claro: regresar al mensaje de amor y servicio que Cristo enseñó, dejando atrás el peso de las ambiciones humanas y los errores acumulados a lo largo de los siglos. Solo así podrán las iglesias cumplir su propósito espiritual y ofrecer una guía genuina en estos tiempos de crisis.

Las tribunas religiosas, los púlpitos, los periódicos y las revistas de carácter religioso, de cualquier confesión, hacen un llamado a los hombres para que vuelvan a Dios y encuentren en la religión una solución a la caótica situación actual. Sin embargo, la humanidad nunca ha estado tan inclinada espiritualmente ni tan consciente y decididamente orientada hacia los valores espirituales, así como hacia la necesidad de poner en práctica estos valores en su vida cotidiana. Este llamado debería dirigirse, en cambio, a los líderes de las iglesias y a los eclesiásticos de todos los credos, así como a quienes trabajan para las instituciones religiosas en todas partes. Son ellos quienes necesitan regresar a la simplicidad de la fe que está en Cristo. Son ellos quienes necesitan regenerarse. Por todas partes, la humanidad clama por luz. ¿Quién puede proporcionársela?

Existen dos factores principales que explican el fracaso de las iglesias:

  1. Las interpretaciones teológicas estrechas de las Escrituras.
  2. Las ambiciones materiales y políticas.

A lo largo del tiempo y en todas las culturas, los hombres han tratado de imponer a las masas sus interpretaciones personales sobre la Verdad, las Escrituras y Dios. Han tomado las escrituras sagradas del mundo y han intentado explicarlas, filtrando sus ideas a través de sus propias mentes y contextos culturales. Este proceso inevitablemente ha diluido el significado original.

Cada religión —el budismo, el hinduismo en sus distintas formas, el islam y el cristianismo— ha producido una pléyade de mentes prominentes que, por lo general con absoluta sinceridad, trataron de entender lo que supuestamente Dios comunicó. A partir de sus interpretaciones, formularon doctrinas y dogmas basados en lo que creyeron que Dios quiso decir. Como resultado, sus ideas y palabras se convirtieron en leyes religiosas y verdades inquebrantables para millones de personas.

En última instancia, ¿qué tenemos? Tenemos las ideas de alguna mente humana —ideas moldeadas por el contexto de su época, sus tradiciones y su trasfondo cultural— acerca de lo que Dios dijo en un texto sagrado. Estos textos, a lo largo de los siglos, han estado sujetos a los inconvenientes y errores propios de la enseñanza oral, las transcripciones y las traducciones sucesivas.

Es bien sabido que todas las escrituras sagradas del mundo se basan en traducciones imperfectas. Ninguna de sus partes, después de miles de años y múltiples versiones, puede considerarse como era originalmente, si es que alguna vez existió un manuscrito original. Incluso si ese manuscrito existió, podría haberse basado en lo que alguien recordó de lo que se dijo.

Por tanto, los dogmas, doctrinas y afirmaciones teológicas y sectarias no representan necesariamente la verdad tal como existe en la mente de Dios, a pesar de que la gran mayoría de los intérpretes dogmáticos aseguren estar familiarizados con ella.

La teología, en esencia, no es más que lo que los hombres creen que contiene la mente de Dios. Es una construcción humana, moldeada por interpretaciones, traducciones y tradiciones, y no debería ser considerada como una representación inmutable de la verdad divina.

Cuanto más antigua sea una Escritura, mayor será, lógicamente, su tergiversación. La doctrina de un Dios vengativo y del castigo en algún mitológico infierno, la enseñanza de que Dios ama únicamente a quienes lo interpretan según una determinada escuela de pensamiento teológico, el simbolismo del sacrificio de sangre, la adopción de la cruz como símbolo del cristianismo, la enseñanza sobre el nacimiento virginal y la representación de una Deidad iracunda que solo se aplaca con la muerte, son los desoladores resultados del pensamiento humano, de su naturaleza inferior, de su aislamiento sectario (fomentado por el Antiguo Testamento hebreo, que por lo general no se encuentra en los credos orientales) y del temor heredado de su naturaleza animal. Todo esto ha sido inculcado por la teología, pero no por Cristo, ni por Buddha, ni por Shri Krishna.

Las limitadas mentes humanas, tanto en la etapa pasada como en la actual de la evolución, nunca han podido ni podrán comprender la Mente y los propósitos de Aquel en quien vivimos, nos movemos y existimos. Los hombres han interpretado a Dios según su propio criterio; en consecuencia, cuando alguien acepta irreflexivamente un dogma, solo está aceptando el punto de vista de otro ser humano falible, y no una verdad divina. Esta es la verdad que deberían empezar a enseñar los seminarios teológicos, entrenando a los estudiantes para que piensen por sí mismos y recordándoles que la clave de la verdad reside en la fuerza unificadora de la Religión Comparada. Solo los principios y verdades reconocidas universalmente, que son compartidas por todas las religiones, son realmente necesarios para la salvación. Las verdades secundarias y accesorias son generalmente innecesarias, o solo tienen significado en la medida en que fortalecen las verdades fundamentales.

Esta deformación de la verdad llevó a la humanidad a formular un conjunto de doctrinas que Cristo nunca conoció. A Cristo solo le interesaba que los hombres reconocieran que Dios es Amor, que todos los hombres son hijos de un solo Padre y, por lo tanto, hermanos; que el espíritu humano es eterno y que la muerte no existe. Su mayor anhelo era que el espíritu de Amor que mora en cada ser humano (la innata conciencia Crística que nos une a todos y también con Él) floreciera en toda su gloria. Enseñó que el servicio es la esencia de la vida espiritual y que la voluntad de Dios se revelaría a través de la práctica del amor y el servicio.

