El Estado prostituido (y el individuo degradado).

 

José Manuel Fernández Outeiral

 

El Creador entregó a las personas honradas un certificado capacitándolas para alimentarse y vestirse, pero las personas malvadas, por medio de una impostura, obtienen alimento y vestido como las primeras. Es uno de los sistemas de falsificación más extendidos que conoce el mundo. Al margen de la obtención de muchos doctorados.

Asistimos al funeral de la humanidad sin que ni Dios mueva una mano. Una idea malévola entierra a todo el mundo. ¿Acaso Dios no tiene ningún hijo en el siglo XXI?

Una sola persona, inteligente y buena, sería suficiente para resolver los verdaderos problemas que acaparan la atención de nuestras asambleas legislativas (Congreso, Senado y 19 asambleas (1.867 miembros) y 20 gobiernos (unos 250 miembros).

¡Gobierno y legislación! A éstas las consideraba yo profesiones respetables.

Pero todos ellos, con mayor o menor responsabilidad, han participado en los sucesivos secuestros perpetrados en nuestro país, un golpe a la libertad y los derechos constitucionales, en los últimos dos años, tal y como ha sentenciado el TC, en aras a resolver un problema meramente sanitario. Al margen de su gravedad, solo era un problema sanitario y si no sabían resolverlo en ese ámbito deberían haberse ido a casa. Recientemente confesaba en los Medios un destacado miembro de una asociación de hospitales privados: “durante la pandemia, nuestros hospitales estaban llenos de profesionales de la sanidad, pero vacíos de pacientes”.

Por mi parte tengo serias dudas de que la situación actual, denominada pandemia por la OMS, se deba a un hecho natural.

Obviamente, no es cuestión de dar juego a infundadas teorías conspirativas. Pero sí de prestar atención a lo que comparten fuentes serias. Verbigracia, el Dr. Francis Boyle, profesor de Derecho Internacional en la Universidad de Illinois y redactor de la Ley Antiterrorista de Armas Biológicas aprobada por el Senado estadounidense en 1989.

En una entrevista concedida a Geopolitics and Empire, el Dr. Boyle afirmó que el COVID-19 es un virus genéticamente modificado para ser usado como arma de guerra biológica. Comenzó a diseñarse en Estados Unidos, probablemente en Fort Retrix, laboratorio de alta seguridad (BSL4). De allí pasó al Laboratorio BSL4 de Winipeg, en Canadá. Dos médicos chinos que trabajaban en él –ofrece sus nombres y apellidos- lo llevaron sin autorización al BSL4 de Wuhan. Y, finalmente, un fallo de seguridad en este provocó la fuga del virus y el inicio accidental de la enfermedad. Puesto que el virus es potencialmente letal y, como antes se indicó, un arma de guerra biológica, el gobierno chino procuró inicialmente ocultarlo, aunque adoptó medidas drásticas para contenerlo. El laboratorio BSL4 de Wuhan también es un laboratorio de investigación especialmente designado por la Organización Mundial de la Salud. Y el Dr. Boyle sostiene que la OMS sabía muy bien lo que estaba ocurriendo. Pero esa es materia para una reflexión distinta a la de este artículo, que trata sobre derechos individuales, aunque ese hecho sea el origen de toda esta situación de estrés e histeria colectiva. Provocada a propósito o por accidente, debería buscarse y castigar de manera ejemplar a los culpables.

En todo caso, los ciudadanos están en su legítimo derecho, faltaría más, a hacerse preguntas. Como dijo Bertrand Russell, lo que hace la vida en el planeta Tierra más complicada en sí misma es el hecho de que la gente inteligente está llena de dudas y solo los tontos tienen certezas.

Pero me sorprende, y mucho, un despliegue informativo tan descomunal desde el mismo comienzo del desarrollo de la enfermedad. Máxime cuando todos los protocolos de actuación ante situaciones de inseguridad y riesgo, en todos los países, llaman a ser sumamente prudentes y comedidos en la divulgación de noticias e informaciones que pueden causar en el gran público reacciones de miedo generalizado. Pero en esta ocasión ocurrió lo contrario: cuanto más miedo mejor.

Volviendo al secuestro en nuestro país, ¿cuántos de estos responsables han sido enjuiciados, o lo serán en el futuro, para determinar su responsabilidad en dicho secuestro? ¿Cuántos lo serán por el quebrantamiento económico generado, después de haber arruinado familias, comunidades y al país entero?

¿Dónde estaban las organizaciones empresariales? ¿Dónde los sindicatos?

Pruebe a secuestrar a alguien durante una hora, aunque sea con la mejor intención - pues a lo peor el secuestrado portaba un arma y usted no quería que matase a nadie - y verá la que le cae.

¿Cuándo van a ser inhabilitados, todos los responsables, para ejercer cualquier cargo público?

¿Por qué nadie habla o escribe sobre este hecho tan grave? ¿Hay alguna consigna al respecto?

Me asusta observar con qué facilidad la gente abarrota sus mentes con noticias y programas basura, y deja que rumores e incidentes tan ociosos como insignificantes se introduzcan en un terreno que debiera ser sagrado para el pensamiento, mientras les roban la cartera.

