El Estado Prostituido y el Individuo Degradado
(Publicado el 20 de diciembre de 2021, e incluido en el Prologo del libro "La Multitud en la Paz y en la Guerra")
José Manuel Fernández Outeiral
El
Creador entregó a las personas honradas un certificado capacitándolas para
alimentarse y vestirse, pero las personas malvadas, por medio de una impostura,
obtienen alimento y vestido como las primeras. Es uno de los sistemas de
falsificación más extendidos que conoce el mundo. Al margen de la obtención de
muchos doctorados.
Asistimos
al funeral de la humanidad sin que ni Dios mueva una mano. Una idea malévola
entierra a todo el mundo. ¿Acaso Dios no tiene ningún hijo en el siglo XXI que actue en defensa de la verdad y de la justicia?
Una
sola persona, inteligente y buena, sería suficiente para resolver los verdaderos
problemas que acaparan la atención de nuestras asambleas legislativas (Congreso, Senado y 17 asambleas (1.867 miembros) y 19 gobiernos (unos 250 miembros).
¡Gobierno y legislación! A éstas las consideraba yo profesiones dignas y respetables.
Sin embargo, todos ellos, en mayor o menor grado, han participado en los sucesivos secuestros de libertades perpetrados en nuestro país durante los últimos dos años, como ha sentenciado el Tribunal Constitucional. Estas medidas, justificadas como necesarias para resolver un problema meramente sanitario, representaron un golpe a la libertad y a los derechos constitucionales. Por grave que fuese el problema sanitario, si no sabían gestionarlo dentro de su ámbito, debieron haber renunciado y marcharse a casa.
Recientemente, un destacado miembro de una asociación de hospitales privados confesaba en los medios: "Durante la pandemia, nuestros hospitales estaban llenos de profesionales de la sanidad, pero vacíos de pacientes".
Por mi parte tengo serias dudas de que la situación actual,
denominada pandemia por la OMS, sea consecuencia de un hecho natural.
Obviamente, no es cuestión de dar juego a infundadas teorías
conspirativas. Pero sí de prestar atención a lo que comparten fuentes serias.
Verbigracia, el Dr. Francis Boyle, profesor de Derecho Internacional en la
Universidad de Illinois y redactor de la Ley Antiterrorista de Armas Biológicas
aprobada por el Senado estadounidense en 1989.
En una entrevista concedida a Geopolitics and Empire, el Dr. Boyle
afirmó que el SARS-CoV-2 es un virus genéticamente modificado para ser usado como
arma de guerra biológica. Comenzó a diseñarse en Estados Unidos, probablemente
en Fort Retrix, laboratorio de alta seguridad (BSL4). De allí pasó al
Laboratorio BSL4 de Winipeg, en Canadá. Dos médicos chinos que trabajaban en él
–ofrece sus nombres y apellidos- lo llevaron sin autorización al BSL4 de Wuhan.
Y, finalmente, un fallo de seguridad en este provocó la fuga del virus y el
inicio accidental de la enfermedad. Puesto que el virus es potencialmente letal
y, como antes se indicó, un arma de guerra biológica, el gobierno chino procuró
inicialmente ocultarlo, aunque adoptó medidas drásticas para contenerlo. El
laboratorio BSL4 de Wuhan también es un laboratorio de investigación
especialmente designado por la Organización Mundial de la Salud. Y el Dr. Boyle
sostiene que la OMS sabía muy bien lo que estaba ocurriendo. Pero esa es
materia para una reflexión distinta a la de este artículo, que trata sobre
derechos individuales, aunque ese hecho sea el origen de toda esta situación de
estrés e histeria colectiva. Provocada a propósito o por accidente, debería
buscarse y castigar de manera ejemplar a los culpables.
En todo caso, los ciudadanos están en su legítimo derecho,
faltaría más, a hacerse preguntas. Como dijo Bertrand Russell, lo que hace la
vida en el planeta Tierra más complicada en sí misma es el hecho de que la
gente inteligente está llena de dudas y solo los tontos tienen certezas.
Pero me sorprende, y mucho, un despliegue informativo tan
descomunal desde el mismo comienzo del desarrollo de la enfermedad. Máxime
cuando todos los protocolos de actuación ante situaciones de inseguridad y
riesgo, en todos los países, llaman a ser sumamente prudentes y comedidos en la
divulgación de noticias e informaciones que pueden causar en el gran público
reacciones de miedo generalizado. Pero en esta ocasión ocurrió lo contrario:
cuanto más miedo mejor.
¿Dónde estaban las organizaciones empresariales? ¿Dónde los
sindicatos?
Pruebe a secuestrar a alguien durante una hora, aunque sea con la
mejor intención - pues a lo peor el secuestrado portaba un arma y usted no
quería que matase a nadie - y verá la que le cae.
¿Cuándo van a ser inhabilitados, todos los responsables, para
ejercer cualquier cargo público?
¿Por qué nadie habla o escribe sobre este hecho tan grave? ¿Hay
alguna consigna al respecto?
Me asusta observar con qué facilidad la gente abarrota sus mentes
con noticias y programas basura, y deja que rumores e incidentes tan ociosos como
insignificantes se introduzcan en un terreno que debiera ser sagrado para el
pensamiento, mientras les roban la cartera, literal y metafóricamente.
