LA LEY DE KARMA Y SU EFECTO EN LAS NACIONES

 

La Ley del Karma es actualmente un incontrovertible hecho en la conciencia de la humanidad. Quizás no la denominen así, pero es bien consciente que en todos los acontecimientos las naciones actuales están cosechando lo que han sembrado. Esta gran ley -que en una época fue una teoría- es ahora un hecho com­probado y un factor reconocido por el pensamiento humano. Los conceptos que se tienen acerca de la herencia y el medio ambiente son esfuerzos hechos para explicar las condiciones humanas existentes; cualida­des, características raciales, temperamentos nacionales e ideales, comprueban el hecho de que existe algún mundo iniciador de cau­sas. Las condiciones históricas, las relaciones entre naciones, las restricciones sociales, las convicciones religiosas y las tendencias, pueden ser atribuidas a causas que las originan, algunas de ellas muy antiguas. Todos los acontecimientos en el mundo de hoy y que afectan tan poderosamente a la humanidad -cosas bellas y horribles, modos de vivir, civilización y cultura, prejuicios y preferencias, adquisi­ciones científicas y expresiones artísticas y las innumerables mane­ras con que la humanidad cobra la existencia de todo el planeta, son aspectos de efectos iniciados por los seres humanos, en alguna parte, en algún nivel y época, ya sea en forma individual o en masa.

       Por lo tanto, karma es lo que el Hombre -el Hombre celestial en el cual vivimos toda la humanidad, el género humano como gru­po de naciones y el hombre individual- ha instituido, llevado a cabo, fomentado, realizado o no, en el transcurso de las épocas hasta el momento actual. El género humano está cosechando lo que ha sembrado.

    Una evidencia muy destacada de la Ley de Causa y Efecto es la raza judía. Todas las naciones comprueban esta Ley, pero pre­fiero referirme al pueblo hebreo, no solo porque su historia es bien cono­cida, sino por todo lo que está ocurriendo en la actualidad; su presente, su futuro y destino, son temas de preocupación mundial y universal. Hablo del judaísmo, no del sionismo. Los judíos han tenido siempre un significado simbólico; ellos resumen en sí -como nación y a través de las épocas- tanto las profun­didades de la maldad como las alturas de la divinidad humana. Su historia agresiva, tal como está narrada en El Antiguo Tes­tamento, va a la par de las pasadas actuaciones alemanas contra ellos; sin embargo, Cristo era judío y la raza hebrea lo engendró. Esto nunca debe olvidarse. Los judíos fueron grandes agresores; despojaron a los egipcios y tomaron la Tierra Prometida a punta de espada, sin perdonar hombres, mujeres y niños. Hoy lo hacen a punta de pistola, metralleta, cañón o lo que se tercie. Su historia religiosa ha sido erigida alrededor de un Jehová materialista, posesivo, codicioso, que fomentaba y alentaba la agresión. Su historia simboliza la historia de todos los agresores, y su propio razonamiento los lleva a la convicción de que están cumpliendo con un propósito divino, arre­batando a los pueblos sus propiedades en un espíritu de autodefensa y buscando alguna  razón, adecuada para ellos, a fin de disculpar su inicua acción. Palestina fue tomada por los judíos porque era “una tierra rebosante de leche y miel”, y proclamaron que la acción fue emprendida obedeciendo a un mandato divino. Más tarde el simbolismo se hizo más interesante. Se dividieron en dos: los israelitas con su sede en Samaria, y los judíos (es decir, dos o tres tribus especiales extraídas de las doce) ubicados alre­dedor de Jerusalén. El dualismo prevalece en sus creencias religio­sas; fueron aleccionados por los saduceos y fariseos, y esos dos grupos estuvieron en constante conflicto. Cristo vino como miem­bro de la raza judía, pero ellos Lo negaron.

  La ley actuó y los judíos pagaron el precio, tanto de hecho como sim­bólicamente, de todo lo que han efectuado en el pasado. Ellos son la demostración de los efectos, de largo alcance, de la ley. De hecho y simbólicamente representan una cultura y civilización; de hecho y simbólicamente son la humanidad; de hecho y simbólicamente representan lo que siempre han elegido representar, la separación. Se consideran como el pueblo elegido, tal y como ya manifesté en mi libro Peregrinos de la Eternidad, y tienen una conciencia in­nata de ese elevado destino, olvidando su papel simbólico y que el pueblo elegido es la Humanidad en su conjunto y no una fracción pequeña y sin importancia de la raza. De hecho y simbólicamente anhelan la unidad y la cooperación, sin embargo, no saben cómo cooperar; de hecho y simbólicamente constituyen el “Eterno Peregrino”, y son la humanidad que deambula por los laberintos de los tres mundos de la evolución humana, contemplando con ansiosos ojos la tierra prometida; de hecho y simbólicamente se asemejan a las masas de hombres, rehusando comprender el propósito espiritual subyacen­te en todos los fenómenos materiales, rechazando al Cristo interno (tal como lo hicieron hace siglos dentro de sus fronteras), codi­ciando el bien material y desechando constantemente las cosas del espíritu. Claman por la así llamada restitución de Palestina, arre­batándola a quienes la han habitado durante muchos siglos, y por el continuo énfasis que ponen sobre las posesiones materiales pier­den de vista la verdadera solución, la cual consiste, otra vez sim­bólicamente y de hecho, en ser asimilados a todas las naciones y fusionados con todas las razas, demostrando así el reconocimiento de la Humanidad Una.