¿No hay fiscales ni jueces? ¿Es que todos forman parte del cambalache político? ¡Qué vergüenza!

Durante el secuestro de nuestros derechos hemos visto a jueces negando el habeas corpus a ciudadanos detenidos arbitrariamente, y a fiscales haciendo de abogados del diablo.

Es sorprendente que de entre todos ellos haya tan pocos maestros de moral y Justicia, esta última con mayúsculas.

¿Cuándo podremos elegir los ciudadanos, por elección directa, a jueces y fiscales para poner fin a la sinrazón de una justicia de funcionarios mangoneados?

¿Dónde estaban los militares, que juraron acatar y defender la Constitución, así como su mando supremo? Aquí el “cumplimiento del deber” era manifiesto. El mandato provenía de la mismísima Constitución.

¿Dónde estaban las FFCCSE? ¡Ah sí! ¡Incumpliendo órdenes ilegales! Policías comportándose como matones contra ciudadanos honrados.  Las imágenes que se publicaron en las redes sociales avergüenzan y son propias de un estado de terror. ¿Cuándo serán procesados los responsables de tantos abusos cometidos al amparo de estas disposiciones ilegales?

¿Dónde estaban los curas, obispos y hasta el mismo Papa?

¡Ah sí! Practicando una doctrina sobre Cristo en vez de practicar el cristianismo.

¿Por qué tienen que ser nuestras instituciones como esos frutos huecos que solo sirven para pincharse los dedos?

Seleccionamos el mejor hormigón para los cimientos de nuestros edificios, nos encerramos con muros de piedra, pero nosotros no nos asentamos sobre un entramado de verdad firme, la más elemental roca primitiva. Nuestros cimientos, pilares y vigas padecen aluminosis.

Nadie mantiene la verdad. Solo cuidamos los modales en vez de enseñarnos unos a otros la honradez y la sinceridad. Nos agrupamos en camarillas, unos apoyados en los otros y todos juntos en nada. Así nos va.

Una sociedad formada por hombres con conciencia es una sociedad con conciencia. La ley nunca hizo a los hombres más justos y, debido al respeto que les infunde, incluso los bienintencionados se convierten a diario en agentes de la injusticia.

Una consecuencia natural y muy frecuente del respeto indebido a la ley es la que hemos tenido que sufrir por parte de las FFCCSE durante los estados de alarma, que como todos sabíamos, al aplicar el sentido común, eran inconstitucionales. Algunos de sus miembros han actuado en contra de su voluntad. Si. Contra su conciencia y su sentido común, lo que hacía más duro su trabajo y les sobrecogía el corazón. Otros, por el contrario, actuaron de acuerdo a las cinco leyes de la estupidez de las que más adelante hablaremos. Entonces, ¿qué son? ¿hombres o perros de presa al servicio de cualquier mando civil o militar sin escrúpulos?

De este modo es como la masa sirve al Estado, no como personas sino como máquinas. Tales individuos, con sus uniformes, no infunden más respeto que espantapájaros y sin embargo se les considera personas de bien. En la mayoría de los casos no ejercitan con libertad ni la crítica ni el sentido moral. Y la obediencia debida no debería ampararles.

Otros, como muchos legisladores, políticos, abogados, ministros y funcionarios, sirven al Estado fundamentalmente con sus cabezas, y como casi nunca hacen distinciones morales, son capaces de servir, al mismo tiempo y sin pretenderlo, a Dios y al diablo. Los que sirven al Estado con sus conciencias, a menudo se enfrentan a él y son tratados como enemigos.

Los actos que se llevan a cabo teniendo en cuenta los principios y la realización de lo justo, cambian las cosas y las relaciones y son, esencialmente, revolucionarios. No sólo dividen Estados y religiones, dividen familias e incluso dividen al individuo, separando en él lo malévolo de lo divino. Es decir, el comportamiento justo hace mejor al individuo, pero divide a la sociedad. ¿Cómo hemos hecho esto posible?

El espíritu de secta y la intolerancia de los políticos, sus intrigas y bajezas, han puesto sus pezuñas en la vida de los ciudadanos y tal vez sea hora de cambiar esta situación entre todos. Ellos solo tienen una idea superficial de la libertad. Son simples paletos que se traicionan unos a otros cada vez que se les presenta un asunto importante que resolver. Son una constante ofensa al sentido común.

No conozco a casi ningún intelectual o político que sea tan abierta y auténticamente liberal que se pueda hablar con libertad en su presencia. La mayoría de aquéllos con los que intento hablar, pronto se ponen a atacar una institución en la que tienen algún interés, es decir, tienen un punto de vista particular, no universal. Interpondrán continuamente sus propios intereses en forma de tejado con una estrecha lumbrera para ver el cielo, cuando es el cielo lo que deberían contemplar sin obstáculo alguno.