¿No hay fiscales ni jueces? ¿Es que todos forman parte del
cambalache político? ¡Qué vergüenza!
Durante el secuestro de nuestros derechos hemos visto a jueces
negando el habeas corpus a ciudadanos detenidos arbitrariamente, y a fiscales
haciendo de abogados del diablo.
Es sorprendente que de entre todos ellos haya tan pocos maestros
de moral y Justicia, esta última con mayúsculas.
¿Cuándo podremos elegir los ciudadanos, por elección directa, a
jueces y fiscales para poner fin a la sinrazón de una justicia de funcionarios
mangoneados?
¿Dónde estaban los militares, que juraron acatar y defender la Constitución,
así como su mando supremo? Aquí el “cumplimiento del deber” era manifiesto. El
mandato provenía de la mismísima Constitución.
¿Dónde estaban las FFCCSE? ¡Ah sí! ¡Cumpliendo órdenes
ilegales! Policías comportándose como matones contra ciudadanos honrados. Las imágenes que se publicaron en las redes
sociales avergüenzan y son propias de un estado de terror. ¿Cuándo serán
procesados los responsables de tantos abusos cometidos al amparo de estas
disposiciones ilegales?
¿Dónde estaban los curas, obispos y hasta el
mismo Papa?
¡Ah sí! Practicando una doctrina sobre Cristo
en vez de practicar el cristianismo.
¿Por qué tienen que ser nuestras instituciones
como esos frutos huecos que solo sirven para pincharse los dedos?
Seleccionamos el mejor hormigón para los cimientos de nuestros
edificios, nos encerramos con muros de piedra, pero nosotros no nos asentamos
sobre un entramado de verdad firme, la más elemental roca primitiva. Nuestros cimientos,
pilares y vigas padecen aluminosis.
Nadie mantiene la verdad. Solo cuidamos los modales en vez de enseñarnos unos a otros la honradez y la sinceridad. Nos agrupamos en camarillas, unos apoyados en los otros y todos juntos en nada. Así nos va. Hoy, si alguien devuelve una cartera con dinero encontrada en la calle, algo que no es suyo, es noticia en todos los telediarios. Hasta ese punto hemos llegado.
Una sociedad formada por hombres con conciencia es una sociedad
con conciencia. La ley nunca hizo a los hombres más justos y, debido al respeto
que les infunde, incluso los bienintencionados se convierten a diario en
agentes de la injusticia.
Una consecuencia natural y muy frecuente del respeto indebido a la
ley es la que hemos tenido que sufrir por parte de las FFCCSE durante los
estados de alarma, que como todos sabíamos, al aplicar el sentido común, eran
inconstitucionales. Algunos de sus miembros han actuado en contra de su
voluntad. Si. Contra su conciencia y su sentido común, lo que hacía más duro su
trabajo y les sobrecogía el corazón. Otros, por el contrario, actuaron de
acuerdo a las cinco leyes de la estupidez de las que más adelante hablaremos. Entonces,
¿qué son? ¿hombres o perros de presa al servicio de cualquier mando civil o militar
sin escrúpulos?
De este modo es como la masa sirve al Estado, no como personas
sino como máquinas. Tales individuos, con sus uniformes, no infunden más
respeto que espantapájaros y sin embargo se les considera personas de bien. En
la mayoría de los casos no ejercitan con libertad ni la crítica ni el sentido
moral. Y la obediencia debida no debería ampararles.
Otros, como muchos legisladores, políticos, abogados, ministros y
funcionarios, sirven al Estado fundamentalmente con sus cabezas, y como casi
nunca hacen distinciones morales, son capaces de servir, al mismo tiempo y sin
pretenderlo, a Dios y al diablo. Los que sirven al Estado con sus conciencias,
a menudo se enfrentan a él y son tratados como enemigos.
Los
actos que se llevan a cabo teniendo en cuenta los principios y la realización
de lo justo, cambian las cosas y las relaciones y son, esencialmente,
revolucionarios. No sólo dividen Estados y religiones, dividen familias e
incluso dividen al individuo, separando en él lo malévolo de lo divino. Es
decir, el comportamiento justo hace mejor al individuo, pero divide a la
sociedad. ¿Cómo hemos hecho esto posible?
El espíritu
de secta y la intolerancia de los políticos, sus intrigas y bajezas, han puesto
sus pezuñas en la vida de los ciudadanos y tal vez sea hora de cambiar esta
situación entre todos. Ellos solo tienen una idea superficial de la libertad. Son
simples paletos que se traicionan unos a otros cada vez que se les presenta un
asunto importante que resolver. Son una constante ofensa al sentido común.
No
conozco a casi ningún intelectual o político que sea tan abierta y auténticamente
liberal que se pueda hablar con libertad en su presencia. La mayoría de aquéllos
con los que intento hablar, pronto se ponen a atacar una institución en la que
tienen algún interés, es decir, tienen un punto de vista particular, no
universal. Interpondrán continuamente sus propios intereses en forma de tejado
con una estrecha lumbrera para ver el cielo, cuando es el cielo lo que deberían
contemplar sin obstáculo alguno.