Estas no son cuestiones que hayan sido el foco de los comentaristas e intérpretes, quienes, en cambio, han debatido hasta la saciedad sobre temas como cuán divino y humano fue Cristo, la naturaleza del nacimiento virginal, el papel de San Pablo como instructor de la verdad cristiana, la naturaleza del infierno, la salvación por el sacrificio de sangre y la autenticidad histórica de la Biblia.

Las mentes actuales están comenzando a liberarse de la teología, reconociendo un nuevo amanecer de libertad. Comprenden que cada persona debe ser libre para adorar a Dios a su manera, confiando en que su propia mente, iluminada por Dios, buscará e interpretará la verdad sin necesidad de intermediarios. Los días de la teología están contados, aunque las iglesias ortodoxas se resistan a aceptarlo. La verdad no produce controversias y, por lo tanto, no necesita intérpretes.

Hemos avanzado mucho al rechazar dogmas y doctrinas, lo cual es un signo de progreso. Sin embargo, las iglesias no han reconocido en este avance la acción de la divinidad. La libertad de pensamiento, las verdades discutibles que se presentan, la negativa a aceptar la enseñanza de las iglesias basada en la antigua teología y el rechazo a la imposición de la autoridad eclesiástica son características del pensamiento espiritual creativo de la época.

Los clérigos ortodoxos suelen interpretar estos cambios como indicios de tendencias peligrosas y de un alejamiento de Dios, lo cual, desde su perspectiva, implica la pérdida del sentido de lo divino. Pero, en realidad, todo esto indica exactamente lo contrario: un renovado impulso hacia la verdadera espiritualidad.

Quizás lo más preocupante de todo sea la ambición materialista y política de las iglesias, que influye sobre incontables millones de personas ignorantes. Esta tendencia, que prevalece marcadamente en el mundo occidental, está llevando a la degeneración de las iglesias y al alejamiento de sus fieles.

En las religiones orientales, en cambio, ha predominado una desastrosa negatividad. Las verdades impartidas por estas religiones han tenido poco impacto en la mejora de la vida diaria de los creyentes. Las doctrinas orientales tienden a tener un efecto subjetivo y negativo en lo que respecta a la vida cotidiana. Las interpretaciones teológicas del budismo y el hinduismo han mantenido a sus seguidores en un estado de pasividad, del cual están comenzando a salir lentamente.

El credo mahometano, al igual que el cristianismo, presenta una visión positiva de la verdad, aunque ambos credos han sido marcados por una inclinación materialista, además de ser militantes y políticos en sus actividades.

El gran credo occidental, el cristianismo, expone la verdad de manera claramente objetiva, algo que fue necesario en su tiempo. Ha sido militante, fanático, materialista y ambicioso. Ha mezclado objetivos políticos con pompa, ceremonias, grandes edificios de piedra, poder y la imposición de una autoridad rígida y limitada.

La iglesia cristiana primitiva, que inicialmente era relativamente pura en su exposición de la verdad y en su práctica vital, se dividió con el tiempo en tres ramas principales: la Iglesia Católica Romana, que aún hoy presume de ser la "Madre Iglesia"; la Iglesia Bizantina o Griega Ortodoxa; y las Iglesias Protestantes. Todas estas divisiones se basaron en cuestiones doctrinales. En sus inicios, todas fueron sinceras, honestas, relativamente puras y benéficas. Sin embargo, con el paso del tiempo, estas ramas han experimentado un deterioro continuo. Hoy enfrentamos la triste y preocupante situación siguiente:

1. La Iglesia Católica Romana

La Iglesia Católica Romana se caracteriza por aspectos que van en contra del espíritu de Cristo:

  • Su enfoque intensamente materialista.

La Iglesia de Roma se presenta a través de grandes estructuras de piedra, como catedrales, iglesias, instituciones, conventos y monasterios. Estas edificaciones se lograron durante siglos vaciando los bolsillos tanto de ricos como de pobres. La Iglesia Católica Romana es fundamentalmente capitalista. El dinero acumulado en sus arcas sostiene una poderosa jerarquía eclesiástica y mantiene una multitud de instituciones y escuelas.

  • Un programa político ambicioso.

El objetivo no parece ser el bienestar de los humildes, sino el poder temporal. Las actividades políticas de la Iglesia Católica no buscan realmente establecer la paz, independientemente de cómo puedan presentarlas.

La Iglesia Católica Romana permanece arraigada en el pasado, atrincherada contra cualquier presentación de una verdad nueva y evolutiva. Sus vastos recursos financieros la convierten en una amenaza para el progreso de la humanidad. Bajo una fachada paternalista y una apariencia colorida, se oculta un estancamiento y una rigidez intelectual que, inevitablemente, será su ruina con el tiempo. Continúan explicando e interpretando la vida de Cristo en lugar de practicar los principios del cristianismo.

2. La Iglesia Griega Ortodoxa

La Iglesia Bizantina o Griega Ortodoxa llegó a tal nivel de corrupción, soborno, ambición y sensualismo que fue temporalmente abolida por la revolución rusa. Su énfasis era completamente materialista, aunque nunca manejó ni manejará el mismo poder que en el pasado ha tenido la Iglesia Católica Romana.

