REFLEXIONES SOBRE EL SER HUMANO Y SU MUNDO


Todo el que escribe es un ladrón de palabras, de sentimientos, de ideas que otros han pronunciado, vivido y pensado. Nada nuevo; tan solo su crisol personal puede darles un aroma diferente, provocar que en otros se abran nuevos y provechosos caminos. Si es así, misión cumplida, sino otro brindis al sol, otro grito a la nada, otro desatino… controlado.

De todas formas vamos a intentarlo:

De los seres dormidos

Tomemos algún acontecimiento en la vida de la humanidad. Por ejemplo, la guerra. Hay decenas de guerras en este momento. ¿Qué significa? Significa que varios miles, cientos de miles o millones de seres dormidos están tratando de destruir a otros seres dormidos.

_ ¿Seres dormidos?- se preguntarán. Sí, completamente dormidos.

El ser humano no conoce, ni sus propias limitaciones, ni sus propias posibilidades. Ni siquiera conoce lo mucho que no se conoce.

Podemos cavilar durante mil años; es posible escribir miles de libros, inventar millones de teorías mientras dormimos, sin ninguna posibilidad de despertar. Por el contrario, estas teorías y estos libros escritos o inventados por “dormidos”, simplemente tendrán como efecto empujar a otros hombres al sueño.

El hombre no puede “hacer”. Todo lo que el hombre cree que “hace”, en realidad sucede. Sucede exactamente como "llueve", "nieva" o el “viento levanta polvo en el camino”.

Todos sus movimientos, acciones, palabras, ideas, emociones, humores y pensamientos son producidos por influencias exteriores. Por sí mismo, es tan sólo un autómata con cierta provisión de recuerdos de experiencias previas. Un grano de arena llevado de aquí para allá por el mar. Eso es todo.

Pero si no puede darse cuenta ni comprender su total mecanicidad, o si no quiere aceptarla como un hecho, no puede aprender nada más  y solo será “polvo al polvo”, “muerto viviente”. La mayoría, en realidad, ya están muertos ¡Máquinas rotas con las cuales no se puede hacer nada!

Nacen máquinas y como máquinas mueren. ¿Qué tienen que ver con esto los que llamamos  salvajes y los intelectuales? Ahora mismo, en este preciso momento, varios millones de hombres  máquinas se esfuerzan en aniquilarse unos a otros. Unos planean y otros ejecutan. Todos se justifican. ¿En qué difieren, entonces? ¿Dónde están los salvajes, y dónde los intelectuales? Todos son iguales...

Del conocer y del saber

En nuestra civilización en particular, se admite que un hombre pueda poseer un saber inmenso, que pueda ser, por ejemplo, un sabio eminente, autor de grandes hallazgos y revelaciones, un hombre que hace progresar la ciencia y que, al mismo tiempo, él pueda ser, que tenga el derecho de ser, un pobre hombre egoísta, obstinado, mezquino, envidioso, vanidoso, ingenuo y distraído. Admitimos que un sabio tenga que olvidar en todas partes su paraguas. ¿Qué clase de sabio es este?

Para el verdadero sabio la  conquista de sí mismo es lo más importante y dicha conquista implica la destrucción de las cualidades que la mayor parte de los hombres consideran, no sólo como indestructibles, sino como deseables.

Las Leyes más absolutas y universales de la vida natural y física, como la entienden nuestros actuales hombres de ciencia, desaparecerán cuando desaparezca la vida de esta parte del universo y quede sólo su Alma en el silencio. ¿Qué valor tiene entonces el conocimiento de sus leyes y descubrimientos, adquirido por el trabajo y la observación en sus laboratorios? Ninguno; solo sirve para “andar por casa” y llenar sus egos.

El conocimiento, por vasto que sea, no tiene nada que ver con la sabiduría.

“Una tonelada de ciencia no vale más que una gota de sabiduría”: Pitágoras.