Como dijo
Thoreau: "El mejor gobierno es el que gobierna menos". A mí me
gustaría verlo puesto en práctica de un modo más rápido y sistemático. Pero al
cumplirlo resulta, y así también lo creo, que "el mejor gobierno es el que
no gobierna en absoluto"; y, cuando estemos preparados para él, ese será
el tipo de gobierno que tendremos. Un gobierno es, en el mejor de los casos, un
mal recurso, pero la mayoría de los gobiernos son, a menudo, y todos, en cierta
medida, un inconveniente. El gobierno por sí mismo, que no es más que el medio elegido
por el pueblo para ejecutar su voluntad, es igualmente susceptible de originar
abusos y perjuicios antes de que el pueblo pueda intervenir.
Imagínense
el estropicio cuando el país tiene dieciocho gobiernos. El ejemplo lo hemos vivido
durante la mal llamada emergencia sanitaria, obra de relativamente pocas
personas que se valieron de los gobiernos establecidos como instrumentos, a
pesar de que la mayoría de los ciudadanos no habrían apoyado las medidas
tomadas, salvo que se le hubiese bombardeado, como así se hizo, con el miedo,
recurso básico de cualquier atracador antes de perpetrar su atraco.
Tan es
así que estos dieciocho gobiernos que en España tenemos, por sí mismos jamás
promovieron empresa alguna, salvo chiringuitos para sus amigos, y en cambio sí
muestran exagerada tendencia a extralimitarse en sus funciones y obstaculizar
la iniciativa privada, salvo con grandes corporaciones, nacionales y multinacionales,
con las que se comportan como feudatarios dándoles lo que no les pertenece,
para que luego se burlen de nuestro país y se larguen por donde han venido. Eso
sí, a salvo quedará su puesto como consejeros en alguna de ellas. O sus medallitas. Esto no hace
que nuestro país sea libre. Si no fuera porque el comercio y los negocios
parecen botar como balón de baloncesto, nunca conseguirían saltar los obstáculos
que los legisladores les interponen continuamente y, si tuviéramos que juzgar a
estas personas únicamente por las repercusiones de sus actos, y no por sus
intenciones, merecerían que los castigaran y los trataran como a criminales.
Todas
las personas reconocen el derecho a la revolución, es decir, el derecho a negar
su lealtad y a oponerse al gobierno, en nuestro caso gobiernos, cuando su tiranía
o su ineficacia sean desmesurados e insoportables. Pero la mayoría afirmaría
que no es ese el caso actual. Me permito citar aquí el Preámbulo de la
Declaración de Independencia de los EE. UU:
“Sostenemos
como evidentes estas verdades: que los hombres son creados iguales; que son
dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están
la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.
Que
para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos,
que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que
cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos
principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla e instituir un
nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en
la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su
seguridad y felicidad. La prudencia, claro está, aconsejará que no se cambie
por motivos leves y transitorios gobiernos de antiguo establecidos; y, en
efecto, toda la experiencia ha demostrado que la humanidad está más dispuesta a
padecer, mientras los males sean tolerables, que a hacerse justicia aboliendo
las formas a que está acostumbrada. Pero cuando una larga serie de abusos y
usurpaciones, dirigida invariablemente al mismo objetivo, evidencia el designio
de someter al pueblo a un despotismo absoluto, es su derecho, es su deber,
derrocar ese gobierno y proveer de nuevas salvaguardas para su futura seguridad.”
En
otras palabras, cuando la población de un país, que se ha comprometido a ser refugio
de la libertad, es agredida y privada injusta e ilegalmente de sus derechos
fundamentales, creo llegado el momento en que las personas honradas se rebelen.
Sí, también los miembros de las FFAA y de las FFCCSE, porque antes que miembros
al servicio del Estado y las CCAA son personas. Y este deber es tanto más
urgente, por cuanto que el país así ultrajado está gobernado por dieciocho gobiernos tan inútiles como innecesarios.
Señores
del TC: aquí
la regla de la conveniencia no debería aplicarse porque debería hacerse
justicia a cualquier precio. Si nos han quitado injustamente la tabla cuando
nos estábamos ahogando, deben devolvérnosla, aunque se ahoguen todos aquellos
que nos la quitaron.
Lo más importante
no es que una mayoría sea tan buena y paciente como el Santo Job, sino que exista
una cierta bondad absoluta en algún sitio para que fermente a toda la masa
social. Si ustedes, señores del TC, no son poseedores de dicha bondad y
rectitud, yo le pregunto a los ciudadanos si por ventura ellos no conocen a
alguien cercano con dichas virtudes, para que podamos sustituirlos a ustedes en
su cometido y librarlos de la pesada carga de obediencia que les impusieron aquellos
que los nombraron.
Somos muchos los que nos lamentamos del terrible y rápido deterioro, en todos los órdenes, de nuestro país, pero pocos los dispuestos a participar para arreglarlo. Miles, y hasta millones, con las manos en los bolsillos dicen que no saben lo que hacer, y no hacen nada. Miles, y hasta millones, anteponen a las libertades y a la libertad individual cuestiones como el mercado de trabajo, ERE, número de muertos, presumiblemente por COVID 19, la digitalización de la sociedad, - no para contribuir a su bienestar si no a su mayor control - la agenda 2030, la agenda climática, -incompatible con la anterior, por cuanto lo que comemos, lo que vestimos y demás cachivaches de consumo, provienen de los confines de la tierra y no del mercado de proximidad - y sobre estas noticias incluso se quedan dormidos. ¿Cuál es el valor de una persona honesta hoy día? Todos esos millones dudan y se lamentan, y a veces redactan artículos, pero no hacen nada serio y eficaz. Esperarán con la mejor disposición a que otros remedien el mal para poder dejar de lamentarse. Como mucho, depositan un simple voto y dejan su conciencia tranquila para los próximos cuatro años. Por cada persona virtuosa, hay novecientos noventa y nueve que alardean de serlo. Aun así, a nuestro país, por población, le corresponderían unas 400.000 personas virtuosas. ¿Dónde están? ¿Acaso se han muerto todas? Hay una teoría que asegura que cuando un pueblo entra en declive es porque sus ciudadanos más válidos se han muerto. O han emigrado, añado yo.