La decisión del partido revolucionario ruso de no reconocer esta iglesia corrompida fue saludable y beneficiosa. El sentido de Dios no puede ser eliminado del corazón humano, y la espiritualidad de los pueblos de la extinta Unión Soviética no decayó a pesar de la ausencia de la Iglesia. Si las iglesias desaparecieran y luego resurgieran, el sentido de Dios y la relación con Cristo se manifestarían con mayor fortaleza. Sin embargo, las recientes declaraciones del patriarca de esta iglesia en relación con la invasión de Ucrania no inspiran ninguna esperanza respecto a su espiritualidad o utilidad en el progreso del mundo.

3. Las Iglesias Protestantes

Las Iglesias Protestantes, en su conjunto, se caracterizan por su fragmentación y divisiones constantes. Aunque relativamente libres de los prejuicios políticos que condicionan a la Iglesia Católica Romana, son un grupo de creyentes belicosos, fanáticos e intolerantes.

El espíritu de diferenciación prevalece en ellas, junto con la falta de unidad y coherencia. Este constante espíritu de rechazo ha dado lugar a la creación de innumerables cultos y sectas protestantes, muchos de los cuales presentan una teología limitada que no ofrece nada nuevo, sino que genera más conflictos sobre doctrinas y procedimientos organizativos.

A pesar de estos problemas, se han realizado recientemente esfuerzos para lograr cierta unidad y cooperación entre estas iglesias.

Surge la pregunta: ¿Se sentiría Cristo cómodo en las iglesias actuales si regresara a caminar entre los hombres? Los rituales, ceremonias, vestiduras, candelabros, jerarquías y toda la pompa seguramente no tendrían interés para el sencillo Hijo de Dios, quien en su vida terrenal no tenía donde recostar su cabeza.

Dentro del clericalismo existen hombres profundamente espirituales, verdaderos hijos de Dios, que luchan contra el materialismo, el fanatismo, la ambición y la estrechez mental que los rodea. Ellos saben que la salvación no se logra a través de la teología, sino mediante la presencia viva de Cristo en el corazón humano.

Estos hombres y mujeres espirituales aspiran a conducir a las personas hacia una relación consciente con Cristo y la Jerarquía Espiritual. No buscan aumentar el número de fieles ni reforzar la autoridad eclesiástica, sino construir un Reino de Dios en el que Cristo sea el único regente, lejos de los intereses temporales y materiales que las iglesias han promovido.

Tales hombres se encuentran en todas las grandes organizaciones religiosas, tanto en Oriente como en Occidente, y en todos los grupos espirituales ostensiblemente dedicados a objetivos espirituales. Son personas sencillas y santas que no buscan nada para sí mismas, pero representan a Dios con verdad y vida. Sin embargo, su influencia dentro de la Iglesia donde actúan es mínima; para no perder prestigio y poder, las Iglesias rara vez les permiten ocupar posiciones destacadas, lo que contribuye a su propio desprestigio. Aunque su ejemplo espiritual ilumina y fortalece a las personas, su poder temporal es nulo. Ellos son la verdadera esperanza de la humanidad, pues están en contacto con Cristo y forman parte del Reino de Dios. Representan a la Deidad de una manera que pocas veces lo hacen los grandes eclesiásticos y los llamados "Príncipes de la Iglesia".

Hace apenas setenta años, algo de trascendental importancia ocurrió en el mundo: el espíritu de destrucción, en una forma incontrolable, arrasó la tierra, dejando en ruinas la civilización y el modo de vida del pasado. Ciudades y hogares fueron destruidos; reinos y gobernantes desaparecieron como consecuencia de la guerra; las ideologías y creencias más apreciadas fracasaron al intentar satisfacer las necesidades de los pueblos y se derrumbaron bajo la prueba del tiempo. En todas partes prevalecieron el hambre y la inseguridad; las familias y los grupos sociales se desintegraron; la muerte se cobró su tributo en todas las naciones, y millones de seres humanos murieron como resultado del inhumano proceso de la guerra.

En términos generales, todos experimentaron el terror, el miedo y el desaliento al enfrentarse al futuro. Se preguntaban qué les depararía el mañana, sin encontrar seguridad en ningún lado. La voz de la humanidad clamaba por luz, paz y estabilidad. Sin embargo, casi todas aquellas personas que vivieron ese horror ya no están entre nosotros. Algunos apenas recuerdan las consecuencias de aquella locura, y todos, sin excepción, hemos olvidado las razones que llevaron a aquel infierno. Basta con observar el nivel de materialismo y egoísmo actuales.

La guerra no se habría producido si la ambición, el odio y el separatismo no hubieran dominado la tierra y los corazones de los hombres. Estos errores funestos fueron consecuencia de la ausencia de valores espirituales en la vida de los pueblos, y esa ausencia se debió a que estos valores no han tenido cabida en las Iglesias durante siglos. La responsabilidad recae directamente sobre ellas.

Sin embargo, la humanidad ha avanzado tanto en su camino evolutivo que sus demandas y expectativas ya no se limitan únicamente a mejoras materiales, sino que también incluyen la búsqueda de visión espiritual, valores auténticos y relaciones humanas correctas. Los pueblos no solo exigen alimento, ropa y oportunidades de trabajo en libertad, sino también enseñanza y guía espiritual. Sienten el hambre del cuerpo en muchas regiones del mundo, pero también el hambre del alma, y su mayor tragedia es que no saben a dónde acudir ni a quién escuchar. Su esperanza, de carácter espiritual, nunca desaparecerá.

Ahora bien, ¿cuál es la solución a esta compleja y difícil relación a nivel mundial? Es necesaria una nueva forma de presentar la verdad, pues Dios no es un fundamentalista; un nuevo acercamiento a la divinidad, ya que Dios siempre es accesible y no necesita intermediarios externos; y una nueva interpretación de las antiguas enseñanzas espirituales, porque la humanidad ha evolucionado, y lo que era adecuado para una humanidad infantil ya no lo es para una humanidad adulta. Estos cambios son imprescindibles.