Cuando el saber predomina sobre el ser, el hombre sabe, pero no tiene el poder de hacer. Es un saber inútil. Inversamente, cuando el ser predomina sobre el saber, el hombre tiene el poder de hacer, pero no sabe qué hacer. Así, el nuevo ser que él ha adquirido no le puede servir para nada y todos sus esfuerzos han sido inútiles.

En la historia de la humanidad, encontramos numerosos ejemplos de civilizaciones enteras que perecieron, ya sea porque su saber sobrepasaba a su ser, o porque su ser sobrepasaba a su saber. Tal vez nuestra civilización actual esté en el mismo camino.

Los auténticos devotos del conocimiento, los verdaderos sabios, sacrifican su propia vida en persecución del mismo; después estamos todos los demás, la muchedumbre locuaz, que va y viene. Epicteto dijo de nosotros que era tan fácil enseñarnos la verdadera filosofía como comer natillas con tenedor.

Afortunadamente no necesitamos verdades absolutas. Si no fuese así, el avance se habría detenido y habría cesado la vida humana en la tierra; el ir y venir de ideas contrarias, el conflicto de opiniones, los entusiasmos del momento, siempre impulsados por nuestros sueños, son necesarios para el crecimiento intelectual de los pueblos. Las multitudes esto lo saben muy bien y por eso abandonan con tanta celeridad la cátedra de los doctores para congregarse en torno de la estupidez y de la farándula. Es nuestro sino.

De la Fe

La fe comienza donde la razón cae extenuada y el fin de la fe no es científicamente discutible. "Creo porque es absurdo", dijo Tertuliano; y esta expresión — aparentemente paradójica — pertenece a la razón suprema. De hecho, más allá de todo lo que podemos suponer racionalmente, hay un infinito al que anhelamos con fe inagotable y que incluso elude nuestros sueños. ¿Pero el infinito mismo no es un absurdo para nuestra apreciación limitada? Todos creemos que existe. El infinito, el Todo, como quiera que lo nombremos, nos invade, nos anega, nos marea en sus abismos y nos aplasta con su peso horroroso. O somos como Pirro, que nada creía porque nada sabía.

De la civilización

Hoy en día, a pesar de que nuestra información es casi instantánea, somos incapaces de ver que, dentro de lo que llamamos civilización, crece de forma pareja la barbarie. A veces crece más deprisa. La mayoría de los miembros de grupos terroristas y criminales son criados y educados en el seno de nuestra civilización. Los que idean y perfeccionan las armas de guerra más sofisticadas, son educados en nuestras universidades y los domingos van a misa con sus familias. Un traficante de armas será detenido en cualquier aeropuerto o ciudad civilizada, aunque solo sea para disimular el tráfico feroz de armas. Cuando es un Estado el que quiere venderlas, se lo encargará al ministro del ramo que recibirá loas y prebendas por haber vendido muchas y “contribuir a la creación de empleo y riqueza”.

Un hombre mata a otro y, aunque esté realmente arrepentido y afligido, es castigado según la ley. En algunos países el castigo consiste en una condena a muerte. El mismo hombre, si pertenece a un batallón del ejército, mata no solo uno sino cuarenta y se sentirá perfectamente bien y pensará que ha cumplido con su deber. En este caso le condecorarán. Es lo que llamamos “civilización”.

Ahora vuelve a estar muy de moda la creación de muros, alambradas y centros de internamiento. Algunos son incendiados con refugiados dentro y el hecho es celebrado por parte de algunos miembros de la población ¿Les suena todo eso? ¿”La noche de los cristales rotos”? Es una variante de nuestra cacareada “civilización”. Nada hemos aprendido de los guetos. ¿Por qué? Porque carecemos de toda capacidad de “hacer”. Somos como hojas al viento. El ser humano no aprende ni cambia porque no tiene capacidad natural para ello. Por eso está condenado a repetir la historia; una y otra vez, generación tras generación.