Periódicamente
sufrimos las convenciones de los partidos políticos en las que se eligen
candidatos para esto o para aquello. ¿Qué puede importarles a las personas
independientes, inteligentes y respetables la decisión que tomen? Aceptamos de
inmediato los candidatos que ellos eligen como si fuesen los únicos posibles y
de inmediato nos disponemos a votarlos quedando a merced de sus demagogias. El
voto para estos candidatos a algo, no tiene más valor que el de despreciar al
país en el que vivimos y a las personas que lo habitan.
¿Acaso no hay
personas independientes, honradas, inteligentes y buenas que serían mejores candidatos
que los que presentan los partidos políticos? ¿Por qué les damos entonces
nuestro voto a los “candidatos oficiales”?
Uno de los elementos de control de cualquier gobierno es la regulación por medio de leyes, decretos, órdenes y demás figuras del ordenamiento jurídico. ¡Dieciocho gobiernos en nuestro país se encargan de eso! ¡CUATROCIENTAS ONCE MIL OCHOCIENTAS CUATRO (411.804) normas legales fueron promulgadas entre 1979 y 2021 por las administraciones central y autonómicas españolas! Este dato está documentado por el abogado Juan S. Mora Sanguinetti, publicado por la Revista de las Cortes Generales. Esta proliferación desbocada de normas, decretos y leyes, en vez de convertirnos en una nación más legal nos ha colocado a la altura de los peores países en índice de corrupción, como señalo más abajo. Con tantas normas, además de las dificultades legales y administrativas que generan, a nivel individual pueden colocarte, sin comerlo ni beberlo, y en cualquier momento, fuera de la Ley. Sin olvidarnos del resto de Administraciones Públicas. Pregúntenle a cualquier emprendedor las vueltas que debe dar y el tiempo y dinero a invertir para llevar a cabo cualquier iniciativa. Mientras tanto, mil y hasta trescientas mil personas son víctimas de la rivalidad para asegurar el éxito de un solo hombre. La lista de Forbes debería incluir el número de esclavos asociados a cada fortuna personal.
Para cualquier
asunto de la vida cotidiana administrativa, en nuestro país se encontrará con
veinte ¡e incluso más! interpretaciones diferentes y deberá recorrer, al menos,
tres administraciones distintas. En los últimos dos años, incluso se atrevieron
a establecer fronteras entre autonomías, con la tan estúpida como inútil intención
de poner barreras a un virus.
El peso de tanta
regulación y tantos impuestos para sostener el aparataje institucional y
propagandístico de nuestro país con sus, aproximadamente, 450.000 cargos
políticos y toda la administración y chiringuitos para sostenerlos, se ha
vuelto insoportable para los ciudadanos, lo cual se ve agravado por la tan
cacareada como injusta, abusiva e intrusiva digitalización, fuera del alcance
de los que más necesitan una administración amiga y no excluyente.
Y hay empresas que
se dedican a censurar noticias en las redes sociales con el único objetivo de
acallar toda opinión contraria a los gobiernos y a las élites dominantes. Ya
nos lo advirtió Wright Mills en su libro La élite del poder. ¡Es
asfixiante!
Si un ciudadano
sin recursos se niega una sola vez a pagar sus impuestos, se le incautan sus
bienes para responder de su deuda (sin que ninguna ley de que yo tenga noticia
lo limite); pero si hubiera robado noventa veces nueve dicho importe al Estado,
en seguida se le dejaría en libertad. ¡Cuántos casos conocemos todos de
renuncia a la legítima herencia por no poder pagar el impuesto de sucesiones
que lleva aparejado! ¡Y el abuso de las plusvalías!
Si la aplicación de
estas leyes no es una injusticia, que venga Dios y lo vea.
El sueño de
nuestros políticos - y aquí no hago distinción entre ideologías -, parece ser
la de emular a los dirigentes del partido comunista chino: sociedades de
consumo formadas por individuos despojados de todos sus derechos y vigilados
día y noche.
Ya en 1859 J.S Mill,
en su ensayo Sobre la libertad, dio
la voz de alarma sobre los peligros que amenazaban a la libertad individual y
que hoy son, a mi juicio, realidad. Ese ensayo debería enseñarse desde la
escuela secundaria.
La idea de
libertad de Mill, alude a una de las grandes ideas motoras de toda la historia
del hombre de Occidente, muy especialmente de su edad moderna, y que Benedetto
Croce llamó "la religión de la libertad".
La mera pretensión
de hacer del Estado el depositario del "sagrado tesoro" de la
libertad, encierra una irremediable contradicción, por cuanto el Estado, si no
el Leviatán que el clarividente pesimismo de Hobbes creyó descubrir, sí es, por
lo menos, el órgano natural de la coacción y, por tanto, de la anti libertad.