La Iglesia Católica enfrenta hoy su mayor oportunidad, pero también su mayor crisis. El catolicismo, fundamentado en antiguas tradiciones, se sustenta en la autoridad eclesiástica, rituales externos y una filantropía amplia pero insuficiente, que no ofrece libertad de acción a sus fieles. Si esta Iglesia cambiara sus métodos, renunciara a su autoridad sobre las almas (que en realidad nunca tuvo) y siguiera el camino del humilde carpintero de Nazaret, podría prestar un servicio mundial ejemplar que iluminaría a los seguidores de todos los credos y sectas cristianas.

El espíritu humano es inmortal, como ya mencioné en mi libro Peregrinos de la Eternidad; progresa eternamente, ascendiendo de un nivel a otro en el sendero de la evolución y desarrollando constante y correlativamente los atributos y aspectos divinos. Esta verdad implica necesariamente el reconocimiento de dos grandes leyes naturales: la Ley de Renacimiento y la Ley de Causa y Efecto. Las Iglesias de Occidente han rechazado reconocer oficialmente la Ley de Renacimiento, quedando atrapadas en un callejón teológico sin salida. Por otro lado, las Iglesias de Oriente han enfatizado excesivamente estas leyes, fomentando en las personas una actitud de conformismo hacia la vida, basada en la constante renovación de oportunidades: "Si no lo hago en esta vida, lo haré en la próxima".

El cristianismo insiste en la inmortalidad, pero sostiene que la felicidad eterna depende de la aceptación de un dogma teológico: profesa la verdadera fe cristiana y vivirás eternamente en un cielo glorioso; recházala y sufrirás eternamente en un infierno indescriptible. Este infierno surge de la teología del Antiguo Testamento y la imagen de un Dios vengativo y celoso. Ambos conceptos son rechazados hoy por cualquier persona sensata y sincera. Nadie que crea en un Dios de Amor puede aceptar la idea de un cielo tal como lo presentan los eclesiásticos, ni desear ir allí. Tampoco aceptan el "lago de fuego y azufre" ni la tortura eterna, que supuestamente un Dios de amor impondría a quienes no crean en las interpretaciones teológicas medievales, de fundamentalistas o de talibanes modernos.

Es hora de que estas doctrinas arcaicas sean superadas y que las enseñanzas espirituales reflejen la verdadera naturaleza divina de amor y unidad.

La verdad esencial reside en otro lugar. "El hombre cosecha lo que siembra", una verdad que debe reafirmarse constantemente. Con estas palabras, San Pablo define la antigua y verdadera enseñanza de la Ley de Causa y Efecto, conocida en Oriente como la Ley del Karma. Además, añade en otra parte el mandamiento: "Logra tu propia salvación". Esto, al contradecir la enseñanza teológica tradicional y, sobre todo, al no poder lograrse en una sola vida, respalda implícitamente la Ley de Renacimiento y convierte la escuela de la vida en una experiencia que se repite hasta que el hombre cumpla el mandato del Cristo cuando dice: "Sed perfectos, como vuestro Padre en el Cielo es perfecto". Reconociendo el resultado de las acciones, buenas o malas, y mediante el constante renacimiento, el hombre llega, con el tiempo, a alcanzar "la medida de la estatura de la plenitud del Cristo".

La realidad de esta divinidad innata explica el anhelo presente en el corazón de cada hombre por superarse, adquirir experiencia, progresar, ampliar su comprensión y esforzarse constantemente por conquistar las altas cimas que vislumbra. No hay otra explicación para la capacidad del espíritu humano de salir de la oscuridad, del mal y de la muerte, y entrar en la vida y el bien. Tal progreso ha sido, infaliblemente, la historia de la humanidad. Siempre ocurre algo al alma humana que la impulsa hacia la Fuente de todo Bien. Nada en la tierra puede detener este acercamiento a Dios.

Las iglesias han puesto el énfasis, y aún lo hacen, en el Cristo muerto. No se da la debida importancia a Su vivencia y a Su presencia hoy, aquí y ahora en la tierra, salvo en términos vagos y superficiales. Los hombres han olvidado que el Cristo vive entre nosotros en la tierra, rodeado por Sus discípulos, los Maestros de Sabiduría, quienes también inspiran y supervisan estas palabras. Él es accesible para todos los que se acercan a Él de manera correcta.

La verdadera religión debería destacar estas verdades; proclamar la vida en lugar de la muerte; enseñar cómo alcanzar la realización del estado espiritual a través de la vida espiritual; y evidenciar la realidad de la existencia de aquellos que ya lo han logrado y trabajan junto al Cristo para ayudar a la humanidad. La verdadera religión demostrará la realidad de la existencia de la Jerarquía espiritual de nuestro planeta, la capacidad del género humano para ponerse en contacto con Sus miembros y colaborar con Ellos, y la existencia de Aquellos que comprenden la Voluntad de Dios y pueden trabajar inteligentemente con Ella.

La realidad de la existencia de esta Jerarquía y de su Guía Supremo, el Cristo, es reconocida conscientemente por centenares de miles de personas, aunque sea negada por los ortodoxos. Tantas son las personas que conocen esta verdad y tantas las que, con integridad y dignidad, colaboran conscientemente con los Miembros de la Jerarquía, que los antagonismos eclesiásticos y los comentarios despectivos de quienes poseen una mentalidad estrecha carecen de importancia. Muchas personas ya se están liberando de la autoridad doctrinaria, entrando en una experiencia directa, personal y espiritual, bajo la autoridad que confiere el contacto con el Cristo y Sus discípulos, los Maestros.