De la eterna confusión por ignorancia

Cuando hablamos y tratamos de explicar nuestras opiniones, no podemos. Ni siquiera podemos repetir correctamente lo que hemos oído; cambiamos las cosas. Y el malentendido no hace más que crecer. Alguien inventa una teoría, inmediatamente se inventan otras cinco para contradecir aquélla. Han transcurrido miles de años desde el comienzo de la creación, y en todo este tiempo las personas jamás se entendieron entre sí. ¿Cómo podemos esperar que lo hagan ahora? Las personas que se conocen una a la otra muy bien, trabajan o viven juntas durante años, y en ciertos momentos no se entienden entre sí.

En nuestros días, los abusos y las injusticias ya comienzan en los centros de formación, con publicidad en las llamadas redes sociales incluida, ante la pasividad de padres y educadores. Nadie sabe qué hacer. Estamos a merced de nosotros mismos y de nuestras tan cacareadas tecnologías.

<<La libertad le dijo a la ley: “Tú me estorbas.” La ley le respondió a la libertad: “Yo te guardo”.  Pitágoras>>

Cualquiera de las innumerables personalidades que posee el ser humano, tiene el poder de adquirir responsabilidades que luego tiene que cumplir su “todo”. Así se malgastan vidas enteras, cancelando “contratos” firmados por pequeños e insignificantes “yoes”. Esa es nuestra tragedia.

Es relativamente raro que la gente diga una mentira en forma deliberada. Todos creemos que decimos la verdad. Y sin embargo mentimos todo el tiempo, tanto cuando queremos mentir como cuando queremos decir la verdad. Mentimos continuamente, nos mentimos a nosotros mismos y mentimos a los demás. Como consecuencia de ello, nadie comprende a los otros ni se comprende a sí mismo.  ¿Cómo podría haber tantas discordias, tantas tergiversaciones y tantos rencores hacia el punto de vista o hacia la opinión de otros, si fuésemos capaces de entendernos? No podemos comprendernos porque no podemos dejar de mentirnos. Decir la verdad es la cosa más difícil del mundo.  Para decir la verdad, hay que llegar a ser capaz de distinguir lo que es verdad  de lo que es mentira, ante todo en uno mismo. Pero esto es lo que nadie quiere saber.

La Humanidad está enferma porque ignora lo que es importante. ¡Adora vivir en la ignorancia! Por si eso fuese poco drama, han llegado las tan cacareadas redes sociales, para única gloria de sus inventores, y los dirigentes han abolido de la formación, en muchos países, las asignaturas humanistas para dejar paso a las tecnológicas. ¡Por si el ser humano estaba poco mecanizado!

Los tiempos de la literatura y del arte en que poetas y escultores vieron la Verdad y la interpretaron con su único lenguaje, quedaron sepultados en un pasado lejano con los escultores anteriores a Fidias y con los poetas anteriores a Homero. Los misterios no gobiernan ya el mundo del pensamiento y de la belleza; nos hemos acomodado en el tedio y la vulgaridad; el rio de la vida es el poder que nos dirige y no aquello que existe más allá de ella. Nada hemos aprendido de Platón y su mito de la caverna.

Apliquemos todo lo que hemos expuesto a los gobernantes actuales y pasados, de todas las naciones del mundo: nos da como resultado todos los acontecimientos criminales, pasados y presentes.

La historia pasa y, en toda su perspectiva, rigurosamente hablando, es la tradición del crimen, ya que si no hubiera crímenes no habría historia. Padres, que matan a sus hijos y viceversa; hermanos que se matan entre sí, maridos que matan a sus mujeres, reyes y gobernantes que aniquilan a sus ciudadanos; ciudadanos que asesinan a sus reyes y gobernantes; obispos, curas, maestros y formadores pederastas, delincuentes morales. La historia del zorro al cuidado de las gallinas. Esta es la historia que todo el mundo sabe, la historia que se enseña en las escuelas y se da a conocer en todos los telediarios.

Apliquemos también las premisas precedentes a los periodistas, responsables de los medios de comunicación, empresarios y, en general, a todas las élites gobernantes o generadoras de opinión, sin olvidar, por supuesto, a los científicos. ¿Resultado?: El mundo está gobernado e influido por mentirosos, delincuentes y criminales.