Convertido ya en
realidad el anhelado Estado democrático, nuevamente se hace visible la
necesidad de limitar el poder del gobierno sobre los individuos, aun cuando los
gobernantes respondan de un modo regular ante la comunidad.
Pero este hecho no
expresaba la verdad de las cosas: el pueblo que ejerce el poder no es siempre
el pueblo sobre quien se ejerce, no tenemos más que comprobar lo alejados que
viven los políticos de la realidad. Hay más, la voluntad del pueblo significa,
en el sentido práctico, la voluntad de la porción más numerosa y más activa del
pueblo, la mayoría, o de los que han conseguido hacerse pasar como tal mayoría.
Aunque esa mayoría, como ocurre actualmente en nuestro país, vaya contra
nuestros intereses. Por consiguiente, puede el pueblo tener el deseo de oprimir
a una parte del mismo.
Es decir, que el
principio de la libertad, al plasmarse en formas políticas concretas,
evidenciaba llevar en su seno el germen de un nuevo modo de opresión.
Mill, en su
ensayo, da cuenta de un gran hecho histórico que está gestándose, que comienza
a irrumpir ya y a hacerse ostensible, ¡siglo XIX!, en las áreas más propicias
—es decir, en las más evolucionadas en su estructura político-social, como
Inglaterra y Estados Unidos— del mundo occidental, y que estaba destinado a
cambiar la faz de la convivencia humana, a saber: la ruptura del equilibrio
entre los dos términos individuo-sociedad, polos activos de la vida histórica,
en grave detrimento del primero.
La sociedad puede
ejercer su acción opresora sobre el individuo valiéndose de los órganos
coercitivos del poder político; pero, además, y al margen de ellos, puede
ejecutar y ejecuta sus propios decretos, y si los dicta malos o a propósito
de cosas en las que no debiera mezclarse, ejerce una tiranía social más
formidable que cualquier opresión legal: en efecto, si esta tiranía no tiene a
su servicio frenos tan fuertes como otras, ofrece en cambio menos medios de
poder escapar a su acción, pues penetra mucho más a fondo en los detalles de la
vida, llegando hasta encadenar el alma.
Ya no basta la
protección contra la tiranía del magistrado, puesto que la sociedad tiene la
tendencia: 1º, de imponer sus ideas y sus costumbres como reglas de conducta a
los que de ella se apartan, por otros medios que el de las penas civiles; 2°,
de impedir el desarrollo y, en cuanto sea posible, la formación de toda
individualidad distinta; 3°, de obligar a todos los caracteres a modelarse por
el suyo propio. La cosa es grave, porque "todos los cambios que se suceden
en el mundo producen el efecto de aumentar la fuerza de la sociedad y de
disminuir el poder del individuo", y la situación ha llegado a ser tal que
"la sociedad actual domina plenamente la individualidad, y el peligro que
amenaza a la naturaleza humana no es ya el exceso, sino la falta de impulsiones
y de preferencias personales".
Cuando las
libertades políticas elementales han dejado de ser cuestión, y como
consecuencia de haber dejado de serlo, se levanta un nuevo poder, el de la
mayoría, o, para decirlo con palabra más propia y actual, que también emplea
Mill, el de la masa, que representa un peligro más hondo que el del
Estado, puesto que ya no se limita a amenazar la libertad externa del
individuo, sino que tiende a "encadenar su alma", o, lo que es
equivalente, a destruirlo interiormente como tal individuo. Ahora bien, "todo
lo que destruye la individualidad es despotismo, désele el nombre que se quiera".
Pues, a mi modo de
ver, estas ideas de Mill tienen plena vigencia. El problema es que hoy día las
masas y los gobernantes, no toman sus ideas de Aristóteles, Platón, algún
dignatario notable o algún libro, si no que las toman de personas poco más o
menos a su altura, se rigen por opiniones periodísticas de uno u otro signo, o
por grupos de presión e influencia carentes del más elemental sentido de la
moral y la justicia.
"Hay un rasgo
característico en la dirección actual de la opinión pública, que consiste singularmente
en hacerla intolerante con toda demostración que lleve el sello de la individualidad",
decía
Mills hace siglo y medio. ¡Cuántos ejemplos de intolerancia hemos visto a lo
largo de los últimos dos años! Personas galardonadas con un premio Nobel, como
Luc Montagnier, desprestigiadas por expresar una idea contraria a la corriente
mayoritaria, corriente formada por comités científicos carentes de ciencia,
repletos de autoritarismo y subvencionados por la Big Pharma. O simplemente
inexistentes, como hemos podido comprobar en nuestro país. La mentira y la
estulticia se han adueñado de la política.
La sociedad está
más dispuesta que en otras épocas a prescribir reglas generales de conducta y a
procurar reducir a cada uno al tipo aceptado. Y este tipo, dígase o no se diga,
es el de no desear nada vivamente. Su ideal en materia de carácter es no tener
carácter alguno marcado.