No es mi caso. Por ahora, clamo como San Agustín: “Señor, hazme puro, pero todavía no”.

El Cristo siempre ha estado con nosotros durante estos dos mil años, vigilando a Su pueblo, inspirando a Sus discípulos activos, los Maestros de Sabiduría, aquellos “hombres justos hechos perfectos”, como los denomina la Biblia. El Cristo nos demuestra la posibilidad de una conciencia viviente y espiritual en constante desarrollo (a la que se le ha dado el nombre de “conciencia Crística”), que conduce a cada ser humano, bajo las Leyes de Renacimiento y de Causa y Efecto, a la perfección final.

Estas son las verdades que, con el tiempo, la Iglesia apoyará, enseñará y manifestará mediante el ejemplo de las vidas y palabras de sus representantes. Este cambio en la presentación doctrinal llevará a la humanidad a ser muy diferente de lo que es hoy; producirá una humanidad que reconocerá la divinidad en todos los hombres, en sus distintas etapas de manifestación. Será una humanidad que no solo espera el retorno del Cristo, sino que está segura de Su advenimiento y reaparición; no desde algún cielo lejano, sino desde ese lugar en la tierra donde siempre ha estado. Este lugar ha sido alcanzado y conocido por miles de personas, aunque la teología y la táctica de las Iglesias de infundir temor lo hayan mantenido alejado de la mayoría. 

A todas las verdades mencionadas, esenciales para el desarrollo humano, debe sumarse otra verdad que apenas es percibida, porque es la más grande que se ha presentado hasta ahora a la conciencia de la humanidad. Es más grande porque está relacionada con el Todo y no únicamente con el hombre individual y su salvación personal. Representa una expansión del acercamiento individual hacia la verdad. Podríamos decir que se trata de la verdad sobre los grandes Acercamientos cíclicos de lo divino hacia lo humano. Todos los salvadores e instructores del mundo son símbolo y garantía de estos Acercamientos. Desde la perspectiva de Dios, que actúa a través del Guía de la Jerarquía espiritual y de sus Miembros, estos esfuerzos han sido intencionales, conscientes y deliberados; en lo que respecta a la humanidad, estos esfuerzos fueron en el pasado mayoritariamente inconscientes, y las circunstancias trágicas, la desesperación y el impulso de la conciencia crística inmanente obligaron al ser humano a realizarlos.

Estos grandes Acercamientos han ocurrido a lo largo de los siglos y siempre han traído una comprensión más clara del propósito divino, una nueva y fresca revelación de la cualidad divina, la instauración de algún aspecto de un nuevo credo mundial, la emisión de una nota que dio lugar a una nueva civilización y cultura, o el reconocimiento renovado de la relación entre Dios y el hombre, o entre el hombre y su hermano.

En el remoto pasado de la historia (según lo sugieren los símbolos y las escrituras del mundo) tuvo lugar el primer gran Acercamiento. Este Acercamiento trajo consigo el desarrollo de la facultad mental, implantando en el hombre el poder rudimentario de pensar, razonar y conocer. La Mente Universal de Dios se reflejó en la diminuta mente del ser humano.

Se dice que más tarde, cuando el desarrollo de las capacidades mentales de la humanidad primitiva lo permitió, fue posible otro Acercamiento entre Dios y el hombre, entre la Jerarquía espiritual y la humanidad. El hombre aprendió que a través del amor podía entrar en el camino que conduce al Lugar Sagrado. Al principio mental se le añadió, mediante la fuerza de la invocación y la respuesta evocada, otro atributo divino: el amor.

Estos dos grandes Acercamientos hicieron posible que el alma humana expresara o manifestara dos aspectos de la divinidad: Inteligencia y Amor. La inteligencia florece hoy a través del conocimiento y la ciencia; sin embargo, la latente belleza de la sabiduría aún no se ha desarrollado completamente. El amor comienza ahora a captar la atención de la humanidad; su aspecto más básico, la buena voluntad, está siendo reconocida como energía divina, aunque todavía sea una teoría y una esperanza.

El Buddha vino y personificó en sí mismo la cualidad divina de la sabiduría; fue la manifestación de la luz, el Instructor del camino de la iluminación. Demostró en su vida los procesos de la iluminación y llegó a ser "El Iluminado". Luz, sabiduría y razón, como atributos tanto divinos como humanos, se enfocaron en el Buddha. Exhortó al pueblo a seguir el Sendero de la Iluminación, cuyos aspectos evidentes son la sabiduría, la percepción mental y la intuición.

Después vino el siguiente gran Instructor, el Cristo. Personificó en sí mismo un principio divino aún mayor que la Mente: el Amor, pero abarcó también toda la Luz del Buddha. El Cristo fue la expresión de la Luz y del Amor.

Hemos tenido cuatro grandes Acercamientos de lo divino hacia lo humano: dos mayores y dos menores. Los menores ayudaron a aclarar la verdadera naturaleza de los mayores y demostraron que lo que fue dado a la humanidad en tiempos remotos constituye una herencia divina y la semilla de la perfección final. Si el Buddha y el Cristo pudieron alcanzar esa realización, todos los humanos podemos lograrlo; ese es el mensaje. Es nuestra herencia divina; solo es cuestión de tiempo.