¿Cómo es posible que ocurra todo esto ante las narices del mundo entero? : Por medio de los “parachoques”. Los “parachoques” son dispositivos que permiten al ser humano tener siempre la razón, le impiden sentir su conciencia moral.

Podemos convertir cada casa en un asilo; podemos llenar el mundo de hospitales, las desdichas humanas continuarán existiendo mientras no cambiemos nuestro carácter y la formación que nos lo ha otorgado.

De la moralidad

Si nosotros, cuyo mundo interior consiste por entero de contradicciones, fuésemos capaces de apreciarlas, sentiríamos que amamos todo lo que odiamos, y que odiamos todo lo que amamos, que mentimos cuando decimos la verdad; si pudiésemos sentir la vergüenza y el horror de tal amasijo de actos, conoceríamos entonces el estado que se llama «conciencia moral». Como no podemos vivir en tal estado tenemos que destruir las contradicciones o destruir la conciencia. No podemos destruir la conciencia, pero podemos hacerla dormir por medio de los “parachoques” o “amortiguadores”.

El concepto de moralidad no es general. La moralidad está hecha de «parachoques». No hay una moral común: lo que es moral en la China es inmoral en Europa y lo que es moral en Europa es inmoral en la China, lo que es moral en Oriente es inmoral en Occidente y viceversa, lo que es moral en una gran ciudad es inmoral en un pequeño pueblo, etc.; lo que es moral para una clase de la sociedad es inmoral para otra y viceversa. La moral es siempre y en todas partes un prodigio artificial. Está hecha de múltiples «tabúes», es decir, de limitaciones y de exigencias variadas, algunas veces sensatas en su raíz, otras veces habiendo perdido todo sentido, o no habiéndolo tenido nunca por haber sido establecidas sobre una base falsa, sobre una base de supersticiones y de terrores imaginarios.

Como no existe una moral común a todos, también es imposible decir que hay, por ejemplo, una sola moral para toda Europa. Se dice algunas veces que la moral europea es la «moral cristiana». Pero, ante todo, dicha idea admite en sí misma un número muy grande de interpretaciones y muchos crímenes han sido justificados por esta «moral cristiana». Luego, la Europa moderna no tiene realmente casi nada en común con dicha moral, cualquiera que sea el sentido que se le atribuya.

En todo caso, si es la «moral cristiana y de Occidente» la que ha llevado a Europa a la guerras que ha creado y en las que ha participado y participa, ¿no sería preferible mantenerse tan alejado como fuese posible de tal moral?

La doctrina cristiana es para los cristianos. Y los Cristianos son aquellos que viven de acuerdo con Cristo, es decir que hacen todo según sus preceptos. ¿Cuántos de estos preceptos podemos ver que se apliquen en nuestras sociedades “Occidentales y Cristianas”? ¿Cuántos se aplican incluso en las Iglesias y Confesiones llamadas Cristianas? Yo les respondo: ¡ninguno!

De la muerte

Los muertos no pueden volver más a visitar esta tierra que abandonaron, como un niño no puede regresar al vientre de su madre. Lo que denominamos muerte debe ser nacimiento en una nueva vida. La Naturaleza no repite lo hecho a través de la escala de la existencia y no puede quebrantar sus propias leyes fundamentales. “Las leyes físicas son las muelas de las que tú serás el grano, si no sabes ser el molinero”. El cuerpo es una envoltura ajustada al medio físico circundante, en el que la “chispa divina”, herencia mágica del Creador, habita aquí en la tierra. En ausencia del cuerpo, si no hemos sabido “cristalizarla”, se dispersará como las cuentas de un collar roto y, perdidas en el infinito, serán tragadas y aniquiladas en el Todo, en el Creador, como una gota de agua encerrada en un globo y arrojada al mar; mientras la envoltura se mantenga intacta, la gota de agua perdurará en su forma separada, pero en cuanto el globo se rompa. ¿Dónde buscaríamos la gota en la vastedad del océano? “El espíritu se viste para descender y se desnuda para ascender”.

Su casa, su vestido en su paso por la tierra, es el cuerpo y aquí deberá quedar cuando el espíritu lo abandone.

 

 


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