En otros tiempos,
los diversos rasgos, las diversas vecindades, los diversos oficios y
profesiones vivían en lo que pudiera llamarse mundos diferentes; ahora vivimos
todos en grado mayor en el mismo. Ahora, comparativamente hablando, leemos las
mismas cosas, escuchamos las mismas cosas, vemos las mismas cosas, (ya no hay diversidad informativa, las noticias son fabricadas por las agencias y estas están en las mismas manos), vamos a los
mismos sitios, tenemos nuestras esperanzas y nuestros temores puestos en los
mismos objetos, tenemos los mismos derechos, las mismas libertades y los mismos
medios de reivindicarlas. Por grandes que sean las diferencias de posición que
aún quedan, no son nada al lado de las que han desaparecido. Y la asimilación
adelanta todos los días.
Pero una
influencia más poderosa aún que todas estas pueden determinar una semejanza más
general entre todos: esta influencia es el establecimiento completo, en este y
otros países, del ascendiente de la opinión pública en el Estado.
La reunión de
todas estas causas forma una tan gran masa de influencias hostiles a la
individualidad, que no es posible calcular cómo podrá defender ésta su terreno.
Se encontrará con una dificultad cada vez más creciente.
Mill no preveía,
por supuesto, las proporciones de inundación, en muchos casos inmunda, que
traerían las redes sociales, ni contaba tampoco con los nuevos factores de tipo
político, técnico, industrial, o simplemente demográfico —para no hablar ya de
la crisis acaecida en el estrato más hondo de las creencias— que debían contribuir
a transformar sustancialmente su fisonomía y su virulencia en este siglo nuestro.
No se trata del
libre albedrío, sino de la libertad social o civil, es decir, la naturaleza y
los límites del poder que puede ejercer legítimamente la sociedad sobre el
individuo. Alguien podría justificar ese poder en aras de la igualdad social,
pero como veremos enseguida ese no es el propósito.
Si es como dice
Mill, que solamente al principio puede combatirse contra la usurpación, ¿qué
nos queda después de siglo y medio usurpando el poder del individuo por parte
de los Estados?
La UE es una
agrupación de dichos Estados, pero en total y completa bancarrota económica,
política y moral. Ahí no hay esperanza o refugio alguno. ¿Cómo vamos a fiarnos
de unos políticos que en el pasado fueron responsables de dos guerras mundiales
y cuyos millones de cadáveres todavía humean? Los comportamientos totalitarios
ya se están instalando en la mayoría de países de la Unión, y no provienen
precisamente de Polonia, Hungría y ahora España, sino de la mismísima Comisión, al servicio
de los grandes grupos de presión (léase lobbies, grandes fondos de inversión o autócratas milmillonarios),
dando directrices a los países miembros de como ir drenando recursos obtenidos
con los impuestos hacia las cuentas de estos grandes imperios económicos.
En cuanto a la injusticia social, el 1% más rico tiene tanto patrimonio
como todo el resto del mundo junto. ¡Es una locura! Por las series históricas
de las que disponemos, esto sucedió por vez primera en 2015. Y la tendencia es
a que empeore todavía más. Joseph E. Stiglitz, Nobel de Economía, ilustra la
situación en su libro La
gran brecha.
Y un número cada vez más reducido de corporaciones multinacionales controlan absolutamente la economía mundial. (BlackRock, Vanguard, Fidelity Investments, State Street Global, J.P. Morgan Chase, Capital Group, etc., son todas una misma corporación por el cruce de sus acciones y, por lo que a España se refiere, dueñas absolutas del Ibex 35).
Nunca antes la injusticia social
había sido tan bestial, ni tan abrumadora la apropiación por unos pocos de los
recursos naturales, la riqueza social y la inteligencia colectiva.
A nadie, por ingenuo que sea, se le ocurrirá pensar que aquellos que
ostentan el poder y poseen el dinero renunciarán, voluntariamente, a acumular más.
Y el sistema socioeconómico, dirigido por una élite cada vez más
minoritaria, funciona con base en automatismos técnicos-económicos -pronto será
la inteligencia artificial- ajenos a cualquier consideración no ya ética, sino
simplemente humana.
Esta es la realidad: lo humano ya no cuenta para nada en la toma de
decisiones de ninguna de las grandes corporaciones que dominan la economía y la
sociedad mundial.
El “Big Data”, al servicio de estas élites, no hará sino empeorar lo que
acabo de mencionar; y a esto habrá que añadir, en un futuro próximo, la manipulación
genética.
Estos “avances” no son para mejorar la condición humana, sino para su control. Penderán como amenaza sobre nuestras cabezas, como hicieron con la energía nuclear, que debía haber sido la garantía del desarrollo sostenido de la humanidad y es su mayor enemigo.
Hablar del individuo en el contexto social actual parece una ingenuidad o
una locura, ¿verdad? Pues, a mi entender, es la única lucha que merece la pena.
De lo contrario, seremos como lapas pegadas al casco de un buque, obsesionadas
por la batalla diaria en sus pequeños mundos, mientras son conducidos y manejados
sus destinos al margen de su voluntad.
La creciente
tendencia a la uniformidad en Europa, bajo el régimen moderno de la
opinión pública, amenaza con conducirnos también a una sinización
(proceso de hacerse chino). Europa marcha decididamente hacia el ideal
chino de hacer a todo el mundo parecido, que entre nosotros sería fatal, ya que
traicionaría el carácter más genuino de nuestra civilización, fundada
justamente en la notable diversidad de carácter y cultura de sus
individuos, clases y naciones. Lo estamos viendo en la “crisis” actual, que ha
servido a muchos países, casi todos, de la Unión para restablecer conductas
autoritarias que creíamos totalmente superadas en Europa. ¿Acaso la presente
crisis es el pistoletazo de salida para la sinización mundial?