Como dijo Thoreau: "El mejor gobierno es el que gobierna menos". A mí me gustaría verlo puesto en práctica de un modo más rápido y sistemático. Pero al cumplirlo resulta, y así también lo creo, que "el mejor gobierno es el que no gobierna en absoluto"; y, cuando estemos preparados para él, ese será el tipo de gobierno que tendremos. Un gobierno es, en el mejor de los casos, un mal recurso, pero la mayoría de los gobiernos son, a menudo, y todos, en cierta medida, un inconveniente. El gobierno por sí mismo, que no es más que el medio elegido por el pueblo para ejecutar su voluntad, es igualmente susceptible de originar abusos y perjuicios antes de que el pueblo pueda intervenir.

Imagínense el estropicio cuando el país tiene veinte gobiernos. El ejemplo lo hemos vivido durante la mal llamada emergencia sanitaria, obra de relativamente pocas personas que se valieron de los gobiernos establecidos como instrumentos, a pesar de que la mayoría de los ciudadanos no habrían apoyado las medidas tomadas, salvo que se le hubiese bombardeado, como así se hizo, con el miedo, recurso básico de cualquier atracador antes de perpetrar su atraco.

Tan es así que estos veinte gobiernos que en España tenemos, por sí mismos jamás promovieron empresa alguna, salvo chiringuitos para sus amigos, y en cambio sí muestran exagerada tendencia a extralimitarse en sus funciones y obstaculizar la iniciativa privada, salvo con grandes corporaciones, nacionales y multinacionales, con las que se comportan como feudatarios dándoles lo que no les pertenece, para que luego se burlen de nuestro país y se larguen por donde han venido. Eso sí, a salvo quedará su puesto como consejeros en alguna de ellas. Esto no hace que nuestro país sea libre. Si no fuera porque el comercio y los negocios parecen botar como balón de baloncesto, nunca conseguirían saltar los obstáculos que los legisladores les interponen continuamente y, si tuviéramos que juzgar a estas personas únicamente por las repercusiones de sus actos, y no por sus intenciones, merecerían que los castigaran y los trataran como a criminales.

Todas las personas reconocen el derecho a la revolución, es decir, el derecho a negar su lealtad y a oponerse al gobierno, en nuestro caso gobiernos, cuando su tiranía o su ineficacia sean desmesurados e insoportables. Pero la mayoría afirmaría que no es ese el caso actual. Me permito citar aquí el Preámbulo de la Declaración de Independencia de los EE. UU:

“Sostenemos como evidentes estas verdades: que los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.

Que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad. La prudencia, claro está, aconsejará que no se cambie por motivos leves y transitorios gobiernos de antiguo establecidos; y, en efecto, toda la experiencia ha demostrado que la humanidad está más dispuesta a padecer, mientras los males sean tolerables, que a hacerse justicia aboliendo las formas a que está acostumbrada. Pero cuando una larga serie de abusos y usurpaciones, dirigida invariablemente al mismo objetivo, evidencia el designio de someter al pueblo a un despotismo absoluto, es su derecho, es su deber, derrocar ese gobierno y proveer de nuevas salvaguardas para su futura seguridad.”

En otras palabras, cuando la población de un país, que se ha comprometido a ser refugio de la libertad, es agredida y privada injusta e ilegalmente de sus derechos fundamentales, creo llegado el momento en que las personas honradas se rebelen. Sí, también los miembros de las FFAA y de las FFCCSE, porque antes que miembros al servicio del Estado y las CCAA son personas. Y este deber es tanto más urgente, por cuanto que el país así ultrajado está gobernado por veinte gobiernos tan inútiles como innecesarios.

Señores del TC: aquí la regla de la conveniencia no debería aplicarse porque debería hacerse justicia a cualquier precio. Si nos han quitado injustamente la tabla cuando nos estábamos ahogando, deben devolvérnosla, aunque se ahoguen todos aquellos que nos la quitaron.

Lo más importante no es que una mayoría sea tan buena y paciente como el Santo Job, sino que exista una cierta bondad absoluta en algún sitio para que fermente a toda la masa social. Si ustedes, señores del TC, no son poseedores de dicha bondad y rectitud, yo le pregunto a los ciudadanos si por ventura ellos no conocen a alguien cercano con dichas virtudes, para que podamos sustituirlos a ustedes en su cometido y librarlos de la pesada carga de obediencia que les impusieron aquellos que los nombraron.

Somos muchos los que nos lamentamos del terrible y rápido deterioro, en todos los órdenes, de nuestro país, pero pocos los dispuestos a participar para arreglarlo. Miles, y hasta millones, con las manos en los bolsillos dicen que no saben lo que hacer, y no hacen nada. Miles, y hasta millones, anteponen a las libertades y a la libertad individual cuestiones como el mercado de trabajo, ERE, número de muertos, presumiblemente por COVID 19, la digitalización de la sociedad, - no para contribuir a su bienestar si no a su mayor control - la agenda 2030, la agenda climática, -incompatible con la anterior, por cuanto lo que comemos, lo que vestimos y demás cachivaches de consumo, provienen de los confines de la tierra y no del mercado de proximidad - y sobre estas noticias incluso se quedan dormidos. ¿Cuál es el valor de una persona honesta hoy día? Todos esos millones dudan y se lamentan, y a veces redactan escritos, pero no hacen nada serio y eficaz. Esperarán con la mejor disposición a que otros remedien el mal para poder dejar de lamentarse. Como mucho, depositan un simple voto y dejan su conciencia tranquila para los próximos cuatro años. Por cada persona virtuosa, hay novecientos noventa y nueve que alardean de serlo. Aun así, a nuestro país, por población, le corresponderían unas 400.000 personas virtuosas. ¿Dónde están? ¿Acaso se han muerto todas? Hay una teoría que asegura que cuando un pueblo entra en declive es porque sus ciudadanos más válidos se han ido. Pues será eso.

