LA FILOSOFÍA HINDÚ Y LOS UPANISHADS
¡La
India! Tierra de leyendas y lugares misteriosos, donde cada ruina, monumento y
espesura tiene su historia. ¡La India! Esa palabra siempre evoca algo grandioso
y venerado, vago y misterioso, incluso después de tantos siglos. ¡La India! La
región civilizada más antigua del mundo, la cuna de las creencias religiosas,
que, en su unidad, sencillez y grandeza primitivas, parecen haber abarcado, en
una inmensa fórmula, todo lo que los pueblos, más adelante, dividirían. ¡La
India! Escenario de acontecimientos históricos inesperados, grandes y
maravillosos, visitada por dioses, héroes, filósofos, sabios y los
especuladores más audaces de todos los tiempos. ¡La India! Conquistada y
disputada parcialmente por Sesostris, Darío, Alejandro, Gengis Kan, Tamerlán,
Babur y Nader Shah.
La
India, en fin, cuyo pasado y porvenir despiertan un gran interés en toda la
humanidad, porque su pasado oculta, en las sombras de su historia, los rasgos
principales de la historia del mundo, y su futuro se entrelaza cada vez más con
el destino de las grandes naciones mundiales. Por ello, el estudio de la
antigua India es parte del progreso general de la humanidad, una revelación en
la que puede decirse que los primeros siglos de la India pertenecen al
porvenir. En esa India, país de hadas, de sueños y prodigios misteriosos, donde
se admira a plena luz lo majestuoso de una naturaleza espléndida, las razas
primitivas e indígenas muestran la pureza de sus finos y elegantes rasgos en la
diversidad de formas propias de la raza aria. Su fauna, flora, las lluvias
torrenciales que alimentan arroyos, fuentes, cascadas y torrentes, inspiran
admiración y asombro. El exceso de frescura y humedad, las nubes, las nieblas y
las tormentas en una vegetación exuberante y espléndida solo intensifican la
impresión de austera melancolía que domina todo, reforzada por las uniformes
cadenas montañosas, aisladas en el contraste de luz y sombra de sus bosques
verdes y sombríos.
En
las praderas pantanosas, donde el suelo produce reflejos desde el verde claro
hasta el zafiro, se percibe el melancólico encanto de los paisajes alpinos,
como los Highlands de Escocia. Todo esto embarga el ánimo, seduce y atrae,
mientras la flora llena los valles con sus miles de flores de vivos colores.
Todas las maravillas de la creación se hallan aquí prodigadas: entre las
violetas y campanillas, ranúnculos y musgos, se confunden valerianas, cerasteas
y espiérgulas con digitales, zarzamoras y mil plantas exóticas, como las
balsaminas con sus caprichosas flores y las orquídeas con sus colores
llamativos; entre estas, las elegantes lobeliáceas con racimos de flores rojas que
alcanzan un metro de largo.
Siguiendo
el curso de los arroyos, se admiran las sombrías gargantas donde crecen las
plantas tropicales, como el helecho arbóreo, el imponente parasol y los
arbustos de nillu, de una belleza impactante, alcanzando nueve metros de altura
y adornados con ramos de grandes flores de intenso color rojo. Laureles,
espinos, gutíferas y magnolias forman densas selvas, destacando el árbol gutta
(Gallophylum), cuyo tronco de casi cuatro metros de ancho alcanza treinta
metros de altura con una corteza en espiral.
Esta
es la India, cuna de las razas, donde el origen del hombre se pierde en la
bruma de los tiempos; tierra prometida donde se cumplen todas las aspiraciones
que el ser humano imagina para su paraíso, país maravilloso de pagodas y
templos, de yoguis, faquires, ascetas, Maestros y adeptos.
De
allí os traigo hoy un resumen y una visión profunda de los Upanishads.
Los
Upanishads son textos fundamentales de la filosofía hindú, considerados
la culminación de los Vedas, que exploran cuestiones sobre la naturaleza del
ser, la relación entre el individuo y lo absoluto, y el propósito de la vida.
Compuestos entre el 800 y el 400 a.C., los Upanishads representan el
conocimiento esotérico y filosófico que los antiguos sabios transmitían a sus
discípulos. Se agrupan en el Vedanta, que significa "fin de los
Vedas", ya que son la culminación filosófica de estos textos sagrados.
Algunos
conceptos clave de los Upanishads incluyen:
1. Brahman:
el principio absoluto, el espíritu supremo y omnipresente que es la esencia de
todo lo existente. Se describe como indefinible, ilimitado y sin forma, y se
considera la realidad última.