Es interesante observar que los judíos que habitaron al sur de Palestina, cuya ciudad principal fue Jerusalén, lograron hacer esto y se fusionaron y asimilaron a los británicos, holandeses y france­ses, en una forma que los israelitas, gobernados desde Samaria, nunca lo hicieron.

Por lo tanto, si la raza judía recordara su elevado destino sim­bólico y el resto de la humanidad se viera a sí misma en el pueblo judío, y si ambos grupos hicieran resaltar el hecho de la estirpe humana, de la Humanidad en su conjunto, y se abstuvieran de pensar en sí mismos en términos de unidades nacionales y raciales, cambiaría radicalmente el karma retributivo actual de la humanidad, en un buen karma que nos recompensará a todos en el futuro.

Considerando esta cuestión desde una visión de largo alcance (mirando hacia atrás históricamente y hacia adelante con esperan­za), es un problema al cual los judíos mismos deben aportar su mayor contribución para solucionarlo. Nunca han afrontado simple y honestamente (como raza) el problema de por qué la mayoría de las naciones, desde la época egipcia, no los han aceptado ni querido. Siempre ha sido así en el transcurso de los siglos. Sin embargo, debe haber alguna razón innata en el pueblo mismo cuando la reacción es tan general y universal. Han encarado su penoso problema por medio de la súplica, angustiadas quejas o desdichada desesperación. Su demanda ha versado en que las naciones gen­tiles (como ellos llaman a los que no son judíos), corrijan las cosas, lo que muchas ya han hecho. Sin embargo, hasta que los mismos judíos no encaren la situación y admitan que todo lo que les ha ocurrido y ocurre, puede constituir para ellos la actuación del aspecto retributivo de la Ley de Causa y Efecto, o Ley de Karma, y hasta que no hagan un esfuerzo para verificar lo que hay en ellos como raza, que ha ini­ciado su antigua y desesperada suerte, esta cuestión básica mundial permanecerá tal como ha sido desde la misma noche de los tiem­pos: en permanente conflicto y sin solución. Es una verdad incuestionable que dentro de la raza existen y han existido siempre grandes hombres, buenos, justos y espiritua­les. Una generalización nunca es una completa expresión de la verdad, pero contemplando el problema de los judíos en tiempo y espacio, en la historia y hoy, los puntos que he señalado creo que merecen una cuidadosa consideración.

Lo dicho, de ninguna manera mitiga la culpa de quienes han abusado tan penosamente de los judíos. La con­ducta de las naciones hacia los judíos, que culminaron en las atro­cidades del segundo cuarto del siglo veinte, no tienen excusas. La ley también actuará para ellas inevitablemente. Aunque gran parte de lo que les ha sucedido se originó en su historia pasada y en su pronunciada acti­tud separatista, su no asimilación y su énfasis puesto sobre los bienes materiales, sin embargo, los factores que han traído el mal kar­ma sobre ellos incurren igualmente en el aspecto retributivo de la misma ley; la situación ha asumido ahora la forma de un círculo vicioso de errores y hechos equívocos, de retribución y venganza, y en vista de ello debe llegar el momento en que todas las naciones consultarán este problema (y no el problema del sionismo), y cooperarán para terminar con las actitudes erróneas por ambas partes. Todo karma de naturaleza maligna, se resuelve mediante una aceptación voluntaria, un amor cooperativo, un franco reconocimiento de la responsabilidad y un hábil reajuste de la actividad conjunta y unida, para obtener el bien de toda la humanidad y no sólo el bien individual de una na­ción, un pueblo o una raza. El problema judío no se solucionará posesionándose por completo de Palestina, con lamentos y demandas y con manipulaciones financieras. Esto solo ha supuesto la prolongación de antiguos errores y condiciones materiales. El problema se solucionará por la disposición de los judíos a adaptarse a la civilización, al trasfondo cultural y al estándar de vida de la nación a la cual -por dere­cho de nacimiento y educación- está relacionado y debe asimi­larse. Se solucionará renunciando al orgullo de raza y al concepto de selección; vendrá por el renunciamiento de dogmas y costumbres, que son intrínsecamente caducos y crean puntos de constante irri­tación en la matriz dentro de la cual se hallan los judíos; vendrá cuando el egoísmo en las relaciones comerciales y en las pronun­ciadas tendencias manipuladoras del pueblo hebreo sea reempla­zado por actividades menos egoístas y más honestas.