Periódicamente sufrimos las convenciones de los partidos políticos en las que se eligen candidatos para esto o para aquello. ¿Qué puede importarles a las personas independientes, inteligentes y respetables la decisión que tomen? Aceptamos de inmediato los candidatos que ellos eligen como si fuesen los únicos posibles y de inmediato nos disponemos a votarlos quedando a merced de sus demagogias. El voto para estos candidatos a algo, no tiene más valor que el de despreciar al país en el que vivimos y a las personas que lo habitan.

¿Acaso no hay personas independientes, honradas, inteligentes y buenas que serían mejores candidatos que los que presentan los partidos políticos? ¿Por qué les damos entonces nuestro voto a los “candidatos oficiales”?

Uno de los elementos de control de cualquier gobierno es la regulación por medio de leyes, decretos, órdenes y demás figuras del ordenamiento jurídico. ¡Veinte gobiernos en nuestro país se encargan de eso! ¡CUATROCIENTAS ONCE MIL OCHOCIENTAS CUATRO (411.804) normas legales fueron promulgadas entre 1979 y 2021 por las administraciones central y autonómicas españolas! Este dato está documentado por el abogado Juan S. Mora Sanguinetti, publicado por la Revista de las Cortes Generales. Esta proliferación desbocada de normas, decretos y leyes, en vez de convertirnos en una nación más legal nos ha colocado a la altura de los peores países en índice de corrupción, como señalo más abajo. Con tantas normas, además de las dificultades legales y administrativas que generan, a nivel individual pueden colocarte, sin comerlo ni beberlo, y en cualquier momento, fuera de la Ley. Sin olvidarnos del resto de Administraciones Públicas. Pregúntenle a cualquier emprendedor las vueltas que debe dar y el tiempo y dinero a invertir para llevar a cabo cualquier iniciativa. Mientras tanto, mil y hasta trescientas mil personas son víctimas de la rivalidad para asegurar el éxito de un solo hombre. La lista de Forbes debería incluir el número de esclavos asociados a cada fortuna personal.

Para cualquier asunto de la vida cotidiana administrativa, en nuestro país se encontrará con veinte ¡e incluso más! interpretaciones diferentes y deberá recorrer, al menos, tres administraciones distintas. En los últimos dos años, incluso se atrevieron a establecer fronteras entre autonomías, con la tan estúpida como inútil intención de poner barreras a un virus.

El peso de tanta regulación y tantos impuestos para sostener el aparataje institucional y propagandístico de nuestro país con sus, aproximadamente, 450.000 cargos políticos y toda la administración y chiringuitos para sostenerlos, se ha vuelto insoportable para los ciudadanos, lo cual se ve agravado por la tan cacareada como injusta, abusiva e intrusiva digitalización, fuera del alcance de los que más necesitan una administración amiga y no excluyente.

Y hay empresas que se dedican a censurar noticias en las redes sociales con el único objetivo de acallar toda opinión contraria a los gobiernos y a las élites dominantes. Ya nos lo advirtió Wright Mills en su libro La élite del poder. ¡Es asfixiante!

Si un ciudadano sin recursos se niega una sola vez a pagar sus impuestos, se le incautan sus bienes para responder de su deuda (sin que ninguna ley de que yo tenga noticia lo limite); pero si hubiera robado noventa veces nueve dicho importe al Estado, en seguida se le dejaría en libertad. ¡Cuántos casos conocemos todos de renuncia a la legítima herencia por no poder pagar el impuesto de sucesiones que lleva aparejado! ¡Y el abuso de las plusvalías!

Si la aplicación de estas leyes no es una injusticia, que venga Dios y lo vea.

El sueño de nuestros políticos - y aquí no hago distinción entre ideologías -, parece ser la de emular a los dirigentes del partido comunista chino: sociedades de consumo formadas por individuos despojados de todos sus derechos y vigilados día y noche.

Ya en 1859 J.S Mill, en su ensayo Sobre la libertad, dio la voz de alarma sobre los peligros que amenazaban a la libertad individual y que hoy son, a mi juicio, realidad. Ese ensayo debería enseñarse desde la escuela secundaria.

La idea de libertad de Mill, alude a una de las grandes ideas motoras de toda la historia del hombre de Occidente, muy especialmente de su edad moderna, y que Benedetto Croce llamó "la religión de la libertad".

La mera pretensión de hacer del Estado el depositario del "sagrado tesoro" de la libertad, encierra una irremediable contradicción, por cuanto el Estado, si no el Leviatán que el clarividente pesimismo de Hobbes creyó descubrir, sí es, por lo menos, el órgano natural de la coacción y, por tanto, de la anti libertad.