Ahora es posible un quinto Acercamiento; ocurrirá cuando la humanidad haya puesto en orden su casa. Una nueva revelación se avecina para el género humano, y los cuatro Acercamientos anteriores han preparado el terreno. Un nuevo cielo y una nueva tierra están en camino. Las palabras "un nuevo cielo" sugieren una concepción completamente renovada del mundo de las realidades espirituales y quizás de la propia naturaleza de Dios. ¿No es posible que nuestras actuales ideas sobre Dios como Mente Universal, Amor y Voluntad sean enriquecidas con alguna nueva idea o cualidad para la que todavía no tenemos nombre, término o siquiera la más leve noción? Cada uno de los tres conceptos sobre la naturaleza de la divinidad –Mente, Amor y Voluntad– era completamente nuevo cuando fue presentado por primera vez a la humanidad.

Lo que este quinto Acercamiento aportará a la humanidad no lo sabemos ni podemos imaginarlo. Seguramente traerá resultados tan significativos para la conciencia humana como los Acercamientos anteriores. Solo podemos estar seguros de que este quinto Acercamiento demostrará de alguna manera –profundamente espiritual pero totalmente real– la verdad de la esencia de Dios.

La pregunta que surge es: ¿Pueden las iglesias de Oriente y Occidente regenerarse, purificarse y alinearse con la verdad divina? ¿Pueden realmente asumir la tarea que proclaman como propia y convertirse en genuinas dispensadoras de la verdad y representantes del Reino de Dios en la tierra? La respuesta es sí. Estos cambios son factibles, y su posibilidad puede demostrarse reconociendo ciertos factores que a menudo se pasan por alto.

Es posible mantener un profundo y saludable optimismo, incluso en medio de las condiciones más desalentadoras. El corazón de la humanidad es esencialmente sano; Dios, en Su verdadera naturaleza y con todo Su poder, está presente en la esencia de cada ser humano. Aunque no se manifieste en la mayoría de las personas, esta presencia está eternamente activa y avanzando hacia su plena expresión. Nada puede impedir, ni nunca ha impedido, que la humanidad progrese firmemente de la ignorancia al conocimiento y de la oscuridad a la luz. La primera gran cláusula de la plegaria más antigua del mundo, "Condúcenos de la oscuridad a la luz", se ha cumplido en gran medida. Hoy estamos al borde de recibir la respuesta a la segunda cláusula: "Condúcenos de lo irreal a lo real". Este podría ser, de hecho, el destacado efecto del próximo quinto Acercamiento.

Dios no es como ha sido tradicionalmente presentado; la salvación tampoco se alcanza de la manera en que las iglesias la enseñan, ni el hombre es el miserable pecador que el clero insiste en que debe creer que es. Todo esto es irreal, pero lo real existe. Existe tanto para las iglesias y sus representantes, como para cualquier ser humano o grupo. Los eclesiásticos son, en esencia, tan divinos como cualquier otra persona; también están en el camino hacia la iluminación. La salvación de las iglesias depende de la humanidad de sus representantes, de su divinidad inherente, y de la salvación de las masas humanas. Estas son palabras duras para las instituciones religiosas.

Hombres grandes y virtuosos, santos y humildes, ofician como sacerdotes en cada iglesia, esforzándose por vivir en el silencio y la tranquilidad que el Cristo espera de ellos. Dan ejemplo de conciencia crística y demuestran su íntima y reconocida conexión con Dios. Las iglesias proclamarán entonces que los hombres pueden acercarse a Dios no por mediación, absolución o intercesión de algún sacerdote o clérigo, sino por derecho de la divinidad inherente en el ser humano. El deber de cada clérigo será inspirar, mediante el ejemplo, la energía del amor aplicado y práctico (no expresado en un paternalismo insustancial) y fomentar el esfuerzo unificado del sacerdocio de todos los credos del mundo.

Cuando la distribución de la riqueza mundial es tan desigual y algunas naciones acaparan todo mientras otras carecen de lo más esencial para la vida, es evidente que existe un factor que fomenta dificultades y que algo debe hacerse al respecto.

Al final de la Segunda Guerra Mundial, se presentó una oportunidad para inaugurar un nuevo y mejor modo de vivir, estableciendo la seguridad y la paz que todos los hombres anhelan incesantemente. Tres grupos emergieron en el escenario mundial:

  1. Los grupos conservadores, reaccionarios y poderosos, que desean preservar, en la medida de lo posible, las estructuras y condiciones del pasado. Poseen un gran poder, pero carecen de visión.
  2. Los idealistas fanáticos de todos los países, ya sean comunistas, demócratas o fascistas, que intentan imponer sus ideologías con vehemencia.
  3. Las masas inactivas de los pueblos de todos los países, en su mayoría ignorantes de lo que realmente ocurre, pero que anhelan la paz tras la tormenta y buscan seguridad en lugar de enfrentar desastres económicos. Estas masas son las víctimas de sus gobernantes y de las condiciones establecidas, que les impiden conocer la verdad de la situación mundial.

Todos estos factores generan los desórdenes actuales y condicionan las deliberaciones de las Naciones Unidas, que solo tienen de unidas el nombre. Aunque no hay una guerra global, tampoco existe paz, seguridad ni esperanza inmediata de alcanzarlas.

En este contexto, la Conferencia de Seguridad de Múnich, fundada hace seis décadas por Ewald von Kleist, vuelve a reunir este febrero de 2024 a altos responsables de la toma de decisiones y líderes de opinión de todo el mundo. El propósito es debatir sobre las preocupaciones más apremiantes en materia de seguridad internacional. Este año, además, el MSC (Munich Security Conference) celebra su 60º aniversario, consolidándose como un foro clave para abordar los retos globales más críticos.