Si la clave radica
en establecer una perfecta demarcación entre los intereses del individuo y la
sociedad, esta podría resumirse así: la libertad de pensamiento o de acción en
el individuo no debe tener otro límite que el perjuicio de los demás, tal y como
se define en el artículo IV de la celebérrima Déclaration des Droits de l'homme
et du citoyen.
Contra esta
libertad abstracta, por el contrario, la condición esencial de la libertad
radica en la desigualdad, en la variedad, en lo diferencial del hombre; es
decir, su sujeto es el individuo concreto, no intercambiable. La doctrina de
Mill viene a poner en evidencia, precisamente, la incompatibilidad final de los
dos postulados de la Revolución francesa: libertad e igualdad. A la larga, la
nivelación, la igualación, ganando zonas cada vez más íntimas del hombre, llega
a ahogar, a marchitar la flor más exquisita de la libertad: la posibilidad de
ser distinto, de ser uno mismo; la expansión plena y al máximo de la
individualidad
¿Qué perjuicio
podría existir en que un individuo saliese a pasear durante el secuestro
perpetrado por nuestras autoridades – léase estado de alarma -, aunque no
tuviese perro? ¿Cómo puede una persona no vacunada representar una amenaza para
las personas vacunadas porque puede infectarlas con una enfermedad contra la
cual las personas vacunadas están vacunadas? E inmunizadas, según repiten
machaconamente los Medios y los gobiernos. ¿O es que la vacuna no es tal y
forma parte de un escandaloso timo?
Tal vez sea el
momento de hablar sobre las leyes de la estupidez humana, anunciadas más
arriba, porque solo desde esa perspectiva, y desde la del intento de
sinización, puede entenderse todo lo que nos sucede.
Estas leyes las
estableció Carlo M. Cipolla en un libro de fino humor titulado “Las leyes
fundamentales de la estupidez humana”.
La
Primera Ley Fundamental de la estupidez humana afirma sin
ambigüedad que:
Siempre e
inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos
estúpidos que circulan por el mundo.
La Segunda Ley
Fundamental, dice que:
La probabilidad de
que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra
característica de la misma persona.
De esta segunda
ley de Cipolla, deduzco yo que los estúpidos vienen en todos los envases.
“La Tercera Ley
Fundamental reza:
Una persona
estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas
sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un
perjuicio.
La
Cuarta Ley Fundamental, afirma que:
Las personas no
estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas.
Es preciso añadir
que de las cinco leyes fundamentales la Quinta es, desde luego, la más conocida
y su corolario se cita con mucha frecuencia.
Esta ley afirma
que:
La
persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que existe.
Tanto si
consideramos la época clásica como la medieval, la moderna o contemporánea, nos
impresiona el hecho de que todo país en ascenso tiene su inevitable porcentaje
de personas estúpidas. Sin embargo, un país en ascenso tiene también un
porcentaje insólitamente alto de individuos inteligentes que procuran tener
controlada a la fracción y que, al mismo tiempo, producen para ellos
mismos y para los otros miembros de la comunidad ganancias suficientes como
para que el progreso sea un hecho.
En un país en
decadencia, el porcentaje de individuos estúpidos sigue siendo igual; sin
embargo, en el resto de la población se observa, sobre todo entre los individuos
que están en el poder, una alarmante proliferación de malvados con un elevado
porcentaje de estupidez y, entre los que no están en el poder, un igualmente
alarmante crecimiento del número de los incautos. Tal cambio en la composición
de la población de los no estúpidos refuerza, inevitablemente, el poder
destructivo de la fracción de los estúpidos, y conduce al país a la
ruina.
Una minoría no
tiene ningún poder mientras se aviene a la voluntad de la mayoría: en ese caso
ni siquiera es una minoría. Pero cuando se opone con todas sus fuerzas es
imparable. Si la alternativa es encerrar a los justos en prisión o corregir la
injusticia y el actual estado de cosas, el Estado no dudará cuál elegir: los
que nademos contra corriente iremos a la cárcel.
Si los ciudadanos
dejaran de pagar sus impuestos este año, tal medida no sería ni violenta ni
cruel, mientras que, si los pagan, se capacita al Estado para seguir cometiendo
actos de violencia e injusticia contra los ciudadanos. Esta es la definición de
una revolución pacífica, si tal es posible. ¿Por qué tengo que cubrir con mis
impuestos la bancarrota de bancos y empresas, arruinadas por su mala gestión? ¿Por
qué las subvenciones a troche y moche con el único objetivo de comprar
voluntades, o sea, votos? ¿Por qué tengo que subvencionar unos medios de
comunicación y propaganda que solo son la voz de sus amos? ¿Y tantos y tantos
otros subsidios a personas o entidades que no tienen la menor intención de
trabajar ni contribuir a los gastos sociales elementales? ¿Por qué voy a dar mi
dinero a los partidos políticos y sindicatos, si estos solo atienden a sus
intereses y no a los de mi país? ¿Cómo dar mi dinero y mi confianza si son los causantes,
por acción y omisión, de los mayores casos de corrupción de nuestra etapa más reciente?