Convertido ya en realidad el anhelado Estado democrático, nuevamente se hace visible la necesidad de limitar el poder del gobierno sobre los individuos, aun cuando los gobernantes respondan de un modo regular ante la comunidad.

Pero este hecho no expresaba la verdad de las cosas: el pueblo que ejerce el poder no es siempre el pueblo sobre quien se ejerce, no tenemos más que comprobar lo alejados que viven los políticos de la realidad. Hay más, la voluntad del pueblo significa, en el sentido práctico, la voluntad de la porción más numerosa y más activa del pueblo, la mayoría, o de los que han conseguido hacerse pasar como tal mayoría. Aunque esa mayoría, como ocurre actualmente en nuestro país, vaya contra nuestros intereses. Por consiguiente, puede el pueblo tener el deseo de oprimir a una parte del mismo.

Es decir, que el principio de la libertad, al plasmarse en formas políticas concretas, evidenciaba llevar en su seno el germen de un nuevo modo de opresión.

Mill, en su ensayo, da cuenta de un gran hecho histórico que está gestándose, que comienza a irrumpir ya y a hacerse ostensible, ¡siglo XIX!, en las áreas más propicias —es decir, en las más evolucionadas en su estructura político-social, como Inglaterra y Estados Unidos— del mundo occidental, y que estaba destinado a cambiar la faz de la convivencia humana, a saber: la ruptura del equilibrio entre los dos términos individuo-sociedad, polos activos de la vida histórica, en grave detrimento del primero.

La sociedad puede ejercer su acción opresora sobre el individuo valiéndose de los órganos coercitivos del poder político; pero, además, y al margen de ellos, puede ejecutar y ejecuta sus propios decretos, y si los dicta malos o a propósito de cosas en las que no debiera mezclarse, ejerce una tiranía social más formidable que cualquier opresión legal: en efecto, si esta tiranía no tiene a su servicio frenos tan fuertes como otras, ofrece en cambio menos medios de poder escapar a su acción, pues penetra mucho más a fondo en los detalles de la vida, llegando hasta encadenar el alma.

Ya no basta la protección contra la tiranía del magistrado, puesto que la sociedad tiene la tendencia: 1º, de imponer sus ideas y sus costumbres como reglas de conducta a los que de ella se apartan, por otros medios que el de las penas civiles; 2°, de impedir el desarrollo y, en cuanto sea posible, la formación de toda individualidad distinta; 3°, de obligar a todos los caracteres a modelarse por el suyo propio. La cosa es grave, porque "todos los cambios que se suceden en el mundo producen el efecto de aumentar la fuerza de la sociedad y de disminuir el poder del individuo", y la situación ha llegado a ser tal que "la sociedad actual domina plenamente la individualidad, y el peligro que amenaza a la naturaleza humana no es ya el exceso, sino la falta de impulsiones y de preferencias personales".

Cuando las libertades políticas elementales han dejado de ser cuestión, y como consecuencia de haber dejado de serlo, se levanta un nuevo poder, el de la mayoría, o, para decirlo con palabra más propia y actual, que también emplea Mill, el de la masa, que representa un peligro más hondo que el del Estado, puesto que ya no se limita a amenazar la libertad externa del individuo, sino que tiende a "encadenar su alma", o, lo que es equivalente, a destruirlo interiormente como tal individuo. Ahora bien, "todo lo que destruye la individualidad es despotismo, désele el nombre que se quiera".

Pues, a mi modo de ver, estas ideas de Mill tienen plena vigencia. El problema es que hoy día las masas y los gobernantes, no toman sus ideas de Aristóteles, Platón, algún dignatario notable o algún libro, si no que las toman de personas poco más o menos a su altura, se rigen por opiniones periodísticas de uno u otro signo, o por grupos de presión e influencia carentes del más elemental sentido de la moral y la justicia.

"Hay un rasgo característico en la dirección actual de la opinión pública, que consiste singularmente en hacerla intolerante con toda demostración que lleve el sello de la individualidad", decía Mills hace siglo y medio. ¡Cuántos ejemplos de intolerancia hemos visto a lo largo de los últimos dos años! Personas galardonadas con un premio Nobel, como Luc Montagnier, desprestigiadas por expresar una idea contraria a la corriente mayoritaria, corriente formada por comités científicos carentes de ciencia, repletos de autoritarismo y subvencionados por la Big Pharma. O simplemente inexistentes, como hemos podido comprobar en nuestro país. La mentira y la estulticia se han adueñado de la política.

La sociedad está más dispuesta que en otras épocas a prescribir reglas generales de conducta y a procurar reducir a cada uno al tipo aceptado. Y este tipo, dígase o no se diga, es el de no desear nada vivamente. Su ideal en materia de carácter es no tener carácter alguno marcado. 