Así comienza el informe de seguridad de este año, disponible en la web del propio Organismo:

"En medio de crecientes tensiones geopolíticas y una creciente incertidumbre económica, muchos gobiernos ya no se centran en los beneficios absolutos de la cooperación global, sino que están cada vez más preocupados por estar ganando menos que otros”.

El concepto de win-win (beneficio mutuo), que había guiado las relaciones internacionales durante las siete décadas posteriores al término de la Segunda Guerra Mundial, ha sido reemplazado por el lose-lose, que podríamos traducir como pérdida mutua.

La encuesta de opinión que acompaña al informe revela que esta antipatía o aversión no se limita a las decisiones de los gobiernos, sino que se extiende a la opinión pública. Los encuestados de los Estados del G7 (Estados Unidos, Canadá, Francia, Alemania, Reino Unido, Italia y Japón) son mucho más reacios a que sus respectivos países cooperen con China, Rusia y otros países no democráticos.

"Desde la perspectiva de la mayoría de los europeos, la seguridad ya no se puede lograr junto con Rusia, sino solo contra ella. En Estados Unidos, políticos de ambos partidos han llegado a la conclusión de que la disuasión ahora debe prevalecer sobre la confianza en las relaciones con Pekín”, señala el documento.

Este año, como en los últimos 59, la conferencia contará con la presencia de decenas de jefes de Estado y ministros de Defensa y Asuntos Exteriores. Este foro ha sido escenario de algunos de los debates más importantes en la geopolítica de los últimos dos siglos. Fue aquí donde, en 2007, Vladímir Putin anunció al mundo el rechazo de Rusia a la arquitectura de seguridad liderada por Estados Unidos. Ese discurso marcó el inicio de una nueva era de confrontación entre Moscú y Occidente. Diecisiete años después, nos encontramos con la invasión de Ucrania por parte de Rusia. ¿O deberíamos decir por parte de Putin?

A la vista de este pesimista informe, podríamos afirmar que nos encontramos en una situación peor que al final de la Segunda Guerra Mundial. Es necesario analizar las condiciones erróneas que han llevado a la humanidad al presente estado. Estas condiciones son el resultado de varios factores:

  1. Credos religiosos estancados: Modos de pensamiento que no han evolucionado durante siglos. Un ejemplo de ello son las declaraciones del patriarca ortodoxo de Moscú sobre la invasión de Ucrania, entre otros.
  2. Sistemas económicos injustos: Modelos que enfatizan la acumulación de riquezas y posesiones materiales, dejando el poder y los recursos en manos de una exigua minoría, mientras el resto de la humanidad lucha por sobrevivir. Esto ya fue señalado en la comunicación titulada El estado prostituido y el individuo degradado.
  3. Regímenes políticos deficientes: Gobernados por políticos mediocres, corruptos o ambas cosas; por personas de mentalidad totalitaria, especuladores y quienes ambicionan posiciones ventajosas y poder, priorizando esto sobre el bienestar de sus semejantes.

El tiempo en que se podía trazar una línea divisoria entre los mundos religioso, político y económico ha quedado atrás. Hoy, estos tres aspectos están profundamente interrelacionados. La corrupción política y los planes ambiciosos de la mayoría de los líderes más destacados del mundo tienen su raíz en un hecho clave: las personas espiritualmente orientadas no han asumido –como un deber y responsabilidad espiritual– la dirección de los pueblos. Han dejado el poder en malas manos, permitiendo que los egoístas y los indeseables tomen las riendas del destino humano.

La palabra "espiritual" no pertenece exclusivamente a las iglesias ni a las religiones del mundo. Las propias iglesias son, en su mayoría, grandes sistemas capitalistas que demuestran muy poco de la verdadera mente del Cristo. Han tenido su oportunidad, pero han hecho muy poco por cambiar el corazón de los hombres y beneficiar a los pueblos. La espiritualidad es, esencialmente, el establecimiento de correctas relaciones humanas, la promoción de la buena voluntad y, finalmente, el logro de la verdadera paz en la tierra como resultado de estas dos expresiones de la divinidad.

El mundo está actualmente lleno de voces beligerantes; por todas partes se protesta contra las condiciones mundiales; todo se expone a la luz del día, y los abusos se denuncian públicamente, tal como el Cristo profetizó que ocurriría. La razón de estas protestas, discusiones y ensordecedoras críticas radica en que, a medida que las personas despiertan a los hechos y empiezan a reflexionar, se dan cuenta de que la culpa recae, en gran parte, en ellos mismos, lo que les remuerde la conciencia. Son conscientes de las desigualdades, de los graves abusos, de las profundas divisiones entre los hombres y de la discriminación racial y nacional. También comienzan a dudar de sus propias metas individuales y de los planes nacionales. Las multitudes, en todos los países, empiezan a comprender que su inercia, falta de acción y de pensamientos correctos han contribuido al estado actual de los asuntos mundiales. Este desafío no siempre es bien recibido.

Sobre las actuales agendas mundiales, ya lo he tratado en otra comunicación: “Y el sistema socioeconómico, dirigido por una élite cada vez más minoritaria, funciona con base en automatismos técnico-económicos -pronto será la inteligencia artificial- ajenos a cualquier consideración no ya ética, sino simplemente humana. Esa es la Agenda 2030”. Estas agendas son elaboradas por mega millonarios con la colaboración activa de gobernantes, tanto corruptos como no corruptos.

También señalé en la misma comunicación: “Y esta es la realidad: lo humano ya no cuenta para nada en la toma de decisiones de ninguna de las grandes corporaciones que dominan la economía y la sociedad mundial. El ‘Big Data’, al servicio de estas élites, no hará sino empeorar lo que acabo de mencionar. Y a esto habrá que añadir, en un futuro próximo, la manipulación genética”. No es que lo espiritual y la buena voluntad en las relaciones hayan desaparecido; es que, para estas élites, ya ni siquiera cuenta el factor humano.