Los judíos, debido a su rayo y grado de evolución, sobresalen como creadores y artistas. Esto deben reconocerlo, y no tratar, como hacen ahora, de dominar todos los campos, de aprovechar las oportunida­des de los demás pueblos para su mejoramiento y el de su propio pueblo, a expensas de los otros. La liberación de la presente situa­ción vendrá cuando los judíos olviden que son judíos y lleguen a ser, en su más íntima conciencia, italianos, americanos, ingleses, alemanes, polacos o españoles. Esto no sucede todavía. El problema judío será resuelto, entre otras soluciones integradoras, por el matrimonio entre razas. Esto significará hacer concesiones por parte de los judíos ortodoxos, no las con­cesiones por conveniencia, sino por convicción.

Quisiera también señalar, aunque es un tema algo más abstruso, que la Cábala y el Talmud son líneas secundarias y materialistas en su técnica de acercamien­to esotérico a la verdad (encierran mucho trabajo mágico para relacionar materia de cierto grado con sustancia de otro grado), así el Antiguo Testamento es enfáticamente una Escritura secun­daria, y espiritualmente no está a la altura del Bhagavad Gita (la antigua Escritura de Oriente), ni del Nuevo Testamento. Su énfasis es material y su efecto consiste en imprimir en la conciencia mun­dial un Jehová puramente materialista. El tema general del An­tiguo Testamento es la recuperación de la más alta expresión de la sabiduría divina en el primer sistema solar; este sistema per­sonificó el trabajo creador del tercer aspecto de la divinidad, el de la inteligencia activa, expresándose a través de la materia. En el actual sistema solar, el mundo creado está destinado a ser la ex­presión del segundo aspecto, el amor de Dios. Los judíos nunca han comprendido esto, porque el amor expresado en el Antiguo Testamento es el amor separatista y posesivo de Jehová por un grupo característico dentro del cuarto reino o reino humano. San Pablo resumió la actitud que debe asumir la humanidad con las palabras “No existen judíos ni gentiles”. El mal karma de los ju­díos está destinado a terminar con su aislamiento, a llevarlos al punto de abandonar los objetivos materiales, a la renuncia de una nacionalidad que tiende a ser parásita dentro de las fron­teras de otras naciones (no me refiero al actual estado de Israel) y a expresar un amor incluyente, en lugar de una separatividad desgraciada.

¿Y cuál deberá ser la actitud de los gentiles? Es absolutamente necesario que las naciones se acerquen a los judíos algo más de la mitad del camino, cuando llegue a alterar, lenta y gradualmente, su ortodoxia nacionalista. Es esencial que cesen sus temores, per­secuciones y odios, no oponiendo barreras a la colaboración. El creciente sentimiento antisemita en el mundo es inexcusable a los ojos de Dios y del hombre. No me refiero aquí a las abominables crueldades que sobre ellos practicaron el pueblo alemán y otros pueblos. Detrás de ellos reside la historia de las relaciones atlantes, que no es necesario detallar porque no podría demostrarles la verdad de este hecho. Me refiero solo a la historia de los últimos dos mil años y a la conducta cotidiana de los pueblos gentiles de todas partes. Debería realizarse un definido esfuerzo por parte de los ciudadanos de cada país para asimilar a los judíos, establecer lazos matrimoniales y de todo tipo con ellos y negarse a reconocer como barreras a los antiguos hábitos men­tales, así como antiguas y malas relaciones. Los hombres y mujeres en todas partes, deberían considerar como un estigma sobre su integridad nacional si apareciera dentro de sus fronteras la antigua dualidad judíos y gentiles, tal y como estamos viviendo actualmente. No hay ni judíos ni gentiles; sólo existe la Humanidad. La última guerra mundial, con toda su barbarie, podría decirse que ha terminado con la antigua enemistad entre judíos y gentiles, y ambos grupos tienen ahora la oportunidad de iniciar un nuevo y feliz modo de vivir y una verdadera relación colaboradora por ambas partes. El proceso de asimilación será lento, porque la situación es tan antigua que los hábitos mentales, las actitudes habituales y las cos­tumbres separatistas están muy bien establecidas y son difíciles de superar. Pero los cambios necesarios podrán realizarse si la buena voluntad se halla detrás de la palabra hablada y escrita y en el modo de convivir. La Jerarquía no hace ninguna diferencia. El Guía de la Jerarquía, aunque no se halla en un cuerpo judío en la actualidad, logró la meta espiritual más elevada para la humanidad mientras poseía un cuerpo judío. La Jerarquía también está enviando a ciertos discípulos en cuerpos judíos a fin de que trabajen intensamente para cambiar la situación. Cada vez son más los judíos que ya no piensan como tales; cada vez son más los judíos que se preocupan del problema judío tratando de fusionar a todos los pueblos en una sola humanidad, eliminando así la separación.

Repito, los Maestros de Sabiduría no ven judíos ni gentiles, sino almas e hijos de Dios. Cada conflicto que se reanuda entre judíos y cualquier otro pueblo, solo retrasa la ansiada unión y suma nuevas etapas de odio. Que piensen en ello los dirigentes cortoplacistas, que arman y alargan sus nefastas carreras políticas (nefastas para sus pueblos y para la Humanidad), a base de alimentar el odio.

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