En otros tiempos, los diversos rasgos, las diversas vecindades, los diversos oficios y profesiones vivían en lo que pudiera llamarse mundos diferentes; ahora vivimos todos en grado mayor en el mismo. Ahora, comparativamente hablando, leemos las mismas cosas, escuchamos las mismas cosas, vemos las mismas cosas, (ya no hay diversidad informativa, las noticias son fabricadas por las agencias y estas están en las mismas manos), vamos a los mismos sitios, tenemos nuestras esperanzas y nuestros temores puestos en los mismos objetos, tenemos los mismos derechos, las mismas libertades y los mismos medios de reivindicarlas. Por grandes que sean las diferencias de posición que aún quedan, no son nada al lado de las que han desaparecido. Y la asimilación adelanta todos los días.

Pero una influencia más poderosa aún que todas estas pueden determinar una semejanza más general entre todos: esta influencia es el establecimiento completo, en este y otros países, del ascendiente de la opinión pública en el Estado. 

La reunión de todas estas causas forma una tan gran masa de influencias hostiles a la individualidad, que no es posible calcular cómo podrá defender ésta su terreno. Se encontrará con una dificultad cada vez más creciente. 

Mill no preveía, por supuesto, las proporciones de inundación, en muchos casos inmunda, que traerían las redes sociales, ni contaba tampoco con los nuevos factores de tipo político, técnico, industrial, o simplemente demográfico —para no hablar ya de la crisis acaecida en el estrato más hondo de las creencias— que debían contribuir a transformar sustancialmente su fisonomía y su virulencia en este siglo nuestro.

No se trata del libre albedrío, sino de la libertad social o civil, es decir, la naturaleza y los límites del poder que puede ejercer legítimamente la sociedad sobre el individuo. Alguien podría justificar ese poder en aras de la igualdad social, pero como veremos enseguida ese no es el propósito.

Si es como dice Mill, que solamente al principio puede combatirse contra la usurpación, ¿qué nos queda después de siglo y medio usurpando el poder del individuo por parte de los Estados?

La UE es una agrupación de dichos Estados, pero en total y completa bancarrota económica, política y moral. Ahí no hay esperanza o refugio alguno. ¿Cómo vamos a fiarnos de unos políticos que en el pasado fueron responsables de dos guerras mundiales y cuyos millones de cadáveres todavía humean? Los comportamientos totalitarios ya se están instalando en la mayoría de países de la Unión, y no provienen precisamente de Polonia, Hungría y ahora España, sino de la mismísima Comisión, al servicio de los grandes grupos de presión (léase lobbies o grandes fondos de inversión), dando directrices a los países miembros de como ir drenando recursos obtenidos con los impuestos hacia las cuentas de estos grandes imperios económicos.

En cuanto a la injusticia social, el 1% más rico tiene tanto patrimonio como todo el resto del mundo junto. ¡Es una locura! Por las series históricas de las que disponemos, esto sucedió por vez primera en 2015. Y la tendencia es a que empeore todavía más. Joseph E. Stiglitz, Nobel de Economía, ilustra la situación en su libro La gran brecha.

Y un número cada vez más reducido de corporaciones multinacionales controlan absolutamente la economía mundial. Nunca antes la injusticia social había sido tan bestial, ni tan abrumadora la apropiación por unos pocos de los recursos naturales, la riqueza social, la inteligencia colectiva.

A nadie, por ingenuo que sea, se le ocurrirá pensar que aquellos que ostentan el poder y poseen el dinero renunciarán, voluntariamente, a acumular más.

Y el sistema socioeconómico, dirigido por una élite cada vez más minoritaria, funciona con base en automatismos técnicos-económicos -pronto será la inteligencia artificial- ajenos a cualquier consideración no ya ética, sino simplemente humana.

Esta es la realidad: lo humano ya no cuenta para nada en la toma de decisiones de ninguna de las grandes corporaciones que dominan la economía y la sociedad mundial.

El “Big Data”, al servicio de estas élites, no hará sino empeorar lo que acabo de mencionar; y a esto habrá que añadir, en un futuro próximo, la manipulación genética.

Estos “avances” no son para mejorar la condición humana, sino para su control. Penderán como amenaza sobre nuestras cabezas, como hicieron con la energía nuclear.

Hablar del individuo en el contexto social actual parece una ingenuidad o una locura, ¿verdad? Pues, a mi entender, es la única lucha que merece la pena. De lo contrario, seremos como lapas pegadas al casco de un buque, obsesionadas por la batalla diaria en sus pequeños mundos, mientras son conducidos y manejados sus destinos al margen de su voluntad.

La creciente tendencia a la uniformidad en Europa, bajo el régimen moderno de la opinión pública, amenaza con conducirnos también a una sinización (proceso de hacerse chino). Europa marcha decididamente hacia el ideal chino de hacer a todo el mundo parecido, que entre nosotros sería fatal, ya que traicionaría el carácter más genuino de nuestra civilización, fundada justamente en la notable diversidad de carácter y cultura de sus individuos, clases y naciones. Lo estamos viendo en la “crisis” actual, que ha servido a muchos países, casi todos, de la Unión para restablecer conductas autoritarias que creíamos totalmente superadas en Europa. ¿Acaso la presente crisis es el pistoletazo de salida para la sinización mundial?

Si la clave radica en establecer una perfecta demarcación entre los intereses del individuo y la sociedad, esta podría resumirse así: la libertad de pensamiento o de acción en el individuo no debe tener otro límite que el perjuicio de los demás, tal y como se define en el artículo IV de la celebérrima Déclaration des Droits de l'homme et du citoyen.