La unidad, la paz y la seguridad de las naciones, grandes y pequeñas, no se alcanzarán siguiendo las directrices de los capitalistas codiciosos, ni de los ambiciosos de cualquier nación, por muchas reuniones que celebren al año, aunque sean aceptadas en muchos casos. Tampoco se lograrán siguiendo ciegamente una ideología particular, por muy buena que parezca a quienes están condicionados por ella. Se alcanzarán mediante el reconocimiento, inteligentemente fundamentado, de los males que han traído la situación mundial actual, que son idénticos a los del pasado. A partir de ahí, deberán tomarse medidas inteligentes y comprensivas que conduzcan a establecer correctas relaciones humanas, a sustituir el sistema actual de competencia por uno de colaboración, y a educar a las poblaciones de todos los países sobre el verdadero significado de la buena voluntad y su poder aún no utilizado. Esto es lo espiritual y lo importante, y por ello debemos luchar todos.

¿O permitiremos, con nuestra pasividad, que el destino de la humanidad sea un nuevo ciclo de aniquilamiento, una nueva guerra planetaria, una nueva era de hambre y pestes mundiales, de una nación contra otra, y de un colapso total de todo aquello que hace la vida digna de ser vivida? Todo esto puede suceder si no se realizan cambios fundamentales inspirados en la buena voluntad y la comprensión mutua.

¿Qué es lo que, en estos momentos, parece obstaculizar la unidad mundial e impide a las naciones, grandes y pequeñas, llegar a las soluciones que el ciudadano común espera tan ansiosamente? No es difícil encontrar la respuesta, e implica a todas las naciones: nacionalismo, capitalismo, competencia, codicia ciega y estúpida. Por otro lado, la sociedad en todos los países debe despertar y darse cuenta de que el bien es para todos los hombres, no exclusivamente para unos pocos grupos privilegiados. También debe enseñar que “el odio no cesa por el odio, sino que cesa por el amor”. Este amor no es un sentimiento infantil ni de catequesis, sino una buena voluntad práctica que se exprese en comunidades y naciones a través de los individuos.

A pesar de todo, en la actualidad hay hombres y mujeres en todas partes –de posición encumbrada o humilde, en cada nación, comunidad y grupo– que muestran una visión de correctas relaciones humanas y que deben constituir el modelo para la humanidad futura. En política, tarde o temprano, surgirán grandes estadistas inteligentes que intentarán guiar sabiamente a sus pueblos, aunque enfrentando numerosos obstáculos. Franklin D. Roosevelt fue un ejemplo destacado, pues dio lo mejor de sí mismo y murió sirviendo a la humanidad. Hay educadores, escritores y conferenciantes con ideas claras en todos los países que tratan de demostrar cuán práctico es el ideal, cuán abundante es la buena voluntad en la humanidad y cuán factible es aplicar estos ideales, porque hay hombres y mujeres de buena voluntad en el mundo en número suficiente para hacerlo. Éste es el factor importante. También hay científicos, médicos y agricultores que han dedicado su vida a mejorar las condiciones de vida de la humanidad. Además, hay eclesiásticos de todos los credos que sinceramente siguen los pasos del Cristo (aunque no ocupen posiciones de liderazgo) y repudian el materialismo que ha arruinado a las iglesias. Y, en general, hay millones de hombres y mujeres que ven con claridad, piensan con lucidez y trabajan incansablemente en sus comunidades para establecer correctas relaciones humanas.

 

Estas personas de buena voluntad deben encontrarse y organizarse para descubrir su fuerza numérica, porque existe. Deben constituir un grupo mundial que fomente las correctas relaciones humanas y eduque sobre la naturaleza y el poder de la buena voluntad. De esta manera, podrán generar una opinión pública mundial tan potente y tan clara en favor del bienestar humano, que los dirigentes, estadistas, políticos, empresarios y eclesiásticos se verán obligados a escuchar y atender esta demanda. Es imprescindible enseñar, de manera firme y constante, al público en general, un internacionalismo y una unidad mundial basados en la buena voluntad simple y en la interdependencia cooperativa.

Esto no es un programa místico ni utópico; no se desarrolla mediante acusaciones, socavando ni atacando, sino destacando una nueva política, como aquella que se base en el principio de establecer correctas relaciones humanas. Cuando este grupo de hombres y mujeres de buena voluntad esté formado por millones de personas, se ubicará entre los fabricantes y traficantes de armamentos y los pacifistas, entre el pueblo y sus dirigentes, entre empresarios y trabajadores. No se inclinará hacia ningún lado, no manifestará un espíritu partidista, no fomentará perturbaciones políticas ni religiosas, ni alimentará odios. Hoy ya existen mediadores familiares, de conflictos, y otras profesiones diseñadas para resolver relaciones interpersonales. Este es un indicio del tipo de acción que puede emprenderse.

No es necesario tener una gran imaginación para darse cuenta de que si se difunde la buena voluntad y se educa a la opinión pública para que desarrolle su pleno poder, y si los hombres y mujeres de buena voluntad son descubiertos y organizados en todos los países, se puede lograr un gran cambio en un corto plazo. Millares de personas podrían unirse a las filas de hombres y mujeres de buena voluntad. Esta es la tarea inicial. El poder de un grupo así, respaldado por la opinión pública, será inmenso y producirá resultados extraordinarios.

Paz y amor para todos.

 


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