2. Atman:
el alma o esencia individual, que es una manifestación de Brahman. Los
Upanishads sostienen que Atman y Brahman son, en última instancia, lo mismo,
una verdad fundamental que se encuentra en el núcleo de la enseñanza de la no
dualidad (Advaita).
3. Maya:
la ilusión que vela la realidad última, impidiendo a los individuos percibir la
unidad entre Atman y Brahman. Maya es la causa de la percepción de la dualidad
y de la separación en el mundo.
4. Moksha:
la liberación o emancipación del ciclo de nacimiento, muerte y renacimiento
(samsara), alcanzada al realizar la unidad de Atman y Brahman. Es el objetivo
espiritual último que trasciende el karma y el sufrimiento.
5. Meditación
y conocimiento: los Upanishads destacan la importancia
del autoconocimiento y la meditación para trascender la ilusión y percibir la
verdad última. Estas prácticas son los medios para alcanzar la sabiduría y la
liberación espiritual.
Los
Upanishads no son tratados dogmáticos, sino reflexiones poéticas y profundas,
cada uno abordando diferentes aspectos de la realidad y el ser, con una
orientación introspectiva. Entre los más conocidos se encuentran el Katha
Upanishad, el Chandogya Upanishad, el Mandukya Upanishad, y
el Brihadaranyaka Upanishad, cada uno ofreciendo visiones únicas y
perspectivas sobre la naturaleza de la existencia y la espiritualidad.
Estos
escritos representan la parte más destacada y profunda de los venerados Vedas,
pues contienen el Vedanta, que significa el propósito y la culminación de los
Vedas. En ellos se nos habla de Brahman (Dios), del Universo y del ser humano;
de la naturaleza divina, la naturaleza del cosmos y la esencia humana. Abordan
estas grandes verdades en un sentido abstracto, filosófico y metafísico, y solo
descienden a lo concreto para ofrecer alguna explicación, un símil o algo que
aclare la exposición y evite que se pierdan pensamientos difíciles de
comprender debido a su extrema profundidad y sutileza, que los aleja de la
comprensión humana ordinaria.
Este
libro, breve en extensión, pero vasto en contenido, abarca todo lo que puede
expresarse sobre la verdadera esencia de la Brahma-Vidya, la Sabiduría Divina y
la Teosofía. Menciono "lo que puede expresarse con palabras" porque,
incluso en los Upanishads, la Brahma-Vidya solo puede presentarse en forma de
exposición intelectual. Las palabras no logran abarcar otra cosa. La auténtica
Brahma-Vidya, el conocimiento del Ser, no puede reducirse a palabras ni
enseñarse. Ni siquiera el más divino de los Maestros podría infundir este
conocimiento en el discípulo más capacitado. No puede comunicarse de boca a
oído, de mente a mente, ni siquiera de Yo a Yo. Otras iniciaciones son posibles
mediante el resplandeciente medio de la sabiduría, iniciaciones de una belleza
casi increíble; pero esta iniciación suprema en el conocimiento del Yo debe ser
alcanzada por cada uno consigo mismo, cuando esté listo para expandirse en la
plenitud de su propia Divinidad. Nadie más puede otorgarla, nadie más puede
comunicarla. Solo el Brahman interior puede conocer
al Brahman exterior. Así, la última y suprema iniciación es exclusiva del Yo.
Nadie puede concederla ni negarla.
¿Y
qué es esta Brahma-Vidya? Es la verdad central de los Upanishads: la identidad
esencial del Yo universal (Brahman) y el Yo individual (Atman). Tat Tvam Asi:
“Tú eres eso”. Esa es la verdad final, la meta de toda sabiduría, de toda
devoción y de toda acción recta. “Tú eres eso”. No hay otro conocimiento en la
sabiduría de los Upanishads. No hay otra realidad, pues no existe nada más que
esto. Es la verdad última de todas las verdades, la experiencia máxima de toda
experiencia.
No
hace mucho, mientras leía una reconocida revista inglesa, encontré un artículo
titulado “El Valor Vital en la Idea Hindú de Dios”. El autor, con agudas
observaciones, afirmaba: “Sin duda, en ningún otro país como en la India se
siente con tanta intensidad la dedicación de la mente a la elevada y dichosa
tarea de buscar a Dios de forma constante y encontrarlo, dejando en segundo
plano cualquier otra ocupación en la vida”. Y no exagera, pues Dios es el
pensamiento central en la mente hindú.
Y
los resultados de esto son notables, pues, debido a la identidad en naturaleza
entre el Yo universal y el Yo individual (como afirma el Mahavakya: Tat Tvam
Asi, "Tú eres eso"), es posible para el ser humano conocer a
Brahman, a Dios. De no ser así, podríamos creer, argumentar, razonar e incluso
tener conjeturas razonables sobre la existencia de Dios, pero no podríamos
conocerlo verdaderamente. Esta es una ley natural. Al observar el mundo
exterior, comprendemos que solo podemos conocer aquello con lo que nuestro
cuerpo o nuestra mente están en sintonía. Solo conocemos aquello en lo que
participamos.