Contra esta libertad abstracta, por el contrario, la condición esencial de la libertad radica en la desigualdad, en la variedad, en lo diferencial del hombre; es decir, su sujeto es el individuo concreto, no intercambiable. La doctrina de Mill viene a poner en evidencia, precisamente, la incompatibilidad final de los dos postulados de la Revolución francesa: libertad e igualdad. A la larga, la nivelación, la igualación, ganando zonas cada vez más íntimas del hombre, llega a ahogar, a marchitar la flor más exquisita de la libertad: la posibilidad de ser distinto, de ser uno mismo; la expansión plena y al máximo de la individualidad

¿Qué perjuicio podría existir en que un individuo saliese a pasear durante el secuestro perpetrado por nuestras autoridades – léase estado de alarma -, aunque no tuviese perro? ¿Cómo puede una persona no vacunada representar una amenaza para las personas vacunadas porque puede infectarlas con una enfermedad contra la cual las personas vacunadas están vacunadas? E inmunizadas, según repiten machaconamente los Medios y los gobiernos. ¿O es que la vacuna no es tal y forma parte de un escandaloso timo?

Tal vez sea el momento de hablar sobre las leyes de la estupidez humana, anunciadas más arriba, porque solo desde esa perspectiva, y desde la del intento de sinización, puede entenderse todo lo que nos sucede.

Estas leyes las estableció Carlo M. Cipolla en un libro de fino humor titulado “Las leyes fundamentales de la estupidez humana”.

La Primera Ley Fundamental de la estupidez humana afirma sin ambigüedad que:

Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo.

La Segunda Ley Fundamental, dice que:

La probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona.

De esta segunda ley de Cipolla, deduzco yo que los estúpidos vienen en todos los envases.

La Tercera Ley Fundamental reza:

Una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio.

La Cuarta Ley Fundamental, afirma que:

Las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas.

Es preciso añadir que de las cinco leyes fundamentales la Quinta es, desde luego, la más conocida y su corolario se cita con mucha frecuencia.

Esta ley afirma que:

La persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que existe.

Tanto si consideramos la época clásica como la medieval, la moderna o contemporánea, nos impresiona el hecho de que todo país en ascenso tiene su inevitable porcentaje de personas estúpidas. Sin embargo, un país en ascenso tiene también un porcentaje insólitamente alto de individuos inteligentes que procuran tener controlada a la fracción y que, al mismo tiempo, producen para ellos mismos y para los otros miembros de la comunidad ganancias suficientes como para que el progreso sea un hecho.

En un país en decadencia, el porcentaje de individuos estúpidos sigue siendo igual; sin embargo, en el resto de la población se observa, sobre todo entre los individuos que están en el poder, una alarmante proliferación de malvados con un elevado porcentaje de estupidez y, entre los que no están en el poder, un igualmente alarmante crecimiento del número de los incautos. Tal cambio en la composición de la población de los no estúpidos refuerza, inevitablemente, el poder destructivo de la fracción de los estúpidos, y conduce al país a la ruina.

Una minoría no tiene ningún poder mientras se aviene a la voluntad de la mayoría: en ese caso ni siquiera es una minoría. Pero cuando se opone con todas sus fuerzas es imparable. Si la alternativa es encerrar a los justos en prisión o corregir la injusticia y el actual estado de cosas, el Estado no dudará cuál elegir: los que nademos contra corriente iremos a la cárcel.

Si los ciudadanos dejaran de pagar sus impuestos este año, tal medida no sería ni violenta ni cruel, mientras que, si los pagan, se capacita al Estado para seguir cometiendo actos de violencia e injusticia contra los ciudadanos. Esta es la definición de una revolución pacífica, si tal es posible. ¿Por qué tengo que cubrir con mis impuestos la bancarrota de bancos y empresas, arruinadas por su mala gestión? ¿Por qué las subvenciones a troche y moche con el único objetivo de comprar voluntades, o sea, votos? ¿Por qué tengo que subvencionar unos medios de comunicación y propaganda que solo son la voz de sus amos? ¿Y tantos y tantos otros subsidios a personas o entidades que no tienen la menor intención de trabajar ni contribuir a los gastos sociales elementales? ¿Por qué voy a dar mi dinero a los partidos políticos y sindicatos, si estos solo atienden a sus intereses y no a los de mi país? ¿Cómo dar mi dinero y mi confianza si son los causantes, por acción y omisión, de los mayores casos de corrupción de nuestra etapa más reciente? ¡Más de noventa casos de corrupción que afectan a la mayoría de partidos políticos y sindicatos! Cualquier tribunal imparcial los hubiese declarado organizaciones criminales y obligado a disolverse.

Todo esto no es más que un robo legal y todos deberíamos estar hartos.

 En el año 1995 el índice de percepción de la corrupción, en España, era de 44 sobre cien. Y ocupábamos el puesto 26º de 180 países. Hoy, 26 años más tarde, ha subido a 62 sobre cien y ocupamos el puesto 32º. En el ranquin de 180 países, un puesto por debajo de la monarquía absoluta de Qatar. O sea, que la mayoría vemos con claridad que vamos a peor. Pero no hacemos nada.