¡Más de noventa casos de corrupción que afectan a la mayoría de partidos
políticos y sindicatos! Cualquier tribunal imparcial los hubiese declarado
organizaciones criminales y obligado a disolverse.
Todo esto no es
más que un robo legal y todos deberíamos estar hartos.
Cuando hablo con
el más independiente y liberal de mis conciudadanos, me doy cuenta de que diga
lo que diga acerca de la magnitud y seriedad del problema, y su interés por la paz
pública, en última instancia no puede prescindir de los veinte gobiernos actuales
y teme las consecuencias que la desobediencia pudiera acarrear a sus bienes y a
su familia.
“Si rechazo la
autoridad del Estado y demás administraciones públicas, que son innumerables, cuando
me presentan la factura de los impuestos, que también lo son – me dicen -
pronto se apoderarán de lo mío y gastarán mis bienes y nos hostigarán interminablemente
a mí y a mis descendientes.”
Creo que debemos
interesarnos por nuestro país como si fuera nuestro progenitor y si en algún
momento nos negamos a honrarle con nuestro amor o nuestro esfuerzo, debemos,
sin embargo, respetarle. Pero se hace muy duro comprobar como toda la caterva
que nos gobierna, y pretende aleccionarnos, va exactamente en la dirección opuesta.
WikiLeaks, los Panamá
Papers en 2016, los Paradise Papers en 2017, los Pandora Papers en 2021, etc.,
no dan una idea, ni siquiera aproximada, del alcance real de la delincuencia de
los Estados, ni de la de políticos, empresas y personajes destacados del mundo.
Incluso las mal llamadas asociaciones filantrópicas, esas que nos quieren hacer
creer que donan gran parte de sus fortunas en favor de la Humanidad, lo cual es
una falacia, operan desde paraísos fiscales.
No ha habido en España,
ni en el mundo, desde aquellos nombrados por los dioses, un solo hombre con
genio para legislar ni sabiduría para gobernar. Hay centenares de oradores, políticos
y hombres elocuentes, pero el orador capaz de resolver los acuciantes problemas
de hoy, aún no ha abierto la boca.
El progreso desde los
gobiernos absolutos a otros limitados en su poder, y desde estos últimos hasta
una democracia, debería ser un progreso hacia el verdadero respeto por el
individuo. El respeto al individuo debe ser la base de cualquier Estado que
quiera perdurar en el tiempo.
¿Una democracia,
tal como la entendemos, es el último logro posible en materia de gobierno?
¿No es posible dar
un paso adelante tendente a reconocer y organizar los derechos del hombre de
manera que estos sean realmente inviolables?
En mi modesta
opinión, jamás habrá un Estado realmente libre y culto hasta que no reconozca
al individuo como un poder superior e independiente, del que se deriven su
propio poder y autoridad y le trate en consecuencia. Al contrario de los políticos
y gobernantes actuales, que tratan a los ciudadanos como débiles mentales.
Yo tengo muy pocas
esperanzas de cambio a corto plazo, porque en la mente y los corazones de mis
conciudadanos no está el responsabilizarse del gobierno de sí mismos, y
prefieren renunciar a su libertad y derechos individuales para delegar en
aquellos especialistas en demagogia que son los partidos políticos.
Decía Confucio:
"Si un Estado se gobierna siguiendo los dictados de la razón, la pobreza y
la miseria provocan la vergüenza; si un Estado no se gobierna siguiendo la razón,
las riquezas y los honores provocan la vergüenza".
¿O habrá llegado
ya la era de la Sociedad Distópica? ¿Aplicar
el miedo, personal y colectivo, promovidos a toda costa, con secuestros de la
población incluidos (autoritarismo y violencia), no es usar los instrumentos
descritos por Orwell en su libro 1984? ¿La tiranía benéfica (todo
esto es por vuestra salud), el entretenimiento alienante (programas basura de
tv y redes sociales) no pertenecen a Un mundo feliz de Huxley?
Tal vez, en este estado de estrés en el que han colocado de golpe a gran parte de la Humanidad, sea de aplicación la teoría o fenómeno fisiológico de la rana hervida: El experimento consta de tres fases. En la primera, se echa una rana viva dentro de un recipiente con agua a temperatura natural; en ese hábitat, la rana, aunque confinada en un espacio limitado, se mueve con comodidad. En la segunda, se tira a una rana en el miso recipiente, pero esta vez contiene agua hirviendo; ante ello, la rana patalea, brinca y salta hacia fuera para evitar lo que sería una muerte segura. Y en la tercera, otra vez se lanza una rana al recipiente, de nuevo con agua a temperatura natural, pero en esta ocasión debajo de recipiente hay un fogón encendido que, lentamente, va calentando el agua; al ser gradual el aumento de la temperatura, la rana lo tolera y no reacciona y, aunque en todo momento tiene la posibilidad de saltar fuera, lo aplaza y aplaza hasta morir hervida.
Espero que se produzca la segunda reacción, y esta aterradora experiencia
de asalto a nuestros derechos individuales y a nuestros bolsillos por parte de
las élites dominantes, nos sirva para forzar, como raza, un avance hacia la
Utopía de Tomás Moro, a fin de que se haga realidad lo anhelando históricamente,
desde el corazón, por tantos seres humanos.
En todo caso, cuando
llegue la hora, cada cual recogerá de lo que ha sembrado.
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