Nuestros
ojos ven porque en ellos vibra el éter, cuyas vibraciones generan luz fuera de
nosotros. Escuchamos porque en nuestros oídos vibran el aire y el éter, cuyas
vibraciones producen el sonido en el exterior. Solo cuando algo en nuestro
propio cuerpo se corresponde con lo que existe fuera, podemos conocerlo.
Entonces, ¿cómo podríamos conocer el Espíritu universal si no participamos de
su esencia dentro de nosotros mismos? Lo conocemos fuera porque está también en
nuestro interior. Los Upanishads dicen que Brahman es el Akasha que nos rodea y
el Akasha en el corazón; por eso podemos conocerlo, no solo creer en Él.
Este
artículo mencionado explora la posibilidad de dicho conocimiento: el hindú
instruido considera la subjetividad como el atributo más significativo de los
seres conscientes de sí mismos. Afirma que la idea de Dios siempre se presenta
a la mente como una idea del Yo. De esto se deduce que Dios no puede hallarse a
través de ningún uso objetivo de la mente ni mediante argumentos ontológicos,
cosmológicos o teológicos (que son las formas occidentales de demostrar la
existencia de Dios), sino al despojarnos de la capa mental que el proceso
civilizador ha impuesto sobre la esencia divina del ser humano. Esta, según el
autor, es la valía de la concepción hindú de Dios. Yo coincido plenamente con
él: solo desaprendiendo lo aprendido se puede llegar a Dios.
Solo
hay una conciencia: la conciencia de Dios. La manifestación de esta conciencia
es, en todo lugar y ser, la manifestación de la conciencia divina. Esto sucede
tanto en el poderoso Deva que gobierna un sistema solar y extiende sus
radiantes pulsaciones por millones de kilómetros en el espacio, como en el
grano de arena dormido que el viento arrastra de un lado a otro. Todo es
conciencia de Dios, porque no hay otra cosa. Y a medida que la conciencia se
despliega desde el grano de arena hasta la planta, de la planta al animal, del
animal al ser humano y del ser humano al Deva, es Dios quien revela Sus poderes
ocultos en las envolturas de la materia, donde decide ocultarse a la percepción
humana. No hay otra conciencia porque “Brahman lo es todo”.
No
existe una conciencia que no sea Su conciencia, que penetra los más vastos
espacios y habita en el átomo más diminuto. Y, a medida que llegamos a
convencernos de esta verdad, pierde relevancia la pregunta: "¿Existe
Dios?", tan común en Occidente; también disminuye el interés por la
pregunta: "¿Por qué creó Brahman los universos?", habitual en
Oriente. No hay nada fuera de Brahman. Él lo es todo, y el Universo está en Él.
Las
manifestaciones del Universo son manifestaciones de Brahman mismo. No existe
nada que no haya sido antes y nada que esté más allá de Él. Los seres del
universo suelen pensar que “Yo” y “Él” son distintos; pero solo Él es
inmutable. No existen Él y el universo como entidades separadas, sino que Él es
el universo. No hay creación ni adición. A medida que comprendemos esto,
podemos valorar ciertos pasajes de los Upanishads que afirman que no es posible
demostrar la existencia de Dios mediante la razón o la argumentación.
Aquí
no hay espacio para dudas ni evasivas. Los textos afirman que el Yo, en su
esencia más profunda, no puede ser comprendido únicamente a través de la
enseñanza, la inteligencia, la repetición de ideas o la práctica de
austeridades. El Mandukya Upanishad es aún más enfático, describiendo al
Yo Universal como algo invisible, indemostrable e indefinible. ¿Quiere decir
esto que no se puede probar su existencia? En absoluto. Aunque no puede ser
alcanzado por medios externos, la evidencia del Yo Universal reside en nuestra
experiencia interna. Nuestro propio Yo es la prueba fundamental de esta
realidad universal, constituyendo la certeza más sólida y estable que poseemos.
Incluso si tratáramos de cuestionar nuestra propia existencia, el acto mismo de
dudar implica la presencia del Yo. El Yo está más allá del razonamiento, no
porque carezca de lógica, sino porque es la base sobre la cual todo
razonamiento se construye.