Cuando hablo con el más independiente y liberal de mis conciudadanos, me doy cuenta de que diga lo que diga acerca de la magnitud y seriedad del problema, y su interés por la paz pública, en última instancia no puede prescindir de los veinte gobiernos actuales y teme las consecuencias que la desobediencia pudiera acarrear a sus bienes y a su familia.

“Si rechazo la autoridad del Estado y demás administraciones públicas, que son innumerables, cuando me presentan la factura de los impuestos, que también lo son – me dicen - pronto se apoderarán de lo mío y gastarán mis bienes y nos hostigarán interminablemente a mí y a mis descendientes.”

Creo que debemos interesarnos por nuestro país como si fuera nuestro progenitor y si en algún momento nos negamos a honrarle con nuestro amor o nuestro esfuerzo, debemos, sin embargo, respetarle. Pero se hace muy duro comprobar como toda la caterva que nos gobierna, y pretende aleccionarnos, va exactamente en la dirección opuesta.

WikiLeaks, los Panamá Papers en 2016, los Paradise Papers en 2017, los Pandora Papers en 2021, etc., no dan una idea, ni siquiera aproximada, del alcance real de la delincuencia de los Estados, ni de la de políticos, empresas y personajes destacados del mundo. Incluso las mal llamadas asociaciones filantrópicas, esas que nos quieren hacer creer que donan gran parte de sus fortunas en favor de la Humanidad, lo cual es una falacia, operan desde paraísos fiscales.

No ha habido en España, ni en el mundo, desde aquellos nombrados por los dioses, un solo hombre con genio para legislar ni sabiduría para gobernar. Hay centenares de oradores, políticos y hombres elocuentes, pero el orador capaz de resolver los acuciantes problemas de hoy, aún no ha abierto la boca.

El progreso desde los gobiernos absolutos a otros limitados en su poder, y desde estos últimos hasta una democracia, debería ser un progreso hacia el verdadero respeto por el individuo. El respeto al individuo debe ser la base de cualquier Estado que quiera perdurar en el tiempo.

¿Una democracia, tal como la entendemos, es el último logro posible en materia de gobierno?

¿No es posible dar un paso adelante tendente a reconocer y organizar los derechos del hombre de manera que estos sean realmente inviolables?

En mi modesta opinión, jamás habrá un Estado realmente libre y culto hasta que no reconozca al individuo como un poder superior e independiente, del que se deriven su propio poder y autoridad y le trate en consecuencia. Al contrario de los políticos y gobernantes actuales, que tratan a los ciudadanos como débiles mentales.

Yo tengo muy pocas esperanzas de cambio a corto plazo, porque en la mente y los corazones de mis conciudadanos no está el responsabilizarse del gobierno de sí mismos, y prefieren renunciar a su libertad y derechos individuales para delegar en aquellos especialistas en demagogia que son los partidos políticos.

Decía Confucio: "Si un Estado se gobierna siguiendo los dictados de la razón, la pobreza y la miseria provocan la vergüenza; si un Estado no se gobierna siguiendo la razón, las riquezas y los honores provocan la vergüenza".

¿O habrá llegado ya la era de la Sociedad Distópica?  ¿Aplicar el miedo, personal y colectivo, promovidos a toda costa, con secuestros de la población incluidos (autoritarismo y violencia), no es usar los instrumentos descritos por Orwell en su libro 1984? ¿La tiranía benéfica (todo esto es por vuestra salud), el entretenimiento alienante (programas basura de tv y redes sociales) no pertenecen a Un mundo feliz de Huxley?

Tal vez, en este estado de estrés en el que han colocado de golpe a gran parte de la Humanidad, sea de aplicación la teoría o fenómeno fisiológico de la rana hervida: El experimento consta de tres fases. En la primera, se echa una rana viva dentro de un recipiente con agua a temperatura natural; en ese hábitat, la rana, aunque confinada en un espacio limitado, se mueve con comodidad. En la segunda, se tira a una rana en el miso recipiente, pero esta vez contiene agua hirviendo; ante ello, la rana patalea, brinca y salta hacia fuera para evitar lo que sería una muerte segura. Y en la tercera, otra vez se lanza una rana al recipiente, de nuevo con agua a temperatura natural, pero en esta ocasión debajo de recipiente hay un fogón encendido que, lentamente, va calentando el agua; al ser gradual el aumento de la temperatura, la rana lo tolera y no reacciona y, aunque en todo momento tiene la posibilidad de saltar fuera, lo aplaza y aplaza hasta morir hervida.

Espero que se produzca la segunda reacción, y esta aterradora experiencia de asalto a nuestros derechos individuales y a nuestros bolsillos por parte de las élites dominantes, nos sirva para forzar, como raza, un avance hacia la Utopía de Tomás Moro, a fin de que se haga realidad lo anhelando históricamente, desde el corazón, por tantos seres humanos.

En todo caso, cuando llegue la hora, cada cual recogerá de lo que ha sembrado.

 

 

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