La
verdadera fe, el verdadero shraddha, es esta inquebrantable
certeza de la existencia de nuestro Yo; y por eso se dice que la fe trasciende
la razón, no depende ni de la razón ni del conocimiento. Está por encima y más
allá de ambos. Ningún ser humano puede dudar de la realidad de su propia
existencia, y de ello se infiere la existencia de Dios. Por esta razón se dice
que el Yo es su única prueba evidente.
Ahora
bien, para alcanzar la certeza de la existencia del Yo en su naturaleza divina,
solo hay un método: la meditación y una vida elevada. Así se ha escrito: “Este
Yo debe ser alcanzado a través de la constancia en la verdad, en el tapas,
en el conocimiento perfecto, en el celibato”. Justicia perfecta, austeridad
perfecta, inteligencia perfecta y autocontrol perfecto: estos son los medios
para encontrar la prueba de Dios, que es la conciencia de la divinidad de
nuestro Yo. Pero, en sentido estricto, no son más que apoyos, auxilios y
medios.
Porque
el Moksha, la liberación que es el conocimiento o la realización
del Yo, no es algo que pueda alcanzarse, como algunos erróneamente piensan. Ya
es nuestro, porque somos divinos, aunque no lo sepamos. Buscar el Yo en el
mundo exterior es como si una persona llevase colgada del cuello, justo sobre
su corazón, una perla de valor incalculable y, olvidando que la tiene ahí,
creyera haberla perdido. Entonces, con la esperanza de hallarla, empieza a
buscar en sus bolsillos, desgarrando su ropa y mirando a su alrededor,
exclamando: “He perdido la perla, ¿dónde está?”. Esta persona busca la perla
donde no está, porque la lleva consigo, colgando de su corazón. Lo que debemos
hacer para ayudarle a encontrarla no es buscarla en su lugar, sino decirle:
“Mira, la perla está en tu propio ser. No necesitas buscarla más”. Siempre ha
estado allí, y del mismo modo, el Moksha siempre está con
nosotros. Para liberarnos, solo necesitamos superar los obstáculos que impiden
manifestar nuestra propia divinidad. La separación que imaginamos es Maya,
una ilusión. No hay separación. Somos uno, el Yo único, el Yo supremo, el Yo
universal. Por esto se dice que el Moksha no puede obtenerse
mediante acciones. Debemos dirigir la mirada hacia nuestro interior y no hacia
el exterior, porque, en esta contemplación interna, está escrito: “Por la calma
de los sentidos, contempla la majestad del Yo”.
Podemos
reflexionar sobre el significado de esto para el mundo. Los seres humanos
siempre tienen una intuición innata del conocimiento esencial. ¿Qué impacto
tiene la crítica moderna, temida por algunos grupos religiosos? ¿Qué puede
hacer realmente? Puede desmenuzar y analizar los libros, pero no puede afectar
la esencia del Yo. La crítica, tan valorada hoy día, es capaz de examinar y
cuestionar cualquier texto, sin tener en cuenta su antigüedad o importancia.
Sin embargo, su alcance termina ahí: no puede disolver el Yo. La evidencia de
nuestra verdadera identidad se encuentra en nuestro interior, no en los libros,
por sagrados que estos sean. Los libros son productos de ese Yo, y aunque son
valiosos, no son la base de nuestra fe. La crítica no puede alterar el Yo, cuya
prueba y sustancia se hallan en nuestro ser más profundo.
¿Y
qué puede lograr la ciencia? Que investigue y llegue a la estrella más lejana:
Brahman va más allá. Que estudie el átomo más pequeño: Brahman es más pequeño
aún. La ciencia puede descubrir nuevas maravillas del universo, pero este
universo no es sino una manifestación del Supremo. Dejemos que la ciencia
explore libremente y hable tanto como pueda, porque solo la verdad perdura, no
el error. Aunque la ciencia avance y corrija sus propios errores, abarcando el
cosmos, que es Brahman, no encontrará nada que contradiga a AQUEL que lo
contiene todo.
Esta
verdad, “Brahman lo es todo”, es la Carta Magna de la libertad intelectual.
Dejemos que el ser humano piense; dejemos que hable. No importa si comete
errores, pues el conocimiento más profundo lo llevará inevitablemente a la
verdad. No puede desviarse del Yo, porque el Yo está en todas partes.
Dejemos
que la mente se eleve libremente, tan alto y tan lejos como sus posibilidades
le permitan. Más allá de sus límites y más allá de su alcance, en todas
direcciones—norte, sur, este, oeste, arriba y abajo—se extiende Brahman, el Ser
infinito. La mente no puede ir más allá del Yo, ya que es una de sus
manifestaciones y, por lo tanto, no puede alterar la certeza eterna de la
existencia del Yo. Esta es la verdad esencial que transmiten los Upanishads.
PAZ
PARA TODOS
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